La estrella de la Navidad no sabía que era una estrella de mar. Si había acudido a Belén era porque la había invitado una prima suya, cometa, que solía pasarse por allí todos los años.
Cuando se es estrella, no se necesita tomar aviones para los grandes desplazamientos, (como tampoco importa ser un poco cojitranca, ya que no usa sus patas para caminar). Así que ni corta ni perezosa, dejóse caer sobre Belén, como si se tirase en paracaídas, esperando disfrutar de unas vacaciones especiales.
Una estrella de mar que no sabe que es marina, es una estrella que no se mira al espejo. Tiene dibujado su nombre en la boca, y ni se da cuenta. Si tuviera que afeitarse o pintarse sus cinco labios, ya sabría que es un equinodermo.
Al primero que conoció la estrella en Belén, fue a un dinosaurio de trapo que se desplazaba sobre un lápiz de carpintero. Se quejaba de haber hecho una larga mili en la Huerta del Retiro, y sin embargo nunca haber recibido una mención, y mucho menos un retrato, en los continuados y obsesivos trabajos de los hermanos Faba.
Ser un dinosaurio relleno de mijo tiene sus consecuencias; mucho más cuando se circula entre la estrafalaria y distinguida clientela, que suele residir y frecuentar esta Huerta del Retiro. Que el dinosaurio, por fin, forme parte de una entrada de este blog, ha sido el primer milagro involuntario cometido por esta estrella amnésica, que no sabía lo que era.