(Fotografía: Inés Real)
«Que Felipe Benítez Reyes es uno de los mejores escritores de la literatura española actual resulta una obviedad, pero conviene repetirla. Y digo escritor, y no poeta o novelista, porque su obra abarca todos los géneros literarios y en todos destaca por la exquisita factura de lenguaje, la agudeza de ingenio, la ironía, el sentido del humor…». Son palabras de Luis Alberto de Cuenca. Felipe Benítez Reyes es poeta, novelista, ensayista, columnista, atinado artesano del relato breve y todo lo que se proponga. Antonio Lucas dice del escritor nacido en Rota: «Se trata de esos escritores necesarios (y escasos) que saben mirar a lo de afuera para conocerse algo mejor a sí mismos. Y, a la vez, reinventa el esperpento con un kikirikí sardónico y capturando de la vida sus mejores materiales de contrabando».
Siempre es un placer hablar con Benítez Reyes de literatura, de lenguaje, de política, de políticos, de Cádiz, de futuro, de optimismo, de la vida… Y qué mejor ocasión a propósito de la reedición de Por regiones fingidas (Editorial Renacimiento), «un laboratorio de procedimientos narrativos», como subtitula el propio autor, y como tal laboratorio un conjunto de estrategias y juegos estilísticos que gira desde el microrrelato, «un conjunto tautológico (así lo califica el autor) de breves relatos» ilustrados con collages, cuentos clásicos, juegos literarios y recreaciones históricas regado todo de sutil humor. Porque, «una actitud humorística no es una herramienta para reír sino para estimular el pensamiento y la conciencia, me interesa el humor como elemento indispensable para entender la realidad». Por cierto, imprescindibles siempre los cuentos populares con sorprendentes historias gaditanas, Muestra de los milagros urbanos de los que ha quedado constancia en el archivo histórico provincial de Cádiz –como vemos en El intruso honorífico, personajes imaginarios que inventa de su pueblo, como aquel cantaor flamenco que sólo podía cantar si no lo escuchaba nadie y que para sacarle rentabilidad, los familiares lo metían dentro de la caja de un frigorífico- al compás de un equilibrado uso del lenguaje. «Benítez Reyes vuelve a regalarnos un ramo de fábulas que reconcilia a cualquier lector con la función original de la literatura», confirma Use Lahoz de Por regiones fingidas. Un libro, en definitiva, para disfrutar con el lenguaje y con la literatura.
Que la obra de Benítez Reyes abarque casi todos los géneros le ha llevado a ser distinguido con galardones tan prestigiosos como el Premio de la Crítica, el Ateneo de Sevilla de novela, el premio Fundación Loewe o el Nacional de Poesía, entre muchos otros. Entre sus novelas cabe destacar Humo (Premio Ateneo de Sevilla en 1995), La propiedad del paraíso, El pensamiento de los monstruos, Mercado de espejismos, -ganadora del Premio Nadal-, El azar y viceversa o El novio del mundo. Su poesía está recopilada en el volumen Libros de poemas y sus relatos en Oficios estelares. Entre sus ensayos figuran Gente del siglo y Bazar de ingenios. Traductor de T.S. Eliot, Francis Scott Fitzgerald o Nabokov. El intruso honorífico, «libro que rompe las fronteras entre géneros, a caballo entre el ensayo, la memoria narrativa, el análisis y el aforismo», procuró a Felipe Benítez Reyes el Premio Manuel Alvar de Estudios Humanísticos 2019 con ceremonia de entrega preparada para el pasado 26 de abril en el Real Alcázar de Sevilla. El estado de alarma, decretado hace ya más de dos meses para contener la propagación del Covid-19, ha paralizado todo. A la espera de relanzar y reorganizar la ronda de presentaciones de su nuevo libro, Benítez Reyes prepara nuevos proyectos y trabaja en los que ya tiene delante.
La primera pregunta es casi obligada, ¿qué tal lleva este confinamiento?
Tengo experiencia en pasar mucho tiempo en casa, en pasarme las semanas sin pisar la calle, pero esto es distinto. Aparte de que nuestra mente tiende a desear aquello que no puede tener, este encierro forzoso va acompañado de un runrún inquietante. Sabemos que la enfermedad y la muerte andan por ahí, invisibles, y que pueden caerle a cualquiera, y eso nos potencia una sensación de fragilidad, de miedo y de desamparo. Mi rutina no ha cambiado mucho, pero mi estado psicológico sí. Me cuesta concentrarme, aunque me esfuerzo en repasar trabajos que ya tenía en proceso.
¿Por qué esta reedición de Por regiones fingidas? ¿Era el momento adecuado?
No, el momento era el más inadecuado de todos los posibles. El libro llegó a las librerías dos días antes de que las cerrasen. La reedición está justificada porque la primera fue una edición no venal de 150 ejemplares. Era un libro casi inexistente, o al menos casi inaccesible.
¿Ha empezado a olvidar ya Por regiones fingidas, como suele decir de sus libros?: «Me acuerdo muy poco de los libros que he escrito, sospecho que por necesidad de depuración».
Sí, la verdad es que recuerdo muy pocos detalles de mis libros, y los libros están hechos de detalles. Mientras estoy escribiéndolos, tengo todo en la cabeza, casi palabra a palabra, casi punto por punto, pero, una vez publicados, se me borran casi por completo de la mente y me queda un recuerdo muy impreciso de ellos. Es un alivio.
Muchos dicen que es una vuelta al microrrelato/relato cuando en realidad usted nunca ha abandonado este género, ¿cómo es ese mecanismo suyo a la hora de condensar una idea y convertirlo en un artefacto del lenguaje perfecto?
Gracias por lo de «perfecto». Ojalá. Bueno, no sé… Tienes una ocurrencia y procuras encajarla en un formato narrativo. Después de muchos años dedicado a la escritura, creo que la construcción de ese mecanismo tiene menos que ver con el cálculo que con el instinto, y el instinto es indefinible e imprevisible, aunque sospecho que en cada escritor se acoge a esos patrones que conforman el estilo de cada cual. Como es natural, hay veces en que ese instinto acierta y veces en que no, porque el instinto no se rige por normas. En cualquier caso, por resabios.
Una de las particularidades de Por regiones fingidas son los collages, que vemos también en sus redes sociales, tan originales que están realizados previamente a los textos que glosa, ¿qué le aporta esta creación artística?
Me gustaría saber dibujar y pintar, pero no hay manera. Esto de los collages viene a ser un paliativo para esa frustración, una especie de placebo. Me entretiene mucho ese jugar más o menos aleatoriamente con las imágenes, en busca de un efecto visual desconcertante y un tanto absurdo que, curiosamente, acaba teniendo un efecto conceptual, en el sentido de que fingen una intención, cuando por lo general no la tienen.
Sigue, afortunadamente, tirando del humor, género que paradójicamente muchos consideran menor cuando es uno de los más graves e inteligentes…
Bueno, hay de todo. La literatura humorística que sólo aspira a ser humorística suele aburrirme mucho, porque entiendo el humor no como una meta, sino como un instrumento para llegar a otra parte. Para mí, los grandes humoristas se apellidan Kafka, Borges, Nabokov o Chesterton, pongamos por caso.
Cada libro suyo que ve la luz es casi como un parto literario entre el tiempo que dedica a escribir, remediar carencias, eliminar excesos de páginas… desde aquellos siete años para El azar y viceversa a estos veinte años para Por regiones fingidas… ¿Veinte años no es nada? Desde luego se lee como si hubiera surgido hoy…
Bueno, veinte años son muchos años, porque empiezan a ser un bien escaso a estas alturas de vida… Hay libros que admiten e incluso exigen una disciplina de trabajo, como por ejemplo una novela, que no suele ser bueno escribirla a trompicones, pero este es un libro surgido por acumulación, sin agenda, digamos. A su aire. Como si se hubiese escrito solo, sin darme yo cuenta, y un día te dice: «Aquí estoy. ¿Qué vas a hacer conmigo?».
Poesía, cuento, microrrelato, aforismos… ¿van de la mano? ¿Tal vez tenga que ver su origen, la oralidad?
No lo sé. Supongo que los distintos formatos son el resultado de la aplicación de una metodología específica.
Desde luego son tiempos anómalos. Dice Antonio Lucas en uno de sus poemas, «lo extraño sirve para nacer de nuevo»… ¿coincide con esta apreciación?
Pues sí, pero no estoy seguro de que este correctivo, de que esta lección de humildad que estamos recibiendo nos haga rectificar nuestro comportamiento insensato como especie. Para este virus podemos encontrar un remedio, pero a ver qué hacemos cuando el planeta decida ponerse en nuestra contra. Ante las consecuencias del cambio climático, por ejemplo, no sirven de mucho las mascarillas ni las vacunas. Y está por ver que esto no sea una consecuencia tangencial de ese cambio climático.
Usted es ensayista, poeta, columnista, novelista… y en todos sus escritos destila un optimismo casi de superación, del seguir siempre adelante, de levantarse a pesar de los reveses, ¿somos optimistas contra todo pronóstico, como le he escuchado decir en alguna entrevista?
Eso va por días, pero en general soy optimista, que es un lujo que podemos permitirnos los pesimistas. Optimista en el sentido de sospechar que todo podría ser mucho peor de lo que ya es.
¿Nadie se libra del azar, del destino…?
Me temo que no, en parte porque no podemos calibrar la diferencia entre la voluntad y lo fortuito. A veces podemos incluso confundir la libertad con la fatalidad.
Decía Houellebecq que el problema de quienes no leen es que tienen que conformarse con la vida. ¿Tener el don de construir una vida y plasmarla en papel es casi una necesidad para que la realidad no te caiga a plomo?
Si tiene que caerte, te cae, por mucho que construyas realidades alternativas y mundos imaginarios. En contra de lo que piensan algunos, la realidad es mucho más potente que la ficción. Al fin y al cabo, nadie vive dentro de los libros, por mucho que los libros sean un simulacro o un reflejo de la vida.
La clase política tampoco está dando la talla y al mínimo respiro han tirado de enfrentamiento en el Congreso así como en las redes sociales. No aprendemos… «De cada lumbrera, calculo que nacerán unos diez millones de carajotes», esta frase suya sigue siendo gloria pura y de plena actualidad…
Es que si se empeñan en convertir una crisis sanitaria en una crisis política vamos mal. Se puede disentir de la gestión, claro que sí, pero no me parece decente convertir una calamidad de esta envergadura en un arma arrojadiza, en una pugna retórica. No creo que ningún gobierno esté preparado para gestionar con eficacia infalible una dislocación de la realidad de este nivel. Nadie puede acertar a controlar el caos sino de una manera caótica.
Hay un bellísimo poema de Jaime Gil de Biedma que describe en parte la realidad de España: «Y qué decir de nuestra madre España, este país de todos los demonios, en donde el mal gobierno, la pobreza, no son sin más pobreza y mal gobierno, sino un estado místico del hombre, ¿la absolución final de nuestra historia?». También dice César Vallejo: «España, cuídate España de tu propia España».
Por suerte, ambos poemas se refieren a otras épocas. Procuro no adscribirme a esa idea tremendista de España como un ente saturnal que devora a sus hijos. Tampoco a la patrimonialización de la patria, de las patrias. Prefiero creer en un buen funcionamiento del Estado. Lo de la patria debería ser un asunto privado y esencialmente emocional. Que cada cual tenga en la mente o en el corazón la suya, la que quiera y como la quiera, sin pretender imponerla. Una patria es al fin y al cabo una entelequia, mientras que el Estado es un mecanismo de ordenación social. El pragmatismo, en suma, frente al esoterismo.
Ramón Gaya, pintor y escritor al que usted admira, tenía una apreciación tan acertada como extraña: ‘Todo sucede un poco antes de suceder’… Todo esto se veía venir…
No sólo se veía venir, sino que los gobernantes de todo el mundo estaban avisados por los científicos del riesgo de una pandemia. No era cuestión de saber si se produciría o no, sino de saber cuándo y dónde. Y aquí la tenemos. El problema es que ningún gobernante invierte en posibilidades difusas y futuras. La inversión en investigación científica es ineludible, pero es casi lo primero que eluden. La política trabaja con vistas a resultados tangibles a corto y medio plazo.
Parece que se empeñan todos en que nos cueste encontrar coincidencias entre la política y las necesidades reales de la gente…
Es verdad que muchos políticos viven en una especie de intramundo que no tiene mucho que ver con la realidad común. En su burbuja. Lo que menos se entiende es que sean tan pendencieros y se comporten menos como miembros de una formación política que como integrantes de una mara. Parecen no caer en la cuenta de que la crispación retransmitida en directo y a todas horas no es un buen ejemplo cívico. La trifulca política viene de antiguo y cuenta con una larga tradición, pero si el mono evolucionó hasta poder convertirse en político, ¿por qué no puede evolucionar el político y convertirse en una persona al menos razonable y educada?
¿Vendrán más años malos y nos harán -no más ciegos- peores, parafraseando a Sánchez Ferlosio?
Los indicios no apuntan a que vayamos a mejor. Nuestra capacidad de escarmiento es bastante limitada. Por ejemplo, una pandemia se produce por la conjunción de un patógeno con una tasa muy alta de movilidad humana, y ahora muchos gobiernos sólo piensan en reactivar el turismo. Es decir, en extender aún más la pandemia, porque el virus sigue campando a sus anchas, sin otro enemigo que la falta de contacto. Entiende uno que hay que paliar la crisis económica, pero resulta un poco desconcertante que se recurra precisamente al factor que más puede agravar la situación sanitaria global y que, de rebote, puede acabar agravando la situación económica a medio plazo.
Por otra parte, afortunadamente, la poesía es una forma constante de no dejar descansar el ‘por qué’. ¿La poesía es belleza, pero también es reacción?
Puede ser muchas cosas. Me gusta entender la poesía, la que escribo, como un método de pensamiento, de razonamiento, más que como una descarga efusiva o que un objeto estético.
Escribir desde Cádiz desde luego imprime otro carácter, «una ciudad que transmite una rara variante de la melancolía: una melancolía optimista y liviana, grata de alojar en nuestro ánimo, porque no hiere», la describía usted. Dice James Ellroy, «la geografía es destino», ¿coincide con esta apreciación?
Sí, ¿por qué no? No creo demasiado en los hechos diferenciales, pero aquí tenemos, por ejemplo, una forma muy peculiar de relacionarnos con el lenguaje, y me gustaría pensar que eso se nota en mi escritura. Preferimos la formulación irónica al dictamen, la metáfora a la formulación literal. Nos gusta jugar con las palabras, que es un modo de jugar con nuestro pensamiento.
Volviendo a la situación actual, ¿qué papel debe desempeñar la cultura una vez superemos esta crisis?
Con que todo volviese a ser más o menos como antes me conformaría. Tampoco podemos esperar grandes milagros ni grandes transformaciones sociales. Aunque de un modo levemente distinto, todos volveremos a la casilla en que estábamos.
Por cierto, ¿cómo se presentan este verano las veladas en Rota con Luis García Montero, Almudena Grandes, Joaquín Sabina, Benjamín Prado, Miguel Ríos, entre otros, todo un canto a la vida, pero esta vez en pleno distanciamiento social y pertrechados con mascarillas?
Ya veremos. Si tenemos que llevar mascarillas, vamos a parecer una banda de forajidos. Supongo que este verano va a ser raro para todo el mundo. El verano es el tiempo de las expansiones, pero me temo que habrá que comprimirlas.
Y, ¿qué papel debe desempeñar la cultura una vez superemos esta crisis?
No lo sé. La cultura nunca deja de ser la Cenicienta del gran teatro del mundo. Sobrevive gracias a sí misma, por pura necesidad de trascendernos o al menos de sentirnos trascendidos.
¿Qué empieza diciéndose cada día que se levanta?
Vamos allá.
¿Qué echa más de menos?
Cenar con amigos, apoyar el codo en la barra de un bar y estornudar sin que te consideren un Chernóbil ambulante.
¿Qué es más necesario que el aire nuestro de cada día, que diría Jorge Guillén?
Tal vez el aire del futuro.
¿Qué está descubriendo sobre usted mismo?
Poca cosa. A estas alturas de vida, ya se tiene uno muy visto. No hay sorpresas destacables, y mejor así.
Y, ¿qué espera que aprendamos?
Deberíamos aprender tanto que lo más probable es que no aprendamos nada.