
Weiß/Colonia, 22.11.
3:00 am: Para quienes amamos la incorrección política y/o somos políticamente incorrectos, las dos pelis de OSS 117 resultan una bendición del cielo. “¡No todos los alemanes son nazis!”, “Conozo esa teoría”, responde OSS117, la sátira/parodia francesa de 007.
Comemos en Taormina, Ulli & Carlitos, Diny & yo. Ulli pide una exquisitez, crespelle rellenas de espinacas en una salsa Aurora, un plato que cuando se lo traen me ha hecho recordar el del almuerzo en el restaurante del bosque cercano a París donde tenían su retiro François Wahl y Severo Sarduy, pareja encantadora: yo pedí filete de trucha ahumada en salsa de brócoli, y al destapar el camarero el plato frente a mí, Severo quedó como yo en éxtasis contemplando aquel portento de sencillez y elegancia, me agarró el codo y me dijo: «Ricardo, una obra de arte no se come». Lo mismo hubiera yo podido decirle a Ulli. Por su parte Diny dio buena cuenta de ½ docena de costillas de cordero, y Carlitos y yo de una sustanciosa sopa de pescado, a la que no le pongo otro reparo sino haberla servido en unos platos que hacían poco menos que imposible la succión del caldo. Se lo dije al cocinero, que lo que es de recibo para el caldo es el cuenco. Lo de tomarse el caldo del plato sin pasar por la cuchara, mi abuela Remedios lo reprobaba como falta de educación diciendo que era comer «como el Pinchauvas». ¿Quién sería ese personaje?
Me caen de nuevo emails lamentando que no les llegó el envío de mi diario (Gmail.com vuelve a las andadas), pero todo lo doy por bien empleado al recibir este otro que la gran Clodia Pulcher me escribe desde Montevideo: «Llevo dos semanas leyendo tu bitácora en la web de FronteraD. No me van a privar de leerte ni Zuckerberg ni el Estado Islámico. Adelante con los faroles». ¡Mi querida Clodia Pulcher! Esta es la clase de lectores que un escribidor se desea.
[El miércoles 25, de mañana, abro un email de mi fiel Fabio, en San Marcos/Tarrazú, en lo más hondo de Cámaralentolandia, en el culo, pues, de la Costa Rica profunda; un email casi idéntico al de Clodia. Lo dicho, estos son los lectores que me deseo. Los dioses los bendigan].
La serie The Fall parte de un planteamiento súper interesante. Desde el principio sabemos quién es el asesino serial que mata en Belfast, una tras otra, ya van tres víctimas, que sepamos. Resulta fascinante, y en más de una ocasión bien angustioso, seguir el combate mental de la CDI Gibson en contra suya, puesto que el montaje logra el milagro de la casi simultaneidad de las acciones emprendidas por ambos. Una gran serie donde sólo falla la dirección de la protagonista, por lo menos hasta hoy: la hace actuar ralentizando y en casos así hay que hacerlo echando los bofes.
Weiß/Colonia, 23.11.
José María, rey sin corona de la costa caribe colombiana, me deja un comentario en el foro de mi blog en Fronterad: «Lo de tus envíos por Gmail.com está tomando visos trágicos, pero al mismo tiempo, te sirve de tamiz, o cedazo, que llamamos aquí». Le contesto: «Bueno, no tanto como visos trágicos, porque al menos tiene un efecto positivo y es el de separar la paja del trigo, lo que bien llamas el cedazo. Hace poco, cenando, se me ocurrió pensar cuántas, de las 483 personas que figuran en mi directorio de envío de este diario, deben estar pensando –al ver que no les llegan mis remesas– que seguramente me he muerto. Porque lo que es escribirme para saber cómo me va y/o reclamar el envío, no llegan a una veintena, o sea, ni siquiera el 5% de los afectados. Aquí vendría bien aquello de «Con amigos así, para qué quiere uno enemigos»».
Tengo la costumbre de archivar mis columnas de El Espectador con la cauda de comentarios en su foro. De mi última columna rescato esta respuesta mía al comentario de un lector, respuesta en la cual parafraseo el preñado poema (Unamuno dixit!) del pastor Martin Niemöller que por error se suele atribuir a Bertolt Brecht: «Cuando los fundamentalistas atacaron a los kurdos / me callé / porque yo no era kurdo. // Cuando decapitaron a sus rehenes / me callé / porque yo no era su rehén. // Cuando atentaron contra los cristianos / no protesté / porque yo no era cristiano. // Cuando vinieron a buscarme / ya no había nadie / que pudiera protestar».
Decido iniciar la lectura de la saga del inspector Barbarotti. Que a pesar del apellido, es sueco. ¿Por qué no? El más legendario alcalde de Nueva York fue Fiorello LaGuardia, y tampoco era tano, sino del Bronx, más neoyorquino que creerse el ombligo del mundo.
Weiß/Colonia, 24.11.
La KVB, la compañía de transportes públicos de Colonia, no sólo es la más cara y la que peor servicio presta a sus usuarios en Alemania, es además un caso pregonado de inhumanidad. No ya porque los niños tengan que pagar viajando en ella, y en cambio los perros pueden hacerlo gratuitamente. No ya porque esté especulando con la idea de suprimir los bancos en las paradas (¿qué harán las personas con impedimentos, como yo, por ejemplo?) No, ahora tenemos un caso aún más increíble. Un anciano inválido que salió despedido dentro de un tranvía por culpa de un frenazo en seco a causa de una ciclista que cruzó los raíles de manera atrevida casi en las mismas narices del conductor; el anciano, que salió despedido pese a ir agarrado a una de las manijas ad hoc, se fracturó varias costillas, tuvo que estar internado hasta restablecerse, y luego, como es lógico, reclamó a la KVB daños y perjuicios. La KVB se negó a pagarlos, argumentando que el usuario es responsable de su propia seguridad y que tendría que haber ido agarrado con ambas manos, ¡un argumento que los jueces aprobaron! Es de mear y no echar gota. Pero bueno, ya he dicho demasiadas veces que muchos de los problemas de la KVB se solucionarían por el simple expediente de exigir que sus ejecutivos se trasladen dentro de la ciudad a bordo de los tranvías y buses de la Compañía y no en autos de servicio, con chofer incluso. Qué mierda. Y mientras lo escribo recuerdo un día de enero 2007, cuando en otro contexto dije “¡Qué mierda!”, y Oskar, de 8 años entonces, comentó: “Pues la KVB no es mucho mejor”. De tal palo, tal astilla.
En La Modicana, hoy, espaguetis con ragú de pescado. Aunque a decir verdad había más pulpo que pescado en el plato. Pero es algo que he notado en la signora, a lo largo del tiempo, que ella no hace una distinción tajante entre el pescado y el marisco. ¿Será así en Sicilia? Chi lo sa!
El primer caso del inspector Barbarotti me anima a comprar los cuatro restantes de la saga. Håkan Nesser es el más balzaquiano de los autores escandinavos de novela negra. Tiene un dominio espectacular de la trama y un bisturí experimentado en hacer –cómo decirlo– autopsias de almas. Además su ironía es de luxe. Así cuando habla del hombre por el que su esposa dejó a Barbarotti: «En todo caso, desde el principio, ese Fredrik había evidenciado ser una maravilla, y poseía todos los atributos y virtudes que le faltaban a Barbarotti… hasta que en septiembre de este año, y sin la menor explicación, había abandonado a Helena y a sus hijos porque priorizó a una danzarina del vientre negra, de la Costa de Marfil. Bueno, intentó Barbarotti consolar a su ex esposa cuando se enteró del caso, por lo menos parece que no es un racista». O cuando habla de Barbarotti yéndose a dormir tras el interrogatorio de una joven estudiante: «Cuando apagó la luz se le apareció la visión del pecho de Linda Markovic. Aquello era un desastre, le pareció a Gunnar Barbarotti. ¿Tan escasa se ha vuelto entretanto mi vida amorosa que tengo que soñar con la vista del pezón de una estudiante desconocida, que no duró ni siquiera medio segundo? ¿Y Dios sostiene que existe?». O cuando habla del turco propietario de una pizzería que le partió la cabeza con dos golpes de palos de golf a un gamberro xenófobo de 19 años, miembro de una banda juvenil que le hacía la vida imposible. Eva, la colega de Barbarotti, comenta: «Si sólo le hubiera dado un golpe… lo jodido del caso es que fueron dos, eso le va a costar seis años más. Pero, por otra parte, qué bueno que los emigrantes empiecen a jugar al golf. Están en el mejor camino para integrarse en la granuja sociedad sueca».
Weiß/Colonia, 25.11.
Uno de mis lectores más asiduos y atentos es Fabio Sánchez, en la Costa Rica profunda. Hoy, al recibir el email que mencioné más arriba, entre corchetes, le contesto hablándole de varias cosas, entre ellas ésta: «…y habrás visto que mi blog en El Espectador, de Bogotá, se llama Corazón de Pantaleón. Es naturalmente un juego de palabras porque lo primero que se le ocurre a alguien como epíteto, en relación con el nombre Ricardo, es Ricardo Corazón de León. Yo digo que de Pantaleón, en honor de mi abuelo paterno, a quien no conocí y que se llamaba así. En el anexo te mando su foto (murió joven, alcoholizado). ¿Verdad que se da un aire a Emiliano Zapata? Lo curioso es que mi abuela Remedios, su esposa, se llamaba Remedios Zapata».
Weiß/Colonia, 26.11.
Cada vez me cuesta más trabajo levantarme. Hoy tuve, para más inri, un ataque de abulia bien agudo. Pero me levanté porque a las 8 nos trajeron a Vincent, enfermo, para que lo cuiden en la CLÍNICA SANTA DINY. Después de desayunar le pregunté si quería aprender a escanear, me dijo que sí y estuvimos un rato dedicados a la tarea. Luego de almorzar unas milanesas con risi bisi, me fui temprano a dormir una breve siesta porque quería ver a Henri, que iba a venir con Montse al salir del Kindergarten. Pero cuánto no sería mi cansancio, doblado por la abulia, que dormí de un tirón dos horas y ½ y me perdí la llegada de Henri & Montse y también la de Angie para buscar a Vincent, así como sus respectivas partidas.
Ayer se me pasó consignar que en el habitual cuaderno dedicado los miércoles al turismo y los viajes, venía en primera página un reportaje sobre Portugal con el mapa correspondiente, como siempre en estos casos. Sólo que en él no sólo no aparecen los ríos Guadiana y Piedras sino que, además, los ríos Odiel y Tinto no llegan nada más que hasta Huelva, esto es, hasta la Punta del Sebo, son ríos interiores, no tienen salida al mar. Mentalmente vuelvo a darle las gracias a mi profesora de Geografía, la Srta. María Eugenia López Martos, en el colegio San Ramón, que me inculcó el amor a los mapas, los planos y los atlas, pero, sobre todo, a saberlos leer e interpretar:
[Desde Huelva, después de leer esta entrada como anticipo, Bernardo me escribe: «El Tinto y el Odiel no llegan ni a San Juan del Puerto. Qué arte, hijo. Mencanta el mapa»].
Paradójicamente, la serie Occupied es algo fuera de serie. Casi estoy tentado de ir a Saturn para comprarme el álbum, pero pienso que también tiene sentido mantener el suspense tres semanas más, hasta completar los diez capítulos a razón de dos cada jueves.
Weiß/Colonia, 27.11
Muy fuerte este deseo de la muerte. Lo escribo, y al leerlo en voz alta el oído me dice que es un endecasílabo. Dejo de seguir escribiendo, no sea que me pase, al revés que al monsieur Jourdain de Molière, que lleve más de sesenta años escribiendo en verso sin saberlo.
Llegó por fin la carta de la Beihilfe [=subvención estatal] acerca del reembolso de los casi siete mil euros que hacen la diferencia entre el cálculo de costes de mi dentista y lo que me devolverá el seguro. Pero es una carta redactada en un alemán leguleyesco y tan enrevesado que uno lo lee y no se entera absolutamente de nada, este es un idiolecto que sólo lo entienden ellos y quienes hacen carreras especializadas en el mismo. Es por eso que existen profesiones como la de asesor fiscal, por ejemplo. En fin, fotocopio la carta, la meto en un sobre y lo dejaré mañana sábado en el buzón de la consulta. Veremos si ellos, que son más duchos que yo en el desciframiento de crucigramas disfrazados de comunicaciones oficiales, me logran decir qué es lo que la Beihilfe me va a reintegrar de los casi siete mil euros. Oremus.
Esta noche, pasada la medianoche, flamenco en el canal Arte. Lo que me hace gracia es que anuncian que el programa se transmitirá en idioma original con subtítulos en el de las tribus aborígenes. Cómo se ve que las tijeras de los recortes presupuestales llegan lejos, tan lejos que no podremos gozar de un martinete ni de unas cartageneras ni de unas bulerían sincronizadas en alemán: ach Leid Leidchen Leid!, o lo que es lo mismo, ¡ay pena penita pena!
Weiß/Colonia, 28.11.
Excepción hecha del desayuno y un breve viaje a Rodenkirchen para hacer unas compras y a la consulta del dentista para dejarle la fotocopia de la carta de la Beihilfe, dedico el día a leer la segunda novela de Tove Alsterdal, una nueva autora sueca de la que el año pasado leí su debut, Mujeres en la playa, parte de cuya acción transcurre en Tarifa, y que me gustó mucho y me dejó con ganas de seguir leyéndola. Esta segunda, Enterrado en el silencio (no sé si está ya traducida al español), transcurre en el extremo opuesto, en la provincia más septentrional de Suecia, en ese lugar donde convergen además Noruega, Finlandia y Rusia. Enormes extensiones vacías de vida humana, aldeas aisladas, bosques inmensos, temperaturas de –30º en invierno. Y ahí se comete un crimen, alguien le parte la cabeza con un hacha a quien en su día fue la esperanza olímpica nacional en carreras con esquíes. Katrine, una periodista que vive en Londres y viajó al lugar para hacerse cargo de una herencia, decide investigar el crimen. Thore Palo, el policía del lugar, reflexiona acerca del mismo: «Nueve horas en las que todo Kivikangas dormía y nadie vio ni oyó nada extraordinario, eso en un pueblo donde por lo común nadie se puede tirar un pedo sin que sea chismorreado de granja en granja». Me sonrío al leerlo porque me recuerda mucho el comienzo de mi cuento “La bufanda de Cambridge”, si bien yo no recurrí al lenguage fecal:
«Este es un pueblo chico, de esos donde todos y cada uno de sus habitantes saben de memoria, todos y cada uno de los días del año, el color de la ropa interior de todas y cada una de sus convecinas. Es un pueblo chico, sí, y de haber nacido aquí John Donne, el censo municipal en pleno se habría reído de buena gana al leer aquellos versos suyos donde dejó escrito: «si oyes doblar las campanas, no preguntes quién se ha muerto; están doblando por ti»:
—¿Pues qué, acaso no se enteró todavía de que fue el viejo Kalle Kappes quien estiró la pata?».
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