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Mientras tantoCaminos de hierro (boceto 1): Teruel-Alcañiz

Caminos de hierro (boceto 1): Teruel-Alcañiz


 

Aquí no hay vía verde. Solo un camino de tierra en algunas partes del trazado. Los túneles son en su inmensa mayoría obstáculos totalmente insalvables. No se puede saber lo que te vas a encontrar dentro (un derrumbe, una balsa de agua, miles de murciélagos que saldrán volando en estampida…) y hay que ser muy valiente para meterse dentro. Hablo de largos túneles, de incluso varios kilómetros, en la más completa oscuridad, por los que hace muchos años que no ha pasado nadie. Este ferrocarril está muy olvidado, y ha tenido muy mala suerte, tan mala suerte que nunca se llegó a terminar. Las estaciones o están completamente abandonadas o solo sirven como almacén para el forraje que los rebaños. En dos de ellas me encuentro al mismo pastor, que es el único que parece sacarles algún provecho. La única estación que ha sido recuperada es la estación de Perales de Alfambra, que se reconvirtió muy recientemente en un albergue y complejo deportivo-cultural. No sé si se habrá llegado a usar para tal fin, pero he podido ver la estación terminada (incluida una piscina cubierta en lo que era el almacén) y es una obra fantástica.

Y aquí me detengo un momento, porque quiero citar un extracto de un libro que leí hace muchos años y que llegó a mí por pura casualidad. Un día en un librería de segunda mano me llamó la atención un título: “Del Cantábrico al Mediterráneo: un viaje a pie por lo caminos de hierro de la península”. Naturalmente, ese libro se vino a casa y me lo empecé a leer con bastante alegría y sorpresa, porque efectivamente se trataba de eso, de ponerse a andar siguiendo la huella de viejos ferrocarriles desaparecidos, y de ir empalmando un ferrocarril con otro (con algún inevitable espacio en blanco en medio) hasta cruzar el país. ¡Vaya aventura! El libro se publicó en 1992, mucho antes de que se pusieran de moda las famosas “Vías verdes” y su autor es J. I. Miguel Amóztegui. Este libro supongo que hoy no se podrá encontrar en ningún lugar y fue una verdadera suerte que yo me tropezara con él tan inesperadamente. Cuando lo terminé de leer, me dije que algún día me gustaría hacer lo mismo que el autor, que cogería una mochila y me pondría a andar como un explorador o un aventurero, que no sabe bien lo que se va a encontrar y que por no saber no sabe ni siquiera si va a poder terminar cada etapa diaria.

El texto que os quiero citar se refiere a sus andanzas por estas tierras. Así, cuando llega a los túneles del puerto de Sant Just, escribe:

El primer túnel presenta derrumbes en su bóveda, que son superables sin más; pasando sobre una incómoda zona de matorral, llegaremos pronto al segundo túnel y esto es ya otro historia. El segundo subterráneo se presenta negro como la boca del infierno y penetra en las entrañas de la tierra mediante un trazado en curva; pero la pega se encuentra en que se halla inundado. Por tanto nos hallaremos en la disyuntiva de o bien atravesarlo descalzándonos o bien seguir al aire libre y buscar el camino del puerto.

Si optamos por aventurarnos al interior del inquietante agujero que traspasa el macizo, es obligatorio decir que, dada su trayectoria en curva, desaparecerá al poco la boca de entrada y todo quedará en tinieblas; el agua por otro lado, es muy fría. La experiencia de atravesar estas galerías subterráneas abandonadas, donde la oscuridad es total, la ausencia de sonidos es inquietante y un sentimiento de claustrofobia se apodera poco a poco de uno, es en ocasiones bastante dura. Pero si perseveramos, el túnel abierto en las profundidades de la sierra tiene salida al otro lado,; además cerca de la boca contraria el agua desaparece y caminaremos sobre seco. Una vez fuera, respirando el aire puro de la libertad en el campo abierto, uno se sentirá pletórico mientras pone a secar sus pies al sol mañanero. Eso llevará a recordar a Oscar Wilde, que decía que todo es peligroso. Pero que de no ser así, no valdría la pena vivir.

En uno de mis viajes en coche, aparqué en una zona de descanso que hay un poco más abajo, en medio de la subida al puerto, y me lancé a andar por los matorrales hasta que encontré los restos de la explanada de la vía, la seguí hasta la entrada del túnel en curva que cita el autor, justo por debajo del puerto, y confieso que la miré desde fuera pero no me atreví a traspasarla. La excusa que me di es que no tenía tiempo para ello, pero la verdad es que no sabía lo que me iba a encontrar dentro, y lo que sabía (el agua fría, por ejemplo) no prometía nada bueno. De manera que me contenté con hacer algunas fotos y luego volví al coche y continué mi camino.

Quede claro que a mí me gusta mucho andar por las vías, o por donde estaban los railes, pero para eso hace falta tiempo, buena forma física y un gran espíritu aventurero. Si falla algo de todo esto, al final te queda el coche… Es una pena, pero así son las cosas. Para seguir este ferrocarril hay que tirar del coche. Si te pones a andar al poco rato te encuentras con un barranco en el que falta el puente, con un túnel que es un muro negro y siniestro o con una trinchera tan llena de charcos y de maleza que es imposible andar por dentro y te obliga a salir fuera y meterte en los campos o en el monte. Hasta Cañada Vellida el ferrocarril subía por el valle del Alfambra más o menos en paralelo a la carretera nacional. Viniendo desde Teruel la subida es suave pero constante hasta llegar al puerto del Esquinazo, que obligó a la construcción de un túnel de dos kilómetros. Luego, casi al momento, nos tropezamos con otro puerto aún peor, el de Sant Just, y la historia se repite. Pero el túnel es lo de menos, el verdadero problema es que de repente nos tropezamos con un escalón geológico enorme, desde un páramo situado a más de 1300 metros tenemos que bajar a un valle que está a menos de 400. El tren no tiene más remedio que agarrarse a la ladera de la sierra y lanzarse contra las colinas con una serie enorme de pequeños túneles, mientras va descendiendo hacia el lejano destino final, tan lejano que nunca llegó a alcanzarlo, como ya he dicho antes.

En algún punto el trazado del ferrocarril desaparece de las montañas y de los mapas, se hunde en la tierra (o es tragado por ella) y luego vuelve a reaparecer, misteriosamente, en las cercanías de Alcorisa, a la altura de Andorra y su central térmica. Estamos en un lugar muy despoblado, muy agreste, muy alejado de todo, y aún tenemos que atravesar algunas pequeñas sierras hasta que finalmente lleguemos al amplio valle donde se sitúa Alcañiz. ¿Porqué no se terminó este ferrocarril? Algunas estaciones no se llegaron a construir, ni tampoco muchos túneles ni puentes. Pese a todo desde Foz-Calanda hasta Alcañiz tenemos todo el trazado completo, convertido a ratos en un camino rural. Aquí no hay túneles ni puentes y el tren podría recuperarse del susto que ha supuesto bajar las sierras de Teruel y podría ganar velocidad en una serie de largas rectas mientras se vuelve a reencontrar con la carretera nacional. Como he dicho ni aquí ni en ninguna otra parte del proyecto se llegaron a colocar los railes. Un montón de dinero tirado a la basura. Y no solo el dinero sino también la ilusión, el esfuerzo, el trabajo y la esperanza de mucha gente. Todo para nada.

Para consolarse un poco, o para curarse de tanta sensación de abandono, vale la pena a la vuelta hacia Teruel detenerse en Utrillas y ver las pequeñas vías del tren minero que se ha recuperado como tren turístico, un tren que ha vuelto a nacer gracias al interés, al tiempo, al esfuerzo y al dinero de un grupo de voluntarios, y que poco a poco ha ido teniendo la fama y la ayuda que se merece. No circula todos los fines de semana, pero cuando lo hace es gratuito y además lo hace con una locomotora de vapor, y no con cualquier locomotora, sino una de las originales de este ferrocarril que ha sido restaurada con mucho cuidado y respeto. ¿Qué más se puede pedir?

 

 

 

 

 

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