
La Comunidad de Madrid considera que una de las medidas que deben tomarse para superar la dichosa crisis es aumentar –otra vez- el precio del transporte público. Seguro que un buen montón de expertos en economía son los que han aconsejado así al gobierno regional, pero aún así es un enorme error.
Nos cuentan que no hay dinero, que el precio del petróleo ha subido muchísimo en los últimos años, que el de la electricidad también, y que las subvenciones estatales han sido recortadas. Dicho así parece lógico pensar que el billete deba ser más caro para que salgan las cuentas… pero es que las cuentas no tienen por qué salir, así no. Estamos hartos de escuchar como “la cosa” está mal, y como debemos esforzarnos más, apretarnos más el cinturón para que “la cosa” mejore; el único problema es que “la cosa” no existe, los que estamos mal somos nosotros, y nadie puede entender la lógica según la cual hacernos más dura la situación pueda mejorar nuestra situación. Es un contra sentido estúpido.
En los últimos tres años los ciudadanos de España hemos visto como el precio de la gasolina se ha incrementado en más de un sesenta por cierto. Nos han subido el I.V.A, gas y la luz, nos han cerrado el grifo del crédito, han despedido a un par de millones de trabajadores y aquellos que aún curran se enfrentan al hecho de que sus condiciones laborales son cada día peores –y peores y peores-. Adiós a las cestas de navidad, a la paga extra, a las horas… conozco gente que hoy cobra casi la mitad que en 2010 haciendo el mismo trabajo, y a otros que reciben su sueldo semanalmente, pero un viernes son ciento cincuenta euros, el siguiente cien y el próximo ciento ochenta… Nadie se atreve a levantar la voz al jefe por miedo a ser despedido porque hemos pasado de considerar que el “mileurista” era un pobre desgraciado a verle como un triunfador afortunado. Además, para “facilitar la contratación” ahora, entre otras brillantes ideas, se te puede despedir si acumulas nueve días de baja médica justificada en dos meses. Insisto, justificada.
Que en cuatro meses el billete simple de metro pase de costar un euro a costar el doble –si recorres diez paradas- puede parecer una tontería para un vicepresidente regional al que investigan por tener un ático de lujo en Marbella y que se pasea por las televisiones con sus trajes de cinco y seis mil euros. Puede que sonar a poca cosa para unos gobernantes que no saben qué es contar el dinero y hacer piruetas para estirar hasta el último céntimo, y sobre todo, puede resultar imposible de entender para un Jefe de Estado que cuando se va a Botsuana de viaje privado caza elefantes pagando 37.000 euros de nuestros impuestos. Según la nueva reforma laboral nosotros, sus jefes, podríamos despedirle por la baja laboral que va a tener estos días por romperse la cadera… al menos sería así si todos fuéramos realmente iguales ante la ley, pero nuestra amada constitución establece que no es así, somos todos iguales menos el Rey, que por un motivo absolutamente ilógico e indefendible, nace con unos privilegios heredados de la época en la que se creía que su poder venía de Dios y que algunas familias tenían derecho a poseer personas y tierras. Cada elefante que mata nuestro monarca podría pagar 15.500 viajes de metro a personas de verdad que viven al día tratando de mantener su dignidad. Que nos suban las tarifas, los impuestos y nos piden solidaridad ante una situación económica desastrosa –que existe por la incompetencia de aquellos a los que pagamos para que nos hagan la vida más fácil, no más difícil- es una burla insoportable.
Todo el mundo tiene derecho a ser educado tal y como estimen sus padres por mucho que a los demás nos guste o no las enseñanzas que les inculcan. El nieto del Rey se pegó un tiro en un pie porque con trece años ya le están enseñando a matar, Don Juan Carlos, en otro lamentable accidente, mató a su hermano mayor con un arma de fuego –dato silenciado sistemáticamente- Ahora nos llega la foto del monarca posando orgulloso con su rifle ante un elefante abatido… hoy, 14 de abril, se cumplen ochenta y un años de la proclamación de la Segunda República en España y tras los escándalos de la Casa Real –Urdangarines e institutos Noos incluidos- parece que el pueblo comienza al fin a preguntarse por qué esta gente ha de ser tratada con privilegios especiales. Se nos ha dicho muchas veces que el estado debe ser administrado como una casa, en mi casa cuando la situación empeora nos cargamos los gastos superfluos. La educación, la sanidad y el transporte público no deberían ser tocados antes de plantearnos por qué mantenemos a una familia que, en un país oficialmente laico, ostenta un título que les viene por la gracia de Dios.