Como una danza macabra este mes de marzo se ha llevado a dos de mis profesores predilectos de lengua italiana: el músico Lucio Dalla y el escritor Antonio Tabucchi. Dos amores tempranos en esa lenta y peligrosa amistad que tiene la lengua de Dante para los que hemos ido lentamente adentrándonos en sus meandros y sus acentos, en sus dialectos y miserias civiles y verbales.
Aparentemente nada tiene que ver el cantante boloñés con el escritor toscano, salvo que pertenecen a esa generación del dopoguerra. Ambos nacieron en el 43, y en ambos se adivina también ese desolador trayecto comprometido que en distintos escenarios y aulas ambos asumieron hasta que los últimos idus de marzo les segó la vida. Decir que Antonio enseñó portugués en Bolonia y en Bolonia, Dalla (y también Eco) edificaron un mito de ciudad roja, intelectual y feliz en su opulenta gastronomía.
Mi primer fogonazo con Tabucchi fue Donna de Porto Pim, publicada a principios de los ochenta en una pequeña editorial de Palermo, Sellerio, donde encontraron refugio y amor tipográfico los mejores y más puros escritores de ese momento además de los grandes sicilianos como Leonardo Sciascia y Giovanni Verga. Dama de Porto Pim fue un flechazo que me hizo viajar a las Azores y sentir ese aroma oceánico y colonial que respira la narrativa entrecortada como un vaho invernal a tabaco y soledad de Tabucchi.
También su traducción de Fernando Pessoa al italiano, Una sola moltitudine, resulta conmovedora pues Tabucchi no fue sino un viajero perdido y encontrado muchas veces en esos prodigios de la heteronimia. Que sus restos descansen en paz en Lisboa, muy cerca de los del autor de Mensagem, es un colofón triste pero esperanzador en este mundo donde todavía hay escritores que viven hasta la muerte las consecuencias y los apagones de sus vicios y aficiones literarias.
Tabucchi y Lisboa es como un juego del revés (Il gioco del rovescio), como el título de uno de sus libros. Una desaparición en la niebla y en la saudade, una partida de cartas astrales que nunca tendrá fin. Todavía recuerdo la mueca de fastidio de José Saramago cuando en una entrevista a mediados de los 90 le pregunté por ese escritor italiano que se atrevía a crear en portugués dos de las mejores “novelas portuguesas” del fin de siglo: Réquiem y Sostiene Pereira. La mueca de desagrado sirve todavía hoy para hacer valer la repulsa hacia aquel intruso que, amparándose en su amistad de traductor-traidor, lograba ejercer su peculiar devoción y mitomanía: devolver a su autor, devolver al creador de Ricardo Reis y Álvaro de Campos, la inspiración viajera, la pista literaria que le había siempre hechizado como a un alumno aventajado.
¿No son acaso muchos los hijos de Rimbaud, Joyce y Kafka? Nadie como Tabucchi sin embargo ha logrado consumar el juego del extranjero: escribir en otra patria distinta, morir al lado de su padre literario.
Confieso que desde prácticamente esas novelas portuguesas, a la que añadiré La cabeza perdida de Damasceno Monteiro, perdí un poco la pista de Antonio, pero siempre recordaré como un estremecimiento aquella llegada al mercado italiano de un nuevo título suyo cuando ya su dimensión se hizo más grande y más comercial y pasó de Sellerio y de las dulzuras de la periferia al encuentro con un público grande y exigente como es normal en un autor de la escudería Feltrinelli. Por ahí andan, algunos dedicados, títulos que todavía me hacen suspirar en su brevedad y su ironía, en su fondo amargo de café lisboeta como Il filo dell´orizzonte o los inolvidable cuentos de Piccoli equivoci senza importanza.
Aquel Tabucchi todavía italiano, todavía aprendiz de brujo lisboeta, me sigue guiando. Él fue también, a su modo, un eterno viajero: el que perdió los trenes de Madrás y vio surcar los cargueros de Génova, el que luego recuperó sus muebles y sus trajes en una consigna de la estación de Santa Apolonia, allí donde las sacas de correo contienen múltiples fados todavía por cantar en una taberna sin nombre de Alfama.
Marzo nos ha dejado sin Dalla y Antonio. El primero reposa en Montreux y el segundo en Lisboa.
Ramón Reboiras es periodista y escritor. Fue jefe de la sección de cultura del diario El Independiente, director de Cinemanía y redactor jefe de Rolling Stone. Actualmente es columnista en la edición gallega de El País y dirige la nueva revista de viajes Orizon. Ha publicado novelas como Corazonada o El guardián de las ruinas. En Periférica acaba de publicar Visita a un extraño. En FronteraD mantiene el blog El método Chygrinski