El intelectual y la órbita de la tiranía. Una mirada desde El Cairo

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El movimiento revolucionario egipcio que comenzó hace unos cuatro años evoca un continuo debate sobre la situación del pensamiento, la cultura, el papel de los intelectuales y su independencia respecto del poder político

Introducción

 

El movimiento revolucionario egipcio que comenzó hace unos cuatro años evoca un continuo debate sobre la situación del pensamiento, la cultura, el papel de los intelectuales egipcios, y las posturas de la comunidad intelectual en general –con las distintas adscripciones de sus miembros en relación a los sucesivos cambios políticos. De hecho, muchos escritores y pensadores en los últimos tiempos se han referido a una crisis a varios niveles en lo que se refiere a la actuación de la comunidad intelectual egipcia. Algunas de estas crisis han provocado una honda preocupación en torno a la independencia del intelectual egipcio y sus tomas de posición.

 

Las posturas adoptadas por la comunidad intelectual se han expresado en importantes plataformas. Entre dichas posturas, están la llamada al regreso del estamento militar a la escena política desde mediados de 2013, para después otorgarle la legitimidad de la administración y el gobierno, sin tener en cuenta sus antecedentes de represión y despotismo en varios países. Tal vez, el apoyo entusiasta de los intelectuales a los militares no sea más que la culminación natural de la indefinición que se ha suscitado durante las diferentes etapas del movimiento revolucionario, y que les ha hecho sentir en algunos momentos, concretamente durante el período de gobierno de los Hermanos Musulmanes, que estaban frente a un verdadero peligro inminente. Un peligro que no solo afectaba a las libertades de pensamiento y expresión, sino que se extendía hasta el punto de amenazar su existencia y seguridad personal. El discurso de las corrientes religiosas sobre los asuntos relacionados con la cultura y la creación, y sus intentos de dominar algunos instrumentos de la actividad cultural, provocaron el miedo entre el grueso de los intelectuales, que generaron corrientes defensivas violentas caracterizadas por un alto grado de impulsividad y confusión.

 

La situación de temor no ha desaparecido con el fin del período de gobierno ijuaní tras la intervención del ejército, sino que ese sentimiento permanece. Ello ha provocado que la comunidad intelectual adopte posturas de apoyo y estímulo al aparato represor dirigido desde el poder político. En este punto, cabe tener en cuenta que existen posturas contrarias, pues ha habido algunos intelectuales que, frente al gobierno de los Hermanos Musulmanes, se mostraron contrarios a una autoridad en la que veían aspectos de fragilidad y falta de cohesión, por no decir frustración en muchas ocasiones. Además, su mano no era tan brutal como aquella a la que estaban acostumbrados antes de la revolución de enero de 2011. Con su caída y la aparición de una autoridad hegemónica que domina el poder, el estamento militar, la mayoría de esos intelectuales ha decidido mudarse al campo de los que lo apoyan, poniendo de manifiesto su rechazo a las libertades y muchos parámetros éticos. También se han burlado de una serie de principios de derecho y de quienes los defienden con la excusa de que son idealistas y románticos, y que están desconectados de la realidad.

 

La mayoría de intelectuales ha tendido a reproducir la imagen de un Dios despótico y justo y, salvo contadas excepciones, no se ha puesto del lado de conceptos como libertad y humanidad. En este contexto, el Estado se ha visto estimulado para ejercer la violencia contra los opositores por un lado, y por otro se ha movilizado a la opinión pública para que acepte sus violaciones, las respalde y bendiga. Esto ha sido posible gracias a las plumas y lenguas de escritores e intelectuales, algunos de los cuales se vanagloriaban anteriormente de su progresismo, mientras que otros albergan visiones que antes parecían estar fundamentadas en la justicia, la libertad y la igualdad. Esta postura ha provocado que generaciones más jóvenes, sorprendidos por sus cambios en cuanto a los principios, hayan sometido a esas figuras a una completa reevaluación.

 

Esta postura lleva directamente a hacerse una pregunta fundamental que sigue siendo polémica en la sociedad egipcia en particular en y las sociedades árabes en general, por no decir en el resto de sociedades que han superado la fase de la ilustración. Dicha cuestión es: ¿se supone que el intelectual, cuando se ve ante formas de represión de diversa índole, aunque difiera con las tendencias ideológicas de los reprimidos, debe aspirar a mayor libertad, al margen de los derroteros por los que discurran la autoridad y los tiranos?  

 

La verdad es que nada invita a pensar así, salvo la suposición de que el intelectual es también un idealista justo, valiente, equitativo, y defensor de los derechos, que se niega a tergiversar y engañar, contentándose consigo mismo, sin buscar nada con lo que embellecer su imagen, conforme con su situación y sin aspirar a ninguna forma de encumbramiento por parte de nadie. Algunos ven que esta descripción algo legendaria no tiene nada que ver con la realidad, excepto en muy contadas ocasiones, y que lo normal e inmutable es que el intelectual se doblegue ante los regímenes despóticos, y como él, el resto, y creo que esto es natural a pesar de la decepción que ello provoca.

 

 

Definiciones

 

Existen definiciones que no se limitan a los intelectuales. En ocasiones se trata de un profesor; en otras, cualquiera que se dedique a los asuntos públicos más allá de su especialización. También puede ser un creador en los ámbitos de las artes y las ciencias, o portador de visiones y formas de participación críticas sobre la sociedad. La palabra thaqafa (relacionada con cultura e intelecto) en el diccionario Lisan al-Arab se aplica a todo lo que innova, y trata de regularizar[i].

 

Lo que llama de veras la atención es que entre las múltiples definiciones encontramos la fundación y uso del neologismo intelectual en su contexto árabe e islámico. Según Al-Yábiri: “Los emires eran los sabios, y los compañeros del profeta eran emires y sabios a un tiempo, pues gobernaban según la ley y legislaban para gobernar. Después sucedió la disputa en torno al gobierno: los emires representaron la autoridad y los sabios se aferraron al pensamiento. Entonces, se dio paso al despotismo que llevó a la independencia del pensamiento, provocando la separación de la ciencia y la cultura del ámbito de la política. Fue entonces cuando aparecieron los primeros intelectuales en el islam”[ii]. Por tanto, el intelectual, según lo explicado anteriormente, era parte del poder, y el poder era parte de él, hasta que se separaron. Su posterior regreso a él, pues, no debería verse como algo extraño o sorprendente, sino como la recuperación de una situación original y aceptable. En cualquier caso, la historia nos informa de que el poder despótico no deja de fabricar sus propios intelectuales, porque siempre necesita de alguien que desarrolle sus ideas, las difunda y las apoye de un modo tan persuasivo que no provoque el rechazo de los demás. El poder, obviamente, se afana en que esto sea así, por lo que no se limita a crear intelectuales equipados con sus armas, sino que también atrae a su órbita a otros que tal vez un día se opusieron a él o rechazaron sus actos. Incluso, en ocasiones, utiliza estratagemas que pueden superar el conocimiento de los intelectuales. En este sentido, se cuenta que Muhammad Ali Pasha, que gobernó Egipto entre 1805 y 1848, y está considerado como el fundador del Estado egipcio moderno, pidió a Artin Pasha, que le leía cada día un fragmento de El príncipe, de Maquiavelo, que dejase de leer, porque él -Muhammad Ali Pasha- conocía más trucos que el autor del libro, y tenía más artimañas que los propios intelectuales[iii] [3].

 

 

Sobre la comunidad intelectual

 

Es injusto que uno imagine que es posible generalizar y utilizar expresiones absolutas en todo momento, y cuesta creer que la comunidad intelectual es un todo o un ente homogéneo. Sin embargo, uno puede querer a un mismo tiempo imaginar la existencia de principios comunes entre los miembros de dicha comunidad, y que existen una serie de grandes puntos en los que todos están de acuerdo, como la libertad de pensamiento, de investigación científica y de creación por ejemplo. No obstante, la fragmentación que a veces se pone de manifiesto entre los intelectuales y sus dudas ante los problemas y cuestiones relacionados con la esencia de su adscripción original, plantea múltiples interrogantes sobre la existencia de un denominador común para todos ellos. También plantea interrogantes acerca de la posibilidad de que miembros de la comunidad intelectual entren en alianzas con la autoridad o en su contra, y hasta qué punto podría verse obligada a renunciar a algunas de sus convicciones y principios inicialmente consensuados. Finalmente, plantea dudas sobre si es posible que se inserten en corrientes políticas que defiendan algún tipo de renuncia relacionada con su libertad de pensamiento a fin de atraer a sectores de las masas y lograr su apoyo. La soledad de la comunidad intelectual parece una soledad voluntaria, pues al haber adoptado las posturas del poder despótico hegemónico ha perdido una parte del apoyo popular; y al negociar su libertad de pensamiento ante el ataque de los sectores retrógrados ha perdido otra parte, y ha acabado por caer en la trampa del derrotismo. Se observa que la pluralidad de pensamiento que recubre las posturas de la comunidad científica, y que puede parecer en algunos casos como una contradicción respecto a posturas anunciadas antes, procede en su mayoría de un contexto de justificación por parte del intelectual con motivo de su respaldo a las medidas represivas adoptadas por el régimen. Entre dichas tomas de postura está la de si el ciudadano tiene derecho o no a una completa participación política, y si está o no preparado para aceptar las ideas de libertad, considerando que no está habilitado aún para adoptar decisiones responsables, y si necesita o no algún tiempo de preparación y maduración.

 

 

¿Qué papel es el que se supone que ha de jugar el intelectual y qué se espera de él?

 

Hay diferencias en torno al papel que se supone que ha de jugar el intelectual en la sociedad. Dicha discusión puede ser el punto de partida principal desde el que construir la discusión sobre la relación entre el intelectual con el poder y los gobernantes en general, y con los gobernantes dictatoriales en particular. Banda dibuja una imagen extremadamente idealista de la comunidad cultural, según la cual se trata de un grupo de personas destacadas y con talento, que tienen una elevada moral, representan la conciencia humana, y siempre defienden los parámetros de la verdad y la justicia. El conocido pensador Edward Said escribe en su famoso libro El intelectual y el poder que el intelectual o el pensador tiende por naturaleza a situarse al lado de los débiles, y se enfrenta a la fuerza por medio de la verdad, rechazando por tanto establecer cualquier tipo de negociación con los que ocupan el poder y dejando claro que está dispuesto a hacer públicos sus puntos de vista también fuera de su órbita. Said también dice que lo que más deforma la actividad de un intelectual o pensador en la vida es su recurso al silencio “cuando se lo exige la prudencia” o a “las reacciones nacionalistas, la apostasía y la regresión después”[iv]. Por el contrario, otros consideran que el intelectual no tiene que ser necesariamente un revolucionario ni tampoco portador de la antorcha de los valores y los derechos; y por tanto no se le debe cargar con la responsabilidad de enfrentarse al poder. El intelectual y diplomático libanes Jálid Ziada, por ejemplo, explicó que la expresión de la conciencia de la umma no corresponde al intelectual para nada, pues enfrentarse al poder es competencia de los partidos políticos, no de la comunidad intelectual. Por consiguiente, no se debe criticar a los intelectuales cuando uno de ellos renuncia a defender valores fundamentales como la libertad[v]. Entre unos y otros, el intelectual árabe en general, y el egipcio en particular, sigue siendo un ente falto de claridad en la mayoría de los casos, y en muchos otros, víctima de la ironía. La mayoría de la gente no entiende que el intelectual tenga un papel específico, y tal vez no es consciente de que él mismo tampoco tiene claro cuál es dicho papel mientras se preocupa por detalles molestos. Muchas veces “la élite cultural” soporta la carga del fracaso general, y se ve abrumada, como su gente, por el sentimiento de culpa. Mientras, sus miembros se pierden entre los laberintos de la teoría y los problemas de cómo relacionarse con la masa.

 

Terry Eagelton considera en su libro La idea de la cultura que proponer la cultura como un ámbito alternativo a la religión en el que el ser humano se libera y se reconcilia con la esencia humana tal vez no dé los frutos deseados, y que la cultura, por diversas razones, puede poner de manifiesto síntomas de enfermedad si se le pide que juegue ese papel[vi]. También se puede plantear la duda acerca de si es útil pedir al intelectual que adopte un papel moral en el enfrentamiento contra un tirano, y ello está fuera de lugar: pues la historia es testigo de notables intelectuales que se situaron de forma radical a la vera de dictadores y no caminaron a su lado.

 

En cualquier caso, se puede evitar tener que instar al intelectual a oponerse a un poder injusto. No es sencillo, siempre que se mantenga en silencio y siga siendo neutral. Sin embargo, hay una crisis flotando en el aire, y que supura cuando el intelectual no sólo no guarda silencio sino que, por el contrario, se inclina para servir de apoyo al poder de forma clara y sin ambages. No han sido contadas las ocasiones en que algunos intelectuales se alinean junto a políticos autoritarios y despóticos, y no junto a aquellos políticos que concilian cierto grado de pragmatismo con parámetros morales, y dejan de lado en sus discursos todo lo relacionado con la justicia hacia los marginados y los débiles. En las últimas elecciones presidenciales que dieron la victoria al ministro de Defensa egipcio vimos el mejor ejemplo de esto: destacados intelectuales decidieron ponerse de parte del candidato que parecía más capaz de ejercer la opresión y la hegemonía, y no de parte del candidato que parecía más cercano a las preocupaciones y problemas de los ciudadanos.

 

Hay ejemplos de intelectuales egipcios que han sido críticos con su propia cercanía al poder en algún momento, que han visto esa proximidad como una renuncia a los principios que siempre habían defendido. En el otro extremo hay intelectuales y académicos que adoptaron una actitud conservadora y acabaron perteneciendo al poder sin ningún tipo de distancia, mientras que otros de ese ámbito se mantuvieron cerca del muro hasta que se sintieron seguros, haciendo público el lugar desde el que hablaban, adoptando el papel del intelectual más cercano al idealismo, como es el caso de Banda y Said. Finalmente, otros tomaron el camino del quietismo, sin ponerse de parte del poder de forma evidente, pero tampoco adoptando posturas radicales que los situaran en la órbita de la militancia política. Los anteriores modelos sacados de su contexto pueden incitar a ser juzgados. Puede que ello parezca relativamente sencillo, pero lo más importante es detenerse en si las diferentes opciones que adoptó cada uno en aquel momento les parecieron igual de sencillas y evidentes a ellos.

 

 

El intelectual y el dictador: tentaciones y cadenas

 

He decidido dar rienda suelta a mis ideas en la búsqueda de los factores de atracción que experimenta el intelectual ante dictador despótico, y viceversa, y he dado, con mucha modestia y algo de extrapolación, con ciertas similitudes entre ambos. Algunos intelectuales y creadores tienden al individualismo y el apego a uno mismo, y el dictador también. En lo más profundo del intelectual y del creador hay una voz que le informa de que posee una superioridad racional que otros no tienen, y al dictador le sucede lo mismo. Ambos pueden tener razón, aunque sea de forma relativa. Nadie niega que el inteligente se ve atraído por el placer del racionalismo absoluto, y el intelectual y el dictador son conscientes, en un momento crítico, de que ambos se necesitan mutuamente. El dictador conoce las capacidades del intelectual y los horizontes de sus aspiraciones, y el intelectual entiende lo que quiere el dictador y es consciente del poder que tiene de hacer el mal y la falta de límites a su venganza. Se cortejan entre sí a fin de garantizar lo propio, hacerse con aquello en lo que el otro destaca y utilizar sus posibilidades a su favor. A veces, el intelectual ve en su acercamiento al dictador y el poder en general un medio adecuado para lograr lo que desea, y una camino expedito para conseguir la valoración que cree que merece, y que siempre está dispuesto a defender. También es consciente de que enfrentarse al poder puede que le valga ser privado de muchas cosas: su posición, sus premios, sus honores, su continua presencia en los medios de comunicación, y tal vez quedar condenado al olvido.

 

Hay otras razones más idealistas y menos terrenales que la atracción sentimental original entre el dictador y el intelectual, resultado del hecho de que comparten una mirada de superioridad y prepotencia sobre quienes tienen menos capacidad creativa y conocimiento. El intelectual ve en su acercamiento al dictador un medio efectivo y quizá el único para aplicar su visión del mundo, hacer efectivos algunos beneficios para el prójimo, mejorar su situación personal, expandir la cultura entre ellos y adoptar las medidas que garanticen sus derechos. El intelectual puede dejarse llevar en su acercamiento al dictador a causa de su aspiración de lograr una serie de objetivos, pero con este constante acercamiento tal vez no pueda volver a su primera vida, ya que el camino, generalmente, solo acaba teniendo una única dirección, de ida sin retorno.

 

 

Conclusión

 

Parece que hay un antiguo y cimentado miedo que resurge en el interior del intelectual egipcio en cuanto siente la ausencia de la autoridad hegemónica. No debemos olvidar que, mientras que algunos miembros de la comunidad intelectual egipcia demandan la supresión del Ministerio de Cultura como una entidad autoritaria, anuncian la necesidad de apoyar la independencia de las instituciones culturales y denuncian la injerencia del Estado en la censura y la prohibición. Las declaraciones finales de sus congresos suelen obviar esta demanda. Más aún, en ocasiones animan al Estado a jugar un papel mayor a todos los niveles. Esto, tal vez, no esté directamente relacionado con la idea de la atracción hacia la órbita del poder en la medida en que se trata de un aferramiento a la autoridad patriarcal hegemónica con absoluta potestad sobre lo prohibido y lo permitido, y de una falta de visión coherente sobre el futuro de la cultura sin ningún tipo de hegemonía y ni despotismo. Por tanto, muchos intelectuales egipcios se quedan suspendidos en la órbita de los dictadores, esperando una gran sacudida que los empuje fuera.

 


[i] http://www.ahewar.org/debat/show.art.asp?aid=116107

[ii] http://www.mokarabat.com/s1341.htm

[iii] http://www.mokarabat.com/s1341.htm

[iv] Edward Said: El intelectual y el poder, traducción al árabe de Muhammad Anani, pp. 22, 58, 59. Dar al-Ru’ya, primera edición, 2006.

[v] http://www.shorouknews.com/news/view.aspx?cdate=29082014&id=7b08a929-d439-45ed-8749-02742c2ac7d4

[vi] Terry Eagelton: La idea de la cultura, página 60, traducción al árabe de Shawqi Yalal, Colección Humanidades, Maktabat al-Usra, 2012.

 

 

 

 

 

Basma Abdel Aziz (El Cairo, 1976) es psiquiatra, escritora y escultora. Diplomada en neuropsiquiatría y sociología, trabaja para la secretaría general de Salud Mental y escribe una columna semanal para el periódico egipcio al-Shorouk. Su primera colección de relatos, Podría Dios hacerlo fácil, ganó en 2008 el premio Sawris, y su segunda obra, El niño que desapareció, el premio de la organización general de los palacios culturales. En 2009 recibió el premio Ahmed Bahaa-Eddin para jóvenes investigadores por su libro La tentación del poder absoluto, un ensayo sobre los efectos de la violencia policial en la población. Su última obra, The Queue (La cola), recibió en 2014 el premio English PEN de traducción y será publicado el próximo mes de mayo por la editorial Melville House en Estados Unidos.

 

 

 

 

Traducción: Naomí Ramírez Díaz

 

Versión original en árabe

Autor: Basma Abdel Aziz