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Mientras tantoAdiós a las ramas

Adiós a las ramas

Diario de un disléxico   el blog de Rodrigo Parrado

Cartel Ramas

 

Todo niño lleva dentro un pequeño Gengis Kan, siempre alerta, enfrentando, día tras día, a sus muñecos con el único fin de exterminar al ejército contrario y alzarse con el dominio mundial de la alfombra antes de la hora de la cena. Hasta que un familiar les regala un globo terráqueo (con luz) convirtiéndose así en los amos del mundo. Pero antes de este glorioso momento, ha librado batallas suficientes como para completar un álbum de cromos.

 

  Eran años duros y un palo en el suelo se convertía en una espada con la que reducir a los oponentes o una lanza con la que cazar ‘güinnis de puh’. Aunque, si las cosas se ponían realmente feas, cualquier trozo de madera pasaba por una ametralladora que escupía, literalmente, un aniquilador ‘TUF-TUF-TUF-TUF-TUF-TUF’… cuando ningún tratado impedía lanzar terrones de tierra en el parque, incluso a los que llevaban gafas, y las treguas se hacían para recargar fuerzas entre bocao y bocao de la merienda.

 

   Los ataques se planificaban por tierra, mar y bici como bien reflejaban rodillas peladas, codos en carne viva o brechas al punto. Así se forjaban los héroes, a los que se engalanaba con tiritas de colorines o escayolas condecoradas. Sólo los valientes llegaban a lo más alto de la colina, mientras el resto no pasaba de las faldas de mamá. Niños intrépidos que desafiaron  las inyecciones en el culete a pesar de que tenían que estar prohibidas por la Convención de Ginebra. Esos pequeños soldados, que se presentaban voluntarios para saltar sobre los charcos y traspasaban cualquier alambrada, temblarían ante las púas de cualquier peine. Y si alguno caía en acto de servicio resucitaba a la voz de «¡A comer!»

 

   Porque la guerra era total y los peluches y muñecas de alguna hermana sufrían las consecuencias, aunque luego se zanjaba con unos buenos azotes en la retaguardia. Entonces de nada servía correr a atrincherarse en el fuerte hecho de mantas y almohadas. 

 

   Adaptarse o dormir  ¡Cuántas noches haciendo guardia en el sofá para caer rendidos de sueño antes de que empezara una de indios y banqueros! O las madrugadas haciendo frente a los apagones leyendo con una linterna bajo las sábanas por culpa de las derramas de destrucción masiva. Tiempos de resistencia, cuando la única Guerra Fría que se conocía era contra las espinacas que no se habían comido al mediodía y no se levantaba el arresto hasta que daban permiso.

 

   Ahora que uno es mayor y lo ve todo desde la reserva, se da cuenta de que, en el fondo, las grandes guerras siempre se hicieron por el mando, pero el de la tele.

 

   Pincha para ver Sigur Rós «Hoppípolla«

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