A su regreso de Irlanda, donde disfrutó de una beca en la Ballinglen Arts Foundation, en la ciudad de Ballycastle, Emilio González Sainz (Torrelavega, 1961), muestra su último paseo sutil y delicado por obras de pequeño y mediano formato. “Entre gabinetes íntimos, turbadores paisajes, habitados por pequeñas figuras, y una paleta sin estridencias, testigo cómplice del ciclo de la vida, el pintor aporta su delicado universo que apela a reconciliarse con la naturaleza. Se trata de la obra de un verdadero ‘francotirador del paisaje’, un artista que ha forjado con paciencia, silencio y minuciosa caligrafía una personalidad pictórica que invita a redescubrir el entorno. Sus paisajes son iconos poéticos que forman parte de la pintura cántabra más reconocible de los últimos años”, como señalan desde la Galería Siboney, que citan también las palabras de Jesús Marchamalo en su blog: “Siempre me han gustado sus paisajes, llenos de árboles y acantilados. Gaviotas, cielos nubosos, y ese mar plácido a veces, y otras hosco, cruzado de barcos con las velas desplegadas. Un escenario de solitarios melancólicos: escaladores y paseantes decimonónicos, de catalejo y levita, melena al viento, botines y bastón. Lagos y caminantes, tocones y pinares, casas con chimenea y un azul con nombre y apellidos. Tal vez ‘Prusia’ o ‘Windsor’; verde oliva y ‘Perylene’, o gris de ‘Payne’, que es el mismo color, exactamente, que el de los atardeceres en el Norte”. La obra reciente, firmada la mayoría en el presente 2011, son óleos y acuarelas, sus soportes habituales, aunque con la novedad de que una parte importante de sus pinturas al óleo, en esta ocasión están pintados sobre cobre y latón.