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Mientras tanto‘Ballet to Broadway: Wheeldon Works’, un ballet clásico contemporáneo

‘Ballet to Broadway: Wheeldon Works’, un ballet clásico contemporáneo


Cartel de Ballet to Broadway - Wheeldon Works, el nuevo programa de la Royal Ballet
Cartel de ‘Ballet to Broadway: Wheeldon Works’, el nuevo programa de la Royal Ballet

Para aquellas personas interesadas en la danza pero que no sepan quién es Christopher Wheeldon, el coreógrafo que celebra Ballet to Broadway: Wheeldon Works, el nuevo programa del Royal Ballet, hay que contarles que tiene un carrerón. Y que esa carrera le ha llevado, no solo al Royal Ballet, sino a coreografiar para los musicales del West End en Londres y para Broadway. Lugares donde ha tenido grandes reconocimientos, entre otros el premio Oliver a la mejor coreografía por MJ The Musical. Un musical que celebra a Michael Jackson, que tampoco se quedaba manco (¿o en estos casos se dice cojo?) en esto de bailar.

Wheeldon practica lo que se llama danza contemporánea. Lo que significa que huye de las escenografías palaciegas y de princesas y que muchos de sus movimientos son más geométricos y acrobáticos. Como deja a un lado los tutus, para apostar por trajes que tampoco es que abandonen la ligereza de las gasas.

El programa que presenta el Royal Ballet, que se podrá ver en directo en cines españoles el 22 de mayo, presenta cuatro de sus coreografías. En las que, a pesar de la contemporaneidad, las puntas siguen estando en escena. Aunque es cierto, que desaparecen los tutús, los ambientes palaciegos, y predominan los espacios vacíos o abstractos.

Con estos mimbres, la primera de las piezas presentada, Fool’s Paradise, sorprende por la calidad de los bailarines de esta compañía, como suele ser habitual. Una pieza inicialmente creada para su propia compañía, Morphose, y que posteriormente el Royal Ballet bailó en 2011. Quizás por eso no hay un gran cuerpo de baile. Y el elenco no es muy grande, para lo que una compañía como la royal se puede permitir.

Piezas que tiene tres partes bien diferenciadas. Y, a pesar de resultar de la colaboración estrecha que Wheeldon tiene con Joby Talbot, el compositor de la música, la segunda, la intermedia, no acaba de funcionar. La música y el baile no parecen sincronizados y la sinestesia entre lo visto y lo oído no resulta.

Con la segunda pieza, The Two of Us, en la que la orquesta se sube al escenario, y, a la manera de la London Symphonie Orchestra, recrea de forma sinfónica tres canciones de la cantautora canadiense Joni Mitchell, cantadas por la también cantautora Julia Fordham. Traslación en la que se perdió el encanto de la Mitchell.

Esta coreografía permitía ver en toda su plenitud el choque entre el clásico y el contemporáneo. En el sentido de quien sabe acomodar los paso clásicos y contemporáneos y hacer de ellos un continuum, el caso de la bailarina Lauren Cuthbertson, y el clásico chocando con el contemporáneo, el caso del Calvin Richardson. De tal manera que el solo de la primera resultaban ligeros, livianos, agradables de ver y daban ganas de bailar. Mientras que los del segundo, tenían algo de robóticos, de poca fluidez. Y en los pasos a dos, las formas y maneras de ella hacían volar la pieza, la dotaban de ligereza. Por eso la percepción se movía entre el entusiasmo por el baile y el desinterés por el mismo. Ganando el primero cuando se evalúa en conjunto.

Nada que ver con Us, la tercera pieza. Un paso a dos de hombres que bailan en limitado cuadrado que se ilumina en el escenario. La delicadeza y la fluidez con la que se cogen, se recogen, se tocan y se sostienen los dos bailarines que la protagonizan atrae las miradas y el espíritu del público. A la que contribuye la música de Keaton Henson. Un artista ecléctico que se mueve entre el indie y la música clásica contemporánea, lo que le da una libertad musical que se recoge de forma natural con la forma libre de bailar. Una pieza que sin tener nada espectacular, pues todo es tremendamente sencillo, es capaz de atrapar al público de una manera tan excepcional que cuando acaba provoca un gran, largo y espontáneo aplauso.

Pieza que prepara para la última de la noche, Un americano en París con música de Gershwin. Aquí sí, el Royal Ballet hecha el resto. Por cuerpo de baile que no falte, aunque no es una cuestión de poner, sino de hacerlo con el número de bailarines justo y necesario. Y, también llenarlo del color y la alegría que tiene la pieza.

De nuevo, partiendo de la calidad de base que tiene este ballet, es la bailarina solista la que destaca, Anna Rose O’Sullivan. Vestida de negro a la moda existencialista, como su compañero, se mueven, ya sea entre el conjunto, en sus solos o en sus pasos a dos, como peces en el agua. Pero ella es la que se lleva el ojo al agua, perdón, al escenario.

Aunque se faltaría a la verdad, si no se destacase que se trata de un trabajo de conjunto. En el sentido de que no se disfrutaría viendo a los dos protagonistas bailando sin el color, la alegría y la vida con la que el baile del cuerpo de baile llena el escenario y se mueve dentro de una escenografía también colorida. Un uso del color en los trajes y en la escenografía que no se sabe muy bien si hace honor a las pinturas geométicas de Mondrian o a las del matrimonio Delaunay.

En cualquier caso, lo que sí recoge esta coreografía es la felicidad que se encuentra en la música de Gershwin. Y la que provoca, al menos en la ficción, el amor en primavera. Y que se podía ver en la producción original.

También permite ver la maestría adquirida por Wheeldon desde sus primeros trabajos a estos de mayor complejidad musical y coreográfica, por el número de bailarines y pasos que hay que crear para todos ellos. Y se entiende porque es un coreógrafo que ha superado el ámbito del ballet para el ballet para ser un profesional demandado para poner baile al teatro, a los musicales en West End de Londres o Broadway. No lo olviden, para comprobarlo pueden verlo en sus cines el 22 de mayo de este año.

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