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Mientras tantoCumplir metas (la secta)

Cumplir metas (la secta)

Contar lo que no puedo contar   el blog de Joaquín Campos

 

La primera vez que me preocupé por una lista fue cuando descubrí que sólo había leído cuatro o cinco libros entre los supuestos cien mejores que editó en su día el Club del Libro Noruego, donde salen, a modo de popurrí progre, autores –y autoras– de medio mundo que se expresan en numerosas lenguas cuando demasiados siglos han sido, por esparcir, tenidos en cuenta. En su día –hace un par de años– corroboré que sólo había leído: ‘El extranjero’ de Camus, ‘Hambre’ de Knut Hamsun, ‘Lolita’ de Nabokov y ‘1984’ de Orwell. Tras aquella pequeña hecatombe devoré a Kafka, me emocioné con ‘Zorba, el griego’ de Kazantzakis ­–gracias, Adrián–, hice lo propio con ‘Madame Bovary’ de Flaubert, cuando ‘El ruido y la furia’ de Faulkner y ‘Ulises’ de Joyce me resultaron tiernamente insoportables, además de incomprensibles. Y sí, mientras espero a hincarle el diente a ‘Cien años de soledad’ –no lo he leído, ¿pasa algo?– me entretengo con Machado y su ‘Juan de Mairena’, cuando en esa lista de los demonios –como en todas las listas que creen preciarse–, de la que creí sentirme culpable por no haberla seguido al dedillo, no aparece Mishima, tampoco Oé, siquiera Pío Baroja, o al menos, ‘Niebla’ de Unamuno. De Pessoa, premiado por los del Club del Libro Noruego, leí otra obra que la reseñada, así como de otros autores.

 

Nunca volví a prestar atención a aquel episodio de mi vida hasta que hace unos minutos otro medio a tener en cuenta (Quartz) nos dice cuáles son las ciudades más populares del planeta, en otra bandurria destinada a envilecernos, si es que no hemos salido de Parla, o a sentirnos como Narciso, si se produjera el caso estrictamente contrario: que cabalgamos por el mundo como si viajáramos subvencionados. Pues bien, en esa maldita lista adornada –para aumentar el ego del lector– por el dato de los millones de personas que las visitan, salen unas cuantas en las que sí que he estado. Exactamente, y porcentualmente, muchas más que supuestos mejores libros de la historia he leído. Porque sin haber estado en la líder, Londres, me salen 14 entre las 20 primeras. Que si fuera porcentaje de triples en un partido con importancia habría sido portada de todos y cada uno de los medios especializados. Pero, ¿acaso me siento más realizado por esta idiotez siempre asociada a las tarjetas Visa que el banco te obliga a utilizar, y luego, a pagar en recibos engordados tantas veces con una excusa ultra infantil: que te regalen una vajilla o un juego de sábanas, cuando no es, simplemente, un juego de plumas con el logo del banco serigrafiado, que nunca, absolutamente nunca, utilizas?

 

Pues bien, teniendo en cuenta que las listas las hacen los que nos obligan a consumir –la anteriormente despellejada fue concebida por editoriales, librerías, medios y centros comerciales–, ésta debió ser generada por las agencias de viajes, los consorcios aeroportuarios, las líneas aéreas, las compañías navieras, ¡hasta las de autobuses!, y esencialmente, por los gobiernos caducos que buscan la manera de seguir atados al estrado, vacilando de ciudad como la madre engorda de orgullo por su hijo, sea éste retrasado o no.

 

Y sí, me falta Ulán Bator como Nietzsche en la otra, además de Teherán sin haber estado o Marrakech, qué cojones.

 

Sorprende como la globalización dictada por Occidente y aceptada por Oriente, cuando potencias de ambos lados quieren volver a la Luna o posar sus posaderas en Marte, se emocionan aún con estos chistes entre catetos y postreros, en un mundo donde ya estamos hartos de Murakami y de hacernos la fotito de marras en una Gran Muralla que en su santa vida la vio nadie desde el espacio interestelar, aunque como leyenda urbana quede de cojones.

 

 

Joaquín Campos, 09/06/15, Phnom Penh. 

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