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Mientras tantoDe mi Diario / Semana 40 / 2015

De mi Diario / Semana 40 / 2015


 

Weiß/Colonia, 27.9.

Llamo a Rebeca para felicitarla en su cumpleaños. 48 ya, «¡Madre de Dios, y abogada nuestra!», como decía la abuela Remedios. Pienso, de mí, que no es que envejezcamos: son nuestros hijos quienes, empeñándose en cumplir años, nos hacen viejos. No digamos ya nuestros nietos.

 

Dedico todo el día, prácticamente, al borrador del artículo sobre Arthur Miller. Es un material tan abundante que el problema consiste en seleccionar sólo un sector para por lo menos poderlo iluminar a giorno. Me decidí por los estrenos de La muerte de un viajante en Filadelfia y Pekín, creo que fue una buena decisión y que el resultado puede resultar sorprendente para muchísimos lectores. Y además me avivó las ganas de releer las memorias de don Arturo.

 

En el programa dominical dedicado en el canal Arte a las cocinas regionales pasaron hoy uno sobre la Marca italiana, con el matrimonio Leoni, cuya empresa familiar es una manufactura de calzado. Me retrotrajo a los tiempos de la fábrica de mi padre, que además también se llamaba así, “Manufacturas Bada”, conservo papel de cartas de ella, con el dibujo del edificio en el membrete. Volví a oler las pieles, los cueros para las suelas, el cáñamo para el cosido de esas suelas, la cera para lustrarlas; volví a ver a mi tío Laureano con las plantillas de los zapatos en sus manos hábiles para dibujar sus perfiles sobre las pieles y aprovecharlas al máximo; volví a ver a las aparadoras cosiendo, a Rafael el Cojo batiendo records impresionantes de claveteado de las suelas (se metía un puñado de puntillas en la boca y las iba escupiendo una a una sobre el borde de las suelas casi simultáneamente con el martillazo con que las clavaba); volví a ver a mi padre dictándome la correspondencia: «Señor don Rafael Hurtado punto y aparte Sevilla punto y aparte. Muy señor mío», una pausa mínima y añadía: «coma y estimado amigo dos puntos». Volví a ser un muchacho de Huelva que ni siquiera soñaba que un día se iría para no volver.

 

Weiß/Colonia, 28.9.

Incluyendo el felpudo ante la puerta y dos esterillas en el balcón, detecto en este apartamento 18 alfombras, alfombrillas y moquetas, lo que significa casi 36 posibilidades de tropezar con uno de sus bordes y caer al suelo y, a nuestra edad, romperse cualquier hueso. Digo casi 36 porque en mi cuarto de trabajo la alfombra llega hasta debajo de la ventana, y para tropezar con ese borde habría que ser más desgraciao que el Pupas, que se cayó de espaldas y se partió la picha. Ahora entiendo mejor el informe de las compañías de seguros acerca de la terrorífica morbilidad entre las cuatro paredes del jom suít jom. Alabado sea el santísimo sacramento del altar.

 

En la esquina izquierda de la fachada de la casa recién construida al otro lado de la calle, hay un letrero negro rectangular, y en él, con letras y números en blanco, sus coordenadas cartográficas, latitud N 50º 52’ 38,0”, longitud E 07º 01’ 40,1”. Llamo a Carlitos y le pido que venga mañana con la cámara y la fotografíe, es un detalle simpático, y útil, ya que viviendo al otro lado de la calle, y enfrente, son nuestras mismas coordenadas, cambiando sólo, tal vez, ± 40,0” al Este.

 

En el canal Arte, esta semana y la siguiente, de lunes a viernes, reportajes sobre la vida silvestre en Francia, la versión francesa en la voz de Sophie Marceau, la alemana en la de Senta Berger, Y hoy, al terminar, pasan El tercer hombre y la veo como si fuese la primera vez, siendo ya, por lo menos, la enésima. Lo que creo que nunca registré por escrito es que el tema instrumental en la escena donde Joseph Cotten está solo en el bar, observado por las mujeres, es el de la canción “Managua Nicaragua, donde yo me enamoré”. Siempre lo tarareo con la banda sonora.

 

Mi deuda estherna me anuncia que viaja a Copenhague, para unas jornadas sobre literatura latinoamericana, y le comento que yo debo de ser una de las personas que más y mejor conocen esa literatura, pero jamás me invitan a ningún evento como ese, ¿y por qué?, por la congruente y tácita descalificación que supone el hecho de que soy español. La madre que los parió.

 

Weiß/Colonia, 29.9.

0:55 am : Tango libre es una peli belga disfrazada de coproducción francobelgaluxemburguesa. A mí las pelis belgas me gustan mucho porque me hacen entender a cabalidad la razón que le asistía a Aldous Huxley, cuya esposa era flamenca, cuando hablaba de la coprofilia de ese país. Sé que no es así, pero hablo de lo que parece: la diferencia entre una peli francesa y una belga, si las dos tratan del mismo asunto, es que en la belga todo es mierda. Y además de una manera de lo más morbosa, casi se diría que se relamen con ella. Y hasta puede que lo hagan. ¡Flandes! Basta recordar todo lo que Jacques Brel relató en sus chansons acerca de sus compatriotas.

 

Espaguetis con pescado en La Modicana. Antes, la camarera persa trae un plato suplementario que coloca en el centro de la mesa. Le pregunto: «¿Es para las espinas?» Se echa a reír y me dice que es para las valvas de los mejillones. «Pero entonces no son espaguetis con pescao, sino con algo más», le digo. Y va y se lo cuenta a la signora y las dos se mueren de la risa. Era una sorpresa.

 

Pepe Baena, bendito sea, se entera de que ando buscando un buen soneto con estrambote que no sea el proverbial de Cervantes («Y luego, in continente, / caló el chapeo, requirió la espada, / miró al soslayo, fuese y no hubo nada»), y me manda uno, nada menos que de Camões, uno de mis grandes amores. Le escribo inmediatamente: «Gracias mil y una por el soneto de Camões,  que me ha hecho recordar el que le dedicó Borges, supongo que lo conoces. Curiosamente le dedica un soneto a la inglesa. Pero Borges solía componerlos, no hay ninguna ironía (creo) en que también lo haya hecho para cantar a Camõoes. Yo a don Luis lo conocí temprano porque de niño me fascinaba oír Radio Lisboa, hasta el punto de que el portugués terminó siendo mi segunda lengua (pasiva). Sobre todo gracias al senhor Vasconcellos, un terrateniente portugués con muchas tierras por el Andévalo, casado con una paisana nuestra y cuyo hijo terminó el bachillerato conmigo, Cuando el padre se enteró de lo mucho que me gustaba su idioma, que ni su hijo ni su hija hablaban (aunque lo entendían, es decir, lo mismo que yo), empezó a prestarme libros, más que todo de Miguel Torga, su poeta favorito, pero también de Pessoa, Herculano, Guerra JunqueiroUn buen día supo que mi cumpleaños era el 10 de junio, me dijo que ese era el día de la muerte de Camões y me regaló un ejemplar de Os Lusiadas. Lo devoré apasionado, cosa que no me había sucedido con el Poema del Cid. Quizás porque en él falta el mar, no lo sé. Sea como fuere, este soneto con estrambote que me mandas me resuelve el problema de no tener que recurrir al requetecontrafamoso de Cervantes y te lo agradezco aún más porque me obliga a desempolvar mis armas de aproximador del portugués».

 

Weiß/Colonia, 30.9.

Me llega con el correo el catálogo trimestral de la Büchergilde Gutenberg, la editorial de los sindicatos, de la que soy socio desde hace añares. Lo repaso atento porque me suele desasnar bastante, pero esta vez tropiezo con un gazapo del copón. Siguiendo una costumbre editorial alemana, se especifica claramente de qué idioma se ha hecho la traducción, y así por ejemplo en una novela de Ángeles diría «Traducido del español mexicano por Monika López». Pues bien, en este catálogo anuncian una nueva edición de Brave New World, de Huxley, ¡«traducida del inglés americano»! ¡Pobre Huxley, ex alumno de Eton y Oxford, más inglés que el porridge!

 

Carlitos me manda escaneada mi foto donde estoy parado y con la mirada semihosca, para nada sonriente, «Ricardito a los 26 meses» (según documenta la letra inconfundible de mi madre en el borde inferior). Y de repente me doy cuenta, al cabo de los miles de años, ¡el estampado de mi traje es una alusión al número perfecto de Pitágoras, el 10, la suma de los primeros cuatro!:


 

 

Buscando un enlace para un hipervínculo descubro el de la peli Les uns et les autres de Claude Lelouch. Y entro en el túnel del tiempo. En el verano de 1981, 1982, Montse estaba embutida en un corsé de yeso, desde las axilas a las caderas, por mor de la escoliosis de su columna vertebral [«escoliosis de su columna vertebral» es un pleonasmo del tamaño de la catedral de Sevilla], un daño genético en los Badas. Con ese hándicap era impensable que pasara el verano en Huelva, con sus hermanos, así es que Diny se fue con Rebeca y Chico, a Punta Umbría, y Montse y yo nos quedamos en Utrecht, en la casita que entonces poseía Willy, quien también se marchó de vacaciones al sur. Fueron dos semanas muy lindas las que pasamos juntos Montse y yo, incluso por la suerte que tuvimos al ir a Ámsterdam y llegar a la casa de Anna Frank un día milagroso en que no había colas. La cara de Montse, en la foto que le hice, entrando al piso secreto oculto por la librería, podría ser la cara de Anna abandonando ese refugio, custodiada por la Gestapo. Pero el momento cumbre de nuestras vacaciones fue el estreno en Utrecht de la peli de Lalouch, con ese final impresionante de Jorge Donn bailando el “Bolero” de Ravel al pie de la torre Eiffel en la coreografía de Maurice Béjart. Salimos del cine medio en trance. Como me he quedado ahora tras volver a vivir la emoción de la peli, al cabo de más de treinta años.

 

Weiß/Colonia, 1.10.

0:15 am : Happy Valley, la 1.ª temporada llegó a su fin, sólo que tendré que comprar el álbum porque al llegar Diny, de vuelta de Ámsterdam, justo cuando estaba por terminar el penúltimo episodio, me dejó sin ese final y sin el principio del último. Pero valdrá la pena comprarlo.

 

Como para resarcirme del desaguisado de anoche con Happy Valley, llega Diny a mi cuarto y me pregunta por qué no señalé en la revista de la programación de TV la serie noruega Testigos Oculares, en seis capítulos de los que tres pasaron el miércoles pasado y los tres últimos los van a pasar hoy. Dejo lo que tengo entre manos y con la ayuda del resumen que encabeza el episodio cuarto creo que logré reconstruir los tres primeros. Es buena, como suelen serlo por lo general las escandinavas, pero le resta fuerza el que sepamos desde el 5.º episodio quién es el asesino.

 

Weiß/Colonia, 2.10.

0:30 am : En el canal Arte un hermoso, un entrañable documental dedicado a Penderecki, mi favorito entre los compositores vivos. Casi me echo a llorar cuando confiesa que estaba metido de hoz y de coz en la partitura de su Missa brevis, y en el momento de enterarse del nacimiento de su nieta se le ocurrió el “Benedictus” como una especie de «¡Bendita seas!» Y poco antes de terminar el documental, ese momento beethoveniano en el que dice que no quiere morirse sin haber terminado su ciclo de sinfonías: «Deseo que sean nueve, me quedan dos por componer». ¡Dios mío, que no se nos muera sin haberlas compuesto! Y que yo pueda oírlas. Amén.

 

Un tuit mío en la cuenta de Javier, en Alcalá de Bañares, como bauticé al lugar donde vive :

 

Termino de releer la correspondencia entre Hannah Arendt y Mary McCarthy. Ojalá viva un par de años más para releerla todavía más demoradamente de lo que fue ahora. Ese epistolario es un tesoro. Y por momentos mucho más emocionante que una novela. Igual que anoche oyendo la voz de Penderecki, casi me echo a llorar hoy al llegar a la penúltima página y leer las palabras que Mary le dedica a su amiga en el homenaje fúnebre que se le rindió en Nueva York el día de su entierro: «Fascinante, seductora, femenina, […] con sus ojos tan brillantes y chispeantes, como estrellas, cuando estaba feliz o excitada, pero también profundos, oscuros, en éxtasis, agua mansa del fuero más íntimo, […] alguien que había oído una voz como aquella que le habló a los profetas, […] una grandiosa diva teatral, y eso significa una diosa, […] una discípula de Tespis que representaba un drama del espíritu, ese diálogo entre uno y uno mismo al que tantas veces se refirió en sus escritos. Cuando la veíamos enmarcada en el arco del proscenio no estábamos muy lejos de los orígenes sagrados del teatro». Chapeau, Mary! (¡Saber escribir así, poder transmitir así, poder saber emocionar sin proponérselo, sino por la propia emoción!)


Weiß/Colonia, 3.10.

Me escribe Claudia desde Londres y se despide con «Abrazos desde el Támesis». Le contesto: «»Támesis» es una palabra que siempre me ha fascinado. Desde que la vi la primera vez en mi vida, no se me olvida, allá por 1947, 1948, yo era todavía un adolescente: fue en el escaparate de la librería de Almacenes Arcos, en la calle Bocas, en Huelva, en la portada de un libro de cuentos de Somerset Maugham, que se tituló en español A orillas del Támesis. No es un título del autor sino creado por la editorial española que lo publicó. Un raro acierto, sólo superado por la editorial que Ungeduld des Herzens (Impaciencia del corazón), de Stefan Zweig, publicó en español como La piedad peligrosa, bastante mejor y más entonado con el tema que el original. Vale, con un beso, y hasta la próxima modicaneada. Ah, y saludos al Big Ben».


11:30 pm : Vuelta a casa en taxi porque hubiésemos tenido que esperar casi ½ hora en la parada de Rodenkirchen, de regreso de la fiesta epitalámica de Katya y Ritch. Y fue bueno hacerlo así porque al tener que detenernos en el primer semáforo hice un comentario accidental acerca del color rojo y entré en una plática política con el taxista, coloniense hasta la médula, en la que nos pusimos de acuerdo, sobre todo en aquello que se atribuye a Voltaire: «Pienso distinto que usté, pero estoy dispuesto a morir defendiendo su derecho a pensar distinto que yo». El taxista: «No sé quién fue ese Herr Boltär, pero sin lugar a dudas era un sabio». Antivolterianos, tomen nota.


************FIN************

 

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