
Aprender a bailar, he aquí una de mis asignaturas pendientes, más que nada porque siempre me han dejado colgado. Sin embargo, de este año no pasaba, así que me inscribí en una academia de baile los miércoles por la noche.
¡Con este cuerpo jota que tengo! Yo que pensaba que Gene Kelly era la princesa de Mónaco (con ese nombre y esta dislexia…). Para mí que ‘bailar agarrao’ significaba no gastar un duro en toda la noche y que el baile de salón es lo que hace mi madre cambiando constantemente los muebles de sitio. Pues allí me personé, con las piernas locas y mi propia bola de discoteca, por si luego hacía ganas de unas canastas.
A primera vista, la clase parecía llena de tarantelas de arañas.
Presentaciones, saludos y bienvenidas y… el momento clave: elegir pareja de baile. Esperé a que la Fortuna me sonriera y más bien se descojonó de la risa, aunque visto lo visto no salí mal parrado.
Entre los danzarines se encontraba un tipo muy interesante, Paquete el chocolatero. Para mí que venía con mucha motivación, buscando un corrido mexicano o de lo que fuera. A Paquete le tocó bailar con Toni Minero. Una pareja de machotes, con sus pelambreras rizadas, sus músculos y sus pantalones de cuero y nalgas al aire que vi cuando dieron la primera vuelta durante un ¡maaaaaaaaaambo, hey!
Poco más había entre lo que elegir si descartamos a la conga con sus muletas, el de la silla de ruedas o bailar con la más fea. Cuando ya le estaba poniendo ojitos al de la silla de ruedas, algo tiró de mis mallas y al girarme ahí estaba él. Un señor bajito que rápidamente se encaramó sobre mis pies y con una palmadita en el culo me indicó que comenzará a seguir la música.
Giramos y giramos. Bailamos todo como en «Liebre del sábado noche»: el foxtrot, la polca, incluso la lambada. ¡Creí que me rompía la muñeira de tanta vuelta! Menos mal que hicimos un pequeño descanso para picotear algo antes de empezar con la clase de breakdance -este baile es lo mejor para partir la pana, los vaqueros o la cabeza-.
Sobre la mesa había de todo y con muy buena pinta de Guinnes. No me decidía entre el merengue y la salsa, pero también había revuelto de sirtakis, sardanas a la brasa y aurresku con patatas. Lo que nadie probó fue el cheese to cheese a lo Fred Astaire.
Al terminar la clase me fui con el bajito a un vals para tomar unas copas. Con lo chiquitín que es, bien que bebió en pasodoble.
Para la siguiente clase nos van a enseñar a bailar el chotis, así que me llevaré mi ‘chulap hop’.