
Un ejército de sedientos antropófagos, aristocracia sanguinolenta, en el temido zigurat sacrificial que invocan al sol un corazón que palpita. Imagen común de la conquista mexica la cual conocí en toda su crudeza gracias al libro Caníbales y reyes del antropólogo Marvin Harris.
El fruto de la vida
Neoyorquino macizo, fue el último materialista en un mundo como la antropología estadounidense condenado al culturalismo (padre inadvertido, en efecto, de lo “woke”). Harris se formó en este, se fascinó inicialmente con ese mitólogo que era Franz Boas, pero tuvo que bajar a la tierra una vez le tocó hacer trabajo de campo en Mozambique. Recuerda, en ese sentido, que…
“…el mismo Boas obtenía conclusiones especulativas. No hay dudas que sus intentos de reconstruir la historia de varios grupos indígenas norteamericanos estaban basados casi siempre en evidencias muy ligeras…”.
Este etnólogo, en fin, fue el último vuelo del marxismo de datos y estadísticas, de hoja de cálculo, en la disciplina. Los herederos de Foucault y Derrida, que no gustaban de números, empezaron en consecuencia a construir, ¡mejor dicho deconstruir!, teorías cada vez más disparatadas en su perfecto delirio posmoderno.
Cardín, termómetro de libros interesantes
Toda hipótesis posible sobre el buen salvaje, eterno comodín del biempensante occidental (¿existirá una figura tan inocente entre los indígenas? ¿nos llamarán el buen colonizador?), tenía pábulo así entre propagandistas que despreciaban occidente como solo es posible desde el mismo occidente. Gustavo Bueno, perro viejo, avisaba sobre estos nuevos teólogos que a través de la cultura formaban
“…una percepción de morfología cultural `indigena´ humana dada, como si fuera una suerte de participación mística en una gracia, teológica o cósmica, que, al parecer, debiera ser mantenida en toda su pureza prístina…”
Fue Foucault el primero en blanquear la gracia de los Ayatolás de Irán, como recuerda José Sánchez Tortosa en Máscaras vacías. La mística del turbante, el oriente lejano, ejercía en nuestros ensayistas “protowoke” un delirio parecido a Lawrence de Arabia en medio de una insolación desértica. A falta de un Don Juan a lo Castaneda que se transformara en lobo, bien les valía un teórico islámico que juzgara a Einstein como un científico judío diabólico y herético.
«Confía en mi, Homer, soy una fuente directa»
Marvin Harris murió en Florida, en 2001, con apenas 74 años. Su último libro, Teorías sobre la cultura en la era posmoderna, había sido lanzado apenas dos años antes. En él nos avisaba contra la posmodernidad con la honestidad de alguien que había vivido la gran depresión y nacido en la miseria. No conozco mejor antídoto contra lo “woke”; resfriado común de la condición posmoderna:
“Mi defensa de la ciencia y la objetividad no significa cubrir el error de estas por sí mismas en mejorar la calidad básica de la vida humana (…) Más aún, mucha de esta decepción viene de manera directa por cosas imprevisibles en las intenciones de la ciencia como la polución ambiental o la burocracia informática. Sería un error grave concluir, entonces, que al dejar de apoyar la ciencia y la tecnología a inicios del siglo XX su final habría sido mejor”.