Cuando el primer paje negro de los Reyes Magos cruza el puente de Belén, todos saben en el Nacimiento, que el final de la Navidad está cerca. El cortejo de los tres Reyes Magos es el reloj de todo Belén que se precie. El tiempo se va marcando con sus movimientos de aproximación al Portal donde yace el niño. Por algo son las más caras de todas las figurillas, incluido el divino misterio.
Si el agua corriente de los ríos, y sus norias en movimiento, son las que mayor fascinación producen, por hallarse en continuo movimiento; el desplazamiento diario de camellos, caballos, reyes y pajes del mágico cortejo, despierta la nostalgia de algo que no es de este mundo, sino del orden sideral y del curso de los astros.
Acompañan al paje negro de Baltasar, una pareja de fornidos hermanos gemelos, vestidos con faldellín de borrego y tocados con sendos turbantes. El flamante trío interracial cruza el puente hacia Strong Belén, para tomar un refrigerio y buscar algo de entretenimiento.
Tras tantos años de peregrinaje anualmente repetido, el pajecillo negro se ha desconchado, mostrando un brazo y un pectoral de color rosado. Ni siquiera los muñequitos del Portal de Belén son negros de nacimiento, también maquillan alas figurillas de plástico. Al final todo es fingimiento en la ingenua natividad navideña.