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Dylan Thomas

Dylan Thomas en su escritorio, 1952

Dylan Thomas, 1952/ Rollie Mckenna

 

Y no impondrá la muerte su dominio

Un poema de Dylan Thomas

 

Dylan Thomas escribió este poema en 1933, cuando tenía 18 años y vivía con sus padres en el número 5 de Cwmdonkin Drive, en Swansea (Gales). Después lo publicó, con algunos añadidos y supresiones, en su segundo libro de poemas, “Veinticinco poemas” (1936). En la tradición de los bardos galeses, Thomas quiso componer una especie de conjuro contra la muerte, una salmodia, una oración.

Thomas no era cristiano y no creía en la resurrección, pero sí creía –al igual que los bardos y los druidas- en la unidad esencial de todos los seres vivos en un ciclo incesante de vida y muerte. Si la vida es la muerte, la muerte también es la vida. Por supuesto que esta idea no explica por completo el contenido del poema. En algunos versos es difícil entender el sentido, pero eso suele ser habitual en Thomas, que escribía sin preocuparse demasiado por la lógica. Prefería que las palabras ejercieran una persuasión hipnótica a través del ritmo y la entonación.

El verso “las letras en las lápidas martillearán entre las margaritas” es muy confuso. Hay gente que cree que debería traducirse por “las cabezas de los personajes martillearán contra las margaritas”, y otros intérpretes convierten a los “personajes” en “cadáveres”. Es difícil entender bien lo que Dylan Thomas quería decir, y quizá ni él mismo sabía con claridad a qué se refería. He creído que Thomas se refería a las letras (“characters”) de las inscripciones funerarias en las lápidas, y no a las cabezas de unos supuestos personajes muertos y enterrados. Pero en el fondo da igual. Lo importante es que mi versión intenta mantener el ritmo solemne y la entonación litúrgica, y en la medida de lo posible he intentado reproducir el ritmo yámbico del original: grave, agudo, grave, agudo, porque el poema funciona como un solemne retumbar de tambores enlutados para una ceremonia fúnebre.

 

 

 

Dylan Thomas recita con una cadencia majestuosa, casi rozando la afectación, porque parece estar dirigiéndose, en el claro de un bosque, a los habitantes de un poblado aterrorizado por la proximidad de una tormenta. Dylan Thomas nunca renunció a su papel de bardo que usaba las palabras como conjuros contra la adversidad (“los males del unicornio”, como los llamaba en este poema). Ya sabemos que las palabras, por sí mismas, no sirven para nada. Pero no me resisto a traer aquí el poema de Dylan Thomas, como si fuera un nuevo conjuro para atenuar el miedo a la oscuridad y a la tormenta, pensando en los que lo perdieron todo hace un mes en el terremoto de Haití.

 

Eduardo Jordá

 

 

Bob Kingdom interpretando a Dylan Thomas en una escena de la película Dylan Thomas: Return Journey

Bob Kingdom interpreta a Dylan Thomas/ Cortesía Techamergin

 

 

Y NO IMPONDRÁ LA MUERTE SU DOMINIO

Dylan Thomas

 

Y no impondrá la muerte su dominio.

Los muertos se unirán desnudos

con el hombre arrastrado por el viento y la luna poniente;

con los huesos roídos, y cuando no queden ni los huesos,

tendrán estrellas en el codo y en el pie;

aunque se vuelvan locos, mantendrán la cordura,

aunque en el mar se hundan, volverán a levantarse,

aunque se pierdan los enamorados, no se perderá el amor,

y no impondrá la muerte su dominio.

 

Y no impondrá la muerte su dominio.

Bajo el mar sinuoso, los que yacen desde antiguo

no morirán igual que muere el viento;

al retorcerse en el potro, cuando el músculo ceda,

o atados a una rueda, no se romperán;

la fe se hará pedazos en sus manos

y los traspasarán los males del unicornio,

partidos y deshechos, no se derrumbarán,

y no impondrá la muerte su dominio.

 

Y no impondrá la muerte su dominio.

No podrán las gaviotas chillar en sus oídos

ni romperán las olas su fragor en la orilla;

donde crecían las flores, no podrán otras flores

levantar sus cabezas bajo los golpes de la lluvia;

aunque estén trastornados y muertos como clavos,

las letras en las lápidas martillearán entre las margaritas;

darán asalto al sol hasta que el sol se desplome,

y no impondrá la muerte su dominio.

 

Traducción de Eduardo Jordá

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