“Un pueblo es un grupo de seres humanos unidos por un pasado y unos antepasados comunes, reales o imaginarios, independientemente de que compartan un Estado o no”.
Kwame Anthony Appiah
La realidad se impone, y por eso pasé meses atenta a las alertas de diferentes plataformas sobre temas relacionados con migración para que me llegara a diario lo que se estaba cociendo en diferentes lugares: iniciativas positivas, gratificantes, y sobre todo las muestras de racismo y xenofobia, la persistente insistencia de que el Otro no sienta nunca que pertenece a este lugar que sí compartimos, porque es lo que más espacio ocupa en los medios, en las redes sociales, a lo que más atención acabamos prestando al imponérsenos de forma irrefrenable. Después de todo este tiempo con las orejas y los ojos muy abiertos, apuntando en libretas cada sugerencia, investigando cada nombre, no tengo más remedio que empezar hablando por separado de lo que debería ser un todo. Y primero les analizaremos a “ellos”, que tienen la valentía de emprender el viaje, que son capaces de construir un proyecto de vida, que se organizan, se endeudan, sueñan, construyen y confían. Ellos son los que toman la iniciativa y por eso es importante y necesario darles este espacio, para que cuando queramos observar su realidad contemos con suficientes argumentos y dejemos de juzgarles desde la incomprensión.
Parto de que, a pesar de que existen departamentos específicos en los ministerios y de que contamos con datos que nos permiten analizar una trayectoria ya de tres décadas, la inmigración está ausente del debate político. Lo hemos podido comprobar en las elecciones legislativas y municipales de los últimos años, en las que los programas –y, sobre, todo lo que se verbaliza en los mítines– no han girado de forma significativa en torno a ese colectivo, que, a pesar de ser minoritario, cada vez adquiere una atención mayor y que, como aseguran expertos economistas, será transcendental para el futuro de nuestro bienestar.
Además, el contexto en el que se permite que no haya un verdadero debate sobre la cuestión migratoria en España coincide con el aumento del discurso xenófobo, racista y de negación del otro en el que se mezcla todo, que acaba convenciendo de que otras formas de vida amenazan a la autóctona, y se acaba cayendo en la discriminación cultural o religiosa, campos que tan rápido se prestan a la tergiversación.
Es necesario recordar lo que las cifras y los expertos en migraciones, entre ellos el Ministerio del Interior, no se cansan de repetir, para que el contexto no parta de la ambigüedad: la mayoría de las personas a las que calificamos como irregulares llegaron a España en avión o autobús, con un visado de turista o estudiante. Es un hecho, recogido de forma aséptica y sin análisis socioeconómico ni político, un dato del que partir para que, en lugar de repetir los mensajes dirigidos a criminalizar a las personas migrantes o refugiadas, seamos capaces de reconocer las dificultades y beneficios que aportan a nuestra sociedad. No se trata de obligarnos a mostrar empatía hacia situaciones en origen terribles, sino de llegar a comprender y opinar a partir de los resultados de los informes e investigaciones o de los relatos en primera persona, que, aunque de forma discontinua, llevan apareciendo en los medios de comunicación españoles desde hace décadas.
Ellos
Un lugar se construye a partir de las personas que lo ocupan. Hasta que es habitado y empieza a adquirir vida, no existe. Es como un espacio, que puede ser perfecto o con aspectos por definir, pero que está muerto hasta que acoge a los seres humanos que le dan vida. Una vez que el lugar late, porque alberga personas, queda expuesto a la transformación, a la llegada y salida de los que lo conforman.
De desplazarse y construir va esta acción innata en las personas, ligada a principios básicos de la vida como alcanzar la dignidad y el respeto, sentirse orgulloso de lo logrado, trabajar para mejorar y contemplar el resultado. En diferente grado de necesidad, dependiendo primero del lugar en el que nos ha tocado nacer y después del entorno, que ayuda, limita o incluso condena, están las decisiones y acciones que uno emprende. Pero también juegan un papel fundamental las personas con las que nos cruzamos, con las que se decide establecer una relación o que se nos imponen por diferentes circunstancias. Al margen de lo que cada uno de nosotros pensemos sobre la construcción de las relaciones de amistad, sobre las circunstancias que hacen que en un momento determinado haya una persona que aparece en tu vida para quedarse o cuya presencia te obligue a modificar tu forma de pensar, de relacionarte con los demás, de escuchar y observar… todo, a pesar de ser clave en la forma en la que nos relacionamos, puede quedar en un segundo plano cuando volvemos a las cifras, a esos datos no cuestionables de los que se debería partir para explicar quiénes son Ellos.
En España hay 5,4 millones de extranjeros (INE[1], enero de 2020), siendo la primera vez que se han superado los cinco millones desde hace siete años. El mayor crecimiento de personas que no han nacido en España pero que un día cruzaron nuestras fronteras se debe a los ciudadanos procedentes de Colombia, Venezuela, Marruecos y Honduras. Los que menos llegan son los nacidos en Rumanía, Guinea Ecuatorial y Bulgaria. Por comunidades autónomas, el número de extranjeros ha subido sobre todo en Baleares, Comunidad de Madrid y Canarias, estando a la cola Extremadura, Asturias y Castilla y León.
Otro factor interesante es el elevado porcentaje de personas que han llegado procedentes de fuera de la Unión Europea: un 10,7 % más que en 2019. Una cifra muy superior al incremento de ciudadanos comunitarios, que en ese mismo periodo fue del 2.3 %. En cuanto a la representación por grupos de países, los ciudadanos de la UE son el 34.6 % del total de los extranjeros inscritos, seguido de los procedentes de África (el 22 %).
Es un porcentaje de un 11,4 % del total de la población, un número que se alcanza después de más de treinta años en los que España ha pasado de ser país de tránsito a serlo de recepción de personas migrantes y que parece complicado que llegue a justificar que genere tantos problemas y situaciones aparentemente insalvables. De hecho, en la encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) publicada a mediados de julio de 2020, marcada por los efectos de la pandemia del coronavirus, se indica que la principal preocupación de los españoles es el paro (para el 34.6 %), seguido de la situación económica y la COVID-19. Y en enero de 2020, también según el CIS, la inmigración ocupaba el puesto decimoprimero (mientras que un año antes, en enero de 2019, llegó a ser el sexto más citado por los encuestados) en la lista de problemas más acuciantes de los españoles, por detrás de preocupaciones centradas en la situación económica, política y sanitaria.
Ser regular o irregular
Cuando se analiza la situación de las personas extranjeras en España, la primera distinción establecida por la sociedad es la de clasificarles entre regulares e irregulares, o personas sin los papeles o documentos que les permitan establecerse en nuestro país sin miedo a ser detenidos y repatriados. Algunas organizaciones de acogida y acompañamiento de las personas migrantes que abogan por la regularización masiva calculan que hay, al menos, 600.000 personas en situación irregular, aunque nadie lo sabe con exactitud: desde la Administración no se aventuran a proporcionar una cifra orientativa.
La situación de vulnerabilidad absoluta de estas personas es atendida por la red de personas cercanas y de organizaciones que trabajan para facilitarles lo mínimo imprescindible y permitirles resistir hasta que cambie su situación jurídica. Es la comunidad, generada a partir de la situación extrema en la que se encuentran, la que se organiza, busca salidasy suple lo básico centrándose en superar cada día, y la que logra ajustarse a los recursos que existen en cada situación.
La política migratoria común de la Unión Europea se basa en el Acuerdo de Schengen y en la primera Ley de Extranjería (Ley Orgánica 7/1985, de 1 de julio, sobre derechos y libertades de los extranjeros en España) que permitió al juez de instrucción acordar como medida cautelar vinculada a la sustanciación o ejecución de un expediente de expulsión el internamiento en centros de carácter no penitenciario. En 1986 comenzaron a funcionar los Centros de Internamiento de Extranjeros (CIE), dependientes del Ministerio de Interior, cuyo funcionamiento y régimen quedaron regulados en el Real Decreto 162/2014, que estipula que el internamiento no puede exceder los sesenta días. A los internos en estos centros se les priva de libertad por haber cometido una falta administrativa –no tener los papeles en regla–, no un delito. Y durante el tiempo que pasan retenidos se les intenta expulsar a su país de origen. En caso contrario, cuando pasa el tiempo máximo de retención deben ser puestos en libertad. En España hay ocho CIE con 1.200 plazas que, como en el caso de Ceuta y Melilla, suelen acoger a un número mucho mayor de su capacidad. Son cuestionados por organizaciones, asociaciones y movimientos sociales, que se refieren a los CIE como “cárceles aporófobas”[2] y que reclaman su cierre definitivo denunciando falta de transparencia en la gestión y violaciones de derechos fundamentales mediante un trato indigno y vejatorio, así como la práctica de agresiones y torturas que han podido acabar, en algunos casos, con el fallecimiento de la persona migrante o refugiadainternada. Critican que las condiciones de reclusión son inhumanas, mucho peores que las de los centros penitenciarios, por estar destinadas a extranjeros. En 2019, siete de cada diez migrantes de los CIE solicitaron el asilo[3], lo que indica que la mayor parte de estas personas huyen de una problemática determinada, por lo que deberían ser escuchadas y facilitarles lo antes posible que, una vez que han logrado estar fuera de peligro, empiecen a reconstruir sus vidas y a decidir dónde establecer su hogar.
La situación de las personas que acceden a España de forma regular o irregular está cada vez más documentada, tanto por informes y memorias de organizaciones que hacen un seguimiento pormenorizado de la realidad de los que llegan como por organismos internacionales que responden a la necesidad de aportar más datos e información para tomar decisiones sobre la gestión de sus recursos. En octubre de 2019, los investigadores de la división africana del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) presentaron un informe sobre el perfil de la mujer africana que emigra a Europa[4]. En el Viejo Continente hay cuarenta y siete millones de inmigrantes, de los cuales veinticuatro millones son mujeres. En España, la investigación se realizó en Alicante, Barcelona, Lepe (Huelva), Lleida y Valencia, con algunas conclusiones interesantes que ayudan a aportar características concretas, como el hecho de que en Europa haya un contexto menos patriarcal que en África, lo que permite a las mujeres progresar más. Tienen menos privaciones y más facilidad para acceder a servicios. Entre los aspectos más negativos, el informe apunta que la mujer es objeto de más delitos que el hombre migrante. Además, ganan más dinero que los varones, acceden a mejores alojamientos y a más servicios sociales. Y frente a la victimización constante desde la que se ve a las emigrantes africanas, ellas dicen sufrir menos privaciones que sus homólogos masculinos. Quizá se deba a que su autoestima es mayor: se aprecia que son más conscientes de sus capacidades personales para emprender, salir adelante o mejorar sus condiciones de vida. La emigración para ellas ha supuesto superar las barreras de género que se imponían en sus países de origen, dejar atrás las normas patriarcales de sus casas y alejarse de diversos tipos de explotación que en Europa se pueden denunciar con mayor facilidad.
Como hace ya tiempo que vienen apuntando otros estudios, las personas que emigran son las que están mejor preparadas. En el caso del informe del PNUD, solo el 16 % no había recibido ninguna formación y en el resto de los casos habían prolongado los estudios durante una media de nueve años, llegando a estudiar la Secundaria en la mayoría de casos. Otro aspecto significativo es que el aumento del acceso a la educación para las niñas, tanto en Primaria como en Secundaria (aunque en esta franja de edad, dependiendo del país, no se han alcanzado cifras tan esperanzadoras), está contribuyendo a expandir sus horizontes y aspiraciones. Y entre los motivos por los que deciden abandonar sus hogares se mantiene lo estipulado desde hace décadas: toman la decisión porque la familia se organiza para pagar el viaje pensando en las remesas –en 2017 se enviaron 25.300 millones de euros a África desde Europa, lo que significó el 36 % del total de las remesas recibidas en el continente africano, aunque el Banco Mundial ha advertido de que en 2020, debido al coronavirus, las remesas bajarán un 20 %– que percibirán cada mes cuando el familiar se asiente y encuentre un trabajo en Europa; y el segundo motivo más generalizado es la posibilidad de escapar de los abusos que están sufriendo en su entorno cercano. Huir para empezar una vida de nuevo, sin ataduras.
El paro y las condiciones laborales son una preocupación compartida entre los ciudadanos nacionales y los extranjeros. En Europa las personas inmigrantes experimentan mayores tasas de desempleo e inseguridad laboral, además de tener que enfrentarse a las complicaciones para obtener un permiso de trabajo y un grado de discriminación racial elevado. Existe, como explica la investigación del PNUD, una brecha salarial entre las mujeres y los hombres migrantes que también se ve beneficiada por la emigración, porque mientras en sus países de origen ganan un 26 % menos, en Europa reciben un sueldo que es una media de un 11 % mayor que el de sus homólogos masculinos. Y entre las labores que realizan destaca el trabajo en el sector de los servicios, como dependientas, labores de limpieza, cuidado del hogary de niños o ancianos, atención sanitaria y peluquería. Un porcentaje menor sobrevive mediante el trabajo sexual (5 %).
A pesar de que tanto los hombres como las mujeres inmigrantes comparten el miedo a ser deportados o detenidos, se enfrentan a las barreras lingüísticas y la falta de información para denunciar tratos vejatorios, explotación, abusos y casos de violencia normalizada, el informe concluye que ellas se declaran “más satisfechas respecto a su bienestar financiero, social, emocional y su seguridad personal” que ellos.
La Administración impone la división entre las personas con los papeles en regla y las que no los tienen, y esa brecha crece gracias a la cobertura mediática, centrada en los desembarcos en la ruta del Mediterráneo –en 2018 España se convirtió en la principal entrada de inmigración irregular por mar a Europa con 65.000 llegadas– y en los acuerdos bilaterales con países como Marruecos –que a mediados de 2019 permitió que se registrara una caída del 40 % en las entradas de personas en situación irregular– o del conjunto de la Unión Europea con Turquía para frenar una entrada masiva, como la mal llamada “crisis de los refugiado”» de 2015, en la cual, a pesar de lo firmado, tres años después se mantenía un control relativo, ya que Grecia era el país que registraba más desembarcos en sus costas (con 28.200 en agosto de 2019).
Durante la crisis europea de acogida de refugiados de 2015, más de 800.000 personas usaron la ruta oriental para acceder a la UE. Las políticas centradas en la seguridad y las fronteras mostraron su ineficacia tanto en lo práctico, siendo el movimiento ciudadano y de organizaciones no gubernamentales los que se enfrentaron a la situación en el terreno, como en el plano diplomático, porque no hubo capacidad para que cada Estado miembro de la UE se autoaplicase la cláusula de solidaridad en el reparto de las personas que huían de conflictos violentos y que eran susceptibles de acceder a la protección internacional para ser reconocidos como refugiados. De hecho, a lo largo de la última década se ha comprobado con claridad que, ante la imposibilidad de frenar la necesidad, más que el deseo, de que las personas intenten mantenerse con vida huyendo de sus países, las tres principales rutas de acceso al continente europeo se activan de forma alternativa cuando se incrementa el control o la externalización de las fronteras europeas recibe una nueva partida económica.
El acuerdo migratorio entre la UE y Turquía de 2016 frenó la llegada por la ruta oriental, lo que provocó que se reactivara la central, mucho más mortífera. Las cifras sobre las muertes en el Mediterráneo son siempre aproximadas porque no es posible saber cuántas personas han perecido en el intento, por eso referirse a este mar como el mayor cementerio del mundo no es desafortunado. El Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) y la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) aseguraron que en 2016 se alcanzó un récord histórico con 5.000 personas muertas en el Mediterráneo, una media de catorce personas al día y un 25 % más que el año anterior, durante lo que la UE denominó como la “crisis de los refugiados”. Fue un repunte importante que no ha provocado cambios significativos en la gestión de un fenómeno que nadie duda en que persistirá en el tiempo, y al que se intenta atajar asumiendo que, como señala ACNUR, una media de seis personas mueren al día intentando llegar a Europa (entre 2015 y 2019 se ha pasado de que murieran diecinueve personas por cada 1.000 que lograban llegar a que perezcan 293). El colectivo Caminando Fronteras, que tiene una línea de teléfono de emergencia permanente para que las personas que cruzan por el Mediterráneo occidental y se encuentran en apuros puedan pedir socorro, alertó en su informe de diciembre de 2019 sobre el aumento de la mortalidad a pesar de que las salidas se habían reducido a la mitad, y pidió que se aplique de forma urgente el Protocolo de Asistencia a Víctimas Múltiples antes que la Ley de Extranjería para terminar con la actual “necropolítica estatal en las fronteras”. Y en su informe Monitoreo Derecho a la Vida 2020[5]aseguró que 2.170 inmigrantes perdieron la vida intentando llegar a España por distintas rutas migratorias, de los que el 85 % optaron por la ruta canaria, donde se contabilizaron 45 naufragios. Es un aumento de un 143 % respecto a 2019, cuando se contabilizaron 893 muertes.
Entre 2016 y 2018 los esfuerzos de Italia y de la UE para frenar el flujo migratorio se centraron en las mafias, lo que reactivó de nuevo la ruta oriental. Europol valora este negocio en entre 3.000 y 6.000 millones de euros al año.
El paso de estar indocumentado a dejar de estarlo es complejo. Como denuncian organizaciones como ACCEM (presente en doce comunidades y en treinta y ocho municipios del Estado español), la ley obliga a estas personas a vivir durante tres años en la clandestinidad antes de iniciar la legalización. Y cuando llega ese momento, las pruebas de arraigo y el esfuerzo y aguante para crear una nueva vida son tan evidentes que un porcentaje elevado logra regularizarse. Sobrevivir significa engrosar la bolsa de trabajo no declarado, mal pagado y donde los casos de explotación son habituales, una economía sumergida que también sustenta nuestro estado de bienestar y que es injustamente invisibilizada.
La otra cara de la moneda son las personas que llegan a nuestro país y que, como podría hacer un ciudadano español que quiera trabajar en el extranjero, acceden a un contrato de trabajo que les permite tener una residencia y disfrutar de servicios de atención básica como la educación y sanidad públicas. Según la Secretaría de Estado de la Seguridad Social, en España hay casi dos millones de personas extranjeras dadas de alta[6], de las cuales 218.216 lo están en el sistema agrario (81.000 proceden de Marruecos y más de 58.000 de Rumanía) y tienen residencia en Andalucía, Murcia y Alicante. Desde la plataforma #RegularizacionYa, que defiende los derechos de las personas migrantes de diferentes sectores y en especial de los que trabajan en el campo (los temporeros), ponen el acento en la calidad del empleo ocupado, cuando se enfrentan a contratos precarios, temporales y que impiden un desarrollo profesional adecuado. El país que más emigrantes ocupados aporta a España es Rumanía, seguido de Marruecos, Italia y Reino Unido. Y por comunidades, la que más trabajadores extranjeros absorbe es Cataluña (uno de cada cuatro rumanos, italianos y marroquíes), seguida de Madrid (con un número importante de asalariados de Rumanía y China).
¿Por qué vienen?
Tendríamos que hacer un análisis sociopolítico de la situación de los países emisores de personas migrantes o refugiadas para comprender las causas por las que deciden venir. No es difícil acceder a información precisa sobre la evolución de los conflictos, guerras, catástrofes naturales o crisis económicas que viven algunos de los países de origen de las personas con las que estamos compartiendo la calle, los transportes públicos, los parques, quizás alguna terraza o una sala de cine; y cuando tenemos la suerte de entablar conversación con una persona que procede de fuera de nuestras fronteras y que apenas da unas pincelas generales sobre las razones por las que decidió emigrar es interesante, hasta imprescindible, hacer nuestra pequeña búsqueda, acceder a la red o leer algunas de las explicaciones con las que las organizaciones que trabajan para y con ellos cada día, resumen y hacen accesibles sus realidades.
Vienen porque cada ser humano es libre, o debería serlo, y tiene el derecho de ejercer la decisión de viajar, desplazarse a otro lugar, como principal reivindicación. Pero, en realidad, un elevado porcentaje lo hace por obligación, porque no le queda otra salida para alcanzar una vida digna, plena y feliz.
Podríamos citar razones medioambientales, muchas provocadas por el cambio climático que en continentes como el africano y el asiático están siendo especialmente virulentas: ciclones, lluvias torrenciales, sequías o la plaga de langostas en el cuerno de África (Somalia, Kenia, Etiopía, Eritrea y Yibuti) que en 2020 afectó de forma directa a 620.000 personas y generó una emergencia alimentaria que, según algunas estimaciones, sufrieron treinta y dos millones de personas.
Pero también es necesario hablar de crisis política como la que ha hecho que los ciudadanos de Venezuela sean más numerosos desde 2019 en sus llegadas a España que los de Colombia, donde el proceso de paz fracasó, o los que lo hacen por las maras o las pandillas en Centroamérica. Con una media de 3.500 solicitudes de asilo a la semana, los países de América Latina hicieron que España se convirtiera en febrero de 2020 en el país con más peticiones de refugio de todos los miembros de la UE. El año 2019 se cerró con 118.000 solicitudes. Lo alarmante es que, manteniendo esa situación extrema, España se sitúa en la cola, junto a Hungría, de los países que menos peticiones reconoce y aprueba, siendo apenas un 5 % las que corren esa suerte, cuando la media de la UE (448 millones de personas), que según Eurostat en 2019 recibió 612.700 nuevas solicitudes, es de un 30 %.
El comportamiento de otros países ante la riqueza que supone contar con personas inmigrantes y refugiadas que quieren trabajar y establecerse allí muestra un camino que quizá debería seguirse en España. El ejemplo más claro fue el de Alemania cuando en 2015 Ángela Merkel permitió la entrada de un millón de refugiados seleccionados para los sectores más deficitarios del sistema económico nacional. De esta forma, cinco años después, cerca de la mitad de ellos están trabajando tras haber pasado por un periodo de aprendizaje del idioma y la cultura, así como por unos cursos de formación para adaptar sus conocimientos y experiencia al mercado germano. Por su parte, Francia también estableció un sistema de cuotas para saber cuántos migrantes necesitan y en qué sectores.
Los siete primeros años del conflicto sirio, que afecta a toda una región geoestratégica tanto en lo político como en lo relativo a los recursos naturales, han marcado la evolución del sistema de acogida europeo. Se trata de un conflicto mundial de baja intensidad, una batalla permanente de una contienda residual en la que, según el observatorio de derechos humanos sirio, con base en Londres, han muerto 384.000 personas, de las cuales 116.000 eran civiles, y ha provocado el desarraigo de la mitad de la población (5,7 millones de refugiados en el exilio y seis millones de desplazados internos por los combates). El 80 % de los sirios, cuatro veces más que al comenzar la guerra, viven por debajo del umbral de la pobreza, y la mitad de la población depende de la ayuda exterior. Además, el coste estimado de la reconstrucción del país, cuando la situación se estabilice y comience la posguerra, ya asciende a 400.000 millones de dólares. Pongo como ejemplo el caso de Siria y el giro radical que ha dado la vida de los sirios para referirme a una situación en la que el derecho al asilo debería ser prácticamente automática. Pero hay muchos otros países y regiones donde las guerras, conflictos interétnicos, persecuciones o limpiezas étnicas también están provocando durísimos desplazamientos de personas que, cuando acaban aterrizando en nuestras localidades, no deberían pasar por una nueva y cruel criba en la que confirmar su vulnerabilidad y estado de desesperación.
No es complicado llegar a las razones concretas y directas por las que cada una de las personas que decide entrar legal o ilegalmente en España lo hace. La justificación se basa en los principios más básicos de la Declaración de Derechos Humanos de la ONU. Lo que no quita que la situación se complique si no se planifica qué lugar pueden ocupar esas personas en nuestra sociedad, cómo acogerlas y contribuir a que rehagan sus vidas.
¿Cómo se sienten?
El 15 de marzo de 2018, Mame Mbaye, de treinta y cuatro años, falleció en el barrio de Lavapiés por un paro cardíaco tras escapar de la policía municipal en una persecución contra los manteros de la Puerta del Sol. Un año después, la Audiencia Provincial de Madrid confirmó que el fallecimiento se debió a causas naturales, negó que fuera provocado por una acción policial y decretó el archivo de la causa. Mbaye llevaba doce años sin papeles en Madrid. La reacción de condena por parte de asociaciones y colectivos de personas migrantes fue unánime, se señaló que Mbaye llevaba mucho tiempo sufriendo la carga de la exclusión social y la falta de expectativas al haberse asentado el sistema en un callejón sin salida, con el resultado de “no ser considerado una persona legal”–es una aberración hablar de “personas ilegales o fuera de la ley” con la connotación delictiva que conlleva– por haber cruzado una frontera sin un sello o con un visado que limita la estancia en el país. Según datos locales oficiales, en 2017 hubo 11.840 intervenciones contra la venta ambulante en Madrid, un 43 % más que el año anterior. La práctica de supervivencia de los manteros la comenzaron los senegaleses en las grandes ciudades a mediados de los años ochenta. Una situación fuera de la ley ante la imposibilidad de obtener un contrato de trabajo de al menos un año, de legalizar una empresa sin pérdidas en los trimestres anteriores y carecer de antecedentes penales, que son los requisitos básicos para obtener los papeles.
Entre los tímidos intentos de gestionar esta arraigada situación socioeconómica, dos años antes de la muerte de Mbaye el Ayuntamiento de Madrid anunció la creación de una tarjeta de vecindad, para evitar la tensión y aliviar la vida de las personas que estuvieran en procesos legislativos como la petición de asilo o en los trámites burocráticos para una reagrupación familiar o cualquier otra situación en la que se cayera en una clara exclusión social. Un proyecto piloto que también se aplicó en Barcelona con el objetivo de salvar el primer obstáculo para pedir la residencia en España: el empadronamiento. En realidad, este es un trámite administrativo que debe ser complementado con otros documentos de vínculos y convivencia en el país para que se considere que existe un arraigo, imprescindible para obtener la residencia.
En 2010, la asociación de Sin Papeles de Madrid logró la despenalización parcial del delito de manta a partir de un trabajo del colectivo con juristas y partidos políticos. Pero cinco años después, el Código Penal volvió a tipificarlo como tal y en ese momento se lanzó la campaña Sobrevivir no es un delito para forzar la despenalización completa de la actividad. Esta campaña llegó al Congreso de los Diputados, donde Pape Diop y MamadouSek, en representación de sindicatos manteros de Barcelona, Madrid, Zaragoza y Valencia, así como la asociación Papeles por derechos, registraron una proposición no de ley sobre la despenalización de la venta ambulante, firmada por el Grupo Parlamentario Confederal Unidas Podemos-En ComúPodem-La Marea.
“Me sentaron en mi habitación y me dijeron: tienes que irte. Les respondí que adónde, que no tenía donde ir, y simplemente me contestaron: «Coge tu bolsa y vete»”. Es lo que explicó WalidAakad a un periodista de El País a finales de agosto de 2019, después de que al cumplir los dieciocho años le obligaran a abandonar el centro de menores de Jerez. La situación es así de cruda: al alcanzar la mayoría de edad, sin importar que lleven años formándose, aprendiendo y creciendo en relación a su edad, después de haber entrado ilegalmente en España, enarbolando un proyecto familiar y de vida del que tendrán que dar cuenta en algún momento a sus progenitores, quedan completamente desprotegidos, sin poder contar con la documentación que les permita estar en España, ni tan siquiera con un permiso de residencia de un año para replantearse su vida y tomar las decisiones.
Sin recursos ni capacidad de reacción pasan de la protección que los protocolos firmados por España obligar a ejecutar a convertirse en extutelados y tener que valerse por ellos mismos. La situación de desprotección absoluta es la que ha provocado que en los últimos años se hayan organizado colectivos exmenas en diferentes ciudades, siendo muy activos en Barcelona, Madrid y Andalucía, donde, junto a la Asociación Marroquí para la Integración de Inmigrantes, están desarrollando una estrategia de sensibilización sobre la situación de los jóvenes inmigrantes extutelados (jiex) y menores extranjeros no acompañados (mena) que está generando un debate y reflexión sobre la situación administrativa irregular que les impide integrarse. La mayoría carece de una red de apoyo como las que generan los adultos incluso antes de emprender el viaje, y una escasa o nula formación que a menudo se ve interrumpida al llegar a la mayoría de edad.
Manteros y jiex son dos ejemplos complejos y asentados en el tiempo de lo que experimentan personas extranjeras que, a pesar de los años de convivencia con el sistema administrativo español, de intentar cumplir con lo establecido para empezar a construir su vida o hacerlo poco a poco careciendo de un documento que les permita vivir entre nosotros, siguen luchando para dar sentido a la decisión que tomaron tiempo atrás y al convencimiento de que en Europa, en España, podrían tener una vida mejor. Hay particularidades en los colectivos que dificultan su integración por motivos diferentes, a los que podría haberme referido, pero todos tienen en común la determinación de luchar por lo que vinieron a buscar y la capacidad de resistencia que las redes y colectivos les están dando. Ser su propia voz, hablar por ellos mismos en lugar de usar intermediarios que, aunque afines a sus causas, siempre serán intermediarios, es el paso que están dando. Por eso ahora se organizan, se reivindican en espacios públicos e invitan a la sociedad a acercarse para conocerles, preguntarles y hacerse una idea lo más precisa posible de quiénes son.
Siguen siendo lugares restringidos en los que organizarse, reflexionar y plantear las directrices con las que se mueven y comunican, pero ahora existe una exposición pública notable. Es posible hablar con ellos, leer sus reflexiones en las redes sociales o acudir a los encuentros y manifestaciones que organizan. Están ocupando un lugar que va más allá de las asociaciones específicas de un colectivo, con una estructura antigua y muy cercana al gueto, en las que se sienten protegidos, pero que no les permite relacionarse y, sobre todo, ocupar el lugar que ya les pertenece en nuestra sociedad. Estos dos ejemplos, los manteros y los jiex, son dos colectivos activos, incisivos, que nos están enseñando el valor de la convivencia en comunidad, y a los que cuanto antes tratemos como iguales, antes comenzaremos a disfrutar de todo lo que tienen que aportar.
¿Qué anhelan?
En diciembre de 2018 el periódico en línea elDiario.es publicó una de sus revistas monográficas en papel titulada La España de los migrantes. 50 historias de sueños, desilusiones y esperanzas, unos textos concisos, directos e informativos con los que lograron una buena radiografía de la migración en España. Personas que triunfaron en lo que se propusieron, marcadas por pasados complejos, que sufrieron antes de ser felices en España o que han acabado decidiendo que quieren quedarse. Durante 2019 decidieron publicar cada uno de esos relatos de vida en su web.
Destaco este trabajo para encuadrar lo que anhelan las personas que llegan a España porque es reciente, aunque similar a los que se puede encontrar en otros medios de comunicación, en programas especiales y reportajes en los que el planteamiento cambia cuando son las personas migrantes, después de haber estudiado y accedido al mundo laboral, las que dan vida a perfiles desde su experiencia vital. El gran valor del trabajo del conjunto de redactores de elDiario.es consiste en la constancia y el respeto al plantear esas historias curiosas y sorprendentes, como podrían serlo las de ciudadanos autóctonos que hayan pasado por una peripecia similar o hayan tenido que hacer un sobreesfuerzo para salir adelante. Son personas migrantes que viven en diferentes puntos del territorio y que no solo han logrado sobrevivir, sino que han alcanzado los objetivos que se planteaban en la vida.
Todas las historias son duras, algunas desgarradoras, pero la capacidad de superación y resiliencia es un denominador de los relatos. Fotografía y nombre en el titular, para identificarles, dar la cara y denunciar. Hablan personas con las que nos cruzamos a diario, con las que compartimos vagón de metro o un asiento en el autobús, que es posible que limpien nuestra oficina o cuiden a nuestros mayores, pero que también se han hecho un hueco a través de la profesión que aprendieron en sus países y con la que están contribuyendo al desarrollo de esta sociedad. Personas que han visto cómo un día su vida quedó truncada por un conflicto, a las que han engañado y a las que la vida les ha dado pocos respiros. Textos escuetos en los que piden a la persona migrante que diga cómo se siente y describan sus sentimientos. Así, por citar alguno de los nombres que recoge elDiario.es en su monográfico, están Vivian Ntih, que logró salir de una red de trata en la que la metió su propia familia desde Nigeria y que ahora estudia para ser trabajadora social y ayudar a víctimas de trata; Margarita Guerrero, que llegó con diez años desde Ecuador y en 2014 se convirtió en la concejala más joven (con veintiún años) y primera edil inmigrante del Ayuntamiento de Murcia. Precoz en lo político, en su adolescencia Margarita creó junto a otros latinoamericanos la plataforma Juventud Revolución para responder a las necesidades de las nuevas generaciones. A pesar de tener un título de grado medio en Auxiliar de Enfermería y uno de grado superior en Integración Social, Carmen Juares sufrió muchas situaciones de discriminación cuando llegó a Barcelona desde Honduras: “Tenemos que demostrar más que alguien de aquí”. Juares creó la asociación Mujeres Diversas, dedicada sobre todo a resolver cuestiones prácticas, problemas que hacen que la vida de estas mujeres sea todavía más complicada. “Los trabajos de cuidados son el esclavismo del siglo XXI, deben pasar a la Administración, como la Sanidad”, apunta como reivindicación básica. Hay que visibilizar las etiquetas que les asigna la sociedad, como que las mujeres latinas trabajan en el cuidado y servicio doméstico, que es a lo que se dedica parte de ellas, pero no todas. En aquel elenco de relatos también aparece la explicación de las redes y círculos de amistades y conocidos como el que ayudó a Karin Aveira, que acabó creando un negocio propio de empanadas que puede visitarse en el mercado de San Fernando de Madrid. O la periodista EsmaKučukalić, que salió con nueve años de Sarajevo y hoy es responsable de comunicación de la Fundación ACM, a favor del acercamiento de los pueblos del Mediterráneo, desde donde intenta cambiar lo que asegura es un hecho: “Los refugiados en España no tenemos una embajada, no tenemos voz”. O la historia de AmudaGoueli, fundador de la agencia de viajes por internet Destinia después de una historia de vida en la que se cruzó Don Quijote y que en la entrevista de elDiario.es afirma que “el ser humano ha crecido siempre con las migraciones y nunca nadie ha conseguido pararlas. Es ley de vida”.
Revisando los perfiles seleccionados en La España de los migrantes, cuesta dejar de mencionar los motivos por los que están luchando en la vida. Quizá sería interesante que, siguiendo la evolución natural, cada vez ocupen un espacio mayor, porque crecen y nos mezclamos más, y deberíamos aumentar la capacidad de escuchar al, aparentemente, diferente. El siguiente paso sería no situarlos bajo un epígrafe que los clasifique como personas migrantes, sino que esta sea una característica más de lo que son, como el haber estudiado una carrera determinada o haber trabajado en un sector u otro. La capacidad de superación y de solventar las vicisitudes es por lo que sigo releyendo estos perfiles en los que, al entrar en el detalle, casi se me olvida que se trata de personas migrantes. Al cabo de un rato empiezo a valorarlos de forma individual por su trayectoria vital, la capacidad de superación y la valentía en las tomas de decisiones, haciendo que los textos cada vez se me hagan más cortos. Muchos de ellos merecerían un espacio en las páginas salmón o de economía de los periódicos por su capacidad emprendedora, o en las de política nacional por alguna de las iniciativas que plantean, sin dejar de hablar de los ejemplos que deberían estar en las de cultura por su trayectoria artística. Al final, que su origen sea migrante acaba siendo un detalle con importancia.
“Vivir aquí sin derechos y sin papeles es mejor que regresar a mi país, donde hay diez asesinatos al día”, explicaba Miriam a mediados de agosto de 2020 al diario Público, poco antes de que le denegaran la solicitud de protección internacional en la Oficina de Asilo y Refugio (OAR). Según el Ministerio del Interior, de las casi 5.000 personas que llegaron de El Salvador en 2019 solo 245 consiguieron el estatuto de refugiado, y de esos solo veintidós obtuvieron el permiso especial de residencia por razones humanitarias. Ninguna de las 2.058 solicitudes de este colectivo recibió la protección subsidiaria. Deniegan el asilo a los ciudadanos de países cuyos conflictos no son una guerra, aunque sufran persecución por razones políticas, religiosas, raciales o de orientación sexual. Desde la Asociación de Mujeres de Guatemala (AMG), una organización feminista que se creó inicialmente por mujeres guatemaltecas refugiadas, desplazadas y migrantes residentes en España y que hoy engloba a mujeres de diferentes orígenes con el objetivo común de dar a conocer y que se asuma la responsabilidad sobre las violaciones de los derechos humanos de las mujeres de América Latina, en especial de Guatemala, se trabaja para dar visibilidad a la exclusión sistemática a la que somete la Ley de Extranjería en España.
La Ley de Asilo estipula que, una vez denegada la solicitud, el demandante debe abandonar el territorio en quince días. La persona queda en la misma indefensión que cuando se pide haber estado al menos tres años en el país para solicitar el permiso de residencia por la vía de arraigo social, además de tener un trabajo indefinido de cuarenta horas semanales. Pero, mientras tanto, hay que buscar un trabajo sin contrato. “Fíjate cómo tiene que ser la situación en mi país para preferir estar desprotegida, irregular y en una casa donde se te maltrata”, concluye Miriam.
Las dos caras de la moneda, basado en un cuento de Jorge Bucay, es un corto modesto pero valioso, elaborado por cuatro extutelados, que en agosto de 2020 ganó el Premio del Público del Festival de Cine Juvenil Andalucine de la oenegé CEAR. Son cinco minutos en los que, desde la mirada inquieta, responsable y consciente de los jóvenes que emprendieron el viaje cuando eran menores de edad, explican por qué están aquí. Fueron cuatro de los 7.000 menores que en 2018 llegaron en patera al sur de España y se integraron en el sistema de acogida autonómico, cumplieron los dieciocho años y se fueron a un piso tutelado compartido en Peligro (Granada). El corto rompe estereotipos porque narra con sencillez la vida de estos chavales, combatiendo las noticias falsas que les criminalizan. “Hemos venido a sumar”, podría ser el resumen del mensaje que quieren transmitir. Saben que son unos afortunados porque consiguieron una plaza en un programa para extutelados y luego conocieron a alumnos de la escuela audiovisual Curva Polar, de Granada, con suficiente sensibilidad para comprender la necesidad que tenían de comunicar su historia que les apoyaron grabando y editando el corto[7].
“Le juro que un español en el campo donde yo estaba trabajando no dura ni dos horas. Primero porque lo que quieren es que corras, en diez u once horas solo descansas treinta minutos. Y durante todas esas horas tienes que trabajar, porque si no lo haces, al día siguiente no vas a trabajar. Llegas con ochenta kilos y sales con veinte menos. No comes bien, no duermes bien, estás en la calle. Es una mierda”, son las palabras desesperadas y cargadas de angustia que SerigneMamadouKeinde, temporero y activista de La Voz del Pueblo Migrante, le transmitió al actor Paco León en una conversación en la que Keinde se mantuvo tranquilo hasta que su propia enumeración de las aberraciones a las que son sometidos los temporeros le hizo rebelarse, ponerse a llorar de impotencia, y le obligó a levantarse y dejar la silla de la videoconferencia vacía. Todo ocurrió en tres minutos y medio, después de haber explicado con calma la situación a la que habían llegado los trabajadores extranjeros del campo durante la pandemia de la COVID-19, teniendo que trabajar incluso durante el confinamiento, y después, con la desescalada, habiendo sido maltratados por haberse detectado algún positivo entre la plantilla. Preocupados por una situación de tensión creciente, los temporeros se organizaron para trasladar sus peticiones básicas, pedir un techo donde dormir y pagar un alquiler al que tampoco tienen acceso, pero la situación pasó semanas sin resolverse, obligándoles a dormir en las calles de Huelva en condiciones inhumanas. La descripción de la situación realizada por Keinde cuestiona la inoperancia e incapacidad política del Estado que solicita y acepta la entrada de mano de obra extranjera sin hacerse responsable de las consecuencias ni ofreciendo una solución consensuada y justa a los temporeros[8].
Emigrar como estrategia
Cuando una familia decide que uno de sus miembros va a emigrar, se lo plantea como una estrategia de grupo. El esfuerzo económico, y a menudo el endeudamiento, que conlleva el pago de la travesía será, supuestamente, recuperado y recompensado cuando el familiar se instale y encuentre un trabajo que le permita enviar una cantidad fija al mes a los suyos.
Emigrar es una alternativa más debido a la escasez de un trabajo fijo en el país de origen y a la inseguridad económica de la que toda familia anhela salir. Trabajar no para uno mismo, sino para el conjunto de la familia, es una práctica habitual, porque la diversificación de fuentes de ingresos del hogar hace que tengan más posibilidades de que se mejoren en un tiempo más breve tanto el bienestar como la posición social.
Diversos estudios apuntan a que la mitad de las personas migrantes envían dinero a sus familias de forma regular y que las cantidades son altas, al margen de que los salarios que perciben suelan ser bajos e irregulares. La información sobre las dificultades tanto de la travesía como de la vida sin papeles en España circula en los países de origen, pero la realidad a la que se enfrenta la persona que ha asumido la responsabilidad no solo de mantenerse con vida, sino también de enviar remesas siempre que reciba dinero y malvivir si es necesario para que la familia tenga lo suficiente para ir realizando las mejoras soñadas y acordadas antes del viaje, marcan el ritmo de vida y la presión de las personas migrantes con las que convivimos.
El proyecto migratorio como fuente de ingresos se plantea sobre todo desde las familias con recursos para emprender el viaje y garantizar cierto éxito, que envían a personas que tienen un nivel educativo medio o alto para que sean capaces de aprovechar cualquier oportunidad, emprendan siempre que lo consideren oportuno y no duden en su capacidad para lograr el objetivo común de la familia: mejorar el nivel de vida.
La importancia sobre el uso de la red de amigos o parientes en el destino es clave, y se accede siguiendo unos protocolos que se aprenden en el país de origen. Existen una complicidad y capacidad de sacrificio en la red que no siempre tienen que ser correspondidas en el país de acogida, sino que se trata de un sistema circular que vincula tanto en el origen como en el destino, e incluso que puede tener apoyo logístico o de información en puntos intermedios o de tránsito donde la persona migrante pueda quedarse estancada.
El proyecto MigrationsbetweenAfrica and Europe de la Comisión Europea[9], realizado en colaboración por diez centros de investigación, es una referencia para entender los patrones migratorios (características sociodemográficas, rutas de África a Europa y pautas de retorno y circulares), donde se relaciona dicha migración con el desarrollo y las familias (movilidad doméstica, participación en el mercado de trabajo y formación) en la búsqueda de las razones por las que los senegaleses emigran. Primero llegaron a Cataluña, coincidiendo con la reestructuración industrial y la desregularización parcial del mercado de trabajo en España; después pasaron a desempeñar puestos de operarios industriales, peones agrícolas, vendedores ambulantes o recolectores de basura y material reciclable. Son pocos los que llegaron a acceder a puestos cualificados a pesar de haber pasado muchos años en España. Además, la encuesta concluyó que, como media, a los diez años de permanecer en un país europeo, un tercio de los inmigrantes senegaleses regresan a su país.
“Sudaca, negrata, gorila, gitano, indio, moro, ilegal, inmigrante, escoria, morenito, mono, negro, esclavo, sin papeles” son los nombres que los jugadores del Alma de África U. D., el conjunto de Jerez de la Frontera que juega en la Tercera Andaluza de Cádiz, decidieron ponerse en sus zamarras para cerrar la temporada 2018-2019. En este equipo de fútbol están representadas doce nacionalidades. Hartos de recibir insultos xenófobos durante los partidos, decidieron protestar de esta forma para que el público reflexionase sobre los calificativos con los que les intentaban amedrentar durante la temporada. En el Alma de África, los cinco jugadores españoles que impiden que sea considerado como un proyecto gueto son llamados por sus compañeros «los extranjeros». Llevan jugando cinco años, organizándose con los trabajos que les van saliendo y disfrutando de una pasión compartida en torno a una iniciativa en la que la Federación Andaluza de Fútbol ha permitido que los que no tienen permiso de residencia puedan tener la ficha federativa con el pasaporte de su país. “Queremos que se nos respete. Estamos en el siglo XXI y no entiendo cómo todavía pueden darse estos insultos. Estamos hartos de este desprecio”, explicó el mediocentro Eric Josué Amang a El País. Todos ellos tienen historias muy duras tanto de su llegada a España como sobre su instalación en el país, donde el equipo les intenta echar una mano para encontrar trabajo. Los insultos que reciben durante los partidos provienen, en muchas ocasiones, de los jugadores rivales. “Lo que menos nos dicen es ‘vete a tu país’ y ‘este en mi país’. Creo que cosas de este tipo sobran en el deporte y en la sociedad”, añade el lateral izquierdo IsaaAbdou, quien salió de Camerún con catorce años y tardó tres en llegar a España. Cruzó a través de la valla de Melilla.
Alma de África nació cuando la inmigración en Europa se había multiplicado por diez y un grupo de subsaharianos, magrebíes y latinoamericanos se juntaba en la explanada de la Pradera. Es un proyecto social y deportivo en una localidad con un 36 % de paro. Normalmente juegan con camisetas color verde y con la referencia al artículo 14 de la Declaración de los Derechos Humanos. La mayoría de los jugadores están desempleados y todos cobran una pequeña compensación por entrenamiento o partido. “Es la red social que falta”, explica Rodrigo Gómez, de la oenegé ACCEM.
Llamar “chinita” a una persona que tiene los ojos con una forma alargada o decir “ir al chino” en lugar de “ir a la tienda, al bazar o al restaurante” son los ejemplos más básicos que no deberían obviarse ni simplificarse si hay un interés real en crear una sociedad de iguales, donde cada persona tenga la misma importancia. Pero es que, además, como explica el proyecto Crecer en un chino[10], de la periodista y gestora cultural Paloma Chen, en las últimas cuatro descendencias la palabra “chino” ha pasado por varios significados dependiendo de las generaciones: para los abuelos era el colador con forma de huevo, para los hijos ir al chino es ir al bazar chino y a los más pequeños les suena al móvil chino fabricado en este país asiático. Es un interesante y detallado retrato de las situaciones vividas por esa generación de ciudadanos españoles con ascendencia china que siguen sufriendo las consecuencias de la estigmatización por el aspecto físico.
La revista El Salto publicó en octubre de 2019 un largo reportaje de Chen en el que desgrana su investigación para concluir que, a pesar de que hace entre veinte y treinta años que los locales frecuentados por personas chinas forman parte de nuestras calles, las opiniones siguen siendo negativas. Desde restaurantes a la venta ambulante en las ferias, tiendas de barrio de todo a cien y negocios al por mayor, se considera que llevan una forma de vida centrada en sus costumbres y hacen poca vida de barrio, por lo que llegan a autoexcluirse, dedicándose únicamente a trabajar.
Otro trabajo en el que merece la pena detenerse es Chiñoles y bananas[11], un documental de 24 minutos que la periodista Susana Ye realizó en 2016. Es una muestra contundente del racismo cotidiano que existe en España hacia los ciudadanos de origen chino, llegando a plantear expresiones de uso generalizado en casi todos los ámbitos. Una buena dosis de realidad para comprender lo lejos que estamos como sociedad de aceptar la diversidad, lo diferente, y del grado de aceptación/resignación con el que este colectivo se adapta para mantener la cordialidad que marca su forma de relacionarse. Por suerte, como ocurre con las nuevas generaciones de otras minorías presentes en la sociedad, con trabajos como los de Chen o Ye se está haciendo sonar una alarma a la que se debería prestar atención, porque se trata de una generación que, a pesar de haber experimentado el racismo por sus rasgos físicos, ha crecido sintiendo que forma parte de esta sociedad y cuestionándose muchos más argumentos que sus padres o sus abuelos, lo que significa vivir en Europa y visitar unos orígenes tan diferentes, y a veces contradictorios con su realidad cotidiana, como los de los países asiáticos.
Chenta Tsai también es una referencia, quizá más radical, pero que da un giro al idioma y las expresiones para cuestionar su realidad. Cantante, músico, arquitecto, artista multimedia y activista, es más conocido por su nombre artístico, Putochinomaricón. En su libro Arroz tres delicias. Sexo, raza y género (PenguinRandomHouse, 2019) reflexiona sobre la homogeneización de las personas y la unidimensionalidad de la comunidad. “Para mucha gente es incomprensible que una persona racializada pueda ser otra cosa más”. Explica para entrar de lleno en la falta de un debate sobre la identidad:
“Mi identidad ha sido construida desde la mirada occidental de lo que es o debería ser una persona asiática del Este. Me siento incómodo hablando como taiwanés o chino, ya que mis experiencias vitales están construidas sobre la base de las experiencias de una personasracializada migrante que vive en Occidente”.
Y sobre los estereotipos sexuales en torno a las personas chinas explicó en un reportaje de El Salto:
“La propaganda antiasiática del Chinamen y del peligro amarillo en los Estados Unidos restó atractivo erótico a los hombres asiáticos; y la representación de las artes y el cine hipersexualizó a las mujeres”.
Putochinomaricón colabora con el programa de radio Carne Cruda y tiene una lista de canciones en Spotify que es recomendable escuchar con detenimiento para ver hasta qué punto el lenguaje “normalizado” está alejando la posibilidad de comprendernos y crear una sociedad más rica.
“Los españoles no te tratan como a un igual. No importa que llevemos aquí veinte años, para ellos seguiremos siendo extranjeros”, explicó Elena Wang, y como ejemplo apuntó lo que dijo su padre cuando se enteró en febrero de 2020 de que el BBVA había ordenado un bloqueo masivo de cuentas de personas chinas. Esta decisión provocó una manifestación histórica en Madrid que la periodista Ye calificó como el paso a la acción similar al que están protagonizando los afrodescendientes en España, y que sirve como ejemplo para su comunidad de origen: “La comunidad china se está levantando”, sentenció.
NosOTROS
Blanca Garcés, experta del área de Migraciones y coordinadora de investigación del CIDOB[12], dice que vivimos con cuatro obsesiones: la de la frontera geográfica (nueve de cada diez ciudadanos africanos llegan en avión con visado y los papeles en regla); la inmediatez (se teme perder la posibilidad de gobernar); la seguridad (no hay muros suficientes frente a la desesperación. La exclusión de hoy es el conflicto de mañana. Necesitamos políticas para la justicia e inclusión social) y la obsesión de lo nacional (solidaridades voluntarias o flexibles. Crisis de la UE dividida y recelosa. La defensa de lo propio pasa por el compromiso con los demás. Reparto equitativo de la responsabilidad).
Es un compendio de aspiraciones, miradas y principios que nos definen en relación a cómo nos relacionamos con el Otro. Al margen de la manida referencia a que somos una sociedad que ha experimentado la emigración hacia otros países y otros continentes para desarrollarnos como personas, para hacer negocios y aprovechar las oportunidades laborales y de formación en otros lugares, la sociedad actual mantiene una distancia que raya el absurdo al referirse a la inmigración.
Ya no funciona la excusa de la falta de información, ni del desconocimiento de lo diferente, porque la evolución de España como país de acogida tiene el suficiente recorrido como para que se trate de un fenómeno extendido y asentado. Las actitudes de rechazo o discriminación programada hacia las personas de otro origen deben ser estudiadas desde la raíz, analizando qué tipo de argumentos las defienden y adónde nos lleva su ejecución.
La clave, como en tantos otros aspectos sociales, está en la educación, en la capacidad para que las aulas de diversidad no sean un lugar de diferenciación, sino un espacio de reconocimiento hacia lo que cada persona puede aportar. Las dificultades prácticas para que un menor pueda adaptarse a una sociedad ajena con un nuevo idioma y normas de conducta diferentes deberán ser resueltas por los profesionales, que son los que mejor conocen los tiempos de adaptación de los que llegan y los momentos en los que se les debe prestar una atención particular. Pero desde las casas, donde también se educa, es preciso ampliar el foco e incluso dejarse sorprender por lo que las nuevas generaciones descubran en sus aulas a raíz de estar compartiendo pupitre con menores que proceden de otros países.
Es un aprendizaje en el que los adultos debemos sumirnos de forma consciente, porque es posible que, por el ritmo de vida establecido, no vayamos a entrar en esta dinámica de forma natural, como también es improbable que lo haga cualquier menor al que no se le han dado directrices para que se comporte de una forma determinada ante una persona diferente a él. Crecer en esta compresión del Otro, aprovechando la experiencia por la que están pasando ya las nuevas generaciones, es una gran oportunidad para contribuir a los cambios que necesitamos como sociedad de acogida, receptora, garante de la seguridad y con la responsabilidad de que se respeten los derechos humanos de cualquier persona.
Vivir en el miedo al Otro
José Miguel Morales, secretario general de Andalucía Acoge, escribió una tribuna el 22 de junio de 2019 en El País en la que reflexionó sobre el discurso del miedo, el odio, y sobre las imágenes de llegadas de embarcaciones a las costas andaluzas:
“No fue relevante que la mayor parte de esta población nunca tuviese contacto con ninguna de las personas que lograron sobrevivir al Mediterráneo, ni que esta llegada haya tenido efecto nulo sobre la vida cotidiana de la población española, ni tampoco que la inmensa mayoría de quienes llegaron abandonasen el país en semanas, camino de Francia, Holanda o Alemania”.
La inseguridad construida, alejada de los hechos, los datos y el análisis objetivo, lleva al rechazo, y este a la supuesta amenaza. Una cadena muy peligrosa por la rapidez con la que se extiende y lo complejo que resulta contextualizar un mal planteamiento a posteriori.
Es lo que llevan tiempo analizando y en lo que se ha especializado la plataforma Maldita.es que, debido al volumen de falsas noticias o medias verdades relacionadas con cuestiones migratorias, se han visto obligados a crear un espacio específico en el que contextualizar y desmentir exclusivamente afirmaciones incorrectas y bulos relacionados con las migraciones[13]. Una labor en la que también llevan años trabajando organizaciones no gubernamentales como SOS Racismo o CEAR, desde donde se desmienten los bulos mediante el testimonio directo de las personas directamente afectadas, adquiriendo un valor y un posicionamiento muy interesante. Por ejemplo, desde SOS Racismo se ha denunciado en varias ocasiones que las agencias inmobiliarias se niegan a alquilar a personas extranjeras que cumplen con los mismos requisitos que las personas autóctonas que finalmente rentan la vivienda. El tono de la voz o la forma de expresarte es el primer obstáculo que deben salvar para luego someterse a un examen físico implícito y, a menudo, a preguntas personales que atentan contra la intimidad de la persona que quiere alquilar. Y todo esto para que en numerosas ocasiones la respuesta sea negativa.
“España fortaleza”
Es como se denomina desde algunas organizaciones independientes a la opción de que los Gobiernos españoles hayan decidido durante los últimos años invertir más en detener y expulsar a personas migrantes que en integrarlas. De hecho, en la actualidad esa relación está completamente desequilibrada al gastarse hasta ocho veces más en lo primero.
Drones, detectores de pasos, alambradas con cuchillas, sistemas de reconocimiento facial, software. Un total de cien millones de euros para repeler, frente a los once millones para acoger. La investigación que la Fundación PorCausa presentó en julio de 2020, tras haber analizado varios años de ejecución de las cuentas del Estado en esta materia, dio como resultado que el 77 % de la Industria del Control Migratorio (ICM) procede de América Latina; y que el gasto antimigratorio en la frontera sur se traduce en 1.677 contratos públicos por un valor de 551,3 millones de euros.
España se convirtió en 2006 en el primer país del mundo en instalar una sirga tridimensional en una valla fronteriza, destinando veinte millones de euros para que recorriera los 1.200 kilómetros de cables de acero de la triple valla de Melilla. Desde entonces hasta 2013, cuando se volvieron a instalar concertinas con cuchillas que causan cortes profundos, el ICM se ha convertido en un gran negocio. De hecho, PorCausa apunta que cuarenta y cinco altos cargos que ocuparon puestos en el Gobierno han sido contratados por empresas armamentísticas y de seguridad del ICM. Entre 2014 y 2019 se realizaron 188 contratos (de mantenimiento del control y vigilancia de los perímetros), y en ese mismo período la UE entregó a España 800 millones de euros para reforzar sus fronteras. Y, a la vez, Marruecos obtuvo 140 millones para esmerarse en la lucha contra la inmigración. En cambio, tanto la UE como España destinaron el 9,7 % de los contratos a la acogida e integración.
Además, hay un problema de transparencia respecto al dinero europeo destinado al control migratorio (acuerdos público-privados, fondos para cooperación y para el control de fronteras en países terceros), tal y como denuncia la Fundación PorCausa, sobre la cual aporta este dato: en 2018, del gasto destinado al control migratorio (ochenta y nueve millones de euros), el 68 % fue adjudicado únicamente a cuatro empresas.
En 2019 el Gobierno español empezó a retirar la concertina de tres metros para instalar barrotes semicirculares y subir la altura de la valla a diez metros (con un coste de dieciocho millones de euros), lo que provoca que las ciudades autónomas se hayan convertido en lo que parece un gasto sin fin para los ejecutivos, sean del color ideológico que sean. Es una obsesión compartida.
Además del dinero que se mueve en la ICM, existe un mercado paralelo, el de las mafias de personas, en el que, según la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, una media de 2,5 millones de migrantes cae cada año.
Xenofobia y racismo
Un estudio de OBERAXE (Observatorio Español de Racismo y Xenofobia) titulado Evolución del racismo, la xenofobia y otras formas de intolerancia (2017) señala que el 54 % de la sociedad española tiene una opinión positiva sobre la inmigración, cuatro puntos menos que hace diez años, aunque después de la crisis económica de 2008 el porcentaje llegó a caer un 40 %[14]. También apunta que el 65 % de los encuestados considera que los inmigrantes reciben del Estado más de lo que aportan, y que el 53,2 % de ellos piensa que les quitan el trabajo.
Son percepciones que a menudo encuentran justificación y argumentos en la actuación de las fuerzas de seguridad, donde varias organizaciones no gubernamentales señalan que se produce racismo institucional, habiendo ocurrido casos concretos en los que la responsabilidad de los agentes queda impune.
España no es un país de acogida cuando se analizan los datos oficiales. No lo es con los demandantes de asilo, que además de verse obligados a esperar durante meses o años observan cómo solo una minoría de sus solicitudes se soluciona favorablemente. Ni tampoco lo es en materia de deportaciones. El Ministerio del Interior deportó en 2019 al 30 % de las personas con una orden de abandonar el territorio (11.153 personas), cuando la media europea es del 29 % (142.000 personas, según Eurostat), y en 2013 en España apenas alcanzaba el 19 %. Además, en los últimos años se han firmado treinta acuerdos bilaterales con países que aceptan el retorno de sus nacionales. En agosto de 2018, tras el salto de la valla de Ceuta por parte de 116 migrantes subsaharianos, se reactivaron las readmisiones inmediatas, también conocidas como “devoluciones en caliente”, a Marruecos.
También en 2018 se decidió que habría un mando único de la Guardia Civil para frenar la inmigración irregular. Se compraron buques y barcos patrulleros para la Benemérita y Salvamento Marítimo, y se instaló el SIVE (Sistema Integral de Vigilancia Exterior). Otra señal más en la línea de que la represión se impone ante los que se juegan la vida para llegar a Europa, quedando en un segundo plano las razones por las que lo hacen o la desesperación del que lo arriesga todo para tener una única posibilidad de salir adelante.
Radicalización ideológica
La evolución de los informes sobre ataques racistas en España que realiza el Ministerio del Interior tampoco es esperanzadora. Si en 2013 se registraron 381 ataques, la cifra ha ido subiendo hasta los 531 de 2018. En este punto cabría preguntarse qué se hace desde la Administración para contener esta escalada, si se colabora con las organizaciones que atienden y recogen las quejas de las personas agredidas y qué papel deberían jugar esas minorías en nuestra sociedad para evitar la confrontación y aprender a convivir.
Un claro ejemplo de la radicalización en el discurso político es el surgimiento y afianzamiento en diversas elecciones locales, autonómicas y nacionales, obteniendo cada vez más votos y escaños en el Parlamento, así como en parlamentos autonómicos y corporaciones locales, del partido VOX. Se autodefine como “La voz de la España viva”, asegura ser “el partido del sentido común” que “pone voz a lo que piensan millones de españoles en sus casas”, y resumen su proyecto político en “la defensa de España, de la familia y de la vida”. En el verano de 2020, aún bajo los efectos y rebrotes de la pandemia de la COVID-19, colocaron una bandera nacional en su web para pedir “Protejamos España”, en referencia a la crisis sanitaria y sus efectos sobre la economía. En el punto número seis de la propuesta online planteaban: “Reforzar el control de las fronteras ante la posible presión en ellas cuando la pandemia se extienda a otros países. Evaluar las misiones internacionales de nuestras Fuerzas Armadas y repatriar a todos los efectivos posibles. Suprimir el pago de la ayuda exterior y de las misiones de cooperación internacional”. Y ya antes, en sus 100 medidas urgentes para España, de 2018, con las que consolidaron su discurso, se pidió mano dura y sin contemplaciones contra la inmigración irregular, abogando por la “deportación a sus países de origen”, la “revisión de los tipos penales para endurecer las penas contra las mafias, así como para quienes colaboren con ellas (sean oenegés, empresas o particulares)”, “acabar con el efecto llamada”, “suprimir la institución del arraigo como forma de regular la inmigración ilegal y revocación de las pasarelas rápidas para adquirir la nacionalidad española” y “condicionar la ayuda al desarrollo a los países que acepten la repatriación de inmigrantes ilegales y delincuentes”.
Como muestra del planteamiento de VOX, en el que el dogmatismo es ley de vida, Ignacio Garriga, portavoz del Comité Ejecutivo Nacional del partido y candidato a la presidencia de Cataluña en las elecciones de 2021, respondía esto en enero de 2019 (en una entrevista publicada por elplural.com) a la pregunta de si se puede ser negro y de VOX: “Nosotros defendemos la igualdad de todos los españoles, sean blancos, negros, verdes, amarillos, altos, bajos, gordos o flacos. Nos importa un comino el color de la persona, lo único que criminalizamos es la inmigración ilegal”.
Seguridad por encima de los derechos humanos
Después de que en octubre de 2013 más de 600 migrantes se ahogaran en la costa de Lampedusa, Italia lanzó la Operación Mare Nostrum (900 militares, barcos, helicópteros, submarinos). En 2014 este operativo rescató a 100.000 personas, pero Mare Nostrum se congeló por la falta de solidaridad del resto de miembros de la UE cuando Italia trasladó que el coste de la misión ascendía a nueve millones de euros al mes. Haciendo números, llegamos a la conclusión de que los miembros de la UE valoran por debajo de 1.080 euros la vida de una persona. Al año sería un coste de 108 millones de euros, divididos por las 100.000 personas que se rescataron en 2014 (aunque en fechas posteriores esa cifra habría aumentado por las situaciones ya descritas), lo quenos permite concluir que se rechaza tener un gasto de 1.080 euros a cambio de salvar una vida.
Ese mismo año, Frontex, la Agencia Europea de la Guardia de Fronteras y Costas, lanzó Tritón, con un presupuesto mucho más modesto (tres millones de euros al mes), no logró llegar a sustituir a Mare Nostrum. La responsabilidad de emprender operaciones de rescate es de los Estados miembros.
Y un año después, en 2015, Frontex creó la Operación Sophia para combatir a las mafias y entrenar a la Guardia Costera libia, sin importar que hubiera sido investigada por la Corte Penal Internacional por abusos contra migrantes. Y que varias organizaciones de la ONU alertasen sobre el trato de “esclavitud” al que se estaba sometiendo a las personas migrantes, vendiéndolas atadas en mercados clandestinos de personas.
Tritón y Sophia se consideraron operaciones humanitarias, destinadas más a la prevención que a la ejecución. En 2017, un informe de Frontex apuntó al “efecto llamada” por el acercamiento de barcos de rescate de la UE o de oenegés a las aguas territoriales libias. Una alarma que los investigadores EliasSteinhilper y RobGrujters, de la Universidad de Oxford, desacreditaron mediante un estudio elaborado ese mismo año sobre la causalidad entre las operaciones de búsqueda y rescate y el flujo de migrantes y muertes en el Mediterráneo. Steinhilper y Grujters llegaron a la conclusión de que la hipótesis del “efecto llamada” es falsa porque se produjeron más llegadas y más muertos cuando había menos operaciones de rescate. Y el investigador AreziMalakooti, experto migratorio de Global IniciativeAgainstTransationalOrganizedCrime (una oenegé con sede en Ginebra), también lanzó la voz de alarma:“sabemos que cuantos menos barcos de rescate hay en el agua se producen más muertes”.
En 2018 Italia se planta de nuevo y decide que los barcos de rescate no podrán seguir atracando en sus puertos. Y unos meses después, en agosto de 2019, se produjo la crisis del OceanViking (el barco de Médicos Sin Fronteras) con 356 personas a bordo que permaneció más de diez días ante las costas de Malta esperando autorización para atracar. Otros 160 migrantes llegaron a esperar más de veinte días en el Open Arms frente a las costas italianas para finalmente desembarcar en Lampedusa. Fue la situación en la que MatteoSalvini, entonces ministro del Interior italiano, habló de “servicio de taxi marítimo” para referirse a los barcos de salvamiento de las oenegés.
Entre 2015 y 2019 se pasó de la llegada de un millón de personas a 50.000, una caída del 95 %. En junio de 2020 el Tribunal Constitucional español anunció que preveía limitar las expulsiones en caliente a entradas masivas y violentas, en pleno debate sobre la Ley de Seguridad Ciudadana (más conocida como ley mordaza). Esta práctica controvertida comenzó durante el Gobierno de Mariano Rajoy, y consistía en la devolución inmediata de las personas migrantes, sin permitirles solicitar ayuda legal o ejercer el derecho al asilo. El Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo ha pasado de condenar a España en 2017 por ejecutar esta práctica a respaldarla el 12 de febrero de 2020, alegando que la devolución inmediata de dos africanos que presentaron las organizaciones de defensa de los derechos de las personas migrantes no vulneró la Convención Europea de Derechos Humanos.
TODOS. ¿JUNTOS?
La población extranjera en España asciende a 5,2 millones de personas[15] (el 11,4 % de la población total), sin contar a los nacidos en el extranjero y que tienen la doble nacionalidad. Como señala el Instituto Universitario de Estudios sobre Migraciones, “partimos del hecho de que no hay países de cuya sociedad no formen parte inmigrantes, y en la actualidad, como le ocurre a España, es irreal plantear un futuro sin ellos”(El País, 27 de marzo de 2019).
Existe un discurso polarizado y extremista en el que se mezclan los efectos de la globalización, la instrumentalización política y la viralización en los mensajes de las redes sociales. El resultado es la creación de un imaginario de la invasión, con una fuerte carga simbólica en lo que representa la frontera tanto terrestre como no física.
Como hemos señalado, la mayor parte de las personas extranjeras que viven en España proceden de América Latina, norte de África y Europa del Este, siendo las comunidades asiáticas y del resto de África las que ostentan una menor presencia. Las causas principales de los desplazamientos forzosos o voluntarios son los conflictos armados y los desplazamientos medioambientales, siendo los principales demandantes de asilo los que proceden de Siria, países de África subsahariana, Venezuela, Colombia y Centroamérica. Respecto al perfil de los que llegan, son más jóvenes que la media nacional y, al formar familia, tienen tasas de natalidad más elevadas.
Hace casi veinte años que el catedrático de Sociología experto en migraciones Joaquín Arango habló del principio del trato igual como una “exigencia irrenunciable de la política democrática”, que admitió que “la diversidad nunca ha sido fácil” porque engloba aspectos educativos, la práctica religiosa, alimentación y retos escolares; y que hay que “relativizar los conflictos culturales”. Y aportaba ya en 2001 esta fórmula: “Respeto a la diversidad, tolerancia recíproca, trato igual”. Lo que Giovanni Sartori llamó en su libro La sociedad multiétnica, la “buena sociedad”.
Alojamiento, idioma, trabajo
Son las claves para que el proceso migratorio sea un éxito. Acceder a una vivienda donde iniciar una vida, a un trabajo que permita ser autosuficiente y conocer el idioma para comunicarse y aprovechar las oportunidades de vida es la base sobre la que se han registrado muchas experiencias positivas de migración.
“La pobreza absoluta no causa migración”, apunta el periodista estadounidense Stephen Smith, en referencia a que para viajar a Europa un chico joven antes tiene que reunir al menos 2.000 dólares. Además, hay que tener en cuenta que los descendientes africanos en Europa podrían alcanzar los 150 millones en 2050, por lo que la postura de la política migratoria de la UE, basada en el codesarrollo, “es un error”: la probabilidad de que estos chicos mueran en el camino es de uno por cada trescientos, mientras que la de morir en el parto o antes de los cinco años es de uno por cada sesenta. Smith describe las fronteras como “espacios de negociación” tanto para las mafias como para los veintisiete Estados miembros de la UE en sus políticas migratorias y los acuerdos bilaterales o multinacionales.
También la postura del intelectual senegalés FelwineSarr aporta una reflexión al confirmar que vivimos en una crisis de la idea de comunidad, y la civilización que progresa es la que genera relaciones, a pesar de que “la relacionalidad es un espacio muy débil”.
En Suecia se ha creado una plataforma vinculada con un organismo oficial que ayuda a reclutar a personas cualificadas. Se les clasifica por letras: B (permiso de residencia), F (admisión provisional). Y en Suiza se ha puesto en marcha un proyecto piloto para su integración a través de la agricultura. En todos estos planteamientos, el hecho de que se trate de propuestas dignas, que podrían ofrecerse a cualquier persona, sea o no migrante o refugiada, es la clave, porque se pretende que se conviertan en uno más.
Barcelona, ¿ejemplo en la práctica?
El crecimiento vegetativo de la ciudad es negativo, pero gracias a la suma de vecinos por el movimiento migratorio se ha convertido en una ciudad muy diversa. Según el padrón municipal, en julio de 2019 contaba con personas migrantes de cien nacionalidades diferentes en más de treinta de los setenta y tres barrios, donde casi la mitad de los residentes han nacido fuera de la ciudad. La capital catalana tiene vecinos de 180 nacionalidades.
Va por barrios. Hace veinte años la población extranjera era anecdótica (1,5 %), y ahora son una de cada cinco personas que van por la calle (sin contar a los turistas) y el 20 % tiene nacionalidad extranjera. Los inmigrantes que más han crecido son los que proceden de la Unión Europea, seguidos de los que huyen de conflictos y solicitan asilo (Venezuela, Honduras, Colombia) y los que han nacido en países asiáticos como Paquistán, China e India. Son cadenas migratorias que comienzan con un núcleo familiar, y cuando se confirma que la situación es buena y que es posible reconstruir la vida familiar, empiezan la reunificación y el proceso por el que cada uno se busca la vida.
Referentes públicos
María Ramos Marcos, profesora de la Universidad de Salamanca, estudió entre 2016 y 2017 en el Observatorio de Contenidos Audiovisuales la presencia de personas negras en la pantalla. La conclusión fue que los programas de televisión mienten y muestran un mundo más blanco que la sociedad a la que deberían representar. Existe una preocupante infrarrepresentación, y cuando aparecen migrantes salen mal dibujados.
“Si miro las noticias en televisión, veré doce piezas. De esas, las únicas que hablarán de negros serán dos: unasobre una patera que ha llegado a Canarias y la otra sobre que va a haber un concierto de LennyKravitz. ¿Dónde estoy yo? Porque la mayoría de la población negra ni viene en patera ni es LennyKravitz. No veo que se hable de gente negra normal, como yo, y por eso no sé imaginarlos. No sé imaginarme un panadero negro, una periodista negra o un médico negro. Porque no los veo”.
Explica en El País Beatrice Doudu, ghanesa de veintitrés años, que llegó a España con cuatro años. Un planteamiento similar denuncian desde la plataforma TheBlack View, creada por el actor de ascendencia guineana Armando Buika junto a otros artistas hartos de que no se contemple nunca que un actor o actriz pueda interpretar un papel protagonista y desesperados por dejar de actuar en la piel de un inmigrante irregular o atendiendo a los estereotipos de papeles en los que son una figura Secundaria amenazante. Con el objetivo de combatir la no visibilidad en las pantallas de cine y televisión, TheBlack View ofrece desde 2017 herramientas para avanzar, convirtiéndose en un espacio multitarea que se dedica a la formación de nuevos talentos, sensibilizar dando charlas en las productoras y escuelas de guionistas, realizar producciones propias de teatro y colaborar con organizaciones internacionales.
Otro espacio en el que se han logrado establecer referentes y que ya ocupa un lugar destacado en las redes sociales es Afroféminas, que funciona como una redacción con muchas colaboraciones en la que se plantean temas relacionados con el racismoy la discriminación social, por raza o género y que ofrece opiniones y miradas de personas negras o afrodescendientes, ampliando incluso el prisma a América Latina, donde ya trabajan con noticias relacionadas específicamente sobre lo que ocurre en Argentina, Colombia y México.
Espectáculo del dolor ajeno
Un naufragio convertido en arte. Fue lo que ocurrió con los restos de la embarcación en la que el 18 de abril de 2015 murieron 800 personas y que fue expuesta en los antiguos astilleros del Arsenal de Venecia entre mayo y noviembre de 2019. Era un gran pesquero de construcción egipcia que zarpó de las costas libias con 1.000 personas a bordo, la mayoría sirios. Llegaron solo veintiocho personas; el resto, desaparecidas. Gran parte de las víctimas se ahogaron en la bodega y en la sala de máquinas. El buque perdió el equilibrio al otear un carguero portugués que intentó socorrerles. Lo que se expuso en Venecia era la obra del artista suizo-islandés ChristophBüchel, que los visitantes de la Bienal contemplaban curiosos yante la que se hacían selfis para inmortalizar el momento. Una “obra de arte” que recuerda a otra tragedia que se narró en los medios de comunicación y en la que Cristina Cattareo, al mando del equipo de forenses, apenas logró identificar a cuarenta cadáveres (lo contó en su libro Naufraghisenzavolto/ [Naufragio sin rostro]).
Es un tratamiento similar de la información relacionada con la tragedia migratoria que se reproduce en las crónicas y reportajes periodísticos, en los que no siempre se respeta el derecho al anonimato y la intimidad de las personas migrantes, anteponiendo el morbo de la tragedia ajena. No es fácil delimitar hasta dónde debe llegar el oficio periodístico, porque la labor de incidencia que se realiza también es útil para mostrar la gravedad de las circunstancias a las que son sometidas las personas migrantes.
Un complejo equilibrio en el que la responsabilidad individual y colectiva debería marcar el análisis y la exposición de los hechos. No caer en la frivolidad del dolor ajeno es lo mínimo ante unas tragedias cotidianas cuya normalización debe ser combatida.
Otra política
A finales de agosto de 2019 el lehendakari Íñigo Urkullu presentó ante el Vaticano una propuesta del Gobierno vasco para organizar la acogida de inmigrantes y refugiados. El llamado plan Share consiste en jerarquizar los cupos de acogida en base a tres parámetros: el Producto Interior Bruto (PIB), la población y el porcentaje de paro.
Urkullu propuso que las regiones más ricas, más necesitadas de población y menos castigadas por el paro acojan a más personas. Y como ejemplo habló del País Vasco, que cuenta con una renta per cápita anual de 34.079 euros, la segunda más alta después de la Comunidad Autónoma de Madrid; uno de los mayores índices de envejecimiento (detrás de Asturias, Galicia, Castilla y León y Cantabria); una tasa de paro del 9,5 % (la más baja de España) y es la novena comunidad autónoma con más inmigrantes en el censo (151.000 ciudadanos de origen extranjero en una sociedad de dos millones de habitantes).
El lehendakari planteó una estrategia en la que se apueste por la revalorización política de las regiones europeas. Es otra forma de hacer política, asumir la situación desde lo local y proporcionar soluciones que convivan en armonía en la sociedad, beneficiándola y contribuyendo a su mejora gracias a lo que las personas migrantes pueden aportar. El planteamiento parte de un trato de igualdad entre personas, donde el que llega de fuera se adapta, pero pudiendo opinar y sin que se le falte al respeto.
Durante el pleno de Política General de septiembre de 2019, que marca el inicio del curso parlamentario de la comunidad autónoma, el lehendakari resaltó el Pacto social vasco para la Migración y explicó:“somos un país que fue emigrante y ha sido acogido. Ahora debemos ser un país acogedor. Somos un país abierto que cierra las puertas al racismo y la xenofobia. Este Pacto conlleva asumir un compromiso de corresponsabilidad, firmeza y unidad”. Y sobre la propuesta Share aseguró que “dar una respuesta al reto migratorio es un imperativo de solidaridad; un imperativo de progreso y prosperidad”.
Solidaridad y apoyo
La Plataforma #RegularizacionYA puso de manifiesto durante los meses del inicio de la pandemia en España la precariedad en la que sobrevivieron familias enteras, y exigió al Gobierno español una regularización masiva. A mediados de junio de 2020, más de 1.500 asociaciones y entidades antirracistas presentaron en el Congreso de los Diputados una propuesta no de ley (PNL) para pedir la regularización de las personas en situación irregular.
Las muestras de solidaridad y el trabajo comunitario en lo local se han desarrollado mucho en diferentes lugares del país. El contacto directo con las personas migrantes es lo que ha potenciado ese avance. En cambio, en las regiones donde la llegada de personas extranjeras ha sido menor, se ha reducido. Esas situaciones aparecen en momentos puntuales y generan una cadena de denuncia y movilización en la que las redes sociales juegan un papel cada vez más importante.
Por ejemplo, en diciembre de 2019 se difundió un comunicado en apoyo a las niñas, niños y adolescentes de la casa de acogida de menores no tutelados de Hortaleza (Madrid). Firmaron 6.600 vecinos y vecinas y 614 asociaciones, colectivos y entidades. Ocurrió después de que el centro fuera atacado con una granada a principios de ese mismo mes, sin que nadie resultase herido. La condena de una acción violenta contra menores de edad, sin importar su procedencia, se extendió con rapidez tanto entre los militantes y activistascomo entre personas externas pero incrédulas ante la gravedad de los hechos. El ataque respondió a una campaña de criminalización a la que los menores y extutelados se suelen ver sometidos. Y la respuesta fue la organización de una concentración de unas 800 personas en la que se pidió un barrio seguro para todos, bajo el lema “No estáis solos, estamos con vosotros”, dirigido directamente a los menores.
En ese encuentro, los menores pudieron expresarse con libertad (“La gente piensa que estamos aquí para quitar el trabajo. Hemos venido para trabajar y ayudar a nuestras familias”, explicó uno de ellos), arropados por el paraguas de la Asociación Exmenas, que recordó las razones por las que decidieron emprender el viaje: “Somos estos niños que hemos decidido, por causas muy diversas, ejercer el derecho a movernos para luego darnos cuenta de que no es un derecho universal”.
En la criminalización a la que son sometidos se les señala por ser personas migrantes pobres, a lo que ellos responden:
“Ya tenemos suficiente con que nadie se encargue del bienestar de nuestra salud física y mental como para cargar con más miradas de odio cuando andamos por la calle. Ahora este es nuestro lugar. Muchos y muchas hermanos y hermanas haremos de Madrid un hogar para siempre, y otros seguirán adelante a otro sitio”.
La gastronomía se ha convertido en otro punto de conexión para mostrar y aceptar la diversidad. Ocurre en el Festival Intercultural de Burgos (cuya última edición se celebró en octubre de 2019), organizado por la Asociación de Trabajadores Inmigrantes Marroquíes y la Comisión Municipal de Integración en colaboración con el Ayuntamiento burgalés. Música, gastronomía y talleres “para construir una ciudad libre de prejuicios” en la que se degustan bizcocho búlgaro, tamales y empanadas mexicanas, té paquistaní, kormueleterumano, repostería argentinay cocina marroquí, peruana y, por supuesto, burgalesa.
Intereses comunes
Las personas inmigrantes deberían alcanzar entre el 43,4 % y el 47 % del total de residentes en España en 2050. Según el INE, dentro de treinta años la población de sesenta y seis años o más pasará del 18,1 % actual al 30,9 %, por lo que se necesitan 30,6 millones de nuevos habitantes extranjeros, más de un millón anual, para mantener el sistema de bienestar social. De esta forma, los extranjeros serían el 46 % de la población residente y representarían el 62,8 % de las personas en edad laboral (casi dos de cada tres habitantes).
Es una previsión que coincide con la de otros organismos e instituciones. La Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal (AIReF) habla de treinta y dos millones, la ONU de 33,9 millones y la Oficina Europea de Estadística (Eurostat) de 30,4 millones.
“Si la UE quiere equiparar su tasa de crecimiento de mano de obra a la de Estados Unidos, debe recibir al año 1,8 millones de inmigrantes en edad activa durante la próxima década”, expuso el banco UBS en un informe publicado en septiembre de 2016. Pero El MouhoubMouhoud, profesor de Economía de la Universidad París Dauphine, explicó a El País que “el problema no es financiero, el coste de acoger a dos millones de refugiados no superaría el 2 % del PIB. No se trata de una cuestión de capacidad, sino de percepciones negativas de la población europea dentro de un contexto de crisis económica”. Y ese es un aspecto que deberá analizarse más desde el punto de vista sociológico que económico, porque las cifras no engañan y la previsión realizada se va cumpliendo.
En noviembre de 2019, Citigroup también hizo público un informe en el que afirmaba que los extranjeros contribuyen a la creación de puestos de trabajo, pero su ascenso social se ha estancado. Y concluía que las economías del sur de Europa habrían crecido entre un veinte o treinta por ciento menos en ausencia de inmigrantes entre 1990 y 2015. Algo que corrobora la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) al apuntar que el crecimiento experimentado gracias a la llegada de personas migrantes ha sido del 28 %. Y la Organización Internacional del Trabajo (OIT) estima que en el mundo hay 164 millones de personas que buscan mejores oportunidades tanto en sus lugares de origen como en el exterior.
Sobre la riqueza, también económica, que aportan las personas migrantes y esos intereses comunes, hay que recordar que antes de la crisis de 2008 la presencia de personas migrantes, en especial de mujeres procedentes de América Latina que se empleaban en el servicio doméstico y cuidado de las personas con necesidades, permitió que muchos españoles y españolas se incorporasen al mercado de trabajo.
De la misma forma que el AIReF apunta que la sostenibilidad de las pensiones dependerá en el futuro inmediato de la llegada de personas extranjeras –siempre que no se potencie la economía sumergida, que genera una baja contribución a las cotizaciones por los reducidos salarios que podrían hacer que la migración no sea una solución–, es necesario crear verdaderas políticas de integración que eviten la creación de guetos por las crecientes desigualdades sociales, y que aprovechen la multiculturalidad como una riqueza compartida.
En 2019, un tercio de los empleos creados (431.254 nuevos afiliados a la Seguridad Social) fueron ocupados por trabajadores no nacidos en España. Una proporción muy superior al peso de la inmigración en el mercado laboral, que representa el 11 % (con el boom inmobiliario, la entrada de inmigrantes para cubrir las necesidades de las empresas aumentó). Esto se debe al estrechamiento de la base de la pirámide demográfica y a las necesidades de las empresas, sobre todo en empleos de baja cualificación, en los que las personas migrantes aceptan salarios más bajos o, si están en situación irregular, incluso cobrar en B.
La situación paradójica que se plantea es que parece compatible un paro estructural elevado (entre un 12 y un 14 %) con la necesidad de un mayor flujo migrante, algo que el economista Josep Oliver explica asegurando que “el sistema educativo adolece de un problema de cualificación adecuada”, por lo que determinados oficios tienen que ser ocupados por inmigrantes. De hecho, España se enfrenta al reto de que en la próxima década dos terceras partes de los empleos que se creen vayan a ser ocupados por inmigrantes, incluidos los empleos cualificados. Y esto obligará a mantener un flujo de, al menos, 250.000 nuevos migrantes al año.
La identidad según Appiah
El libro de Kwame Anthony AppiahLas mentiras que nos unen habla de quiénes somos y cómo nos relacionamos teniendo en cuenta nuestra historia. ¿Qué nos une a “los nuestros”? ¿Quiénes son “los nuestros”?, se pregunta.
Explica con detalle que las identidades se basan en engañosos estereotipos focalizados en la religión, la nación, la raza, la clase y la cultura. Por eso, el filósofo angloghanés cuestiona las identidades compartidas, aboga por las coincidencias de identidades dispares y trabaja sobre conceptos como creencia, país, color, clase y cultura para enfrentarse a una pregunta supuestamente sencilla y que no ha elegido él, sino que nos es impuesta: “¿Tú qué eres?”. Y así fue como durante su vida adulta ha aceptado que le vieran como “un hombre no blanco que habla con el inglés que solía conocerse como el de la reina”.
“Se cae en la obvia tentación de pensar que el origen de las personas las convierte o bien en herederas de o bien en extranjeras a la civilización occidental”, sentencia mientras cuestiona que exista la solidaridad de grupo: “Su identidad común les da una razón, piensan, para cuidarse y ayudarse mutuamente […], normas de identificación, reglas sobre cómo debería uno comportarse dada su identidad”. Y añade: “No se puede imponer a capricho una identidad cualquiera, pero la identidad tampoco depende enteramente de la propia elección, no es una invención a la que yo pueda dar la forma que quiera”.
El nivel de renta, la edad, la discapacidad, el peso, el estado laboral…, o cualquier variante social forman parte de la identidad, pero es en el contexto político donde existe un “reconocimiento global”, en el que se puede invocar y construir la solidaridad.
Estar dentro o fuera del grupo, de forma consciente o inconsciente, determina también las nuevas identidades, porque, además de las referencias asentadas y definidas, las personas tenemos la capacidad de crear nuevas tendencias con las que identificarnos.
Appiah se muestra categórico respecto a la distinción entre creencia, práctica y comunidad:
“Las personas pueden formar parte de iglesias, templos y mezquitas y afirmar identidades sectarias, pero en lo tocante a las cuestiones delicadas de la fe, a veces puede llegar a parecer que cada cual pertenecemos a una secta unipersonal”.
Y se refiere a los musulmanes que deciden establecerse de forma permanente en Europa occidental “porque su identidad es capaz de sobrevivir a través de los cambios”.
También recurre a la historia para recodar que en el siglo XIX y a lo largo del XX:
“… muchos pueblos que nunca antes habían tenido el control de un Estado se vieron inmersos en movimientos políticos que propugnaban un alineamiento de su condición de pueblo con la forma de las disposiciones políticas; querían que los estados nación expresaran el sentimiento de que ellos ya tenían algo importante en común”.
Y así es como se construye un “nosotros” con la capacidad y el compromiso de vivir una vida juntos. Sobre la justificación europea de la supuesta inferioridad de otras personas por el color de la piel, explica:
“Muchos europeos necesitaban creer que existía una inferioridad natural que justificaba la subyugación de las personas negras. Este argumento –que hay personas que son esclavas por naturaleza– cuenta con un pasado clásico; puede encontrarse ya en Aristóteles […] cuando se señalaban los limitados logros de los esclavos. […] Los antropólogos físicos, con sus aparatos de craneometría, los etnólogos, los fisiólogos y teóricos de la evolución, a excepción de Darwin, con sus ideas sobre la degeneración racial y los diferentes orígenes poligénicos de las distintas razas, fueron captando una ilustre disciplina tras otra para darle contenido al color […]. Y en el curso del siglo XIXarraigó la idea moderna de las razas”.
Para Appiah, identificarte con lo que eres pasa por tomar conciencia de ello, hay que reconocer que “las identidades pueden vivirse de más de una forma”, y a partir de ahí es posible comprender la variedad de planteamientos y visiones que puede llegar a aportar cada persona, incluso dentro de la comunidad en la que se suele abogar por un consenso que no siempre es homogéneo.
Hacia las experiencias positivas
Mescladís[16]es una fundación sin ánimo de lucro en la que cada año una media de ochenta inmigrantes en situación irregular reciben formación como camareros y ayudantes de cocina. Es “la ONU de la cocina en Barcelona, porque acoge a trabajadores de Senegal, Níger, Malí, Ghana, Marruecos, Argelia, Palestina, Nepal, Ucrania, Brasil, Bolivia, Argentina y España”, explicó su promotor a La Vanguardia en septiembre de 2016.
Una labor circular en la que el 80 % de los fondos que perciben proceden de los ingresos del restaurante, que además organiza talleres infantiles y vende productos ecológicos y de proximidad en mercadillos. El resultado es que al menos el 35 % de las personas migrantes que se involucran en Mescladís logran regularizar su situación y encuentran trabajo.
El Col·lectiu d´ Escoles contra la Segregació lucha contra la discriminación escolar. Es una asociación de padres, mayoritariamente de clase media y de origen catalán, que decidieron matricular a sus hijos en alguna de las 240 escuelas denominadas “de alta o máxima complejidad”, un concepto administrativo que se calcula a partir de los estudios (las calificaciones académicas), las rentas y el origen de las familias.
Son centros educativos cuyas aulas albergan a entre un 70 y un 80 % de alumnado extranjero, y que luchan contra la invisibilidad de las dificultades y también de los valores que puede aportar esta mezcla. Consideran que reflejan la composición social de los municipios, y por eso insisten en que son escuelas de “máxima normalidad”: “Elsnenssónnens, no hooblideu. I potserussobtarà que, quanentreu a les nostresaules, alspenjadors hi veieunoms tan exòticscomZineb, Fatumata, Ikram, Bilal, Kodia, Azaan… Peròelsnostresnens, Éric, Cecilia, Lluc, Guillem, Ada, Berta, Marina, Unai, Joana, Sasatroben que sónelsnomsmésnormals del món. I totsplegatssónamics, aprenen tots juntsiprogressen tots junts. En moltsdelsnostres centres tenimestudiantsexcel·lents que guanyen les provesCangur o Sambori. Perquèl’escola, com a institució, funciona” (“Los niños son niños, no lo olvidéis. Y puede que os sorprenda que, cuando entréis en nuestras aulas, en los percheros haya nombres tan exóticos como Zineb, Fatumata, Ikram, Bilal, Kodia, Azaan… Pero nuestros hijos, Éric, Cecilia, Lluc, Guillem, Ada, Berta, Marina, Unai, Joana, Sasa, encuentran que son los nombres más normales del mundo. Todos son amigos, aprenden juntos y progresan juntos. En muchos de nuestros centros tenemos alumnos excelentes que ganan pruebas como Cangur o Sambori. Porque la escuela, como institución, funciona”), explican en la presentación del proyecto.
En el instituto de Educación Secundaria público de Torreblanca, ubicado en una de las barriadas más humildes y con mayor índice de delincuencia de Sevilla, están acostumbrados a recibir refugiados por la proximidad de un centro gestionado por CEAR. El compañerismo, la comprensión de los profesores, la palpable diversidad y la necesidad de madurar antes de tiempo son algunos de los factores que se respiran en esas aulas.
Es una situación de apoyo y comprensión que en 2019 permitió a LiaMotrechko, una niña refugiada nacida en Ucrania y que hacía solo ocho meses que había llegado a España, sin conocer el idioma, convertirse en la alumna con el mejor expediente de 4.º de la ESO de la comunidad autónoma. Ella le quitaba importancia en la prensa local, asegurando que siempre ha sido una buena estudiante y que en el instituto la habían ayudado mucho, proporcionándole libros para que mejorara con rapidez su comprensión del castellano, pero la hazaña de Motrechko se convirtió en una alegría compartida por sus compañeros de clase y sus profesores, una muestra de que, además del esfuerzo personal, el entorno es fundamental para salir adelante y confiar en la nueva etapa que te toca vivir.
Con un planteamiento similar, de aprovechar por encima de confrontar, disfrutar de lo diferente en lugar de cuestionarlo, ha cambiado la vida de Torre de Burgo (Guadalajara), que cuenta con 592 habitantes, de los cuales cincuenta y cinco son españoles y el resto extranjeros, la mayoría búlgaros, y es uno de los ejemplos de la “España vaciada o deshabitada” que ahora alberga la mayor tasa de extranjeros del país. “Dan vida al pueblo”, explicaban los vecinos cuando empezaron a recibir visitas para comprobar si la convivencia era positiva. Hace seis años que empezaron a llegar extranjeros para trabajar de forma estacional en la recogida de espárragos.
Es un fenómeno que durante los últimos años se ha consolidado en varias partes de España, donde la despoblación alcanzó niveles superiores a la del Círculo Polar Ártico (en, al menos, veintidós pueblos de 500 habitantes donde, en 2018, ya contaban con un 22 % de su población integrada por personas migrantes). La zona más afectada, y que hoy se convierte en un laboratorio de convivencia, es la Serranía Celtibérica (Soria, Zaragoza, Guadalajara, Burgos, Teruel, Segovia y Cuenca), una zona del interior de España en la que un tercio de la población entre veinticinco y cuarenta años emigró a la ciudad o al extranjero.
Entre las iniciativas socio-culturales, con un marcado análisis antropológico y que están aportando un debate muy rico, es interesante destacar Proyecto Humanae, de Angélica Dass, que inició en 2012 y en el que demuestra que el color piel no existe. Empezó a plantearse desde muy pequeña que algo no encajaba cuando le pedían en la escuela que colorease con el “color piel” un dibujo. El proyecto se compone de una serie de fotografías que documentan la diversidad de la piel humana, un alegato contra el racismo en el que las imágenes son planos medios, del cuerpo desnudo hasta los hombros, para clasificarles por el tono de la piel buscando un número de identificación como si formaran parte de una paleta. Desafiar el concepto raza, documentar la realidad cromática de nuestra especie y preguntarse qué tenemos en común es el planteamiento de estudio de Dass, un trabajo que incluye más de 4.000 imágenes tomadas en treinta y seis ciudades de veinte países. Dass colorea el fondo de las fotos con un tono de la paleta industrial Pantone tomada de la nariz de la persona retratada. Y logra conformar un catálogo de colores de piel humana que rompe con siglos de prejuicios culturales asociados a las clasificaciones étnicas y la identidad
El barrio de Usera de Madrid alberga al 22 % de la población extranjera –y a una cuarta parte de los 38.547 chinos– que hay en la capital (según datos del Ayuntamiento de Madrid). En el Chinatown de Madrid es donde Laura Carrascosa Vela y XirouXiao organizan talleres artísticos para chiñoles. Enmarcados en los Encuentros Mandarina, es una forma de poner en valor la mezcla en la que viven, la indefinición sobre el cómo se sienten y lo que pueden aportar a la sociedad. “Todos necesitamos sentirnos en casa para ser felices”, aseguró Xiao a El País Semanal. Con su libro Como casa mía (publicado por Dalpine), Carrascosa ha seleccionado cincuenta fotografías tomadas durante cuatro años para compartir el universo de Xiao desde que llegó a Madrid. “Laura se convirtió en la primera amiga española que tuve de mi edad, con la que me relaciono de igual a igual. A su lado siento que puedo relajarme”, concluyó Xiao. A través de la amistad también se llega a la comprensión del otro, una búsqueda del nuevo hogar acompañado, lejos de casa, pero junto a una persona que conoce y comparte las vicisitudes de un espacio que también está por construir.
Con los ojos y las orejas muy abiertos es como debemos pasear y deslizarnos por esta nutrida y desbordante realidad social que nos rodea. El fotógrafo Samuel Fosso (Bangui, República Centroafricana), ganador del Premio PhotoEspaña en 2018 con su obra Una odisea africana, también habla de identidad, pertenencia, exilio, migración. Y lo hace a través del autorretrato, porque para abordar “temas tan viejos como el ser humano que siempre están de actualidad” hay que contar la historia “al vestirse, identificarse y sentir al personaje”, como él mismo se sentiría en esas circunstancias.
Conversación entre Viviane, Noor y Amal
Un desayuno que duró más de cuatro horas, las que Viviane, Noor y Amal necesitaron para ir desgranando algunas de las situaciones y problemáticas cotidianas a las que se enfrentan por pertenecer a una familia de madre blanca y padre negro, por haber venido a estudiar a España con un visado tras haber crecido en un entorno musulmán en un país magrebí y por haber llegado como refugiada desde un país africano en pleno conflicto junto a su familia, respectivamente. Tres mujeres comprometidas, inquietas, jóvenes, militantes en diferentes causas que esperaban impacientes que les tocase el turno de palabra para añadir sus argumentos. Una conversación en la que tuve el privilegio de participar como observadora y que considero que expone de forma espontánea y directa las sensaciones de una generación que tendrá en su mano cambiar muchos de los comportamientos y situaciones por los que cuesta creer que estemos en pleno siglo XXI.
En un hogar del barrio de Prosperidad (Madrid). 1 de marzo de 2020
Viviane (V): Me llamo VivianeOgou, tengo veintidós años y soy de Barcelona. Vengo de una familia mestiza, mi madre es catalana y mi padre de Costa de Marfil. Desde pequeña me interesan las relaciones internacionales y los derechos humanos, por eso vine a vivir a Madrid, para estudiar la carrera.
Amal (A): Mi nombre es Amal Hussein, tengo veintitrés años y vengo de Somalia. Primero fuimos a Kenia huyendo del conflicto y de la situación de mi país, y después acabamos desplazándonos a España cuando nos concedieron la solicitud de protección internacional. Vine con mis hermanos, somos siete. Estudio Ciencias Políticas y Gestión Pública, y mis intereses principales son la inmigración, los derechos humanos y, por supuesto, los derechos de las mujeres respecto a la protección contra la mutilación genital femenina, porque al afectarnos directamente, igual que los matrimonios forzados, es una de las cosas que ha hecho que mi familia se movilice.
Noor (N): Soy NoorAmmarLamarty, de Tánger, y tengo veintidós años. Estoy cursando Derecho hispanofrancés en la Complutense y soy redactora de investigación especializada en mujeres en países islámicos. Me considero feminista marroquí laica y mis temas de investigación tienen que ver con la situación y vulneración de los derechos de las mujeres en países musulmanes, los matrimonios forzados, la vulneración de derechos de las niñas y, en especial, la renovación política y de las libertades públicas, que todavía no existen en muchos países musulmanes. Me gusta escribir.
—¿Podéis compartir algún recuerdo de infancia o adolescencia que haya sido importante para vuestra forma de pensar?
N: El antes y el después que hizo que lo que tenía a mi alrededor no me pareciese tan normal como le parecía al resto de las personas. Me ocurrió un día en la biblioteca de la casa de mi abuela, cuando leí un libro que se llamaba Princesas del Islam, de la periodista María Dolores Masana, en el que hablaba de diferentes tipos de mujeres en los países musulmanes que habían sufrido la mutilación genital, que habían sido obligadas a un matrimonio forzoso en una sociedad que lo admite porque forma parte de la cultura de base. Tenía nueve años, y eso fue un antes y un después en mi línea de pensamiento. Igual que sufrí mucho leyendo a mujeres como FatemaMernissi, con mucho reconocimiento a nivel internacional y que me generó unas incongruencias horribles a nivel de pensamiento.
A:A mí me viene un momento en el que tendría trece años y estudiaba primero de la ESO, había llegado a casa, fue un año de adaptación… Llegué a España con once, pasé un año de adaptación aprendiendo matemáticas, inglés, sobre la cultura…, adaptándome a ese choque con la realidad. Llegué a casa, estaba con mi madre, y fue la primera vez que me di cuenta de que estaba en un mundo ajeno a todo lo que yo conocía. Pensé: “Estoy en un entorno diferente, con gente diferente, con una cultura diferente, y lo más importante de todo, yo soy diferente”. Fue una sensación devastadora. En ese momento lo viví como algo malo. Ser diferente marca cómo te relacionas con tus compañeros, con tus profesores, con tu entorno, y pensé: “¿Qué hago? ¿Quién soy? ¿Cómo actúo? ¿Cómo me relaciono?”. Empecé a cuestionarlo todo, a construir esta nueva identidad. Entré en la adolescencia dándome cuenta de que estaba en una nueva realidad.
V: A mí me cuesta elegir un momento, así que voy a tirar de realidad mestiza y dar dos pinceladas. La primera cuando tenía siete años, era la época de la guerra de Afganistán y cada día salían fotos de niños desnutridos de África, no comprendía por qué pasaba eso y pensaba que esa gente podían ser mis primos, y no lo entendía porque al mismo tiempo yo vivía en una burbuja blanca. Me miraba al espejo y me veía negra, luego se me olvidaba. Era un lío. Pero lo que más me marcó fue cuando murió mi abuelo paterno, yo tenía quince años y mi padre se había quedado sin papeles, no se los renovaban a pesar de tener una carrera, dos másteres y haber cotizado en España, una hija menor de edad… El hecho de no poder ir a despedirse de mi abuelo por el coste de no poder volver a entrar le hizo caer en una depresión.
—¿Qué importancia le dais al color de piel que tenéis cada una? ¿Cómo veis la negritud? ¿Cuál es el peso de no ser blanco en España?
N: Noto cómo afecta constantemente a la hora de exotizarme y de crear desde mi persona realidades de diferencia simplemente por mi origen, incluso cuando no viene a cuento. El peso de no ser blanco en España es que te aplaudan cada acción parecida a las que puedan hacer blancos o miren con exotismo o miedo tus diferencias. Es estar en una lupa siempre, a veces positivamente, otras muchas negativamente, pero siempre bajo juicio. No me gustan, de todos modos, los conceptos de blanca, racializada, etcétera. Yo soy marroquí y punto.
—¿Por qué crees que ocurre?
N: Porque desde Europa se ha aceptado la conceptualización de blanco, heterosexual, cis, privilegiada…, se ha dogmatizado el origen y el color de piel en vez de considerarlo una simple característica física más. Si no lo vemos así, estamos promoviendo lo mismo que promueve el racismo. No puede ser que haya asambleas donde no se acepte a gente blanca, porque es lo que se hacía en el apartheid con la gente negra. Para mí es como el efecto rebote del racismo, incluso personas blancas viven un papel de culpabilidad por meterse en espacios en los que no pueden opinar. Y eso es un problema.
V:Aunque te entiendo, quiero señalar que no tenemos que hacer una separación entre nosotros y ellos, pero sí ser conscientes de la realidad. No podemos obviarla, no podemos hacer bandera de ella, pero si no la tienes presente en ciertos momentos pasarás por alto acciones o actitudes hacia ti que puedes pensar que son por tu culpa, porque has hecho algo mal. Pero no son culpa tuya, vienen derivadas del racismo. Hemos debatido mucho sobre los espacios no mixtos, yo tengo una pelea interna sobre lo que está bien y lo que no lo está, pero hay un punto en que necesito un espacio para hablar con personas en mi misma condición sobre lo que me está pasando y poder comprenderlo. Eso no implica diferenciar completamente a aquellos que son blancos, pero hay un momento en que quizá no quiero decir delante de un blanco que mi padre no tiene papeles. Si no tengo ese espacio, ¿qué seguridad tengo para trabajar en eso? No se tiene que llevar a extremos, pero tampoco es necesario decir que tenemos que estar todos unidos. Hay una separación, y hay que buscar la manera de trabajarla… de forma independiente y luego juntos.
N: Sí, pero si seguimos así, seguirán siendo realidades paralelas que nunca van a chocar, ni mucho menos entrar en contacto. Porque yo tengo derecho a estar en una mesa y a hacer partícipes a las personas nativas españolas de mi realidad como inmigrante. Para mí el problema de sesgar esos espacios es pensar que a lo mejor un blanco no sabe lo que significa que se te pase un plazo de renovación de un NIE, que te puedes quedar equis meses sin documentación en regla o que si no te llega una carta certificada a lo mejor te están archivando un NIE. Para mí el problema de separar esas dos realidades es que nunca se vayan a poder entender las necesidades de unos y de otros.
A:Quiero comentar un par de cosas. A veces dices: “Implantamos una ley con este objetivo, porque vamos a obtener este resultado, porque estadísticamente…”, y luego la sociedad es diferente, porque jugamos con emociones, recuerdos, experiencias, y si te mueves con esos parámetros, por mucho que las estadísticas y la racionalidad digan una cosa, aplicarlos al orden social es dificilísimo. Por ejemplo, cuando me hago la pregunta “¿cómo me doy cuenta de que soy negra?”. Tengo el pelo afro, en Somalia no me doy cuenta de que soy negra, mis compañeras y mi familia no tienen el pelo afro, lo tienen rizado, casi liso, esa es una diferencia; yo lo notaba en mi propia comunidad, en Somalia. Luego llego a España y no me doy cuenta de que soy negra hasta que estoy jugando con unos amigos y me dice un compañero: “Es que yo nunca saldría con una negra”. Fui a casa pensando: “No le importa si soy guapa, lista…, él no saldría conmigo porque soy negra”. Eso me marcó, porque el color de mi piel ha determinado todo, y eso forma parte de un bagaje que decide quién soy. La segunda cosa se pone en relación con que hay dos millones de personas racializadas negras. Yo vivía en una zona en Parla, iba al instituto y siempre he sido la única chica negra de clase, eso también determina mi realidad. En el instituto había otra chica negra y daban por sentado que éramos las mejores amigas. Era negra de Latinoamérica, por lo que tenía un origen completamente diferente, pero me llegaba toda clase de información sobre ella. Y yo pensaba: “¿Por qué no tengo la misma información de mis otros compañeros de clase?”. Luego entré en la universidad, y sigo siendo la única negra. Me sorprende que cosas que pasaban hace años siguen reproduciéndose, y que en medio de la clase el profesor venga hacia mí y vocalizando exageradamente me diga: “¿Me entiendes cuando hablo en español?» y yo le tenga que decir: «Te acabo de hacer una pregunta relativa a un artículo de la Constitución con una construcción gramatical perfecta, con un acento de Madrid que no puedes ni creértelo, ¿y tú me vienes a preguntar si entiendo el español?”, y la mitad del aula se empezó a reír. Ese momento determina. O cuando voy a una reunión no mixta, y hablo de lo de mi pelo o lo de los papeles, me entienden. No es evitar que las realidades se encuentren, es que la sociedad y la historia ya han sido marcadas. Nuestros momentos geográficos de nacimiento la han determinado. Todo esto es una realidad. Partimos de una base. Es que ya ha habido una separación de “tú blanca, yo negra”, “yo mujer, tú hombre”. Recuerdo a una feminista que dijo: “Soy mujer, lesbiana y negra”. Y es que tú me ves y lo primero que piensas es que soy negra, además ves que soy una mujer, y si me beso con una amiga determinas que soy lesbiana. Es información que tú has determinado, y a partir de ahí la sociedad actuará de una manera concreta con esa persona. Así fue como me dije que esto lo voy a usar como una herramienta de trabajo, si me meto en la lucha lo haré como negra, quiero cambiar las cosas: soy negra y me reconozco como negra. Vamos a acabar con eso reconociéndolo, porque yo me siento en la mesa y ya veo diferencias. Podemos caminar juntos, pero no evitar reconocer nuestras luchas.
N: Yo tampoco creo que debamos evitar las etiquetas, me defino como mujer inmigrante y marroquí; sin embargo, me afecta muchísimo que siempre se cuestione mi realidad como musulmana. Mi fe es privada, es íntima, es personal, no tengo por qué entrar en debates de credo simplemente por mi origen. Mis amigas marroquíes ateas revindicadas se indignan aún más, y es que, ¿por qué tienen que sentir la culpa de no ser musulmanas cuando están supuestamente en un país aconfesional y democrático? Por otro lado, el tema de las etiquetas por migrante es crucial, el problema es cómo se sigue generando el desconocimiento en la sociedad. Mientras una persona blanca no tenga en su entorno alguien que le diga: “Estoy jodido porque estoy sin papeles” y se normalicen las realidades de los migrantes, se seguirá conceptualizando la inmigración por las noticias del tipo: “Llegan cinco inmigrantes ilegales”. Pero el problema de un sin papeles no es solo mi problema porque yo también sea migrante, es el problema de toda una ciudadanía que no está haciendo nada para que su amiga, su pareja, su vecino o el frutero de su calle tengan una igualdad de oportunidades. Creo que se desvirtúa la necesidad de cambio cuando nos encerramos en una habitación y nos lloramos los unos y los otros en vez de responsabilizar a la sociedad en su conjunto. En cambio, si confrontamos las realidades y nos cabreamos y les decimos: “Tienes que saber lo que me pasa”, que todos los días te metes en el metro con gente que tiene problemas que nunca vas a tener tú, porque has nacido aquí y perteneces a una familia equis y vives una realidad equis… Los migrantes somos unas personas más, no somos una realidad ajena que no afecta ni influye. Hay que perder la vergüenza identitaria a hablar de los problemas que tenemos como migrantes y también romper ese velo del pedir perdón por existir, por ser migrantes, intentando todo el rato ser invisibles, pasar desapercibidos.
V: Esto no puede pasar de un día para otro… A mí lo que me encanta es que tenemos tres realidades completamente distintas: yo como mestiza…
N: Pero tú eres española, ¿no?
V: Sí, pero la gente por la calle me ve negra. Me crié en una familia blanca siendo negra. Me miraba al espejo siendo pequeña y me sorprendía por ser negra, porque yo no era consciente, vivía en mi burbuja blanca. Los niños se metían conmigo por cosas que yo no comprendía.Mi madre no entiende el peso del racismo porque ella no lo ha vivido, ha ido a África en una situación de privilegio, no puede sentir el peso del racismo. A mí se me ha negado mi negritud: “Tú eres blanca, eres café con leche, no eres tan negra”. Eso también te construye, como cuando tu abuela te tranquiliza diciéndote que no eres negra. Yo necesito empoderarme con otros negros y al ver ese poder negro comprender mi propia identidad, porque hasta los dieciocho años no fui a África, sabía lo que era el racismo desde pequeña, pero me lo habían conceptualizado todo, y hasta que yo comprendí que había gente que estaba sufriendo no pude hacer ese camino.
N: La primera vez que me llevé a mi novio a la comisaría de Aluche alucinó al ver cómo funcionasu país, tan democrático, donde si él quiere un pasaporte lo tiene para viajar a donde quiera al instante y no tiene que irse al fin del mundo, pagar una tasa en un banco al otro extremo y que te tengan cuatro horas esperando para que te den una hojita que te garantice un regreso. No conocía esa faceta de su país, esa realidad incómoda que viven miles de personas diariamente. Cuando aislamos nuestra problemática no les estamos mostrando la realidad que queremos que asuman, que transformen, porque no vamos a transformarla solos, la sociedad somos todos, blancos, negros, racializados y demás.
A: Las realidades incómodas hay que transmitirlas. Un día estaba con una compañera que tenía la regla, con dolores, se levantó y dijo gritando: “¿Alguien tiene una compresa?”. Estábamos en segundo de la ESO, todos nos quedamos asombrados, una le pasó un tampón, y yo pensé: “Acabas de dar una lección de realidad a la clase”. A partir de ahora voy a hablar de eso. Entendí la necesidad de hablar de realidades incómodas en cualquier espacio: si mi hermano, que lleva viviendo aquí la mitad de su vida, pasa el examen de nacionalidad sin que su entorno sepa lo que es eso, o lo que significa para nosotros ir a renovar lo que sea, o estás con tu pareja y mencionas tu preocupación por que te den el documento de viaje porque no tienes pasaporte. Y el pobre te mira sin entender lo que para mí es una realidad. Igual que el momento en que mi hermano pequeño, al que detienen porque no se creen que tenga doce años y no tenga DNI, lo llevan a la comisaría y pierde su entrenamiento, y luego se lo tiene que explicar al entrenador, que no entiende nada. Son necesarios espacios en los que quede claro que lo que a mí me está pasando también es asunto tuyo.
N: Vale, te compro la necesidad de estar en espacios seguros, pero creo que embalsamamos nuestra identidad cuando nos sentamos a la misma mesa haciendo ver que no pasa nada cuando sí que pasa, y eso me hace sentirme incómoda, es hipócrita. No queremos su paternalismo, ni mentir para que nos vean como un igual. De hecho, a mí me pasó un poco lo mismo con la realidad del patriarcado islámico, me costó mucho decir que las mujeres en el mundo musulmán sufrimos. No soportaba que me viniese alguien superior en derechos y privilegios a decirme: «Pobrecitas». Es una cuestión de orgullo identitario con el que crecemos los que tenemos este tipo de dificultades, ya es jodido como para encima tener que aceptar la lástima de los demás. Hay una actitud paternalista inconscientemente. Pero querer reinventar nuestras realidades y mejorarlas implica hablar de ellas abiertamente y denunciar sus carencias.
V: Es que son dos millones de personas racializadas, y millones en el paro, y niños… No podemos obligar a la gente a entrar en nuestras luchas. Tu entorno o tiene una reacción de pena o pasa de ello. Tenemos que aceptar el proceso del que no está racializado porque no sabe cómo hacerlo. Alguien puede decidir ser pasota respecto a los temas que nos afectan, y tú decides tu relación con esa persona. Puedes decir: “No me interesas como pareja”. Para nosotras la racialización es lo más importante, y para otras personas que tienen otros problemas serán esos. No puedes pretender que en una sociedad de gente que tiene dificultades para entenderse a sí misma entiendan la realidad de Mohamed el de abajo, al que no comprenden.
—¿La sociedad española es capaz de empatizar con sus inmigrantes como lo hace con otros colectivos?
A: Reconozcamos las luchas: soy mujer, soy negra, soy transexual… Son diferentes luchas y, a la vez, no se pueden separar. Un día estaba comiendo en casa de mi mejor amigo, nos conocemos desde pequeños, pero sigue habiendo comentarios, detalles… Y claro, mi mejor amigo me pide perdón por el comentario de su tío, pero yo entiendo que no percibimos la misma realidad. Los medios de comunicación o el sistema educativo se han encargado de invisibilizar. Es difícil que todo el mundo me entienda, pero por eso mismo tenemos que cambiarlo, para que se nos entienda.
N: Pero no solo que se nos entienda, sino que tengan una conciencia de implicación. Yo soy migrante, pero tú eres española…
V: Yo me identifico en la dualidad de mi identidad.
A: ¿Puedo poner un ejemplo? Mi hermano pequeño llegó aquí con dos años, es el que más conexión tiene con su realidad porque es como si hubiera nacido aquí. ¿Qué ocurre? Para nosotros es diferente, pero para mí, él sigue siendo el migrante, esa experiencia de racismo por su negritud la ha vivido igual que nosotros. Ojalá no existiera la categoría de primera, segunda, tercera generación… He estado en conferencias en las que me he tenido que levantar y decir: “¿Podemos dejar de decir quinta generación? No estamos hablando de integración, ¿y qué número de generación es usted, señor?”. ¿Cómo te estás integrando? Porque sé que si tengo un hijo lo que va a experimentar será similar a lo mío. Y si decido tenerlo con una persona blanca, la realidad en muchos aspectos no la voy a comprender. ¿Qué estamos haciendo para intentar cambiar eso? Y les voy a advertir a mis hijos: “Es posible que te hagan comentarios sobre tu pelo, pero tú siéntete perfecta”. Es una realidad futura que ya estoy previendo.
V: Creo que habrá una evolución. Nuestros hijos no se van a encontrar con los mismos problemas. El trabajo de normalización se tiene que hacer en la esfera pública y en la privada. En la privada, con tus amigos, tu círculo, exportar esa experiencia. Pero si alguien la frena no podemos enfadarnos con esa persona. Tampoco puedes pedirle a gente que no llega a fin de mes que se preocupe de tus problemas.
N: Yo no quiero que se preocupen por mí, lo que quiero es que sean conscientes de que viven en un Estado donde hay personas que por su origen tienen dificultades. Y aquí esa conciencia no existe.
V: Vale, pero si accedes a la esfera pública puedes hacer ese trabajo para normalizar la inmigración. La gente sabe que hay personas que no tienen papeles. Entonces, ante los discursos radicales, como los de VOX, que lo que hacen es demonizar a la gente, ¿dónde estamos los que los tenemos y podemos hablar de ello? Por otro lado, siento que, a veces, la forma de comunicar el discurso antirracista tiene un tono tan combativo que no llega a la mayoría de la población, sino que se percibe como radical y no se escucha.
A: Tengo el mismo derecho a quejarme de mi realidad social que de mi realidad económica. Porque al final tiendo a juntarme solo con gente que me entiende. Es mi forma de protegerme. Sé que mi círculo es más amplio y me tengo que enfrentar a ello. He tenido que levantarme de una reunión de amigos con una excusa cualquiera porque no me apetece explicar toda la problemática, y prefiero irme a mi casa y relajarme. Se trata de exigir quién queremos que esté en ese círculo de la esfera privada, y en la pública también. Exigir que empaticen.
—Habéis hablado de espacios seguros con restricciones de acceso, y a la vez de la necesidad de empatizar. ¿No es contradictorio?
V: Espacio seguro también es mi grupo de amigos, que me ayuda a enfrentar mi realidad y donde sí puedo exigir empatizar con ella.
—¿Hasta dónde quieres que se acerquen?
N: Hay realidades diferentes. La violencia doméstica en países musulmanes es muy habitual. Comprendo que haya niñas a las que les da miedo decir que su madre les ha dado una paliza, porque para esa madre es una manera natural, aunque errónea, de relacionarse, es lo que ha aprendido. Y la hija ha normalizado que no es que su madre no la quiera, sino que no sabe hacerlo de otra manera, pero hay que crear protocolos de protección para esos niños y niñas, y reeducar a la sociedad migrante en los valores de un país que protege y que vela por la infancia, y para eso se puede partir de entornos seguros. Pero se debe abrir la puerta a los cambios, y si vienen de fuera, no te están colonizando, simplemente te estás haciendo a los valores de la sociedad en la que vives, y en esa sociedad el maltrato infantil es delito. Un niño que se cría en un contexto de guerra no va dando abrazos por ahí, porque si ves violencia es con lo que creces y te relacionas. Ahí es donde veo más necesario un entorno seguro, porque esa niña me lo cuenta a mí porque sabe que en otro entorno eso es maltrato y su madre va a la cárcel. En el mundo musulmán es inconcebible que un hijo denuncie a un padre porque le dé una paliza. En el proceso de aceptar la dualidad entre los dos mundos es importante tener esos espacios seguros.
—¿Cómo se puede ayudar desde el exterior en ese entorno que decís que no comprende?
N: Para mí el problema es que no se tengan en cuenta esos contextos. La violencia es violencia, y justo porque es así tienen que existir métodos de protección a los más vulnerables en el seno de dichas comunidades, garantizando entre otras cosas que no se den dramas como la ablación de clítoris, el planchado de senos (que sigue practicándose en comunidades inmigrantes africanas en Reino Unido), el chantaje emocional para la imposición del velo, etcétera. Hay que ir descomponiendo las carencias que tienen estas comunidades, y las propias personas migrantes en ellas. No por ser migrante se ostenta el papel de víctima constante. De hecho, las complicaciones económicas y sociales que llevan a la inmigración a menudo son las que permiten que se perpetúen esos dramas. Pero, a nivel público, es necesario que esas prácticas entren en colisión. Considero que el tema de la tolerancia es un regalo envenenado a menudo, porque no todo vale para tolerar y menos cuando hablamos de derechos humanos. Estamos construyendo dos muros en nombre de la tolerancia. Y eso solo impide la comunicación.
V: No le puedes decir lo mismo al que se ha criado en Vallecas (barrio popular), que al que lo ha hecho en la Castellana (zona más cara de Madrid).
N: Yo no podría votar a un partido homófobo porque no concibo que se trate a alguien así, el problema y lo que genera que se vote a partidos como VOX es que la gente tiene una concepción del nosotros y ellos, como si nosotros sobrásemos y tuviéramos que trabajar para una sociedad «de ellos». Ese es el problema: que mientras nuestras realidades estén embalsamadas y solo les riamos las gracias, y qué bonita es España, mientras no choquen nuestras realidades, no confluyan y no sepan que necesitamos que se nos tenga en cuenta en esta sociedad, las cosas seguirán igual.
V: Porque la gente se lo cree. Y si les dices que en la luna hay sal violeta también se lo creerán. Es un problema de cultura general de España, y tenemos que ser conscientes de que trabajamos con esto, igual que la realidad en Francia es diferente porque las migraciones aparecieron antes y de otra manera. Tenemos que conocer bien nuestra realidad primero, por eso son importantes los espacios seguros y sentarnos, no para quejarnos, sin autovictimizarnos. Las posibilidades no son las mismas a principios del siglo XXIque a mitad del siglo pasado. Vamos a comprendernos primero nosotros en estos espacios seguros, que cada uno tenga la opción de crear y tener su espacio seguro, su pareja y sus amigos… y dejar entrar a quien quiera durante un tiempo determinado. Tiene que haber espacios no mixtos porque entre los racializados ya tenemos nuestros choques, y, cuando estemos preparados, liberalizar ese espacio.
—Pero vuestra experiencia en esos espacios no mixtos no ha sido positiva…
A: Hay una cosa que es diferente, en el ámbito público representan cómo movilizarse a nivel político. Somos personas negras que hemos tenido esta experiencia, hemos llegado a un trabajo, una formación en la que hemos decidido tomar estas medidas políticas. Muchas veces ha sido un éxito, por ejemplo, interactuando con nuestro entorno, dando talleres para formar a la sociedad. El voto es importante, pero a veces se puede expresar de otras maneras. En los espacios seguros, cuando dejan de representarme, doy un paso atrás, porque la realidad de ese grupo es diferente a la mía, a veces porque lo que necesito como individuo es generar otro tipo de acciones, pero al final somos todos racializados aunque no tengamos la misma ideología y experiencia.
N: ¿Por qué una mujer musulmana de veintidós años que entra a un espacio seguro y dice “quiero cambiar la realidad de las mujeres musulmanas que llevan el hiyab” es tomada en cuenta y una mujer de la misma edad que se revindica como atea y cuenta su experiencia de opresión con un velo obligatorio es desechada y se la considera una loca? Porque la primera refleja el conservadurismo pulcro de los valores de las sociedades islámicas de origen, y la segunda es la antítesis a esos valores y ese patriarcado islámico que se quiere perpetuar.
—Se puede decir lo mismo cuando una mujer reivindica la tradición para defender la ablación del clítoris, aunque sea una práctica que no tiene nada que ver con la religión.
A: Esos espacios pueden sesgar el desarrollo de otras mujeres. Si las exigencias de este grupo son defender algo que atenta contra los derechos de las mujeres y niñas, es decir, contra los derechos humanos, entonces se vuelve un peligro en la esfera social y política y, por ende, no es un espacio seguro para la ciudadanía.
—¿No se sesgarían menos si entraran personas ajenas a la problemática de esos colectivos?
A: Para evitar conflictos en la búsqueda de la erradicación de prácticas que atentan contra los derechos humanos y el interés general, es mejor empoderar siempre a los propios colectivos y facilitarles el apoyo necesario para su propia lucha.
V: Cuando estoy con mis amigos somos todos iguales, pero cuando voy al pueblo de mi abuelo paterno en Costa de Marfil mucha gente quiere hablar conmigo, me preguntan si tengo mucho dinero y me dicen que se quieren venir conmigo a Europa.
N: ¿Es por tu tono de piel o porque vienes de Europa?
V: Es por la racialización, porque me ven blanca. Por un lado, tenemos ese trabajo en la vida privada, el cómo gestionar los problemas de la racialización, y por otro el cómo llevarlo a la vida pública, y no tanto nuestros problemas individuales, sino los puntos en común como los temas legales, todo lo que no te permite integrarte en la vida social a nivel educativo, laboral… para pasar a la normalización.
—¿Qué es la normalización de la inmigración?
N: Siempre ha habido inmigración, pero la globalización actual ha hecho de ello un fenómeno más normalizado. Por eso también existen cada vez más personas de diferentes orígenes y eso lo usan las vertientes más extremistas para crear una amenaza irreal, y lo más molesto es que usan los peores ejemplos sobre la inmigración para hablar de ella. A los migrantes no se les permite equivocarse, y si lo hacen, toda la comunidad carga con el peso de ello. Se olvida que somos también humanos, y que, en el seno de nuestras comunidades, como en otras, hay toda clase de personas.
V: Hay desinformación sobre la migración, solo se sabe que vendrán por la globalización. Normalizar es entender este proceso como un fenómeno común y no como una amenaza.
N: Normalizar es formar parte de la vida pública con tranquilidad, no con esa victimización constante, y quizá siendo racista.
A: Tengo la impresión de que estamos siempre bajo la lupa. Cuando se comete un crimen y hay un somalí implicado, la reacción de mi entorno cercano es que no hay que salir a la calle…, el miedo. O sea, que si nos vamos de nuestro país tenemos que ser buenos, santos y pulcros. Eso es el racismo instaurado. Somos migrantes, pero también personas con sombras y luces. Parece que no tenemos derecho a la equivocación. Así es como se criminaliza al inmigrante también.
—Mientras se alimente esa asunción de responsabilidades, no se avanzará.
N: Cuando conocí a la madre de mi novio casi me pregunta de qué centro de menores he salido, en qué patera he llegado… Soy crítica con lo que pasa en mi país y en España para no embalsamar realidades, pero esas preguntas siguen llegando.
—¿Qué creéis que significa la integración en pleno siglo XXI?
V: Creo que estamos viviendo un momento muy bonito, mi entorno es consciente de que hay racismo, está aprendiendo, escuchando. Ahora se muestra más la realidad africana, oímos hablar de grandes ciudades, la primera ministra mujer… El hecho de que me hayan elegido para ser la delegada de los jóvenes en el Consejo de Europa siendo una persona mestiza demuestra que estamos avanzando. Tenemos que abrir el camino para que nuestros hijos se sientan orgullosos de quiénes son. Yo si tuviera un hijo no le hablaría de racismo, dejaría que me preguntara él o ella cuando se lo encontrase de cara. No creo que sea necesario darle esa protección, y cuando se metieran con él, me sentaría a hablarlo, pero con la naturalidad con laque lo haría sobre el sexo. No quiero adelantarle algo que no tiene por qué pasarle. Es cambiar la actitud frente al racismo y solo cabrearme cuando de verdad se manifieste, porque si voy con el pensamiento de que por ser negra no voy a conseguir esto, seguro que no llegaré a lograrlo.
A: Vivimos en un mundo muy globalizado, eso está despertando la conciencia de pertenencia, de grupo, de que las cosas se pueden cambiar, y eso es positivo. Dentro de toda esta lucha, siento que el momento es muy optimista. Y sobre cómo educaría a un hijo o hija actualmente, creo que con la posibilidad de disfrutar de todas esas riquezas en las que habría nacido. En mi familia hay de todo, y eso es un lujo cultural impresionante; le dejaría crecer feliz, y si el día de mañana se tuviera que enfrentar al racismo intentaría que supiera cómo salir del paso, le hablaría de mi vida. Le aportaría los valores que le enseñaran cómo actuar sin que yo se lo diga. Hay que educar en la transparencia, crear un espacio seguro madre-hijo.
N: Yo soy menos optimista, veo muchas deficiencias en las personas con las que comparto origen, cultura y religión. Es triste que cada vez se esté politizando más. Se utiliza la problemática del otro para ganar votos. Me siento enfadada con la derecha y asqueada con la izquierda, porque hay una esquizofrenia que me da bastante miedo. Tenemos el ejemplo de Francia. Cada vez veo menos equilibrio entre las dos identidades, más extremismos entre las mal llamadas personas de segunda generación. El racismo genera extremismo. Y partidos como Podemos, que critica las cosas que suelta Abascal, luego reivindica que el velo es feminista; me parece un suicidio de la democracia. En Marruecos eso no existe, mi abuela lleva velo y yo no voy a discutir el velo de mi abuela, pero sí que lo haré cuando hay mujeres que mueren por no llevar el velo: el velo no es feminista. Se está blanqueando el término islámico o feminista, todo el polvo debajo de la alfombra del feminismo islámico y del relativismo cultural, y eso lleva a la decadencia de los valores democráticos y hace que partidos como VOX cobren importancia porque la gente ya no se siente identificada con los partidos de izquierda. Mi país tiene un PIB impresionante y una miseria tremenda, falta de libertades, de expresión, no descarto que podamos ser una república islamista en el futuro. A mi hijo o hija le diría que nada está garantizado, y que todas las libertades que tiene se deben al sufrimiento de otras personas antes de que él o ella pudiese disfrutarlas. En la actualidad se ha perdido el sentido del sacrificio, se piensa que se nace con todo, por eso también me declaro en contra de los feminismos con apellidos. Las mujeres europeas lo pasaron fatal para que nosotras hoy podamos salir con minifalda en España en el siglo XXI; se lo debemos a quienes han luchado antes, eso es lo que hay que valorar. Mi madre y mis tías han tenido que inventarse la libertad donde no existía, y así es como han hecho parte del camino. Yo he querido continuarlo, sin embargo, en Marruecos estoy mucho más limitada de lo que cualquiera se puede imaginar, y me da tanta rabia ver que en España hay niñas que se han criado con esos derechos que yo no tengo en mi país y que tienen oportunidades que mis paisanas no tienen y que son incapaces de valorarlo y se postran ante el patriarcado…
A: Estuve en una reunión donde se dijo que desde la rabia no se consigue nada. Me hizo reflexionar mucho porque no termino de compartir esa idea.
V: Yo no concibo que tengamos que vivir en la rabia, pero reconozco que es lo que mueve a que se quieran cambiar las cosas.
A: La rabia nos lleva a poder cambiar cosas, pero esa rabia se tiene que sacar con amor, y los contextos son diferentes. En Kenia hace falta una revolución a la altura de Thomas Sankara, pero en España lo mismo hace falta otra cosa.
V: En nuestro contexto concreto, cuando se dice: “Eres un racista” y todo ese discurso que se difunde desde instituciones conservadoras, no sirve para nada. Mi madre no es consciente cuando me hace un comentario racista, tengo que explicárselo, y mis amigos pueden tener el racismo interiorizado, pero no lo son. Esto se tiene que conducir con paciencia y mucho cariño.
A: Hay veces que se puede hacer y veces que no. En ocasiones la rabia también está legitimada. Por ejemplo, yo siento una responsabilidad con lo que les pasa a las mujeres en mi país, y no puedo estar tranquila, ni dejar de sentir rabia. Si piensas en las injusticias, ¿cómo no tener rabia?, ¿cómo canalizarlo?, ¿cómo cambiar las cosas? Evidentemente, no usando la violencia, por eso me involucro en formaciones, la concienciación, cambios legislativos…
N: Yo siento rabia, pero también sé que mi rabia me empodera lo suficiente para lograr la templanza que en estos temas tanta falta hace. Todos los días trato con mujeres de diferentes contextos que parten de circunstancias diversas y creo que lo principal es no tratarlas como si todas hubiésemos vivido lo mismo. Si nos ponemos en las redes, sobre todo en Twitter, hay muchísima violencia, tanto de quien niega el patriarcado como de quien muchas veces prejuzga gratuitamente a una mujer y quiere enseñarle a liberarse. Y la realidad es que, por más que no esté de acuerdo con lo que muchas mujeres piensan o hacen, eso no me legitima para decirles que se desvelen, que dejen el hiyab. Sobre todo porque sé qué implica en nuestros entornos de origen una decisión de ese calibre, es la clase de decisión en la que solo una misma puede dar el paso de tomar y aceptar con ello las consecuencias en muchas ocasiones. Es imprescindible valorar los pasos que dan muchas mujeres, porque a lo mejor desde fuera son pequeños, pero para ellas son inmensos. Deben saber que denunciar el patriarcado islámico no implica odiar a los musulmanes ni estar en contra de tu comunidad.
V: La rabia está mal canalizada, se llega a una ira dispersada, y no focalizarla hace más mal que bien en este momento de la historia. El problema es que la mayor parte del racismo es inconsciente, y a través de la rabia no removeremos conciencias.
N: Somos incongruentes, estamos en un entorno en el que nos moldean y moldeamos.
A: ¿Qué hacemos con las personas y las identidades? En derecho, las leyes surgen después de que la sociedad haya ido por delante. El nivel administrativo no es lo mismo que el personal, que se concentra en el individuo. Creo que es peligroso hablar de primera o segunda generación, porque cuando sigamos hablando de la quinta generación solo nos quedará preguntarnos qué estamos haciendo mal.
V: Yo tengo una realidad por ser de segunda generación, hay cosas que han marcado mi historia y no van a marcar la de mis hijos. Los teóricos sí que deben categorizar, para proponer soluciones distintas, pero en el discurso público y político no tiene sentido hablar de segunda generación. Como mestiza, hija de un migrante, voy a tener una realidad diferente a otra persona que no es hija de migrante. A nivel sociológico siempre se van a hacer categorías, pero a nivel político es peligroso.
—El mestizaje podría servir para avanzar mucho en lo que estáis planteando.
N: Sí, los matrimonios mixtos promueven los diálogos interreligiosos y, si no oprimen a uno de la pareja, pueden dar lugar a nuevas concepciones de las culturas.
A: Creo que es peligroso ver el mestizaje como solución para acabar con el racismo. El problema es la negritud, trabajemos para que no sea un problema, para que el racismo no exista. Independientemente del tono de negritud.
—¿Se mantienen los prejuicios?
A: En la comunidad somalí somos muy de tradiciones. Tenemos que trabajar más en abrir nuestras mentes. A veces está bien visto que alguien se case con un extranjero, pero no si no es musulmán. Sufrimos mucho la presión de la conversión de nuestras parejas. Y esto es algo en lo que tendremos que trabajar desde la propia comunidad somalí. Siempre he sentido esa dualidad entre europea y africana. Ahora voy a ir a Kenia y con los hombres hay un choque porque no te sientes completamente africana, tu cultura es diferente. Hablaba con chicos y tenemos visiones muy diferentes, a veces es interesante, pero no siento la libertad para hablar de feminismo ahí como lo hago aquí. Hay cosas en las que ya existe una barrera cultural, religiosa o política.
—Volviendo a la cuestión del velo, ¿consideráis que existe una conexión entre religión y feminismo o desarrollo de las libertades de la mujer?
A: Tengo amigas que me dicen “no voy a llevar el velo porque no me apetece”, otras que me dicen “lo voy a llevar porque me obligan”, chicas que lo llevan por presión social, pero también tengo amigas que llevan el velo por cuestión de fe. El objetivo del feminismo es que cada una de las mujeres viva su vida en plena libertad e igualdad. Si una mujer me dice que es feminista y lleva velo, pensaré: “Olé tus ovarios”. El problema, Noor, es que tú relacionas llevar velo con feminismo.
N: Lo que yo digo es que criarte y recibir una educación en la que te obligan a pedir perdón por ser mujer, como ocurre en el mundo árabe y en el musulmán, cuando te educan en disculparte porque has llegado tarde, porque no tienes que vestirte así, porque a ver qué te va a hacer un hombre… La hipocresía de crear una libertad donde lo que hay es una protección porque se considera al hombre de una manera reduccionista. O cuando me dicen “me pongo el velo porque quiero que me valoren por algo que no sea mi físico…”. Apoyo el velo por una cuestión de fe, pero si tú construyes un discurso de que tu velo es liberador, feminista y nace de una concepción basada en la igualdad entre hombres y mujeres, cuando has sido educada para ser inferior al hombre, para pedir perdón por aquello por loque un hombre jamás lo pediría, ahí se está mintiendo.
A: ¿No concibes que para una mujer llevar el velo pueda ser liberador, que sea libertad y a la vez defender su lucha?
N: Voy a defender siempre que una mujer que se quiera poner el velo se lo ponga, lo que no quiero es que se genere una ideología con respecto a liberarse desde un velo, primero porque es mentira, y segundo porque eso entra en conflicto con respecto a cómo yo quiero que se eduque a las mujeres musulmanas, en conciencia y respeto por sus cuerpos aun descubiertos, y sobre todo sin ese miedo constante al qué pensarán o qué verán en mí. Porque quiero que tengan derecho a escoger entre los miles de ejemplos de mujeres musulmanas que hay y decidan cuál quieren ser. Hay mujeres sin velo que son más practicantes que las que lo llevan, el problema es que se están instaurando estereotipos.
A: En una sociedad en la que se identifica de forma genérica el velo con la opresión, en la que se ve con rechazo…, que alguien lo vea como un elemento de libertad y lo quiera defender, ¿dónde está el problema? Para ellas está representando a todas esas mujeres que lo llevan en libertad, ellas y las demás mujeres también pueden luchar para que las que lo llevan en opresión dejen de usarlo.
N: Me gustaría conocer a una feminista en España, una mujer que lleve el velo, que sea una activista de su velo y que se parta el cuello por reivindicar todas las insufribles realidades que sufren otras mujeres por no llevarlo, desde las niñas en los pueblos de Marruecos que están obligadas a llevar el velo –y no hay discusión, que nadie me venga a hablar de la libertad de elección que hay en un pueblo en el que cuando las niñas son violadas se las echa de casa– hasta las mujeres en Arabia Saudí que son encarceladas por pedir libertad… El problema es la incongruencia de que pidas libertad para ese velo cuando lo que se ha de conseguir es que todas las musulmanas lo puedan llevar o no en libertad.
V: Para mí, como ha dicho Amal, el feminismo es libertad e igualdad. Libertad implica…, y me voy a pasar al catolicismo porque no conozco la religión musulmana, que es igual de libre una mujer que decide vivir en celibato hasta que se casa –tengo amigas feministas que han tomado esa decisión en una sociedad que les pide lo contrario, porque nos invita a vivir la sexualidad con completa libertad– teniendo la posibilidad de vivir teniendo relaciones sexuales, que otra que decide tenerlas. Obviamente, es una visión conservadora y el punto de partida es el de una religión que no es feminista, por lo que no puedes coger el celibato como una defensa del feminismo, pero en una sociedad en la que puedes escoger, me parece una decisión feminista decir: “No, voy a vivir en celibato y mis amigas no van a criticarme por eso, sino que me van a respetar igual que yo las voy a respetar a ellas”. Si eso lo traspasamos al velo, lo que siempre había comprendido del feminismo islámico en Europa –no puedo hablar del feminismo en los países árabes– es que nuestra sociedad apoya el velo, porque sí que ahora oigo mucho hablar a la izquierda de ese relativismo cultural que menciona Noor. Pero lo que me transmitían desde pequeña es: “¡Pobres!, ¿por qué no se quitan el velo? ¡Pobres!, es que están oprimidas”. Ese discurso de victimización de la mujer musulmana que no está empoderada a nuestros ojos… Entonces, sí que comprendo, y quizá me equivoco, que una mujer musulmana en el contexto europeo pueda usar el velo como un signo de feminismo. De decir “yo puedo” en una sociedad en la que podría tener la opción de no llevarlo y, es más, una que además me presiona cada día para que no lleve el velo, y decidir ir contracorriente. Creo que es una forma de empoderamiento porque el feminismo no es llevar unas direcciones concretas.
N: Para mí, la decisión que te lleva a portar un velo nunca puede ser feminista. Mi lucha no va dirigida contra las mujeres que llevan el velo y lo reivindican, sino a cómo es posible que niñas que se están educando aquí tengan una visión en la que se utilice la religión como una herramienta para controlar sus vidas. Se hace mucho uso de un velo feminista, pero todas las circunstancias de machismo que seguimos viviendo las mujeres que no lo llevamos son otro velo, y ese es invisible; nadie habla del patriarcado islámico, ni de lo que significa para las más musulmanas, menos musulmanas y no musulmanas. Su discurso utiliza el velo para atacar a esas mujeres y las convierte en sus enemigas.
A: Lo que hace falta son espacios donde podamos estar todas… No tenemos que estar todas de acuerdo. Hemos hablado mucho de victimización, pero si alguien me habla de lo mal que lo pasa en casa, deque quiere luchar expresándose para que dejemos de no verlo, no lo veo como una victimización, es su realidad, su vida, y se expone para que los que sienten lo mismo tengan referencias. Es que ser negro en España es peor que ser blanco o latino. Para mí, victimización es usar tu condición, representarte como víctima de una situación para obtener una ventaja. Pero que alguien hable de su vida, de la depresión y el racismo, no es victimización, sino visibilizar su condición.
N: Hay muchos negros y muchos inmigrantes votando a VOX.
A: Por ejemplo, el curso para madres blancas que ha hecho DesiréeBela[17], sí lo hace para que los niños y niñas no sean racistas… A la que no le interese que no lo vea, pero creo que no está mal. No puedo meterme en tu casa y decirte cómo educar a tu hijo, pero si hay una plataforma donde tú te acabas metiendo y una persona te dice cómo educarlo, yo le doy las gracias a la persona que te ha educado para que tu hijo no sea racista. ¿Acaso tenéis otras alternativas, talleres? y, sobre todo, ¿hay ayuntamientos dispuestos a invertir en eso? Si tu hijo es racista con el mío, sí que debería haber ese interés.
—La gente no nace racista.
A: Pero tiene padres racistas que los convierten en racistas; la educación está en el sistema, en los medios, en el colegio y en casa. Dices que los racistas no verán el vídeo, entonces tenemos que ver cómo llegar a ellos. Pero si la que tiene dudas acaba viendo el vídeo, pues fantástico. Cada uno educa como le da la gana, pero sin una serie de valores terminaremos sin un entorno social, y a mí eso sí que me da miedo. Eduquemos en valores. Y si no has tenido esos valores, si eres una persona racista, como tu madre, quiero que te eduquen para que dejes de serlo. Es una herramienta más en la lucha contra el racismo.
N: Me fastidian esas clasificaciones, a mí me encanta que tú te sientas negra, ella mestiza y yo árabe y bereber, hay mucho más que el color de la piel o cómo nos identificamos.
A: Sí, pero la realidad es que tenemos que luchar por nuestro color de piel.
Encuentro con Yeison Fernando García López
Politólogo y activista. Coordinador de Conciencia AFRO Madrid y colaborador de Rita BosahoGori (directora general para la Igualdad de trato y Diversidad Étnico Racial del Ministerio de Igualdad).
Un día de principios de marzo de 2020 en Matadero (Madrid)
—¿Cómo se presentaría?
Nací en Cali (Colombia), llevo en España desde los nueve años. Pasé la infancia en Colombia, pero la adolescencia, juventud y mi actual vida adulta, mi subjetividad, se han construido y desarrollado en España. Los recuerdos de la infancia están más relacionados con Colombia y cada vez son más difusos, y mis recuerdos posteriores con España.
—¿Qué es para usted la negritud?
Para mí significa un espacio de diálogo individual y colectivo respecto a la experiencia negra. Yo no tuve ese encuentro con mi negritud hasta que llegué a la universidad, donde un compañero, NgoeNgoma, se acercó y me dijo que si quería formar parte de una asociación africana afrodescendiente. Primero me preguntó si era africano y luego empezamos a hablar sobre la diáspora y temas de negritud sobre los que yo no había reflexionado con suficiente profundidad. Pero, a partir de fundar la Asociación Afrodescendiente Kwanzaa, empecé mi camino de redescubrir mi parte negra, que encontré en muchas lecturas, en el conocimiento de otras personas negras, en el activismo y sobre todo al sentarme a hablar con mucha gente negra con experiencia en el activismo, para saber lo que pensaban ellos, reflexionar y estar en diferentes fases de la militancia.
—¿Cómo ha evolucionado esa lucha de la comunidad negra?
La situación respecto a hace cuarenta años de la comunidad negra es prácticamente igual, porque España nunca ha tenido un debate real sobre su implicación primero en la trata, comercio y secuestro de personas, y tampoco se ha permitido un debate real sobre cuáles son las implicaciones del racismo. Se ha visto siempre como un racismo ligado a una discriminación entre individuos, no como un sistema ideológico que está alimentando constantemente una estructura ni como un sistema histórico. Es normal que se sigan repitiendo situaciones que se daban hace cuarenta años, porque España aún no ha asumido la responsabilidad de lo ocurrido para avanzar. No es una cuestión identitaria individual, sino que es una construcción colectiva, y esta identidad de reformar lo negro no se plantea bajo una idea de reafirmación de cosas que uno se invente, sino que la sociedad en sí reafirma tu negritud desde una posición negativa, y lo que se plantea en muchos espacios de construcción comunitaria, en la comunidad afro, es construir esa identidad negra o afro bajo otra mirada, desde otros imaginarios que de alguna manera reivindiquen o pongan en valor el ser negro. Una constante para mí es cambiar mi forma de estar, de ser y parecer en este mundo a través del empoderamiento de mi identidad negra.
—¿Podría compartir un momento de su vida que le haya marcado para ser la persona que es en la actualidad?
Hay dos recuerdos. Uno, yendo por la calle en Cali, con mi hermano y amigos, durante los días de Carnaval, que allí van con los tambores también por las calles humildes, porque nuestro barrio estaba en una zona muy pobre. Y otro recuerdo con once o doce años, vivíamos por el centro, detrás de la Gran Vía, en la calle Ballesta. El novio de mi madre tenía su casa en la calle Desengaño, al lado, y un día salimos de su casa mi hermano y yo y decidimos hacer una carrera para ver quién llegaba antes a casa. Empezamos a correr y de repente se atravesó entre nosotros un coche de policía y nos preguntaron que por qué estábamos corriendo, y nosotros les explicamos, señalamos el portal y dijimos que era nuestra casa. Pero el agente nos preguntó que dónde teníamos las drogas. Esa fue una de las primeras veces que recuerdo que la sociedad, representada en una institución como es la Policía Nacional, me gritó “negro” a la cara.
—La última cifra oficial apunta que en España hay dos millones de personas negras. ¿A quién contabiliza?
La cifra de dos millones nace de un estudio aproximativo que realiza el Alto Consejo de la Comunidad Negra en el año 2000, porque España se ha negado a realizar estudios para saber la composición poblacional de su sociedad: alega que se viola la protección de datos, cuando, realmente, el Comité para la Eliminación de la Discriminación Racial de la ONU y otros organismos han dicho que no se sostiene, porque estas estadísticas se realizarían respetando principios básicos como el de la autoexclusión identitaria y el del anonimato. Hay países que están aplicando mecanismos para saber cuál es la composición étnico-racial de su población, para tener un debate y sobre todo recabar datos para plantear políticas públicas. Nosotros sabemos como comunidad, como movimiento asociativo, que tenemos diferentes problemáticas que emanan del racismo institucional y social de acceso a la vivienda, al empleo, pero se quedan en meras anécdotas, meras proclamas, si no hay un estudio serio y profundo sobre cuáles son esas problemáticas y, sobre todo, cuáles son las políticas públicas que se van a llevar a cabo para resolver esas problemáticas. Hay que desarrollar más los datos. Ese número y la forma en la que hizo el análisis reclaman la enorme diversidad que hay, incluso dentro de la comunidad afro. Yo suelo utilizar la idea de comunidad africana y afrodescendiente, donde hay personas de Senegal, Malí, Gambia; afrodescendientes, que son los hijos de africanos nacidos aquí; dominicanos; afrocolombianos…, la comunidad es enormemente heterogénea y con muchos debates que poner sobre la mesa en esa construcción identitaria. Hay personas en la comunidad que incluso ponen en cuestión la comunidad.
—¿El quién la forma?
Sí, y yo respondo: “Todo aquel que esté trabajando para formar esta comunidad”. Es una cuestión en construcción. No es algo dado, no es una esencia. Es una comunidad que se está gestando porque, cuando salía a la calle de pequeño y me pasaba lo que he comentado, el policía no diferenciaba si era afrocolombiano o senegalés, me paraba por mi color de piel. Más allá de eso, hay un debate que me parece muy importante… Mi TFM (Trabajo de Final de Máster) iba sobre cómo se construye la identidad dentro del tejido asociativo de la comunidad negra de la Comunidad de Madrid. En la entrevista con el profesor Justo Bolekia, le preguntaba si creía que nos podemos unir más allá de una lucha contra el racismo, y él me comentaba lo que yo también pienso, que es muy complicado, porque no tenemos patrones culturales comunes, una lengua que nos identifique, que nos una; hay algunos rasgos culturales, sobre todo la música, la champeta colombiana se relaciona con el Congo; hay muchas cosas que tenemos en común y que nos hacen sentirnos como diáspora, pero son elementos débiles de la identidad, no algo que nos pueda llevar a cimentar algo sólido. A la vez, creo que todo lo que se está generando con el aumento de la publicación de libros que quieren expresar la realidad de la mujer y la comunidad afro puede que se convierta en cimientos, como lo que pasó en Estados Unidos con el renacimiento de Harlem. Puede haber una creación cultural en la que compartimos el español y que tiene diferentes voces situadas en un territorio, en España, por eso reivindico el término de afroespañol como una identidad estratégica y como una marca territorial. Porque hablamos constantemente de africano y afrodescendiente sin poner una territorialidad, hablamos en abstracto.
—¿Qué acogida tiene ese planteamiento en su entorno?
Me critican porque dicen que abrazo una idea de nación, y que la identidad española es colonial… Y no lo niego, pero estratégicamente tenemos que marcar una territorialidad para dejar de hablar en abstracto. Es una forma de reivindicar la pertenencia a un Estado-nación que debe proteger y garantizar tus derechos como comunidad en ese
territorio.
—¿Ser afroespañol incluye también a los no nacidos en España, como usted?
Sí, por vivir aquí un tiempo.
—¿Un senegalés que lleve veinte años en España también?
Creo que sí podría y debería entrar. Esos veinte años ha estado creando subjetividad en contexto español. Tiene que haber pasado tiempo en España. No lo considero como una identidad excluyente, sino abierta. Ya hubo reflexiones sobre este debate en el que se daba esa diferenciación por William Dubois, en la cual hablaba de la doble alma del afroamericano, marcando la territorialidad de la experiencia negra en contexto estadounidense; y la otra alma es una pertenencia a una diáspora internacional referida a la diáspora negra. Y él ni siquiera la vinculaba a la población negra, sino a la gente de color, todo aquel pueblo víctima del imperialismo yanqui. Creo que el hecho de marcar una territorialidad no va en contraposición de seguir perteneciendo a una diáspora mucho más amplia, ni va en contraposición, como algunos teóricos o algunos activistas malintencionadamente intentan llevar a cabo utilizando los ideales panafricanistas, cuando, además, muchos de ellos nacen de la diáspora. Hay confusión y falta de debate sobre estos términos que se señalan simplemente, o se intentan quitar de en medio mediante una reflexión que se construye en el “me gusta o no ese término”, y no una cuestión estratégica política como comunidad.
—¿Qué impide que se cree ese debate? ¿Por qué no existe una base más sólida y contundente sobre lo que se está emprendiendo?
A nivel organizativo hay cuestiones que afectan a todos los espacios de construcción política, y también hay una parte de egos. Además, no se ha instaurado ningún espacio de reflexión; existe Conciencia AFRO, que tiene la misión de dar cobertura a todo ese tipo de espacios, pero no se ha dado el asentamiento de grandes organizaciones que puedan intentar que estas reflexiones lleven a algo más. Cada vez que se ha intentado, al menos en lo que yo he estado involucrado, hay una serie de personas y colectivos dentro de la propia comunidad afro que, al intentar hacer algo más grande, lo boicotean.
—¿Por qué?
Valoro mucho toda la experiencia anterior. Cuando no estaba en el activismo, se instauraron una serie de lógicas de funcionamiento que hacían que todo lo que no estuviera bajo el paraguas de una serie de personas se destruyera, y creo que eso dejó un vacío importante que está relacionado con la falta de memoria y discusiones intergeneracionales. Eso hace que exista un movimiento que no se construye de lo colectivo a lo individual, sino al contrario. Y quizás ahí se hace muy complicado y se impide o se deja de posibilitar la creación de bases o espacios donde se construye desde lo comunitario, más allá de las autoreferencias que cimentamos para mantenernos en nuestras posiciones. Es una autocrítica donde me pongo el primero. No tenemos un lugar donde pensar estrategias políticas.
—¿Se refiere al individualismo en la sociedad actual y cómo afecta a los debates internos de la comunidad afro?
Lo complejo son las vidas tan precarias que tenemos, eso también dificulta e impide tener organizaciones fuertes. Carecemos de recursos para construir esas plataformas que potencien estas reflexiones y que se conviertan en estrategias políticas. Todo se construye a través del voluntariado de mucha gente que está comprometida y que tiene un compromiso de vida con esta causa, pero necesitamos esas plataformas con recursos económicos para realizar los estudios sobre nuestra comunidad que el Estado no hace. Debemos intentar crear algo que solvente esta problemática, aprovechar las redes que se crean en diferentes colectivos de la comunidad afro para fortalecer esas redes propias, que no todo esté mediado por el Estado. Pero para hacer eso necesitamos recursos económicos, y a nivel comunidad afro no los tenemos, o no los hemos sabido canalizar.
—¿Eso se debe al individualismo en la lucha a la que hacía referencia?
El individualismo no solo afecta a la comunidad, sino que también es una reformulación de los debates que siempre ha habido en la izquierda progresista, en la que te señalaban como el enemigo si no eras como tocaba. Creo que ahora hay una cuestión ligada a una necesidad, una falta de profundización en ciertos debates sobre lo que se dice o lo que se supone que son las identidades. Con el hecho de construir identidades y reformarte a través de una identidad se corre el riesgo de que tu discurso y tu práctica política se esencialice demasiado, y que no se contemple como un esencialismo estratégico, sino como una confrontación constante con las otras identidades que te oprimen. Para mí, hay un momento de debate o una etapa a nivel personal que yo ya pasé, pero veo que hay mucha gente que aún está en ella; es la etapa de intentar salir de esa confrontación constante y tener en la cabeza que esto es un proceso. La identidad es un proceso y tú no sabes todo; por eso, porque la otra persona diga una palabra diferente o algo que tú ya has superado porque estás en el paradigma, no tienes por qué cebarte con esa persona. ¿Hay tantas diferencias como para no poder trabajar? Lo comprobamos en muchos debates que para mí son insustanciales, que a veces incluso me hacen plantearme intentar luchar solo.
—¿Las personas que generan ese desgaste en el movimiento siguen estando ahí?
Son minoría y la gente las conoce. Ha habido momentos, oportunidades, que podrían haber sido ese espacio de reflexión, profundización, investigación, de construir un lobby negro para presionar sobre cuestiones como el cumplimiento con el designio internacional para los afrodescendientes, en el que el Estado español apenas ha hecho nada; ese espacio se estaba creando, iba en esa dirección, pero esa gente apareció y lo destruyó. Pero eso, ellos, forman más parte del pasado.
—¿Es importante para usted definirse como blanco o negro?
Sí, porque es el cómo la sociedad me ha construido de forma negativa respecto a lo negro y reformularlo y liberarme a partir de esta identidad. El hecho de haberle dado la vuelta y haber reflexionado sobre lo que la sociedad me decía que era ser negro me ha llevado no solo a lecturas, sino a reflexiones con compañeros y a estar en esos espacios para reflexionar sobre cómo miramos los negros, alejados de la mirada blanca o colonial. Eso me ha liberado para aceptarme como persona negra. Si tú como persona negra solo caminas bajo el imaginario racista, estás llevando una constante losa en tus espaldas. Pero si empiezas a reformular sobre lo que significa ser negro, el peso pasa de ti a otra persona, que es la que tiene el problema, no tú por ser negro.
—¿Cómo llegó a esa construcción de ideas?
Leyendo mucho. Hay mucha gente que llega al activismo, se ha leído tres artículos y ya, es mi crítica a lo experimental. Es importante la experiencia de vida de una persona negra, pero no nos podemos quedar ahí, en dar elementos que una persona que no ha pasado por tu experiencia de vida encarnada no va a tener; no es suficiente, para nada. Y más si estamos en una lucha política, es imprescindible formarse, y no solo en lo académico, sino de diferentes maneras, tenemos muchas herramientas para hacerlo, no podemos quedarnos en debates simples. Sentar cátedra cuando no has ejercido la responsabilidad política de formarte para opinar y hablary simplemente te expresas porque eres una persona negra no es suficiente. Hay que ir un paso más allá. Yo lo hice leyendo y acudiendo a espacios de militancia, intentando investigar con qué personas tenía que hablar, y cuando las encontraba me sentaba y las escuchaba.
—¿Esos espacios están abiertos a todos los que tengan interés o necesidad de entender cómo funciona esta sociedad en relación a su composición?
Empecé en SOS Racismo junto a tres compañeras: Nair, Gael y Goy. Fundamos Kwanzaa, para mí fue un descubrimiento, empecé a llevar la experiencia individual a la colectiva.
—Pero en SOS Racismo o Kwanzaa tienes que tener ya muy claro quién eres. No son espacios donde se permita la duda, donde pueda acudir la gente que esté en esa etapa de aprendizaje a la que hacía referencia.
En Kwanzaa se dan diferentes voces y posturas. Todos estos espacios tienen distintas voces que respetan más o menos los procesos que lleva cada uno. SOS Racismo ha dado un cambio radical en muchos aspectos, cuando entré yo era la única persona no blanca, pero ahora hay otro equipo, personas que han hecho que la asociación también pase por una transición. Es una transición en la que hay personas que están ligadas a una búsqueda de identidad, a una formación, a un cuál es mi lugar. Los que venían antes tenían más claro el objetivo, y ahora hay más vertientes.
—¿Cree que en estos espacios debería haber personas que no sufran racismo?
Sí. En SOS Racismo ya ocurre. En Kwanzaa en estos momentos no, aunque en mi etapa sí que había, yo era el blanco de Kwanza. Sobre el debate de los espacios mixtos o no, creo que es necesario implicar a personas blancas en estas resistencias, en la lucha antirracista.
—¿Cómo?
El papel del blanco debe de ser de apoyo a estos espacios, poniendo a disposición de la propia asamblea los entornos de poder si tuviera acceso o los privilegios que ostenta como persona blanca en la sociedad para la lucha antirracista. Entiendo el espacio mixto como un lugar en el que podemos discutir sobre diferentes cuestiones todos y todas, pero el protagonismo es de las personas que pertenecen al grupo potencial víctima de discriminación racial. Las protagonistas son ellas en varias facetas, lo que no impide que podamos construir todas y hacer un mismo camino.
—¿Existe ese planteamiento en la actualidad?
Es lo que se está intentando crear en la Asamblea Antirracista. No es fácil. En 2016 sacamos adelante la primera manifestación organizada, gestionada, coordinada, llena de contenido, solo por los grupos pertenecientes a las víctimas de discriminación racial. Desde que soy activista, no había visto nunca algo así. Gran parte de las manifestaciones y concentraciones estaban lideradas, gestionadas, coordinadas por gente blanca, activista, con muy buenas intenciones, pero que al final no dejaba de ser una reproducción de una tutela dentro de estos propios espacios, a pesar de que muchas de esas personas ejercían una crítica hacia ese paternalismo, lo que no significa que no puedas reproducir en muchos momentos esas situaciones. Yo puedo ser crítico contra el machismo y en ocasiones reproducir actitudes machistas. También creo que se dio un cambio generacional y de situación socioeconómica, porque antes eran personas blancas, porque las personas que sufren el racismo no podían salir a la calle, o no tenían tiempo para realizar manifestaciones porque tenían trabajo, como podía ser el caso de mi madre. Tenían que sobrevivir y no había tiempo para el activismo, como sí tenía una persona blanca, desde el privilegio. Ahora hay un cambio generacional, somos los hijos y las hijas de esos procesos migratorios los que nos estamos haciendo cargo de sacar esto adelante. Y este planteamiento se llevó con más o menos discusión y tacto, simpatía, porque el movimiento antirracista no es algo homogéneo, y produjo en Madrid una ruptura entre organizaciones mayoritariamente blancas que llevaban mucho tiempo en el activismo y que no entendían este discurso de que nosotros teníamos que protagonizar la lucha, coordinando y gestionando esta manifestación, sino que entendían que tiene que haber una unión. Nosotros planteábamos una reflexión sobre cómo se está produciendo esa unión en la propia lucha antirracista. Mucha gente se quedó en medio porque entendía las dos posturas, y la ruptura se produjo en 2016. Fue complejo, una batalla de ideas, ahí es cuando toma más fuerza el término “racializados”, pero, desde mi punto de vista, era una ruptura necesaria.
—Y ahora, cuatro años después, con la perspectiva, ¿cuál es su balance?
Que ahora hay que reconstruir, fue una ruptura necesaria, disruptiva en muchos sentidos, de reflexión, y ahora toca construir. No soy capaz de pensar en un movimiento antirracista que no sea amplio. Ha habido un cambio en muchos sentidos, muchos han entendido lo que planteábamos, porque ha habido espacios de acercamiento. Siempre hay parte de verdad en las dos miradas, y cuando se comparten espacios amables se pueden llegar a asimilar esas miradas y ver que había cosas que, si se hubiesen hablado, se habrían solucionado de otra manera. Se están buscando espacios de construcción más amplios, pero no es fácil.
—¿Por qué cree que el término “racializados” molesta tanto en la sociedad actual?
Porque España no ha tenido nunca un debate sobre el racismo, sino que lo ha entendido como una cuestión de relación interpersonal, una cuestión moral, pero no como una cuestión estructural e histórica. Muchas organizaciones han apelado, constantemente, a una idea de lucha contra el racismo entre bueno o malo, o como enfermedad, que todavía se sigue utilizando, y no como una cuestión estructural e histórica, como una forma de justificación para explotar a ciertos grupos sociales, y esto provoca que el término “racialización” se vincule al de “raza” y que se vaya al final del camino sin mirar atrás. Cuando se habla de raza estás en el final del camino, que es donde no existe una raza sino la humana, y eso sería estupendo si en la práctica fuera así, todos iguales, pero eso es negar la realidad, donde existe la propia jerarquización racial. La raza como tal no existe biológicamente, pero sí que hay una construcción social que se llama “raza” y que hace que unos grupos tengan acceso a unos espacios y otros no, y eso se ve constantemente. “Racialización” como término es muy contestado desde el propio activismo, porque es un término muy académico y porque hay una parte del antirracismo que es muy excluyente, es como la crítica a llevar velo, porque cuando lo defiendes significa que apoyas a todos los regímenes musulmanes incluidos los que defienden la lapidación de la mujer. Pero no es así, sino una reconfiguración de la identidad en el contexto español, y por llevarlo no apoyas esos regímenes, porque además muchas mujeres musulmanas que llevan velo están en contra de las situaciones a las que se somete a esas mujeres.
¿Qué ha supuesto el nombramiento de Rita Bosaho, que empezó con polémica por retractarse el Gobierno después de haber nombrado a una persona blanca?
Todos los espacios políticos, todos los ámbitos de nuestra sociedad, tienen que pasar por un proceso que, igual que en el feminismo se habla de despatriarcalizar, no es simplemente una palabra, sino una forma de hacer política. Con el racismo pasa lo mismo, todas las instituciones responden a la sociedad en la que se crean, y la izquierda no está exenta de una serie de formas de actuar, de formas de concebir y de dar importancia a ciertas cuestiones. Y eso todavía corresponde con la propia fuerza que tenemos como movimiento antirracista, que va creciendo, pero todavía le falta ímpetu. Pero en este caso, demostró que la tenía y que cuando hay algo evidente se une y reacciona. Porque el paso atrás se produjo por la organización espontánea de diferentes personas del activismo, de la política, del mundo del periodismo y de diferentes profesiones que dijeron: ¿qué es esto? Un espacio en un Gobierno que va a tratar la diversidad étnico-racial no debería estar liderado y protagonizado por quien representa esa diversidad, se sigue invisibilizando la diversidad étnico-racial… Creo que la reacción del Ministerio fue valiente al dar un paso atrás, porque entendieron la crítica, cosa que no ha ocurrido otras veces. Es una victoria del movimiento antirracista y una señal de que se puede entablar algún tipo de diálogo con personas que están en las instituciones, en el ámbito de la izquierda, y que tienen ahora mismo poder para facilitar ciertos procesos, porque lo complejo es que la institución sea permeable a los debates que se generan en la calle. Y aquí se demostró que se podía ser permeable, aunque partieran de un error enorme.
—Usted forma parte del equipo de Bosaho, ¿qué líneas de acción se están trabajando para lograr esa mayor visibilidad y el debate al que se refería?
Hay que empezar conectando con el amplio movimiento antirracista, también con los grupos de personas blancas que llevan mucho tiempo trabajando en este campo, y defender discursos que no estaban presentes en el ámbito institucional.
—¿Por ejemplo?
Terminar con el discurso desempoderante que permanece al hablar de las migraciones como una cuestión ligada a huir de la guerra, del hambre…, porque no es que no describa una realidad, sino que solo apela a una moral de que tenemos que acoger, pero no plantea en ningún momento la responsabilidad del propio Estado ni tampoco la agenda de la propia persona migrante, porque la migración es una forma de resistencia política frente a una desigualdad económica mundial instaurada desde hace siglos, y eso debemos reducirlo. No es fácil, porque no se puede ir contra la moral establecida de golpe, y menos desde una posición de poder… También es importante en el diálogo con el movimiento antirracista incluir otros discursos en las instituciones. Tenemos previsto hacer jornadas sobre educación, basándonos en el objetivo cuatro de los Objetivos de Desarrollo Sostenibles (ODS) de la ONU y destacando las barreras en el acceso a la educación de la infancia y juventud marroquí, gitana, afro, migrante; la inclusión en el currículum educativo de la diversidad étnico racial. El planteamiento de Rita es crear una hoja de ruta para cumplir con las medidas del plan de acción del Decenio Internacional para los Afrodescendientes, además de las propuestas que el grupo de trabajo de expertos sobre los afrodescendientes redactó en su informe cuando visitaron España. Se va a abrir un debate complicado sobre el desarrollo de mecanismos estadísticos para conocer la composición poblacional de la sociedad española, porque una de las cuestiones más problemáticas que podemos encontrar en la planificación de políticas públicas es que no tenemos datos. Un 45 % de la juventud afrodescendiente no llega a la universidad, es un problema que hay que afrontar, y sin esos datos es complicado.
—¿Por qué confía en la política para ejecutar esos cambios?
No confío en la política, pero es un espacio desde donde se crea poder… En las calles también se genera poder; pero creo que, si queremos realizar y proyectarnos hacia una sociedad en la que nuestras comunidades convivan de forma diferente, debemos estar presentes en diferentes ámbitos de creación de poder, y uno de ellos es el institucional. También pertenezco al ámbito de la cultura, y el de base, que es el activismo, la responsabilidad de la gente que realiza una carrera y no se calla ante ciertas cosas, como Iñaki Gurian diciendo que la próxima vez que escuchen cantos racistas los jugadores del Atlétic de Bilbao se irán del campo… Es la única forma de que haya un cambio real en España. Debemos estar implicadas en diferentes ámbitos, confiar en que todo se cambiará por la política institucional es un error tremendo que llevará a una gran desilusión.
—¿Le preocupa la continuidad, que haya tiempo suficiente para construir?
Merece la pena porque avanzamos. El hecho de que Rita esté en el Gobierno es un cambio de escenario; que en una dirección general de un Ministerio de Igualdad haya diferentes líneas que se refieran al cumplimiento del decenio internacional para la afrodescendencia, el desarrollo de estos mecanismos, también es un cambio de escenario. Aunque nosotros consigamos avances a nivel de derechos colectivos, en España es complicado hablar de ello porque no reconoce a ninguna minoría social. Aunque avancemos, vendrá una etapa en la que se eche todo para atrás y se caiga, pero por lo menos habremos avanzado, construiremos desde otra parte. En el activismo negro llevamos atrapados en la misma etapa desde hace mucho tiempo, sin avanzar, todo el rato reivindicando la proposición no de ley de 2010… La puedes entender en su contexto, pero no podemos agarrarnos a eso, nos falta utopía. Ahora estamos en otro escenario, y aunque retrocedamos en un futuro no muy lejano, podremos decir que hemos llegado hasta ahí. Hay una cosa muy importante, que son los espacios de construcción de memoria. Si están en el activismo antirracista de la comunidad negra, tienen que conocer que es una PNL2010[18],todos tenemos que conocer las cuestiones jurídicas mínimas, porque son cosas que nos sirven para dar más peso a nuestras reivindicaciones, y no son tres o cuatro negros gritando por ahí sin saber de lo que están hablando. En esta nueva etapa hay que crear un espacio de memoria donde esté todo, si alguien quiere investigar que sepa adónde ir, y por eso hay mucha gente que lleva tiempo persiguiendo tener un espacio propio.
—Es interesante que durante esta conversación no haya necesitado hacer referencia al partido VOX y la ultraderecha. ¿Hasta qué punto puede esa corriente afectar los cambios a los que hacía referencia?
En España se está construyendo un reforzamiento de la identidad nacional reaccionaria, y creo que el discurso que estamos representando plantea estar en el mismo campo de lucha que ellos, que es ser de España. Tenemos que buscar y ser suficientemente inteligentes para que nuestros discursos apelen a esa sociedad que sí que se reconoce como diversa. La gente se tiene que dar cuenta de que esa sociedad existe desde hace mucho tiempo, la comunidad gitana es la que más tiempo lleva en la Península y se sigue construyendo ese discurso de los gitanos y los españoles, por eso nuestro discurso de la diversidad étnico-racial va directamente a contrarrestar ese discurso excluyente de la extrema derecha. Con estos procesos en los que la gente ve en peligro su estilo de vida es muy fácil caer en esa trampa de nacionalismos. Lo hemos visto en Estados Unidos, Brasil, Bolivia. Todo avance social tiene sus costes y hay que introducirlos en las políticas.
—Se dice que hay más gente que cree en la sociedad diversa pero no reacciona ante las injusticias de forma masiva. ¿Somos una sociedad dormida?
No se puede romper con la moralidad establecida de repente, es imposible, no puedes crear un mundo nuevo. Eso se hace, y no se consigue del todo, en sociedades totalitarias, pero tampoco podemos dejar de ver líneas disruptivas de esa moralidad, y eso es lo más complicado. Puede haber un reconocimiento y que haya mucha gente favorable a esa diversidad, pero no desde una posición crítica, y no desde una igualdad política. Puede haber una aceptación de la migración, de la persona negra, pero en los roles sociales inferiores, establecidos, y que no te muevas de ahí.
—¿Por qué?
Muchas veces el reconocimiento se da desde ahí, se acepta que vivas conmigo, pero hay ciertos espacios en los que tengo reparos a que estés. Es como cuando alguien te dice “me caes muy bien, me encanta tu cultura, pero como te vea con mi hermana…”. Entrar en la familia es un paso de aceptación real; entrar en espacios de representación política también. El reconocimiento se puede quedar en una trampa si no hay una redistribución de la riqueza, y eso pasa por una redistribución del poder. Hay mucha gente que puede reconocer, pero no quiere aceptar en ningún momento una redistribución del poder para estas comunidades históricamente oprimidas. ¿Cómo se educa, desde la igualdad o desde la exotización de la otra cultura? No se puede romper con esa mirada histórica de la otredad que hay en España, pero sí que se puede ser consciente de cómo se construye esa mirada para ver por dónde romperla e ir haciéndolo. Es un proceso de décadas, de mucho trabajo, pero hay que ser consciente de ello, porque si no estaríamos reproduciendo y sobre todo jugando en el marco del reconocimiento y no en el de la redistribución de poder.
—En el espacio Conciencia AFRO[19], ¿los blancos pueden entrar, pero solo como observadores?
El festival es abierto, las actividades que se realizan también; los proyectos son semiabiertos, porque buscamos que sean las personas afro las que se empoderen y eso lo conseguimos en los espacios no mixtos dedicados a personas africanas y afrodescendientes. Pero creo que hay que intentar que haya más espacios comunes en los que conversar. La victoria del movimiento por los derechos civiles no se habría logrado sin interpelar a las mayorías sociales, que tienen que entender lo que estás planteando, porque si no te quedas en un espacio que se retroalimenta y no vas a ningún lado. Para mí, por eso es importante que haya espacios como el festival o charlas, porque es la forma de concienciar a otras personas sobre lo que defendemos. Cuando decimos “lo afro está en el centro” hay muchas personas blancas que se ponen a la defensiva.
—También puede interpretarse como un estar a la defensiva por parte del movimiento afro.
Sí, no digo que no, pero la posición de poder de cada una es diferente. Cuando hablo de lo afro invito a todo el mundo en muchos momentos. A veces la sociedad siente que no se la invita con nuestro discurso. Históricamente se ha hablado dejándonos a nosotros fuera. A mí me encanta hablar y negociar las propias palabras, pero mi objetivo está claro y sé a qué público me dirijo. Vendrá con el tiempo y con más conversaciones sobre la profundización del propio debate, y la gente entenderá que cuando estamos hablando de que “lo afro esta en el centro” nos referimos a que estamos abriendo el debate desde lo afro para toda la sociedad. Y eso se entenderá con los años.
Este largo capítulo pertenece al libro Mi hogar es cualquier parte. La red que tejen asociaciones y migrantes en España, que, gracias a una campaña de microfinanciación, acaba de publicar Libros.com.
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[1] INE: Instituto Nacional de Estadística.
[2] “Aporofobia”, el neologismo que da nombre al miedo, rechazo o aversión a los pobres, fue también la palabra del año 2017 para la Fundéu.
[3] Un total de 6.473 personas participaron en el estudio.
[4] www.undp.org
[5] caminandofronteras.org
[6] Durante la crisis de 2008 se llegó a perder hasta un 25 % de las afiliaciones, pero desde 2014 no han dejado de crecer.
[7] www.youtube.com/watch?time_continue=4&v=AzICobDStVo&feature=emb_logo
[8] www.youtube.com/watch?v=Ek6fLRx8rt0
[9] cordis.europa.eu/project/id/217206/es
[10] crecerenunchino.wordpress.com
[11] www.youtube.com/watch?feature=share&v=qpDlcfsRdhI&app=desktop
[12] Centro de Información y Documentación Internacional de Barcelona.
[13] migracion.maldita.es
[14] /www.inclusion.gob.es/oberaxe/es/publicaciones/documentos/documento_0121.htm
[15] Según el INE, enero 2020.
[16] mescladis.org
[17] www.desireebela.com
[18] Propuesta No de Ley.
[19] www.conciencia-afro.com