Todos en algún momento hemos sentido en nuestro paladar y dentro de nuestro aparato digestivo, esas ganas de comer, de la necesidad de tomar alimentos para que nos den energías y continuar con nuestra vida apaciblemente hasta que de nuevo las necesidades de nuestro cerebro nos llamen para sentarnos nuevamente a la mesa. Es una rutina y a su vez una necesidad imperiosa que todos los seres vivos tenemos para poder subsistir en un mundo rodeado de tierras movedizas y de ilusiones perdidas, de alegrías poderosas que hacen estremecer nuestro propio ser. Pero sin embargo, millones de personas no comen lo que necesitan y sus cuerpos débiles se hunden en la tristeza solitaria de un mundo insolidario que ha aprendido fielmente la lección “el fuerte se come al débil”.
Sin embargo hay comida suficiente en la Tierra para alimentar a todos sus habitantes y para cuatro o cinco mil millones más. Entonces… ¿por qué millones de personas están muriendo de hambre y de enfermedades derivadas de la desnutrición? ¿Por qué se permite este genocidio humano sin que los organismos internacionales intervengan? ¿Por qué por mucho que se ayude a los países donde la hambruna hace estragos en la población civil, el hambre sigue siendo una plaga que mata y corroe al ser humano? ¿Qué hacen los gobiernos de los países en los que sus ciudadanos con ojos hinchados abandonan sus vidas por falta de alimento? ¿Qué justificación tiene el ser humano, los gobiernos, para permitir que esto ocurra? Por muchas ONGs que existan, el hambre seguirá matando por millones, porque el problema no es la falta de recursos alimenticios, sino el fracaso insistente, brutal y desvergonzado de una civilización. El problema es político y mientras los políticos no pongan fin a estos asesinatos premeditados que tienen como consecuencia efecto la especulación y el comercio de los alimentos a nivel mundial, seguiremos teniendo campos de refugiados donde un solo mendrugo de pan duro es la diferencia entre la vida y la muerte.
Hay muy pocos libros que describen tan claramente la crueldad del hambre, como el escrito por Martín Caparrós, argentino y que ha viajado a los núcleos principales de la pobreza y el hambre, destapando al verdadero responsable de millones de muertos en el mundo por hambre “el político”. Su libro que se titula precisamente “EL HAMBRE”, es un canto a la desesperación, la pobreza, la humillación y muerte de millones de personas que no pueden comer lo necesario para subsistir, es una visión nueva que nos indica a los responsables de estos genocidios y que no son otros que los políticos que permiten las especulaciones con los alimentos básicos de subsistencia; los que permiten que millones de hectáreas sean cultivadas solamente para mantener animales que dan de comer a una ínfima parte de la población mundial; que bloquean el comercio de miles de productos para que no sean competitivos en el comercio mundial aumentando la pobreza y destruyendo el comercio interno de los países emergentes; que utilizan millones de hectáreas de maíz, cañas de azúcar, soja y otras semillas de alto valor energético como destino a biocombustibles dentro del sector de transporte; que permiten patentar todo tipo de semillas y que las grandes multinacionales se hagan dueñas de la alimentación mundial arruinando a los agricultores de todo el mundo hasta coinvertirlos en sus esclavos; que violan las constituciones en su ignorancia a la hora de defender y proteger al ciudadano de estos bárbaros culpables de asesinatos en masa; que no dictan leyes para la protección de la soberanía alimentaría; que muchos de ellos corruptos permiten que en sus países se cometan estos abusos por parte de multinacionales del poder y de Bancos Internacionales que solo saben buscar un beneficio acosta de millones de muertos. Pero claro, el poder económico optó abiertamente por lo inducido por Darwin: el fuerte se come al débil.
Ya lo dijo Jean Ziegler, el que fue relator especial de las Naciones Unidas para el derecho a la Alimentación: “la destrucción, cada año, de decenas de millones de hombres, de mujeres y chicos por el hambre constituye el escándalo de nuestro siglo. Cada cinco segundos un chico de menos de diez años se muere de hambre, en un planeta que, sin embargo, rebosa de riquezas. En su estado actual, la agricultura mundial podría alimentar sin problemas a 12.000 millones de seres humanos, casi dos veces la población actual. Así que no es una fatalidad. Un chico que se muere de hambre es un chico asesinado”. Y esta es la pura realidad en un mundo tan globalizado por el poder económico, que la vida sólo es una miseria si puede redundar en beneficios a los poderes fácticos de nuestro planeta.
Las multinacionales tratan de mantener lo que se llama “control total de la cadena alimentaria”. Las grandes corporaciones como nos relata Martín Caparrós en su libro, controlan el mercado mundial y la mayoría de los mercados nacionales. Como son compradores casi monopólicos pueden fijar precios muchos menores que los que los productores podrían esperar si hubiera más competencia para sus alimentos. Pero si el precio global de los alimentos sube, sus beneficios suben de muchas maneras diferentes, usando información privilegiada , retienen stocks enormes, compran donde está barato y venden donde está más caro, definen los precios globales, producen aumentos y descensos temporales de esos precios, aplastan a productores locales con precios insostenibles , estiran la ganancia de sus puertos y flotas y depósitos, presionan a los gobiernos para conseguir mejores condiciones o medidas que los favorecen, negocian fortunas en los mercados especulativos, para garantizar sus operaciones con mercadería real.
Esta es la triste historia del hambre, un jinete del apocalipsis que siempre nos lo han pintado como una existencia casual y es sin embargo un asesinato consentido del capitalismo brutal y sin sentido. ¿Quién lo permite? Los de siempre, los políticos que no han sabido hacerse con el control del bienestar mundial de todas las poblaciones y se han dejado embaucar en muchos lugares por la corrupción, el amiguismo, los intereses, la ambición, el poder…
En 2008 los Estados ricos gastaron fortunas enormes para salvar a sus bancos y sus más ricos, mientras condenaban a vidas peores (sin ahorros, sin casas, sin trabajo) a muchos de sus ciudadanos. En junio de 2008, cuando millones de personas pedían comida en las calles de decenas de países, cuando los desnutridos del mundo llegaban por primera vez en la historia a la cifra de mil millones, los participantes de una cumbre de la FAO proclamaron una vez más que 30.000 millones de dólares por año durante seis años, solucionaría lo más urgente del hambre mundial. Y sin embargo, como denuncia Caparrós, sorprende que los gobiernos se gasten fortunas con dinero público en el rescate de los grandes bancos y no se gasten cantidades un tanto más modestas en el rescate de los hambrientos. El 11 de septiembre de 2001, en Nueva York, casi 3.000 personas murieron a causa de dos ataques aéreos. Ese mismo día 25.000 personas murieron por causas relacionadas con el hambre. Y al otro día otras tantas, y al otro. Martín termina diciendo que las muertes de Nueva York sirvieron para que los grandes poderes políticos del mundo justificaran un aumento exponencial del control social y la represión. Las otras vidas no sirven aparentemente para nada.
El Hambre no es una causa que se pueda combatir llevando alimentos o donando enormes cantidades de dinero que muchas veces no llega a su destino. El Hambre se lucha mediante leyes y prohibiciones a las especulaciones alimentarias, protegiendo los cultivos y las semillas, controlando el mercado mundial para que sea justo y equitativo, evitando el negocio y castigando a todas las multinacionales que retienen los alimentos para la subida de su precio. El hambre se lucha por vía política, con dignidad, con respeto a la soberanía alimentaría e impidiendo la apropiación de la alimentación mundial por manos de empresas internacionales que solo buscan su beneficio.
La política debe dar un cambio de 180 grados y concentrarse en el bienestar de una sociedad que pueda vivir en paz, sin sobresaltos, con servidores de lo público que lleven en su corazón las manos limpias. La política es la causante de todas las desgracias humanas. De la guerra, del hambre, de la pobreza, de las enfermedades que podrían evitarse al vivir en un medio limpio y sano, de los miles de productos químicos cancerosos que diariamente salen al mercado sin ningún tipo de control, de la inmigración, de las aguas contaminadas, del cambio climático originado por políticas nefastas. De ahí la importancia del político y la importancia de quien le alije para que cumpla el sueño dorado de todos los ciudadanos: un mundo lleno de Bienestar y amor.
¿Es utópico? Por el momento si, aunque sería lo ideal y por ello, el Hambre que es el tema que nos ocupa hoy, acampa a sus anchas. Mientras ellos mueren, otros se enriquecen, tienen más poder para seguir destruyendo, para seguir asesinando sin compasión, especulando con la vida y justificado por esa maldita Selección Natural de Darwin que ha entrado de lleno en el terreno económico y que sirve de justificación en un mundo que avanza hacia el exterminio por nuestra propia ambición.
Libros como el escrito por Martín Caparrós, debería ser de obligada lectura en los institutos y universidades, donde la juventud se encuentra en plena enseñanza y que se supone relevarán a los que hoy mal dirigen los pasos de la humanidad. Pero ellos también se están formando por desgracia entre unas paredes irreales, donde mucho de los valores se han perdido y donde seguirán posiblemente los mismos patrones aprendidos de sus maestros, la misma ruta que nos llevara hacia el abismo de lo impensable.
El Hambre no es un producto adquirido, un mal que nos ha caído a la humanidad o una enfermedad que se evita con voluntarios y donaciones. El Hambre es un acto cruento, es un asesinato de masas permitido por los países, por sus políticos, por la inexistencia de leyes que persigan a los especuladores de la soberanía alimentaria. El Hambre es un pecado cometido por todos nosotros que solo se soluciona con leyes y una política ejercida por hombres y mujeres, políticos comprometidos, que puedan sin duda acabar con la desnutrición en el mundo.
Pocas esperanzas tengo de que esto cambie, que los políticos ejerzan el control del poder económico y de las multinacionales para acabar con el atropello de tantas maldades que acaparan al ser humano. Por desgracia necesitamos un cataclismo brutal para que nos muestre la realidad de lo que estamos permitiendo hacer y entonces será demasiado tarde para poder cambiar nuestra sociedad. Tal vez esa sería la única forma para que los que queden, puedan redefinir nuevamente el umbral de una sociedad más justa y limpia, con más respeto por lo vivo y por nuestro entorno.
Aún queda una pequeña luz que podemos alcanzar, capturarla y atraerla hacia nuestra morada que cada vez más se está quedando en tinieblas. Todo depende de nuestra voluntad, de la tuya, de la mía, de la esperanza y del cambio de rumbo de nuestras vidas.