El arte prohibido de Arrabal

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En la primavera madrileña de San Isidro plantó una vez más su teatrillo de sombras Fernando Arrabal, esta vez junto a la Plaza de Toros de las Ventas. Tardó en echarse a hablar la silueta chinesca de Arrabal, improvisando una obertura de silencios que comenzó a divertir a su público, provocándolo con su genial y alargado mutismo.

 

Arrabal no da conferencias, las baila. A los actores de la tragedia griega se les alababa su trabajo, diciéndoles que habían danzado muy bien su personaje de Edipo, de Zeus o de Dionissio… El actor Arrabal es un rapsoda y un pantomimo. Como Nerón manejaba su lira, o los chinos su abanico, Arrabal baila con micrófonos.

 

Se había anunciado que disertaría sobre Toros, rinocerontes y Patafísica. Y Arrabal habló de su amigo Diego Bardón, el torero que ofreció al toro una lechuga en vez de un estoque; de Morante de la Puebla, el torero cuántico que no comprendía el urinario de Duchamp, cuando su amigo Arrabal lo llevó al Museo; de Averroes y Maimónides disertando en la plaza del Potro de Córdoba; de Santiago Carrillo y de Witgenstein, de Topor e Ionesco, de Picasso y su esposa Jacqueline, de Teresa de Ávila y Andy Warhol… Y también encendió, como si fuera la Sybilla de Delfos, cierto teatro de sombras de un Cabaret de Zurich llamado Voltaire, donde André Bretón y Vladimir I. Lenin se reunieron para ver bailar desnudo a Tristan Tzara con tu-tú de bailarina; y cómo esa misma noche, los tres inventaron algo extraordinario: el Surrealismo, al que Arrabal rebautizó como el primer avatar de la modernidad.

 

Tras disertar sobre Tertuliano, el sabio que sólo creía en lo dudoso, sospechoso ó imposible, (y potencial  patrón de los artistas, según el danzante arrabalino), despidió el orate su intervención con un sentido homenaje a las kamikazas que tuvieron que lidiar respectivamente en sus matrimonios con Ionesco, Beckett, Jodorovsky, Picasso, o la misma esposa de André Bretón, un personaje con el que el dramaturgo español parece mantener una relación similar a la de Kafka con su progenitor.

 

Interrogado por un crítico taurino presente en el acto, acerca de cómo en Francia (residencia habitual del escritor) aumenta progresivamente la afición a los toros, siendo un país cartesiano y por tanto racionalista; al mismo tiempo que en España -la patria chica de la fiesta taurina- decrece progresivamente, Arrabal reivindicó con entusiasmo final, que lo mejor para cualquier arte, incluido el de los toros, era su prohibición.

 

Foto: Gabriel Faba