
Voy a empezar con una frase demasiado simplista y muy probablemente injusta: El próximo día 20 de noviembre estamos llamados a elegir quién queremos que nos engañe durante los siguientes cuatro años.
Vale, no es del todo cierto, he estado en lugares del globo en los que “democracia” es una palabra que sólo se puede susurrar en los círculos más íntimos, por eso no creo que sea justo no valorar lo que es cierto que tenemos, porque es cierto que podemos emitir nuestro voto, es cierto que podemos elegir, es cierto que tenemos cierto grado de poder… pero no es menos cierto que sólo “cierto” grado.
Sé que no toda, mucha gente vota en conciencia después de documentarse, pero una cantidad importante de la ciudadanía no encuentra entre toda la baraja de posibilidades que se nos ofrece, una sola carta que le ilusione, que le inspire confianza, que represente realmente su sensibilidad; y esa es una tragedia mayor de lo que somos capaces de entender. La democracia no consiste únicamente en votar, es el sistema de gobierno en el que el pueblo ostenta el poder y libremente decide prestárselo a aquellos que, en principio, son considerados dignos de ello. Bien, parece claro que eso no es lo que está ocurriendo. Una gran parte de las personas con derecho a voto de este país ha decidido no ejercerlo desilusinada con nuestra clase política, otra parte optará por el voto nulo o el voto en blanco con la intención de mostrar así su indignación con este sistema; muchos votarán para castigar al partido que sustenta al actual gobierno por la gestión que ha hecho estos últimos tres años, y otra cantidad importante de gente se acercará al colegio electoral y, tapándose la nariz, meterá la papeleta del PSOE sólo porque le aterra la idea de que sea el PP quien nos gobierne… Esa no es mi idea de democracia.
Si partimos de la base de que sólo dos partidos tienen opciones de gobernar todo lo demás cojea. En el momento en el que estamos a uno le tienta la idea de pedir que se instauré la opción del “voto negativo”, es decir, ante la ausencia de proyectos creíbles e ilusionantes ser honestos al menos con nosotros mismos. Muchos no queremos dar nuestro apoyo a ninguno de los partidos mayoritarios y al tiempo necesitamos saber que nuestro voto no termina cayendo en el saco de “otros” que finalmente y en la práctica significa casi, casi tirarlo -esta afirmación es muy matizable y bastante injusta, lo sé-
Pero si son tantos los que votan a uno sólo para que no salga el otro ¿Por qué no tener la opción de decirlo claramente en las urnas? El voto negativo sería una papeleta en la que pusiera algo así como “No le doy mi apoyo a ninguno, pero no quiero que gobierne éste”. Soy consciente de lo triste que sería, pero más triste es estar a una semana de las elecciones releyendo programas electorales con la idea de que no son más que cartas a los Reyes Magos.
Yo votaré, seguro, se lo debo a mi abuelo, al que le arrebataron esa opción durante casi cuarenta años, pero me revientan las caras sonrientes de los candidatos en sus carteles, el photoshop, el estudio que hacen de los colores, la tipografía y el eslogan, las promesas vacías, las banderitas ondeando en los mítines y la conciencia de saber que el marketing se lleva una parte jugosa del presupuesto de las campañas de los partidos. No quiero que me vendan humo, quiero que me convenzan.
Yo votaré, seguro, lo haré a algún partido concreto y creo que sería bueno que todos lo hiciéramos aunque, honestamente, me cuesta encontrar argumentos para discutir a los que decidan no hacerlo… qué pena.