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El Odio


 

Hace tiempo que quería retomar el blog –hace un año ya desde la última entrada-, hay montones de cosas de las que hablar, sin duda atravesamos una situación muy difícil en lo social que precisamente provoca que escribir sea fácil –o al menos que las vísceras quieran tomar el control-. He decidido que, de momento, en lugar de comentar lo que ocurre de un modo directo lo que haré será tratar de explicar un poco más cómo veo yo nuestra naturaleza, las relaciones que nos igualan, nuestras pasiones y los mecanismos que nos han llevado a donde ahora estamos. Sobra decir que nada de lo que se ponga aquí tendrá ningún valor científico, como siempre sólo son mis pensamientos pasados a palabras escritas. Allá voy.

 

Somos una complicadísima mezcla de sentimientos, instintos y pensamientos racionales. Desde pequeño se me explicó que el ser humano era una maravilla, unos me decían que gracias a que un dios nos creó a su imagen y semejanza para gobernarlo todo; y otros que era debido a que durante decenas de miles de años la evolución fue descartando aquello que no era útil puliéndonos y haciendo que sólo los mejores sobrevivieran el tiempo suficiente para aparearse y así mejorar la especie con cada generación. Sea que sea siempre he oído a mis semejantes celebrar la perfección de nuestra naturaleza… He tenido que crecer para darme cuenta de que esa es una de las afirmaciones más gratuitas e infundadas que se hayan podido hacer jamás, y para muestra hoy quería fijarme en una de esas características que nos definen y que nos diferencia del resto de los animales: nuestra capacidad para odiar.

 

Una de las frases que más se usa es aquella que dice que “todo tiene un por qué”. Mentira. ¿Qué ventajas nos proporciona el odio? No estoy censurándolo desde un punto de vista moral o ético, el egoísmo –que tiene tan mala prensa- sí puede entenderse. Es lógico pensar que un individuo prefiera disfrutar de cualquier comodidad antes que desear que sea cualquier otro el que la tenga. Pero, ¿el odio? No se me ocurre un sentimiento más perfectamente inútil. Malgastamos preciosas horas de nuestras cortas vidas odiando en la soledad de nuestros cuartos o con la complicidad de otros,. Nos consume, nos incapacita y nos agría el carácter, y todo eso ¿para qué? ¿Qué ventaja nos ofrece a cambio? Somos capaces de ponernos delante de un ordenador a insultar a una compañera de clase porque es gorda, a un jugador de fútbol porque no corrió todo lo que pensamos que debió correr, a una expareja porque simplemente dejó de querer estar con nosotros, o a un artista porque no nos gusta lo que hace… Si tuviera alguna utilidad sería que el odio es capaz de desactivar ciertos mecanismos de autocontrol. El odio lo justifica todo, el odio te da el derecho a sacar lo peor de ti. Como te odio puedo hacerte daño; como odio al inmigrante puedo dejar que se ahogue en el mar, puedo pegar a mi mujer o ponerte una bomba. Tengo motivos, te odio.

 

Ser consciente de lo absurdo y lo peligroso que es odiar no te hace inmune al sentimiento, todos sabemos lo que es, lo hemos sentido hacia otros y lo hemos padecido. El hecho de convivir con él nos hace verlo como algo inevitable que simplemente tenemos que conllevar. Probablemente sea así, pero sería deseable al menos que fuéramos conscientes de su arbitrariedad. Odiar no significa necesariamente tener motivos y, desde luego, no tiene nada que ver con tener la razón.

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