Es conocida la sobreabundancia de textos sobre la transición española, de toda clase y condición, aunque no precisamente por igual en cantidad, calidad y difusión. Para una comprensión crítica de España, en el sentido de comprensión que deja que la realidad irrumpa en el pensamiento que trata de apresarla, pocos tienen el peso específico y alcance de El mono del desencanto. Una crítica cultural de la transición española (1973-1993) (Siglo XXI 1998, Siglo XXI-Akal, 2018), de Teresa M. Vilarós (en adelante, El mono). Lo leí alrededor de 2015, en un momento particularmente agitado para el país, en plena efervescencia del ciclo político abierto tras 2011, y para mí, afectiva e intelectualmente. Entonces preparaba los primeros bosquejos de un libro que terminaría publicándose como Los 90. Euforia y miedo en la modernidad democrática española (Akal, 2018) y que debe no pocas cosas al trabajo de Vilarós.
El mono aún no había sido reeditado en Siglo XXI de España y, aunque factible, no era fácil de conseguir. Probablemente no lo leyera en las mejores condiciones materiales, pero las ideas e imágenes que contiene transformaron no tanto lo que sabía de España, a la manera de una revelación puntual, sino cómo lo tramitaba, si era capaz de hacer algo, o no, con el deseo de leer el país que intentaba cambiar. Más que una iluminación que, como la luz a través de la lupa, se concentra en un solo punto hasta hacerlo arder, El mono es una experiencia en la que, poco a poco, los elementos más dispares se vuelven relevantes, como en el imperativo whitmaniano de tratar todos los momentos por igual.
De las muchas cosas de El mono que considero relevantes, la primera es que está escrito por capas, o al menos yo no sé leerlo de otra forma. Esta composición arqueológica enlaza con una reflexión de Walter Benjamin de finales de los treinta, nunca publicada, que me parece afín al propósito del libro:
“La memoria es el medio [medium] de lo vivido, al igual que la tierra viene a ser el medio en el que las viejas ciudades están sepultadas. Y quien quiera acercarse a lo que es su pasado sepultado tiene que comportarse como alguien que excava. Y, sobre todo, no ha de tener reparo en volver una y otra vez al mismo asunto, en irlo revolviendo y esparciendo tal como se revuelve y se esparce la tierra. Los “contenidos” no son sino esas capas que sólo después de una investigación cuidadosa entregan todo aquello por lo que vale la pena excavar: imágenes que, separadas de su anterior contexto, son joyas en los sobrios aposentos de nuestro conocimiento posterior, como quebrados torsos en la galería del coleccionista. […] Por ello los recuerdos más veraces no tienen por qué ser informativos, sino que nos tienen que indicar el lugar en el cual los adquirió el investigador. Por tanto, en sentido estricto, de manera épica y rapsódica, el recuerdo real debe suministrar al mismo tiempo una imagen de quien recuerda, como un buen informe arqueológico no indica tan solo aquellas capas de las que proceden los objetos hallados, sino, sobre todo, las capas que antes fue preciso atravesar” [1].
En mi experiencia, El mono es el testimonio crítico, resultado de una elaboración teórica y personal muy fina, del afán de comprender un ambiente, una atmósfera, es decir, un medium en el sentido de la cita de Benjamin. Por eso el libro no oculta las capas que va atravesando, desde Marsé y Vázquez Montalbán hasta Panero, Zulueta, Chávarri, Nazario o Espinosa, pasando por Almodóvar, el Mariscal preolímpico y Caballé y Mercury cantando Barcelona como apoteosis de un tiempo que se va y de un mundo que cambia, entre otros referentes.
Aunque lo leamos página a página, El mono opera siempre como varios textos. Sus capítulos ofrecen, desenredan y entreveran los diferentes monos en torno a los que gravita el nuevo tiempo español, y con ello abre la posibilidad de revolverlos y esparcirlos (leerlos, en suma) de modos muy diversos. Puede leerse, por ejemplo, como una hipótesis sobre la transición española, con su correspondiente propuesta de datación del periodo (1973-1993, de Carrero a Maastricht); hay quien lo ha trabajado en clave de estudios culturales y literarios, centrándose en algunos capítulos o en algunos enclaves estratégicos (Barcelona, sobre todo, aunque también Madrid o Murcia); también existen lecturas específicamente psicoanalíticas, políticas o biográficas. Esta diversidad es muy saludable y conduce al que es, en mi opinión, el segundo aspecto indispensable de El mono: sean cuales sean los motivos que las mueven, sus lecturas posibles comparten un parecido de familia que tiene que ver con el método.
Me explico. El historiador del arte Alois Riegl, conocido por sus trabajos sobre el arte industrial tardorromano y el culto moderno a los monumentos, ha desarrollado la metáfora de las dos hélices como modelo del desarrollo artístico: la primera desciende en espiral en la historia de la obra para recuperar una vieja idea; la segunda asciende para elaborar de nuevo esa idea en las condiciones técnicas, sociales y culturales del presente [2]. El mono avanza de lo particular a lo general, y viceversa, en un movimiento de doble espiral. Las figuras del mono y el desencanto sirven para aterrizar las hipótesis generales del libro (a saber, que la transición fue un periodo de latencia, de olvido de la memoria, una experiencia de “entendidura”) en puntos concretos, tales como cómics, imágenes, películas o novelas. Pero este aterrizaje no implica que las obras literarias sean ejemplos de una tesis más general, lo cual, en el pensamiento filosófico estándar, suele obedecer al esquema de la obra como verificación empírica de lo que ya se sabía “espiritualmente”, ubicándola en un lugar subalterno.
Significa, por el contrario, que lo general del libro, su planteamiento sobre la relación que se establece en España con los pasados, los duelos, los monstruos, las posibilidades, las utopías y los desengaños, se transforma y reelabora a sí mismo en cada una de sus particularidades, y que, por tanto, la hipótesis general renace con cada una de ellas. La escritura de Vilarós no solo es valiosa porque desafía un relato hegemónico de España o porque ayuda a seguir escarbando en capas de sentido tradicionalmente omitidas u orilladas. Hace ambas cosas, pero si es extraordinaria es porque, por su propio método, permite seguir pensando desde otros lugares, a través de otras experiencias y con horizontes muy diversos, a modo de caja de herramientas.
Sin ir más lejos, El mono ha influido seriamente, a través de las herramientas y de los textos que propone, en la reelaboración de mi experiencia de la violencia en los años noventa en Euskadi. Lo leí tarde, cuando ETA ya casi no estaba, y sin embargo me ha acompañado en momentos decisivos de ese peculiar trabajo de la memoria. Por cosas como esta, pero también por cómo se abre a otros futuros posibles, es un trabajo extraordinario para pensar desde un punto de vista político. Diría que incluso intensamente político, a la manera más sensata que conozco, la de William Kentridge:
“Me interesa un arte político, es decir, un arte de la ambigüedad, de la contradicción, de gestos incompletos y de finales inciertos” [3].
No cabe duda de que hay muchas cicatrices, presencias y ausencias que seguir pensando, casi tantas como nuevos textos históricos por componer. Sean cuales sean, estoy convencido de que El mono será indispensable en todos ellos. O lo que es igual, recorreremos siempre su doble espiral. Ojalá un futuro a la altura de El mono.
Notas:
1. Walter Benjamin, Obra completa, IV.1. Madrid: Abada, 2010, trad. J. Navarro Pérez (modificada). p. 350
2. Alois Riegl. El arte industrial tardorromano. Madrid: Antonio Machado Libros, 1992.
3. William Kentridge, citado en M. Borja-Villel y S. Liaño (eds.), William Kentridge. Basta y sobra, Madrid: MNCARS, 2017. p. 5.
Este artículo es el cuarto de una serie dedicada a revisar un libro crítico sobre la transición española:
Fisura y momento populista. Crítica cultural de la transición española. Relectura de ‘El mono del desencanto’, de Teresa Vilarós, por Gerardo Muñoz
“Veinte años no eran nada”. ‘El mono del desencanto’, de Teresa Vilarós, como profecía generacional, por Ignasi Gozalo-Salellas
Las marcas de los pinchazos: Del desencanto al neoliberalismo en la España de provincias, por David Soto Carrasco