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Mientras tantoEse lugar llamado Times Square

Ese lugar llamado Times Square


 

 

Ahora que se acerca la última noche del año y los noticieros empiezan a hablar de medidas de seguridad extraordinarias en Times Square, me llegan un grupo de postales desde la memoria. Son experiencias personales, de inmigrante joven, con este lugar que el 31 de diciembre en la noche verán millones de televidentes en la Tierra.

 

Postal 1: El restaurant Yoshinoya

 

Nada borrará de mi memoria las noches frías comiendo sopa caliente en el Yoshinoya de la calle 42. Es la comida japonesa más rápida del oeste y el paraíso de los estudiantes pobres. Llegué por primera vez con mis compañeros asiáticos del instituto de inglés. Entre sopas calientes, ahí conversamos tres noches de diciembre, durante tres años distintos, luego de ver juntos la trilogía de El señor de los anillos.


Yoshinoya


 

Postal 2: El hombre araña pasó por la ventana

 

Mi padre llegó a Nueva York por primera vez en 2003 y se quedó un mes. No recuerdo bien los motivos, pero fuimos a un cine de Times Square a ver Spider-Man. Para mi sorpresa, gran parte de la película estaba compuesta por las imágenes que habíamos visto desde los ventanales de la sala de espera del cine: la línea de rascacielos, los destellos de las pantallas contra el que se balanceaban los villanos y el superhéroe que los perseguía colgándose de unas telas de araña.


Spider Man


 

Postal 3: Sexy Beast

 

Así se llamaba la primera película que vi en inglés, sin subtítulos, en el Lowe’s Cinema de la 42 con la Avenida Octava. No entendía el inglés. Qué cruel sería quedarme a vivir en una ciudad donde no podría disfrutar del cine, pensé. A la mañana siguiente comencé a subrayar todas las páginas del The New York Times: Mi vida iba necesitar una tonelada de vocabulario.


Sexy Beast

 

Postal 4:Virgin Megastore

 

En mi país no existían ese tipo de tiendas. Virgin era una discotienda de cuatro pisos, con música, filmes en DVD, historietas y libros. Siempre había alguna oferta en las esquinas de todos los pisos, con discos a menos de 10 dólares. Ahí conseguí todo el Soda Stéreo que necesitaba para que se me pasara la nostalgia. Ahí  encontré el On Writing de Stephen King. Ahí me quedaba durante horas, con los audífonos sobre las orejas, escuchando los discos que todavía no podía comprarme. En el sótano del Virgin una muchacha que venía del Perú entendió mi pobreza y me regaló el Ghost World de Daniel Clowes. Ahí en Virgin me robé (sin querer) el último disco de Radiohead.


Virgin

 

Postal 5: Peep Show y Strip Tease.

 

Me gasté unas monedas y salí convencido de que no volvería. Eran mujeres desnudas metidas dentro de una especie de globo aerostático sellado y muy iluminado, cubierto de almohadones y paredes alfombradas de rojo. Ellas se movían mientras tú pegabas la cara contra un ojo de vidrio. En el lado de los mirones todo era oscuro y se respiraba un olor no identificado y desagradable. Gritando por el agujero, le pregunté a una de ellas de dónde venía y me dijo “Filipinas”. El Strip Tease era una franja oscura que quedaba unos pasos más allá, sobre la Octava Avenida. Después he conocido locales en otros barrios de la ciudad, donde las muchachas reciben los billetes mientras sonríen, tal vez pensando en lo que se van a comprar. Ese sitio de Times Square no era así. Ese sitio era lúgubre y peligroso.


peep show

 

Postal 6: The New York Times

 

Estudiaba periodismo en Nueva York. Sin embargo, mis recuerdos del periódico más importante del mundo no me parecen mejores que los que tengo de la ventana trasera del diario El Comercio de Lima, cuando fui con mi padre a canjear cinco cupones por dos entradas para la última película de Indiana Jones. O aún más niño, los del frente de La Prensa en el Jirón de la Unión, donde dejamos en el buzón nuestro Publigrama recién resuelto. El New York Times eran cubículos apretados uno contra otro. La voz de Seth Kugel, mi profesor en NYU, presentándome a algunos colegas y diciéndome el nombre de las áreas que pasábamos. Nada especial.


NY Times

 

Postal 7: Swatch.

 

Mi primo peruano tiene mucho dinero. Entonces tenía dos novias. La línea 1 y la línea 2, las llamaba. Su secreto: un buen reloj. Cuando me visitó le sorprendió que yo no llevara un reloj en la muñeca y añadió que eso explicaba mi poca suerte en las rutinas del levante neoyorquino. Así que me metió a la tienda de Swatch en Times Square y me hizo comprarme un reloj. Después ya tendría el dinero para alguna de las marcas que apuntó para mí en un pedazo de papel. “Puedes empezar con un Swatch”, dijo. Recuerdo haber caminado orgulloso ese verano, mostrando mi reloj de pulsera. La primera en caer fue una mesera dominicana del club de golf donde yo estacionaba automóviles los fines de semana. “Qué bonito tu reloj” me dijo. Y antes de que yo pudiera dar las gracias agregó “Se parece al de mi novio”. Un año después al reloj se le acabó la pila. Nunca se la cambié.


Swatch



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