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Mientras tantoTeleapatía

Teleapatía

Diario de un disléxico   el blog de Rodrigo Parrado

Teleapatía

 

Lo que parecía una conspiración encubierta más bien ha resultado ser un secreto a coces y, desde este lado de la Frontera, quiero haceros partícipes de un hallazgo: el aburrimiento, la nueva forma de dominación, llega sin darnos cuenta a través de ‘ondas teleapáticas’.

 

   Es muy sencillo. Primero hay que encender la televisión y después de unos minutos de visionado, no muchos, ya estamos contagiados. Si ves a alguien bostezar ¡aparta rápidamente la mirada! puesto que esta es la forma más común de contraer aburrimiento. El boca a boca puede destruir vidas, aunque sea sin lengua.

 

   Pocos remedios se conocen para luchar contra la ‘teleinvasión’ y sus poderes ‘teleapáticos’. Yo pensaba, como tantos otros incautos, que no estaba contagiado hasta que un día miré las estanterías de casa y ahí estaban: la colección de rosarios, dinosaurios fluorescentes, aviones de combate (sólo las pilas y un ala), dedales y abanicos… y ninguna acabada. ¡Cuántos ejércitos de plomo perdieron a su general en el cuarto fascículo! Por no hablar de aquel cuerpo humano inacabado que, oculto debajo de la cama, espera las piernas de la décima entrega.

 

   Pero ¿a qué nos conduce el aburrimiento? A levantarnos adormilados del sillón y limpiar la plata, aunque sea de palo, o a dirigirnos hasta la cocina y abrir el frigorífico sin saber de qué tenemos hambre y volver con las manos vacías a repanchingarnos en el sofá para poner una película. Es entonces cuando lo más seguro es que una voz de madre diga: «Esta película me suena» o «No, no la he visto, aunque creo que ella es la mala y el marido muere al principio… Ah, sí, sí, la he visto».

 

   Horas y horas atrapados ante el televisor esperando que el siguiente ‘clic’ del mando nos deje ante un programa que nos guste, pero ¡si nosotros no elegimos! ¿Puede «Asesinato en el Orient Express» ser la película más repetida de la historia de la televisión?

 

   A mí,  cada día me resulta más difícil sintonizar con la televisión.

 

   «Resistir pulgada a pulgada», pedía Al Pacino en «Un domingo cualquiera», menos mal que mi televisión es pequeña. Lo que no impide que esté expuesto a la influencia de las ondas. Sabemos de carrerilla los nombres de los tertulianos y presentadores. Sin duda habría costado menos aprenderse la lista de los reyes godos si hubieran tenido su propio programa: «Saber y reinar» con Recaredo, «21 días con Alarico» o «El diario de Recesvinto».

 

   Sólo un último aviso. No todo lo que sale por la televisión es real, como pasó con la niña, el perro Ricky y Ricky Martin en el armario, que no se olía la tostada. Ni tampoco era real el porno codificado que se emitía en Canal+ los viernes por la noche. En realidad eran escenas de «La casa de la Pradera» proyectadas al revés (o eso se veía mirando a través de un peine). Lo que sí es verdad es que Ricky Martin salió finalmente del armario.

 

   Así que lo único que podemos hacer es esperar al final del día para ajustar cuentas con la carta de ajuste justo antes de meternos en el sobre.

 

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