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Sociedad del espectáculoEscenariosEl poder del teatro en un hábitat de caudillaje. ¿Cómo se gestó...

El poder del teatro en un hábitat de caudillaje. ¿Cómo se gestó Bocamandja en Guinea Ecuatorial?

El título de este ensayo surgió a raíz de unas conversaciones que mantuve con unos jóvenes de la compañía de teatro Bocamandja en la ciudad de Malabo (Guinea Ecuatorial): aquí les doy dos ejemplos.

 

Tino es un niño de catorce años que lleva dos trabajando con nosotros, vive con su padre y su madrasta. El chaval es demasiado responsable y buen estudiante. Un día vino al ensayo con aspecto muy raro, rarísimo. No quería hablar, no quería hacer nada. Entonces le dije que le tocaba hacer el precalentamiento y enseguida salió fuera y rompió a llorar, algo muy raro en ese chiquillo. Nos acercamos y le invitamos a entrar en la sala. Le dimos unos minutos para que siguiera llorando y cuando estuvo un poco relajado le pregunté, y me contó que su hermanita llevaba unos días enferma y que su padre y su madre se empeñaban en proporcionarle calmantes (ibuprofeno, paracetamol). El chaval, cansado, tomó la decisión de decirle al padre y a la madrasta que tenían que llevar a la hermanita al médico para hacerle las correspondientes pruebas y saber realmente qué tenía.

La reacción del padre fue brutal y casi surrealista: le dijo al niño de todo menos guapo, y la parte que le dolió mucho más a mi chaval, según me relató, fue que su padre siempre intenta agredirle cuando él intentaba aportar su opinión en los asuntos de la casa. Cuando abordamos el tema de los derechos de los niños en nuestras sesiones de ensayo siempre me preguntaba qué pasaba cuando los niños conocían sus derechos, pero sus tutores no les entendían, ni les cedían su espacio, ni respetaban dichos derechos. Es como si ellos tuvieran la obligación de estar callados por ser hijos o por ser menores. Cuando uno es joven, las experiencias marcan para siempre. Que el padre te llame cosas feas, te humille, es una ofensa que te marca. Muchas veces he interpretado en alguna obra teatral personajes de un hombre machista y, como en Malabo casi nos conocemos todos y si de vez en cuando sales en la televisión mucho más, me resulta curioso siempre las controversias que surgen cuando estoy en un lugar y me identifican no como Boturu, sino como ese machista que vieron en la obra de teatro: los hombres te felicitan por el personaje y las mujeres se muestran suspicaces y algo resentidas. Muchas veces la actuación en el escenario y en la vida se confunde.

 

Cuando uno es joven, también marca cómo te traten. Cuando decidí hacer una adaptación para representar en Guinea el texto de mi amigo hispano-mexicano Enrique Olmos de Ita, No tocar, una obra que es un alegato contra la violencia sexual infantil, y había seleccionado a las actrices, una de ellas me dijo que no podría estudiar el texto sin antes hablar conmigo a solas. La tarde siguiente o el mismo día me puse a disposición de escucharla y empezó a contarme que de niña el amigo de su padre había intentado abusar de ella sexualmente. Pasamos unos días hablando del tema y fueron muchas cosas las que me contó y al final la aconsejé que usara esa mala experiencia, esa rabia y esa frustración para hacer su papel en la obra, porque podría ayudar a muchas niñas y a muchos niños al no callarse. La obra fue un éxito y sobre todo la charla y el coloquio que mantuvimos con el público después de la representación.

 

Las conversaciones con los amigos y amigas del equipo de Bocamandja me sirven, y me motivan muchísimo a seguir adelante con el proyecto. Las experiencias que vivimos a diario en Guinea Ecuatorial, también. En la isla de Annobón, cuando estábamos representando la obra de Bienvenido Ivina Esua, La sombra de un sueño, un gobernador se acercó y nos obligó a parar la representación en medio de la función, alegando que estábamos dañando la sensibilidad de los militares. En la ciudad de Akurenám, en la parte continental del país, al término de una función, nos expulsaron a todos los miembros del equipo de Bocamandja, y nos deportaron a la ciudad de Malabo como si fuéramos delincuentes. En el barrio de Elá Nguema, concretamente en el centro educativo María Auxiliadora, después de una representación, un señor que vivía con el virus de VIH vino a felicitarnos y darnos las gracias porque nuestra actividad le había dado el coraje de poder decirnos que tenía el virus. En una sociedad acostumbrada a estigmatizar como la nuestra ese gesto arroja una luz impactante sobre nuestro trabajo.

 

He elegido la palabra caudillaje como título de esta reflexión para hablar de un contexto donde lo normal parece anormal, y viceversa, y para resaltar la fuerza de la representación simbólica sobre el escenario como acicate, como luz, como coraje, como vereda, como escuela, como terapia, como lucecita en medio de una densa oscuridad. El ejemplo y la valentía de la chica que el amigo de su padre intentó violar, y que luego interpretó magníficamente el personaje de una niña violada y violentada que tenía que estar callada porque le decían que era normal porque tenía azuquita en la piel, y que después utilizaba su experiencia para alertar a los jóvenes a no callarse ante un acoso, una violación o un abuso, mostraba la fuerza y el poder del arte en un hábitat de caudillaje. El caso de Tino también, ese niño que ya conoce su rol en la sociedad, en su casa, y que sabe que tiene derechos, en una sociedad donde los niños piensan que solamente tiene obligaciones.

 

 

El camino del artista

 

Mi memoria individual de la infancia se vio marcada por mi migración y por el ejemplo de mi madre. Mi memoria colectiva, la que se forjó entre el pueblo de Baresó y Malabo, guarda los recuerdos de una pobreza sin dignidad. Entrar en la asociación cultural ESA A, aprender y reencontrarme con la cultura bubi, y ahora en Bocamandja con todas las otras culturas de Guinea Ecuatorial, es para mí recuperar la dignidad y la identidad.

 

Mi nombre es Recaredo. Mis apellidos Silebo Boturu. Mi nombre es nombre de un rey visigodo (Leovigildo, Teodorico,Ervigio, Egica…). Silebo es el primer apellido de mi padre y Boturu el primer apellido de mi madre. Pero de estos nombres, ¿cuál es el que representa mejor quien soy yo y mis valores? Pues por mi santa madre, porque me identifico por entero con la lucha y sacrificio de muchas mujeres que (como mi madre) tuvieron que sacar adelante a sus hijos, y ahora a sus nietos, yo voy con el nombre de Boturu. Yo soy un artista, pero un artista indignado. Indignado porque me duelen las cosas que veo, oigo y escucho, originario de Baresó, un pueblo situado a menos de 24 kilómetros de la capital, Malabo. En mi pueblo, en la escuela unitaria de mi pueblo, que es la única de que disponemos, los niños y las niñas pueden estudiar hasta el nivel de tercero de primaria. En el nuevo sistema educativo es hasta el tercero de PEP, que es lo mismo. Un domingo después de misa, cuando tenía que hacer el cuarto curso de primaria, mi madre metió mi maleta en un saco y me comunicó que tenía que ir a Malabo para seguir mis estudios.

 

¿Os dije que mi madre metió mi maleta en un saco? No penséis que cometió un error. Metió la maleta en aquel saco porque la maleta estaba vieja y gastada y se había servido de una cuerda para cerrarla. A lo mejor mi madre no quería que vieran aquella cuerda visible y la metió en aquel saco como medida de seguridad. Como madre, tenía que asegurarse de que las ropas de su niño no se dispersaran por el camino, antes de llegar a destino. Mi madre, como muchas madres de ayer y de hoy, es guardiana. Aunque siga viviendo en nuestro pueblo, y nosotros, todos sus hijos, en la ciudad, no pierde la oportunidad de buscar alguna zona con cobertura para llamar y saber cómo estamos.

 

A los 10 años de edad, con mi maleta dentro del saco, me convertí en niño migrante. O sea, un niño que tenía que acostumbrarse a vivir lejos de su madre, de sus hermanos, de sus tíos y tías, lejos de su hábitat, porque en su pueblo solamente se podía estudiar hasta el tercer curso de primaria. Y no crean, que muchos años y décadas después no ha cambiado nada. Los niños y las niñas de mi pueblo pueden estudiar hasta el tercero, y después tendrían que irse a Malabo o caminar kilómetros y kilómetros para seguir el ciclo formativo. Hablo de mi pueblo, pero también otros podrían hablar de los suyos, y la visión comparativa demostraría el fracaso completo del sistema educativo en el país.

 

 

La gesta de mi madre, su futuro truncado

 

Mi madre había nacido ocho años antes de la independencia de Guinea Ecuatorial, y había sido una de sus tías, hermana de su padre, la que había asistido aquel parto. Los mayores, estudiosos y conocedores de la historia de mi país, saben lo que aconteció meses después de que Manuel Fraga Iribarne y Francisco Macías Nguema firmaran un documento –el 12 de octubre de 1968– y decidieran que mi país fuera libre, independiente y soberano. En mi mente está presente la foto que hicieron en el Palacio del pueblo, y aquella foto en blanco y negro que no quiero comentar pero que muchos recordaréis.

 

Mi madre y todos los que estuvieron en su situación pudieron escolarizarse hasta los nueve años, y después nada. Después vinieron once años en los que negros comieron a negros, en los que negros vendieron a negros: una dictadura plagada de asesinatos selectivos, matanzas atroces, escarmientos públicos y miseria absoluta. ¿Se imaginan una escena en la que sin justificación alguna un hijo era forzado a propinar a su padre doscientos gomazos, o viceversa, hasta que se caían los dos paralizados? ¿Se imaginan una escena en la que un padre estaba obligado a acostarse con su hija?

 

Todo me lo contó mi madre. Y también me contó que, para salir del poblado hasta la ciudad, tenían las adolescentes (aparte de otros documentos) que poseer uno exclusivo llamado “papel de marido”. Un varón mayor de edad tenía que redactar un documento dando su conformidad para que una muchacha pudiese ir hasta la ciudad, pero al final, este hecho o favor, hacía a ese señor tener derechos sobre aquella joven. Mi madre me contó muchas cosas como esta, y la lectura de la novela Los poderes de la tempestad (1997), de Donato Ndongo Bidyogo, y otros muchos libros, me corroboraron lo que había escuchado de ese período.

 

Después de la independencia mi país fue un desastre, ante la impasibilidad del mundo internacional. Yo ya no hablo de España (bueno, como ya éramos independientes teníamos que resolver nuestros propios problemas y encima después, a medida que la crisis se agudizaba, declararon todos los asuntos relacionados con Guinea Ecuatorial como “materia reservada”). Muchas mujeres como mi madre antes de cumplir los veinte años ya habían tenido tres partos, como mínimo. Mi madre después de los 10 años ya no pudo escolarizarse, porque cerraron las escuelas y centros educativos. Cerraron también las puertas y ventanas del país, metiéndonos en un oscurantismo cuyas sombras seguimos vislumbrando. Siempre pensé que mi madre hubiera podido sacarse una carrera universitaria, o convertirse en una gran profesional, si no fuera que los lugares donde crecemos nos condicionan mucho. Y si no son los lugares los que nos condicionan, también lo es el cómo somos percibidos como personas o como parte de un grupo en cada lugar.

 

Hasta ahora he hablado de experiencias y de lo mucho que nos marcan, incluso si no las vivimos en carne propia. Es que siendo parte de una misma sociedad, las experiencias vividas individual o grupalmente tienen un efecto más allá del individuo. Por este motivo ahora abro deliberadamente un paréntesis para hablar llanamente acerca de los términos útiles para navegar la experiencia guineana: memoria colectiva, trauma individual y colectivo

 

Memoria colectiva es un término acuñado por el filósofo y sociólogo francés Maurice Halbwachs que hace referencia a los recuerdos y memorias que atesora la sociedad en su conjunto. En sus estudios habla de la existencia de una memoria individual que está relacionada directamente con la memoria de grupo, encontrándose siempre en constantes cambios. La memoria es siempre social, esto lo indica el hecho de que el recuerdo solo emerge en relación con personas, grupos, lugares o palabras. ¿Y qué pasa con los nacidos en Guinea Ecuatorial en 1979, fecha del llamado Golpe de Libertad, en que el dictador Francisco Macías Nguema fue derrocado a través de un golpe de estado por el actual gobernante del país, o con los nacidos después de 1979, en relación a los recuerdos que deben tener de los once años de triste memoria? 

 

Por su parte, el término trauma individual se refiere al que sucede entre dos personas tras una violación, secuestro, robo, etcetera. El atacante puede ser un delincuente, un enfermo, o un enemigo, pero su conducta es individual, está determinada por una emoción, está en la esfera de lo operable y comprensible de las relaciones interpersonales. Hay un perpetrador que tiene un objetivo personal sobre el atacado, genera en la víctima culpa, vergüenza, humillación, impotencia e ira, sentimientos que deben ser comprendidos, aceptados y resignificados. En la medida en que es puesto rápidamente en palabras permite su operatividad y reduce el efecto tóxico de su silenciamiento. Cuanto más tiempo se mantenga en silencio, más hondo quedará anclado con un peso aplastante, y menos permitirá su des-traumatización. ¿Qué pasa cuando el opresor es el mismo que tiene que protegerte?

 

Por último, el término trauma colectivo nos recuerda que no se trata de una situación de a dos, el atacante no obra preso de una emoción ni por una cuestión personal sino obedeciendo órdenes, es una herramienta de una entidad superior, como el Estado, compromete a la sociedad toda, fragmenta las bases de lo permisible, cambia las expectativas y reglas de la vida. El atacado es definido como enemigo social, pertenece a un grupo tomado como blanco por un Estado o estructura para-estatal, mientras que el ataque se define y justifica de manera colectiva, no es una decisión particular del perpetrador, sino que proviene del Estado, lo que hunde a la víctima en el azoramiento, le impide comprender y desarma sus estructuras lógicas. ¿Qué pasa con las personas en un hábitat de caudillaje?

 

Lo que pasó después de 1979 en el país es que reinó el silencio y la ausencia de la palabra. A nosotros, los que no lo hemos vivido, nos cuentan lo que a unos les favorece y les beneficia, adulterando y extorsionando así nuestra historia. Algunas víctimas de genocidios o traumas colectivos han hablado profundamente. En general, en los días inmediatos a la finalización del hecho genocida, manifiestan una fuerte determinación a compartir lo vivido, a recibir la contención luego del ataque sufrido, y a resignificar de manera comunitaria su experiencia. Pero esto dura poco tiempo y la mayoría comienza el proceso de repliegue y silencio. Es curioso que aquellos que han hablado enseguida y han continuado haciéndolo –al revés que las víctimas de ataques individuales– se han instalado muchas veces en un lugar de victimización del que no han podido salir.

 

 

Mi dignidad de artista

 

Yo salí de mi pueblo siendo niño y fui al barrio de Bisinga en la ciudad de Malabo con mi maleta metida dentro de un saco. Fue un domingo y un 24 de septiembre. Me llevaron a vivir a casa de una familia modesta y ahí conocí a mi segunda madre, Rosa. La llamamos Mami, una mujer originaria de Saõ Tomé. Una semana después de llegar a Malabo quería salir corriendo de aquel lugar llamado capital. Era un infierno. Malabo solo era nombre, sin ganas de exagerar, en Malabo se vivía en la miseria absoluta y todos parecíamos espectros. Echaba de menos mi pueblo, a mi madre, hermanos, tíos, amigos, y sobre todo mi hábitat. No significa que en mi pueblo me regalasen cosas y que todo iba de maravilla. No. Teníamos nuestras necesidades, pero no pasábamos hambre porque mi madre utilizaba sus manos y su cabeza para labrar la tierra y por eso no nos faltaba comida ni frutas. Aunque nunca tuviésemos cochecitos, o juguetes que escupían pompas de jabón, aprendimos a construir coches con bambú, aprendimos a hacer pistolas con madera, aprendimos a hacer gorras con hojas de cacaotal, aprendimos a improvisar balones con plásticos.

 

En Bisinga tenía que ser muy espabilado como los otros niños del barrio, y presumo y puedo presumir de no ir nunca con malas compañías porque, en el año 1993, cuatro después de salir de mi pueblo, el escritor, Liki Loribo, mi mentor, que era novio de una de las hijas de mi segunda madre, me invitó a integrarme en la asociación cultural ESA A, creada por Liki y por el dúo de artistas conocidas como Las Hijas del Sol que utilizaban su talento como cantantes para recrear la cultura y la lengua bubi. Con ellos en esta asociación aprendí muchas cosas de mi cultura bubi que desconocía; bailábamos, cantábamos, investigábamos para saber más sobre nuestra rica tradición oral y, sobre todo, fue en aquella asociación donde empezó mi pasión por la literatura y el teatro. Cosas del destino o no, en 1998 Liki tenía que dejar Guinea y viajar a España y me dejó a cargo de ESA A. Fue un gran reto para mí, porque me faltaba ese liderazgo que tenía Liki, pero lo retos se asumen cuando no queda de otra y fue en ESA A donde empecé a dirigir a jóvenes actores. Yo tenía 19 años y algunos eran mayores que yo, ese fue otro reto; pero ESA A era un entorno familiar y nos faltaba todavía cierto compromiso, por eso, cuando cerraron el Centro Cultural Hispano-Guineano de Malabo en el año 2003, desapareció como los otros grupos teatrales de Malabo.

 

La década de los 90, y gracias a los auspicios del Centro Cultural Hispano-Guineano, fue la de más auge cultural en la ciudad de Malabo, por los talleres de teatro, muestras, festivales y representaciones teatrales que se hacían. En Malabo se podían contabilizar en ese momento más de diez grupos teatrales: Arena blanca, Nueva ola, Don Pastor, Teatro verde, ESA A, Sueño joven, Amanecer de África, Manjaritos, Taller de teatro de Virgen María de África, San Sales… Pero todos estos grupos desaparecieron cuando se cerró aquel espacio. Esto mostró claramente que funcionábamos bajo el paraguas de aquella institución y que no teníamos autonomía propia. Cerraron el Centro y los grupos desaparecieron.

 

Cuando unos meses más tarde, también en el 2003, abrieron el Centro Cultural Español, nos acercamos los más empeñados en seguir teniendo un espacio para hacer teatro. En los primeros años hicimos cositas, pero la directiva del centro tenía otras prioridades, o había reticencia a cedernos un espacio (alguna vez alguna directora nos preguntó qué ganaba España a cambio). Con un colectivo de actores llegamos a estrenar una obra escrita por mí, Pecado, y la representamos exitosamente en varias ciudades del país. En la mañana de los sábados y domingos íbamos a improvisar sketches para los niños, pero no era fácil. Eran proyectos fugaces que no tenían ninguna sostenibilidad.

 

Los que resistimos y persistimos conseguimos crear la Compañía de teatro Bocamandja en 2005. Gloria Nistal, primera directora del Centro Cultural de España en Malabo, y el propio Centro, tuvieron mucho que ver en este logro. Bocamandja es una compañía teatral formada por jóvenes ecuatoguineanos que durante estos casi catorce años de existencia ininterrumpida han representado obras de autores nacionales e internacionales, viajado por todo el territorio nacional y por múltiples países en África y Europa, y que  trabaja con el objeto de fomentar las artes escénicas en Guinea Ecuatorial, difundiendo y adaptando obras de autores nacionales, africanos, latinoamericanos y europeos y, centrándose en la concienciación social sobre temas de género, salud pública o derechos humanos, y reflexionando sobre el tránsito entre tradición y modernidad. Desde entonces, de martes a viernes, ensayamos todas las tardes. Hemos representado ya casi todas las obras dramáticas publicadas de autores nacionales, y hemos llevado a escena cuarenta composiciones en más de 130 representaciones. Desde nuestro décimo aniversario instituimos el Primer Festival nacional de teatro escolar en las ciudades de Malabo y en Bata, porque creemos que, si queremos sostenibilidad, tenemos que apostar por la cantera, por los niños. Para poder hacer colaboraciones con instituciones nacionales e internacionales, en el 2012 fuimos legalizados como una organización no gubernamental que utiliza el teatro como medio de sensibilización, el proceso nos llevó más de tres años.

 

En este tiempo nos ha pasado de todo, a cada uno de nosotros como miembros y al grupo, pero sabemos de dónde hemos salido y a dónde queremos llegar. En mi caso no me olvido nunca del día que mi madre metió aquella maleta en aquel saco y me dijo aquellas palabras antes de entrar en aquel coche de opuaopua. Anteriormente ser un actor de teatro en Guinea era considerado una pérdida de tiempo, pero los casi 14 años de Bocamandja, que también coincidieron con la creación de otros grupos, como AMEA, Fenix, Biyeyema, Actores del milenio, Ceiba bantu, Séptimo arte, o Locos por cultura, están demostrando a la sociedad que se necesita de las artes escénicas para sobrevivir, para respirar y para contener esa rebeldía interior que tanta falta nos hace. Estuvimos hace un mes en Rabat dos chicos y cinco chicas del grupo, demostrando cómo el arte puede dar poder a la mujer. En Bocamandja las mujeres son los motores y en la sociedad guineana también; de ahí la importancia del arte en un hábitat de caudillaje, para no ser envenenados por estructuras patriarcales y caducas necesitamos el arte como alternativa, para ver desde otros prismas. 

 

Todos los sistemas están pensados para oprimir al ciudadano, sobre todo los que han gobernado nuestro país. Necesitamos el arte y la literatura para imaginar y crear mundos más justos, porque seguimos anestesiados, y la sombra del Único milagro de Guinea Ecuatorial nos sigue oprimiendo. Nunca ha habido en mi país un centro de enseñanza de arte, interpretación, danza, teatro o música. ¿Saben por qué? Quieren que perdamos la memoria, que no sepamos quiénes somos, quieren que todos nos dediquemos al politiqueo absurdo y sin sentido que solo sirve para acusar al hermano, a diestra y siniestra. Quieren que nos dediquemos a vender a los hermanos a precio de buñuelos, para tener un puesto en el gobierno que en realidad solo te permitirá tener una chaqueta de marca y nada más. Por las mañanas, cuando me meto en el cuarto de baño, mi pareja se preocupa. De vez en cuando va mirando y preguntando que si estoy bien. Últimamente tardo bastante en salir del cuarto de aseo. ¿Tendrán la curiosidad de saber por qué? La respuesta es sencilla.

 

Hay gente que necesita su tiempo, que necesita acomodarse y encontrar la tranquilidad de culminar eficazmente el acto de evacuar. Otros necesitan estar ahí cierto tiempo para programar su día. Otros emplean más tiempo para intentar buscar respuestas a los interrogantes que les embargan. Habrá más motivos, pero estos tres son algunos de los que me hacen estar mucho tiempo. ¿Alguna vez se han parado a pensar qué pasaría si hubiésemos obtenido la independencia en el año 1965, 1970 o en el 1979, por ejemplo? Cualquier guiso tiene su tiempo de preparación y elaboración y cuando no se respeta ese tiempo, muchas veces llega la indigestión, la disentería y en nuestro país suele tener nombre como mocosanguilenta.

 

¿Qué hubiera sucedido si en el año 1968, cuando nos dieron la independencia, hubiéramos caído en manos de otros dirigentes? Difícil decirlo, pero tenemos que trabajar no con suposiciones sino con la realidad que heredamos. Vamos a tener el coraje de dar una mirada retrospectiva de las circunstancias que acontecieron para que Guinea Ecuatorial tuviera la independencia: no podemos vivir sin tener memoria de lo que ocurrió porque de otra manera nunca aprenderemos de los errores y de los aciertos, siempre estaremos aleteando en el mismo potopoto (lodazal) de siempre.

 

Creo que 50 años después carecemos todavía de memoria colectiva, y de ahí los tantos traumas individuales y colectivos. Muchos somos actores, pero también nos sentimos víctimas, hay muchas víctimas que son también actores, y sumado al fenómeno de la corrupción generalizada, la discriminación étnica, el nepotismo y el vivir del cuento, la falta de memoria colectiva nos ha llevado a la crisis profunda que padecemos, la que más me preocupa, la crisis de valores. Pero en todo hay una oportunidad. No podemos caer en las garras del derrotismo y del victimismo. Aunque hay un cansancio y desesperación generalizados, este medio siglo es una oportunidad para replantearse cuestiones de unidad nacional, de dialogar, y de pensar en las personas, no en los apellidos ni en las etnias.

 

Desde Bocamandja (y otros grupos de teatro) tenemos la oportunidad de llevar nuestro arte en los niños y en las niñas, el futuro de Guinea Ecuatorial, y tenemos la oportunidad de apostar por ellos, por la convivencia, por la equidad, porque si no lo hacemos, nadie lo hará por nosotros.

 

Hemos hablado mucho de Francisco Macías, pero ningún presidente dirige sin la complicidad de otros, siempre hay gente en la sombra que son los que realmente aconsejan, acometen y ejecutan las arbitrariedades, con la complicidad del pueblo, obviamente. Yo creo en las pequeñas oportunidades, y esta fecha del cincuentenario nos brinda una oportunidad para replantearnos el futuro. Yo siempre pienso en mis hijos, y tenemos la obligación de educarles, aunque hemos decidido dejarles un país hundido. Hay un cansancio generalizado, una tristeza imperante, una desesperanza visible, pero creo que iremos a mejor, si rompemos el saco del conformismo y luchamos por unas instituciones creíbles, porque las personas pasan y quedan las instituciones. Porque se terminó el cacao, y la madera y el petróleo se terminarán también, pero quedará Guinea Ecuatorial con sus circunstancias.

 

 

 

 

Este texto es una adaptación de una conferencia pronunciada en el Centro de Estudios Afro-Hispánicos de Madrid con motivo de un Seminario internacional titulado Revisitando las descolonizaciones africanas: 50 años de la independencia de Guinea Ecuatorial, que se celebró entre los días 2 y 13 de julio de 2018. Los vídeos de la conferencia y de la subsiguiente discusión están disponibles en estos enlaces:

https://canal.uned.es/video/5b432bc0b1111f260c8b4567?track_id=5b4336f5b1111f580c8b4567

y https://canal.uned.es/video/5b432c14b1111f830c8b4567?track_id=5b43374fb1111f880c8b4567

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