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Mientras tantoEn Cataluña

En Cataluña

El dueño pálido de la tabaquería   el blog de Ernesto Pérez Zúñiga

Otra vez estoy en un pueblo cerca de Barcelona. Compro en el mercado flores, butifarra, una toalla con el escudo del Barça, un libro infantil en castellano, otro en catalán; compro vino tinto, cava; desayuno en una terraza donde unas chicas hablan en castellano, unos señores en catalán, todos catalanes. Una vez más me veo rodeado en la calle de una amabilidad poco frecuente en lugares del sur. Yo soy sureño. Mi acento lo es.

 

Me dice una amiga mía: «Cuando voy al sur siempre estoy alerta. Si algún político catalán mete la pata enseguida me lo reprochan a mí. Qué habéis hecho los catalanes.»

 

Paseo, hablo (no sé hablar catalán, pero lo entiendo, menos de lo que quisiera. Ojalá lo hubiera aprendido en el instituto junto con el gallego y con el euskera, en la enseñanza obligatoria. Son idiomas de nuestro país. Nos desconocemos. La primera mirada que nos enseñan es el extrañamiento monolingüe, aquí y allá, «aquí» quiero decir).

 

Hablo y me encuentro con mucha gente que se siente rechazada en el resto de España.

 

«Eso nos hace cerrarnos», dice mi amiga, «ese rechazo fomenta la distancia».

 

Es lógico. No es una separación fronteriza. La primera frontera nace en los traumas, en la soledad de las emociones, que se va sumando a otras antes de convertirse en discurso y en manipulación política.

 

Paseo, hablo. Nadie me habla mal ni de Madrid ni de Granada. Si piensan mal, tienen la delicadeza de no decírmelo.

 

«Todo lo contrario que me ocurre a mí cuando salgo de Cataluña», dice mi amiga, casada con un andaluz. «Me pasa todo el tiempo».

 

Una vez más vuelvo al sur, al «centro», con la sensación de que la gente habla mal, mal y mucho de los catalanes; mientras allí resulta menos popular, menos aplaudido, menos frecuente hablar mal del resto de España. 

 

Una sensación puede ser errónea, desde luego, a pesar de que se vaya repitiendo con los años.

 

Pero otra vez regreso con la seguridad de que esas opiniones de la gente, allí y aquí (quiero decir, «aquí»), no son pensamientos auténticos, no son vivencias, sino repeticiones de un discurso aprendido de los pastores del rebaño, con sus silbatos, sus perros, sus campañas electorales, apiñémonos, que viene el lobo, los lobos son ellos, todos somos ovejas menos ellos, todos somos menos ellos, os voy a decir quién manda aquí, cómo somos, cómo debemos ser.

 

Hace falta la fuerza de la libertad para comprender al otro, es decir, para comprenderse a uno mismo.

 

 

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