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Mientras tantoLapidación en Irán

Lapidación en Irán


Una mujer iraní está
condenada a morir tras ser declarada culpable de adulterio -aunque su
marido ya había muerto en la época en la que los supuestos hechos
tuvieron lugar- El comentario podría terminarse aquí porque todo lo
que pueda venir después no puede ser más que una sarta de
obviedades.

 

He manifestado en
numerosas ocasiones mi oposición frontal a la pena de muerte, y en
esto no creo en los grados. Igual de cruel me parece un fusilamiento,
que la horca, que el garrote vil, que la inyección letal, la silla
eléctrica o la lapidación. No puedo evitar pensar en lo que se debe
sentir la noche antes de tu ejecución ¿Se duerme? ¿Se es
verdaderamente consciente de que en horas serás forzado a dejar de
existir? Por otro lado el verdugo, el día de cumplimiento de la pena
¿Sale de su casa con un “hasta luego cariño”? Vuelvo a
agarrarme de las frías definiciones para decir que la Real Academia
Española de la Lengua define asesinar como: “Matar a alguien con
premeditación, alevosía, etc.” ¿No es a caso eso lo que hace el
ejecutor, el juez, el legislador y el sistema entero? ¿No asesina?
Actualmente existen 69 países -esto es, más de uno de cada tres- que incluyen en sus ordenamientos la
pena capital, en varios de ellos se permite incluso su aplicación a
menores de edad… a todo esto hay que sumarle los conflictos
bélicos, lugares en los que la ley se toma un respiro y hace la
vista gorda permitiendo que los soldados hagan y deshagan según le
dicten sus vísceras -Recordemos aquí al periodista José Couso
muerto a cañonazos por militares estadounidenses-

 

Todo esto, sumado a
los asesinatos, que si son reconocidos como tales, como con los que
nos levantamos a diario en la “Guerra del narcotráfico” en
México, o en los selectivos que se practican impunemente en Israel
-Allí tienes la poca decencia de decir que la última ejecución
tuvo lugar en 1962 a un criminal nazi- los actos terroristas y
contraterroristas, las muertes que provocan los golpes de estado, las
luchas étnicas -también en Europa, no lo olvidemos- o los
enfrentamientos religiosos, me hacen pensar que efectivamente hay
algo en nuestra programación que no funciona correctamente, porque
todo el mundo entiende que matar a un semejante es un acto atroz,
pero si nos inventamos justificaciones y motivaciones excepcionales,
nos podemos saltar el remordimiento y la sensación de estar haciendo
algo que no es correcto. Somos unos hipócritas y unos cínicos,
nuestra vida y la de nuestros seres queridos es intocable, pero la
del prójimo sólo lo es hasta que nos de un motivo que nos
justifique el acabar con ella. En ocasiones nos escudamos en Dios, en
otras en el control de crudo, o en la preservación del orden y de
los valores… hablamos de víctimas colaterales, de caídos en
combate y de criminales condenados, pero dejamos de mirar -a
propósito- el hecho fundamental: Una persona acaba con la vida de
otra porque cree que tiene motivos para hacerlo. Eso es un fracaso.

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