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Alma de blues

Ali Farka Touré, de quien se cumplen 70 años de su nacimiento y tres de su muerte, nunca olvidó sus orígenes humildes, nunca escondió de dónde venía              

Ali Farka Touré posando con su violín

Ali Farka Touré con violín / Dave Peabody, cortesía de World Circuit     

Cuando mirar hacia África no era una tendencia, un cantante y guitarrista originario del quinto país menos desarrollado del planeta logró que muchos se preguntaran, sorprendidos, de dónde vino el blues. Ali Ibrahim Farka Touré (1939-2006) se convirtió en el faro cultural para las nuevas generaciones de artistas africanos. Lejos de construirse un castillo de cristal en la comodidad del exilio europeo, el músico de Malí eligió quedarse en su país, en su pueblo, en su tierra. Ahora, cuando se cumplen setenta años de su nacimiento y tres de su desaparición física, conviene no olvidar la lección emocionante que dejó quien en 1995 se convirtió en el primer músico africano en ganar un premio Grammy.

 

       Ali Ibrahim Touré nació en 1939 en la villa agrícola de Kanau, en la región de Gourma Rarous, situada en la esquina noroeste de Malí, país frontera entre el África magrebí y la vasta extensión subsahariana. Heredero de la ancestral etnia songhai, Ali fue el décimo hijo de un antiguo militar africano que falleció en la lucha francesa contra la invasión nazi. Muy pronto recibió el apodo de Farka, que en el idioma songhai significa “burro”, animal que es símbolo de resistencia en el duro escenario del desértico Sahel. “El primer hijo de mi madre nació en 1922. Fui el décimo hijo, pero los nueve anteriores murieron pronto y a mí, que nací en 1939, me apodaron Farka por haber logrado sobrevivir”, recordó hace diez años, durante la grabación del documental Una visita a Ali Farka Touré.

       Luego, con siete años, su familia se trasladó a Niafunké, pueblo ribereño del Níger situado en las puertas del desierto del Sáhara, a doscientos kilómetros de la mítica Tombuctú. Allí, a partir de 1946, el joven Ali comenzó a trabajar en el campo. “He hecho de todo en mi vida. De niño fui maltratado en las tareas cotidianas. Tenía que cargar un barril lleno con doscientos litros de agua para mezclarla con tierra y fabricar ladrillos de adobe. Tenía que hacer de todo. Si se necesitaba un pescador, ese era mi trabajo; si había que cribar el trigo, de eso me ocupaba yo… y no tenía descanso sino en las horas de las comidas”. De aquel esfuerzo ímprobo, Ali Farka Touré moldeó un carácter fuerte, tozudo. Imbatible. “Todo ese trabajo en el campo hizo de mi la persona que ahora soy”.

Guitarra sin sardinas

       La música apareció detrás de la curiosidad. En Niafunké, cuyo nombre deriva de la corrupción del término original Niafoïdié, que en songhai significa “niños de una misma madre”, el joven Touré comenzó a fijarse en los músicos viejos que vivían en su pueblo. De Ali Harma Diré y Hassan Hamadi aprendió cómo hacer música con instrumentos mínimos, herramientas de pobre. “Con una lata de sardinas fabriqué una pequeña guitarra de una sola cuerda, seguí observando con determinación a los mayores. Y luego empecé a tocar”. Pronto bebería de las tradiciones sonoras de los pueblos songhai, tamashek, peul y dogon, cuyos acervos culturales confluyen en las riberas del río Níger.

       Con el tiempo, Ali Farka Touré ganó autonomía gracias a trabajos en el campo y al empleo de conductor de ambulancias fluviales. También tomó parte como ingeniero de sonido en las emisiones cotidianas de la Radio Nacional de Malí, en cuyos estudios de Bamako encontró la primera oportunidad para grabar sus canciones junto al músico local Boubacar Traoré. Algunas de aquellas sesiones fueron enviadas a París acompañadas por un par de fotografías del músico y se editaron en un disco de vinilo por la compañía Sonodisc, que lo distribuyó en algunas tiendas especializadas de Francia y el Reino Unido. Estaba a punto de producirse el encuentro que iba a marcar la vida del guitarrista del desierto. En 1987, cautivada por ese sonido envolvente, conmovedor, que parecía ser el ancestro del blues, una productora británica se empeñó en localizar al músico africano.

       En Londres, Anne Hunt había fundado junto a Mary Farquharson una pequeña discográfica independiente dedicada a la difusión incipiente de lo que ya se conocía por la etiqueta comercial de world music. Por eso la llamaron World Circuit. Anne Hunt voló a Bamako, donde no encontró mejor manera de intentar localizar al músico de sus sueños que pagar un anuncio radiado en la emisora nacional. En un guiño afortunado que se repetiría hasta el final de sus días, Ali Farka Touré estaba de visita en la capital después de un viaje que lleva dos días desde Niafunké. Y acudió al encuentro de la productora británica. De esa cita salió un primer compromiso para viajar a Europa, presentar su música en los escenarios occidentales y grabar el que sería su primer disco europeo.

Ali Farka Touré sentado en una silla fumando y con una guitarra en las manos, en Niafunké

Ali Farka Touré relajado en Niafunké / Jonass Karlsson, cortesía de World Circuit     

       Grabado en apenas dos tardes en los estudios Fire House y Capital Radio de Londres, Ali Farka Touré, el disco homónimo publicado al año siguiente, era el séptimo álbum que editaba la discográfica World Circuit (antes había sondeado el interés occidental por las músicas latinas con La tremenda, de la venezolana María Rodríguez; y africanas con Sounds of Sudan, de Abdel Gadir Salim), que se completó con una grabación en directo de la canción Amandrai realizada el 5 de octubre de 1987 durante un concierto en el Town and Country Club. En el primer viaje a Londres estaba también otro músico que no tardaría en epatar al público inglés, el intérprete de kora y heredero de una ancestral casta de griots Toumani Diabaté, que siempre defendió la jerarquía de Ali Farka Touré en las músicas africanas. “No sólo fue importante para Malí o para el continente, sino me atrevería a decir que incluso para todo el mundo. En sus canciones, Ali no habló nunca de fiestas ni de bebidas o cosas banales; lo hacía del espíritu de la vida, de los sentimientos y de todos esos asuntos que importan y preocupan a todas las personas”, recordaría Diabaté veinte años después en conversación con este cronista para un reportaje publicado en la revista española Rockdelux.

Estreno en Londres

       En aquel primer viaje a Londres, Ali Farka Touré conoció al productor británico que iba a marcar su carrera musical en las dos décadas siguientes. Nick Gold se hizo cargo de la gestión de World Circuit después de que su fundadora se trasladara a vivir a México. Pronto comprobó que el caudal artístico del guitarrista de Malí era algo fuera de serie. “Me gustaba su música, pero no lo sentí tanto hasta que escuché sus canciones en directo. Me encontré con Ali nada más aterrizar su avión en Londres para aquel primer concierto ante un público que no era africano. Era encantador, abierto y divertido, tenía un increíble concepto de la dignidad. Trabajé con él veinte años y crecimos juntos. Él estuvo con mi familia en Londres y yo estuve con la suya en Niafunké. Conoció a mis padres y yo conocí a los suyos. Tuvimos una relación muy cercana, intensa, aunque a veces tenía que pellizcarme para darme cuenta de que estaba trabajando con Ali Farka Touré”, rememora Nick Gold desde su oficina junto al Támesis.

       De aquella época inicial, afianzada ya con las ediciones de los discos The river (1990) y The source (1992), el productor británico al que el mundo entero conocería años después por el éxito mayúsculo de Buena Vista Social Club recuerda una imborrable lección de honradez. “Su música era cada vez más apreciada y alguna vez temí que Ali se viera tentado por una discográfica con más medios que World Circuit. Un día se lo comenté y él, con la sencilla y directa honestidad que le caracterizaba, simplemente me dijo: “Mientras tú quieras trabajar conmigo, yo trabajaré contigo”. Fue una enorme demostración de fe”. Con Ali Farka Touré se abrieron las puertas africanas para la casa más prestigiosa de las músicas del mundo. “Me ayudó muchísimo en África. Y me decía: ‘Todo lo que necesites en África, pídemelo. Tú estarás protegido en mi tierra’. Y así fue hasta el viaje que hice para asistir a su entierro. Cuando dejé Malí, el hombre que controlaba los pasaportes en el aeropuerto me abrió camino diciéndome que yo era el amigo de Ali Farka. Me sentí muy orgulloso”.

       En lo musical, el guitarrista de Niafunké avanzaba con pasos de gigante. En 1993 se produjo otro momento histórico. Un encuentro entre dos universos sonoros. Ry Cooder, el influyente guitarrista californiano que una vez dijo no a The Rolling Stones, llamó a la discográfica británica para sondear la posibilidad de grabar con Ali Farka Touré. Nick Gold no se lo podía creer: tenía un sueño al alcance de la mano. Un primer encuentro en Londres, apenas una tarde de improvisaciones y complicidad mutua, derivó en el compromiso de intentar hacer algo juntos. En una posterior gira por Estados Unidos, Gold alquiló el estudio preferido del compositor de Paris Texas, llamó al guitarrista Clarence Gatemouth Brown y esperó una respuesta a su invitación en Los Ángeles. Ry Cooder no falló: llegó a los Ocean Way Studios junto al bajista John Patitucci y al percusionista Jim Keltner. En aquellos tres días de septiembre de 1993 se escribió un texto esencial para entender la interacción creciente entre los ritmos occidentales y las tradiciones musicales de África. Talking Timbuktu, el disco editado por World Circuit al año siguiente, despachó medio millón de copias, obtuvo el primer premio Grammy por un artista africano y, he aquí la clave, demostró de una vez la valía del folclore originario del mundo no desarrollado. “Fue un disco fundamental para que el mundo entero reconociera el valor de las músicas tradicionales, y en especial de las africanas”, explica Nick Gold.

Ali Farka Toure, Bassekou Kouyate y Mama Sissoko sentados en el suelo posando con sus instrumentos musicales Ali Farka Toure, Bassekou Kouyate, Mama Sissoko / Chistina Jaspars, cortesía World Circuit

Conciertos en España

       Con las diez canciones de la cosecha californiana, Ali Farka Touré desembarcó en los escenarios españoles para actuar en la primera edición del festival La Mar de Músicas, que cada mes de julio convoca en la ciudad de Cartagena a lo más nutritivo de las músicas étnicas. Su recuerdo no se ha desvanecido a la orilla del Mediterráneo. Francisco Martín es su director: “Ali vino el primer año, en 1995, y actuó ante menos de doscientas personas en el Parque Torres, pero salió muy contento por la experiencia. Después del concierto fuimos a cenar en un restaurante de Cartagena y estuvo encantador, sencillo, pese a que ya era toda una referencia de la música africana. Nos invitó a visitar su país y, gracias al compromiso que adquirió con el festival, nos ayudó a organizar la edición especial que tuvo a Malí como país invitado. Ali Farka Touré nos abrió la puerta para contratar a Toumani Diabaté y a Kandia Kouyaté, cantante que después no ha vuelto a actuar en España. Él era una persona muy inteligente, sencilla y amable, a pesar de que ya era un músico reconocido en todo el mundo. Con todos, y daba igual que fueras el director o un miembro de la organización, se portaba de forma estupenda. Gracias a él, La Mar de Músicas pudo traer luego a Rokia Traoré, a Kasse Mady Diabaté con Taj Mahal y a Oumou Sangaré, que por aquel entonces no era una cantante tan conocida fuera de su continente”. Baaba Maal, que también ha actuado en Cartagena, recuerda al pionero como “uno de los más grandes artistas africanos de todos los tiempos. Escuché su música mucho antes de que fuera famoso en Europa porque trabajaba en la radio de Malí y sus canciones eran conocidas en muchas partes del continente. Él trabajo con orgullo sobre las raíces genuinas del blues, que están en África como ahora todo el mundo sabe. Y luego tuve la enorme fortuna de conocerle personalmente, pude compartir muchos momentos junto a él y a su familia”.

       La labor de embajador musical de África aportó grandes momentos a Ali Farka Touré, pero también desdibujó algo el compromiso con su pueblo, con su país. En 1998, después de valorar que los viajes frecuentes al extranjero estaban causando una separación que no quería, el músico decidió parar y dedicarse a la promoción del desarrollo socio-económico de la región de Niafunké. Aceptó el encargo de su comunidad para convertirse en alcalde y promover una red de regadíos que permitiera cultivar trigo, arroz y frutales en el desértico Malí. Y no hubo quien le hiciera cambiar de opinión. Lejos de seguir el modelo de otros artistas africanos que aprovecharon el éxito comercial de sus canciones para emigrar y vivir con las comodidades europeas, Ali Farka Touré se levantaba temprano cada día para coordinar los trabajos en el campo. “Tenía la confianza de mi pueblo y tuve que hacer lo máximo y trabajar por mi región, por mi país”, explicó en una entrevista realizada por este periodista en Bruselas en 2005. Blindado en este compromiso con su gente, el guitarrista no subió a un avión en cinco años. Era cuestión, entonces, de que la producción de sus discos se trasladara a África. Nick Gold no se quedó quieto: desembarcó en Niafunké junto al ingeniero de sonido Jerry Boys, responsable del sonido añejo, cálido, que caracteriza a las producciones de World Circuit, y entre los tres prepararon las sesiones de grabación de un nuevo disco. Se tituló, claro, Niafunké. Hallaron un viejo edificio de adobe abandonado entre el pueblo y los campos de cultivo, donde se registró un disco que suena genuino, auténtico. El músico lo resumió con la franqueza que siempre le caracterizó: “Niafunké suena más auténtico y más real porque todo ha sido grabado en el lugar al que la música pertenece”.

El blues vuelve a casa

       Similar modelo desarrolló años después el cineasta Martin Scorsese, que eligió la figura de Ali Farka Touré para estructurar el capítulo inicial de una serie de documentales que dedicó a las raíces del blues. En 2003, también en Malí, el guitarrista africano recibió la visita del músico norteamericano de blues Corey Harris para profundizar juntos en las raíces de las músicas negras para el filme Feel like going home, dirigido por Scorsese. Y ante la cámara, Farka Touré no se anduvo por las ramas: “Es que no hay negros americanos, sino negros que viven en América. Es la historia la que nos demuestra que los africanos fueron forzados a abandonar África, pero lo hicieron con su cultura, con su alma, con su corazón, sus dialectos y sus valores étnicos. También llevaron la tradición y la historia, con sus alegrías y desgracias. Todos sabemos lo que pasó: cuando llegaron a la plantación les cambiaron sus mentalidades, así que ahora es raro, muy raro, y también muy difícil que un americano negro pueda rastrear sus raíces y averiguar de dónde viene. Por eso siempre se escuchan esas historias de tristeza de las que se hablaba en los campos de algodón, que es donde está el origen del blues. Porque en África el blues no existe; se dice blues para referirse al doctor o a una enfermedad. Los africanos nunca hemos usado esa palabra para referirnos a la tristeza o a la infelicidad”, indicó dos años después durante la entrevista realizada antes de su regreso a los escenarios en Bélgica.

       En 2004, ya con la enfermedad tocando a la puerta, Ali Farka Touré repitió el modelo africano de producción discográfica. Esta vez en Bamako. Alquiló un amplio salón en el piso alto del Hotel Mandé y registró los que serían sus dos últimos álbumes. Savane fue concebido como emocionante carta de despedida para un hombre que siempre hizo por su pueblo africano todo lo que estuvo al alcance de sus manos (“mi intención siempre ha sido trabajar y cultivar para que mi pueblo pueda ser auto-suficiente y esté alimentado. Porque si tú estás hambriento no puedes pensar en ninguna otra cosa”), y el disco In the heart of the moon, compartido con su amigo el tañedor de kora Toumani Diabaté, dejó una clase magistral sobre la añeja tradición de músicas de cuerdas en Malí. Este trabajo tendrá continuación a principios de 2010, cuando World Circuit publique el último disco conjunto de ambos músicos, Ali & Toumani.

       Afectado por un severo cáncer óseo, Ali Farka Touré se despidió con su bonhomía característica. A última hora, ya con el segundo premio Grammy obtenido por In the heart if the moon, mandó llamar a Salif Keita, de quien se había distanciado años atrás. Se abrazaron y juntos ajustaron cuentas viejas para enseñar al mundo que la reconciliación siempre es posible. Ali Farka Touré dejó marcadas líneas maestras para que los artistas africanos no tengan que emigrar, peleó contra la piratería callejera y defendió los derechos de autor en el mundo no desarrollado desde la editora Mali Music. Porque nunca olvidó sus orígenes humildes, nunca escondió de dónde venía. “Hay cosas en la vida que no debes olvidar y hay otras cosas que estás obligado a olvidar, pero no debes olvidar el trayecto entre el sufrimiento y el éxito. Eso no debes olvidarlo nunca”, señaló en el documental dirigido por Marc Huraux.

       También logró articular Ali Farka Touré un relevo generacional en las músicas de Malí, cuyo testigo luego han recogido con orgullo Bassekou Kouyaté, Afel Bocoum, su hijo Vieux Farka Touré y, quizá lo mejor que nos deja, la figura creciente de la torrencial cantante Oumou Sangaré. Emocionada, su heredera resume sin ambages la vida de una persona irrepetible, de un músico popular imprescindible. “Ali Farka Touré nos regaló el ejemplo de un hombre perfecto, alguien muy sensible con las necesidades de cualquiera, ya fueras humilde o rico. Él siempre era feliz y trataba de transmitir ese sentimiento de alegría a todo el mundo. También me enseñó el valor de la generosidad, su creatividad y su inmenso talento musical. Fue un gran ejemplo para todos los que tuvimos la suerte de conocerle y también para África, sobre todo para nuestros jóvenes. Es el mejor ejemplo que he conocido de lo que debemos ser los africanos. Con su música viajó por todo el mundo, pero nunca perdió sus raíces sociales y culturales, ni su razón de ser como persona, como africano. Y murió feliz por ello”.

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