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AcordeónEmpleable y obediente

Empleable y obediente

En una de estas paginitas de cultura laboral moderna con pomposo nombre de aire latino llamada Universia nos cuentan qué es la empleabilidad. Desde allí se entona el popular salmo posteconómico para los precarios: “El mercado laboral es un entorno altamente competitivo donde cada profesional debe diferenciarse del resto destacando aspectos como el conocimiento de idiomas, el manejo de herramientas tecnológicas, determinadas habilidades comunicativas, flexibilidad para viajar, la creatividad, la iniciativa o la motivación…”. Destaca entre los tópicos habituales la exigencia de valores complejos, como la creatividad y las habilidades comunicativas para trabajos simples y asalariados, un claro recordatorio de cómo los nuevos tiempos exigen fe y obediencia más que competencia y talento. 

 

Aún más clara es la campaña de la Unión Europea Soy europe@ No me paro, que se presentó en marzo de 2012. En ella vimos un vídeo con un par de azorados jóvenes españoles que buscan trabajo y hablan con una supuesta asesora. La chica confiesa: “Tengo un perfil demasiado abierto y eso puede ser un problema”. Correcto, da mala espina alguien con demasiados intereses. Más lelo parece el chaval que admite no saber idiomas y al que la asesora le suelta: “No puedes vivir en el ideal, porque en la realidad, en los trabajos, tienes que hacer lo que te digan”. Educación para la resignación.

 

El mensaje es claro: “Ser empleable es tener la capacidad de adaptar y adecuar tu perfil al del puesto de trabajo”, dicen en Universia, aunque sin pasarse: “En ningún caso se trata de engañar y mentir añadiendo en el currículum datos que no son correctos”. ¿Qué quiere decir entonces “adaptar y adecuar tu perfil”? El trabajador se convierte en una especie de ordenador; tiene unos megas de RAM y su disposición y utilidades deben estar en manos del amo, del empleador. Uno nunca debe mostrarse tal y como es; mejor aún, no debe ser de ninguna manera concreta. En resumen, hay que ser normal, o sea, empleable. Como el tampax o el iPhone, uno debe ser fácil de usar, y estar siempre dispuesto a ser los ojos y la voz del amo/empleador, para condensar todo lo que él necesita. Y no puede faltar un plus de motivación, excelencia, nalgas prietas, innovación y creatividad. 

 

Para abundar en las crueldades del nuevo lenguaje de los hermanos reclutadores de la santísima cofradía del Humano Recurso, leamos la edición electrónica del diario Expansión del 11 de junio de 2011. Se trata de un artículo que recoge las perversas ideas de una tal Carmen Ayllón, directora del Programa de Apoyo a la Empresa del Consejo Superior de Cámaras (quiero creer que de comercio). Ayllón hace referencia a una paradoja en la pirámide de la población, que muestra un porcentaje elevado de titulados de grado superior sobrecualificados en relación con las demandas de empleo. La pregunta es si podrán ser insertados en el mercado laboral. La experta añade: El desafío que tienen las jóvenes generaciones es abrir su mente para aprovechar cualquier oferta profesional. Es cierto que, en cualquier caso, el sistema requiere de ciertos ajustes, pero se debe adecuar de nuevo el potencial de los jóvenes a las necesidades del sistema productivo. Hasta ahora se ha venido poniendo el acento en los conocimientos específicos o técnicos, y no se ha puesto suficiente atención en el saber hacer, en cómo funcionan los procesos en la empresa, y tampoco en el saber ser, que se refiere a los comportamientos. Las nuevas generaciones deben crear competencias transversales para insertarse en puestos de trabajo para los que no se les ha formado. Y esto no tiene por qué ser frustrante para ellos.

 

Fíjense en el fragmento en el que se destaca el “saber ser” en los comportamientos como factor más decisivo que los conocimientos. Y díganme si no les da miedo. En esta sociedad que llamaban del conocimiento, lo único que debes conocer son tus límites de comportamiento con respecto a la autoridad laboral.

 

En La filosofía en la Edad Media Étienne Gilson explica que en el siglo VI Didier, el arzobispo de Viena, viendo cómo crecía la ignorancia a su alrededor, decidió enseñar él mismo gramática latina a su grey. La bronca del papa Gregorio Magno aún se comenta: le pareció grave nefandumque. La tesis papal expresada en su Comentario al Libro I de los Reyes quizá nos suena familiar: el estudio de las artes liberales sólo es necesario en la medida en que sirve para comprender las escrituras. Ayllón, seguidora fervorosa del papa Gregorio, considera que el saber sólo es útil si ayuda a ser empleable. Vale más el conocimiento orientado a la labor romana, es decir, el humilde y servil trabajo, en lugar del saber encaminado a la opus, propia de la generación intelectual desinteresada. Estudiar más de lo necesario distorsiona, aleja al trabajador de su condición empleable/normal/común. Al hilo de esta anécdota quizá debamos preguntarnos si esta campaña general contra el conocimiento “no empleable” no nos estará llevando a un nuevo omarismo, en especial en el campo de la cultura. Se cuenta que cuando el califa Omar tomó Alejandría en el 644 se le preguntó qué hacer con los libros de la biblioteca. A lo que el posteconómico estadista respondió: “Si los libros contienen la misma doctrina del Corán, no sirven para nada porque repiten; si los libros no están de acuerdo con la doctrina del Corán, no deben conservarse”. Y así, si la sabiduría, los conocimientos o las disciplinas sirven para “generar empleo” o “crear riqueza”, deben conservarse y transmitirse mientras se amplía el criterio de inutilidad y destrucción de mucha de lo que nuestra civilización había llegado a saber y atesorar por no ser compatible con el dogma de utilidad.

 

Carmen Ayllón nos ofrecía en sus declaraciónes látigo y resignación: Lasciate ogne speranza, voi ch’entrate. Es lo que ven quienes entran, de la mano de Ayllón, en el infierno del trabajo posteconómico. A este mundo no se ha venido a ser lo que uno desea o lo que le place. La felicidad es improductiva para la masa. Ayllón cree que la vida de la gente común se basa en el sometimiento voluntario al dolor que produce una maquinaria invisible llamada “sistema productivo”. Sería, como lo llama Christian Marazzi, un caso de masoquismo en masa.

 

Carmen Ayllón no está sola en la defensa del Leviatán, Rosaura Alastruey, autora del libro Empleo 2.0, se suma a la cruzada para malear y domar al personal. En una entrevista de La Vanguardia del 18 de diciembre de 2011 afirmó: “El candidato puede darse a conocer antes de que surja la oferta. El 45% de las empresas internacionales selecciona talento en Twitter: siguen a un usuario, ven de qué habla, cuales son sus intereses… y si surge una oportunidad contactan con él”. El parado (ascendido ahora a candidato o, directamente, a “talento”) no sólo debe ser un motivado en el curro, y un tipo empleable durante la entrevista de trabajo, se le recomienda también que convierta sus redes sociales en un escaparate.

 

Personal branding. Su comportamiento civil debe ser impecable las veinticuatro horas del día, porque los empleadores le estarán fiscalizando siempre. Nada de incorrección política, nada de extremismo, nada de lubricidad o humor corrosivo. El nuevo panóptico, la nueva prisión se llama Facebook. Quien se pase con sus opiniones o con sus deseos quedará marcado a bit y fuego como “poco empleable”. Alastruey sigue adoctrinando: “La crisis ha quintuplicado el número de candidatos para cada oferta y hay que diferenciarse del resto: las redes sociales ayudan a conseguirlo. Es mejor estar en una red pero tenerla actualizada. Una persona que busca empleo debería pasar una o dos horas diarias en las redes sociales”.

 

La búsqueda de empleo es un trabajo en sí mismo sobre el que pende una amenaza: el vecino ha nacido para dejarte en paro. La lucha, pues, se traslada a la vida personal. Debes ser/parecer un buen empleado hasta cuando chateas en el forocoches. Un parado que pase dos horas al día acicalando su red social no estará nunca por esas calles y por esas redes manifestándose o protestando.

 

El empleable que riega su Twitter con modestia, urbanidad y devoción recibirá un justo premio en forma de una voz del ciberespacio que le dirá “venga mañana y traiga el currículum”. La maquinaria productiva, como el Dios de los protestantes, suele ser silenciosa y antipática; por eso es importante mantenerse en orden y en silencio, hasta ser reclamado por ella. Sola fide (sólo la fe nos salva), decía el sonrosado Lutero. Ya tenemos bocetado el perfil del siervo que con esmero buscan los capataces de la plantación, los tratantes del miedo: los recurseros humanos.

 

Ahora bien, si uno no ha sido lo suficientemente empleable, pelota, dinámico, creativo o memo, que no se apure, pues la servidumbre contemporánea le da una nueva oportunidad: la reinvención. Bárbara Ehrenreich publicó Sonríe o muere, un acertadísimo tratado sobre la catástrofe del optimismo. La obligación social y laboral de mantener una actitud positiva es de la misma raíz que alentó el militarismo ciego y cruel del siglo XX. El sujeto, ante el fracaso (muy probable) en la búsqueda de sus sueños, tiene la opción obligatoria de reinventarse. Esta extraña pirueta, este raro ejercicio, consiste en abandonar lo que eres (incluso lo que querías ser) para adoptar una personalidad más acorde con tu posición social, que es un lugar que el sistema te va reasignando permanentemente.

 

La reinvención, en vez de ser percibida como una humillación, se valora mucho entre la servidumbre. Es una especie de rebeldía contra uno mismo, un autocastigo por el fracaso de tu propio yo. En lugar de atacar al patrón, el siervo se inmola para reinventarse. Se trata del rito de la muerte simbólica, utilizado desde el culto órfico a Dioniso hasta los ritos masónicos. Uno ya no entra en conflicto consigo mismo, antes se mata para renacer sin contradicciones. El pensamiento positivo (auténtica mística posteconómica) insiste en que, cuantas más reinvenciones, mejor.

 

Son como las reencarnaciones del budismo, pero en cutre. La crisis ha sido un momento glorioso para el pensamiento positivo, y Ehrenreich lo ha captado a la perfección: “A los estadounidenses se les insta a pensar en las desgracias como oportunidades. El desempleo supuestamente ofrece la oportunidad de pasar a un trabajo mucho mejor”, explicaba en una entrevista. “El pesimismo no crea ningún puesto de trabajo”, afirmó el ex presidente Zapatero en los albores de la crisis. Confluyen aquí dos poderosos flujos de conciencia: por un lado, la cultura de la autoayuda, que considera que toda desgracia es culpa de uno mismo y de su mal enfoque; por otro, el discurso académico, cosido con un idealismo hegeliano de pega, sobre la dialéctica de la superación. Un ejemplo palmario de esto es Facebook. Ese trasto tiene un botón que pone “me gusta”, pero no existe el equivalente “no me gusta”. Se trata de impedir, obviamente, la sanción de marcas y productos que puedan ser futuros anunciantes o inversores. Pero también se inscribe de lleno en ese ciberoptimismo por el que se incita a la producción constante (inteligencia colectiva) y se desprecia la crítica y, sobre todo, la inacción, la huelga, la renuncia.

 

Es lo que la filósofa italiana Michela Marzano llama “el culto al voluntarismo”. Autora de Programados para triunfar. Nuevo capitalismo, gestión empresarial y vida privada, Marzano hace uso en el subtítulo del libro de un término que es clave para definir el tiempo posteconómico: la gestión. Hoy se gestionan los conflictos, las relaciones, los contratos, los hijos e incluso la vejez. La extensión de la gestión a cualquier ámbito de la vida personal supone de hecho la abolición, entre otras cosas, de la vida privada y la intimidad.

 

Durante el capitalismo burgués se escindió la vida en dos sectores: exterior/trabajo/política y hogar/familia/religión. En ambos se vivía y se practicaban valores y formas diferentes. En la posteconomía la gestión unifica todas las materias de la vida: el amor y el trabajo son carpetas diferentes, pero ambas se rigen por un mismo método. Hemos visto que el trabajador debe estar permanentemente expuesto, visible al sistema; del mismo modo, su intimidad debe ser eficiente, proactiva y bien gestionada.

 

Como en los tiempos medievales, no hay cesura entre el interior y el exterior, entre el hogar y el ágora. La gestión de tu vida sexual puede incidir en la productividad, y una mala dirección de los empleados puede ser un signo evidente de que uno lleva una paternidad mal gestionada.

 

Fusionar la praxis íntima con la social para conseguir el empleado total no es fácil. Por eso no es de extrañar la increíble explosión tanto de publicaciones como de oficios incomprensibles destinados a convertir la vida misma en gestión de vida. Vivir es gestionarse.  La llaman “reingeniería humana”, una especie de lavado cerebral voluntario para convertirte en un engranaje perfecto dentro de las “organizaciones”. Estos procesos, como los de la siniestra orden del coaching, ininteligibles para el humano decente, inciden en limar las aristas del carácter y del desempeño de uno para que encaje, en un sentido casi físico, en lo que se conoce como equipos, y que en realidad designan las oficinas de toda la vida.

 

En la NEM, junto al voto de pobreza, se potencia el de obediencia, a fin de crear, a partir de muchas personas, un solo cuerpo místico, el cuerpo productivo, cibernético, sin fricción ni entropía, sin errores ni quejas: la producción en estado puro.

 

 

 

Este texto es un capítulo del libro Posteconomía. Hacia un capitalismo feudal, que la semana que viene publica la editorial Los libros del lince.

 

 

 

Antonio Baños Boncompain es periodista. Ha trabajado en revistas de gran difusión, como Panadería y Molinería, Vida Apícola, Ajoblanco y Apnea, revista de submarinismo, y es colaborador de Qué Leer y El Periódico. También es músico de rock. Los amantes de la economía musicada disfrutarán con http://www.myspace.com/laeconomianoexiste.

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