La primera vez que yo oí sobre Sabrina era muy pequeño, no tenía ni quince años, y fue con una canción que se cantaba en los recreos:
“Boing, boing, boing, Sabrina es la ETA
Boing, boing, boing, no tiene metralleta
Boing, boing, boing, dispara con las tetas”.
El imaginario celtibérico, luego de años de represión, lograba salir de un ensueño poco físico para ser derrotado por ese eros embutido en chaquetilla con flecos en la televisión pública. Es un momento síntoma: en diciembre del año 1987 los españoles dejaron de ser reprimidos a lo película de Luis Buñuel para convertirse en erotómanos en potencia. Fue, claro, la célebre actuación de la cantante genovesa en una nochevieja que erizó los pelos de la dehesa al agreste varón peninsular.
El vídeo, visto a la altura de 2023, es bastante inocentón y solo tiene apenas medio pezón que se vislumbra en una chica descocada. Pero, de nuevo, no es el videoclip picantón lo que realmente sorprende, sino la reacción cavernícola del país en el tiempo. Como es conocido, ese estilo de “pin-ups” de italianas neumáticas habría sido el arma secreta que otorgó el triunfo de Silvio Berlusconi en la televisión -vean el imprescindible Videocrazy-. Esto no podía ser ninguna sorpresa: entre un diputado eurocomunista embutido en pana y con las reglamentarias gafas Telefunken y una muchacha con tres cabezas el maromo transalpino -al que siempre imaginamos en los 80 narigón, ciclista y con leotardos rosas- no tenía elección. De hacer falta, su tercera extremidad cambiaría el canal por él.
El sencillo Boys (Summertime Love) había sido lanzado antes, en primavera, y entraba dentro del género italodisco que tanto hizo por el dinero negro en nuestra Costa del Sol. No he podido encontrar mucha polémica sobre este en Italia, lugar acostumbrado a cierto erotismo natural, pero sí existió en el Reino Unido y en España; inevitables periferias puritanas de Europa. El británico Top of the Pops, así, emitió el videoclip de la piscina cambiando el formato de tres cuartos a panorámico para tapar las vergüenzas de la señorita Salerno.
Arreglada, pero informal
El caso español es inevitablemente más negro: llegó al número tres en nuestras listas de éxito, pero la actuación colapsó la centralita de televisión española por las quejas. Era un programa grabado antes, claro, y entre el mánager de Salerno y la directora de RTVE Pilar Miró decidieron que poca polémica podrían tener unos senos en ebullición (van tres metáforas, perdonen, que no soy Juan Abreu). Se equivocaron, aunque esas quejas telefónicas suenan más bien a señora de Villatortas del Cerro Perdido que prefiere orgasmos tridentinos a catódicos.
El suceso clave, con todo, fue más bien el asalto del feminismo vasco -que imaginamos como “amatxus” motorizadas- a un concierto de Salerno en Bilbao. Las jarrai feministas atacaron a la artista con “petardos, huevos y tomates”, recuerda el periodista Martínez Zarrazina, y amenazaron con un divertido y casi carlista «¡Sabrina a la ría!». Ese año 1987, también, ETA se había llevado la vida de 41 personas, muchas de ellas civiles, en torno a esa idea ridícula de la patria vasca que solo es creíble en vírgenes de treinta y tantos. Sabrina, gracias a la bondad de Dios con las pecadoras carnales (todo un género del cine italiano, por cierto), no llegó a ser raptada por estos “romanos” que preferían a otro Sabino.
Sabrina españolista
Así, pudo escapar antes de cualquier percance, aunque bien le habría valido conocer la obra del psicoanalista Wilhelm Reich que profetizaba su persecución en un lugar sin sexo, pero con bombas como era la Euskadi de los 80:
“Debemos atribuir el notable éxito del misticismo religioso al hecho de que se apoyaba centralmente sobre la doctrina del pecado original como acto sexual realizado por placer. El nacionalsocialismo conserva el motivo, reinterpretándolo mediante otra ideología, más adecuada a sus objetivos”.
En aquel tiempo Euskadi no llegaba ni al 10% de nacimientos, todos se casaban a unos sorprendentes 25 años además de contar con una notable asistencia a misa superior al 20%. Mucho tiempo después, sin la jerga pedantona de Reich, los Lehendakaris Muertos compondrían la canción epitafio que debía haber cerrado un concierto de Sabrina Salerno en el año 87 y que también valdría para esa España:
“El problema vasco, el problema vasco.
Aquí no se folla, es el problema vasco.
El problema vasco, el problema vasco.
Aquí no se folla, es el problema vasco.”.