Anamorfosis

0
805

Llevo un rato mirando la fotografía que tengo de fondo de pantalla. Es una foto mía de hace años, de antes de que me fuese a la universidad. Recuerdo el momento exacto en el que mi madre la sacó, era una de esas tardes de verano del norte, de las de pantalón corto y chaqueta. Y allí estoy yo, sentada en un banco sonriendo a la cámara. No es una foto especialmente bonita, ni me recuerda a un momento especialmente bonito tampoco, pero algo de ella me empuja a tenerla ahí. Quizás porque me recuerda a lo que no quiero ser. Quizás porque me lleva de vuelta a un momento de mi vida en el que no era muy feliz, pero también a los instantes previos a que todo eso cambiase. Cuando la miro veo a una niña que no tiene ni idea de quién es y que cree que tiene que ser lo que los demás esperan de ella. “Sé valiente”, me gustaría decirle, “todo esto dentro de unos años no significará nada”. Supongo que precisamente por esa razón la fotografía está donde está, mirándome cada vez que abro el ordenador, para recordarme que el tiempo pasa y que las cosas no duran para siempre y, sobre todo, para recordarme que, al final, todo se reduce a una cuestión de perspectiva, porque lo que entonces era mi vida, ahora tan solo es un ligero recuerdo de una tarde de verano en el norte.

Nací en otoño de 1997. Desde entonces trato de encontrar mi lugar entre tanto ruido. Estoy hecha de un conjunto de palabras, muchas preguntas y un par de grietas. Colecciono cuadernos en los que escondo frases. Adoro los museos y todas esas cosas que ya no se llevan, como las cartas escritas a mano, el olor de los libros antiguos y los exlibris. He estudiado Filosofía y Derecho. Alguien me dio la maravillosa oportunidad de escribir aquí y pienso aprovecharla.