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Felipe Benítez Reyes: «Me conformaría con no convertirme en un negacionista de lo evidente, a pesar de ser esa una de las corrientes filosóficas de moda»


                           (Fotografía: Silvia Barbero)

Felipe Benítez Reyes es poeta, novelista, ensayista, columnista, atinado artesano del relato breve y todo lo que se proponga. La última vez que hablé con él, «allá por mayo era, por mayo», cuando España comenzaba la desescalada, el de Rota acababa de reeditar  Por regiones fingidas (Editorial Renacimiento) que el estado de alarma, decretado para contener la propagación del Covid-19, también paralizó como se paralizó todo. A la espera de reorganizar la ronda de presentaciones de su nuevo libro, Benítez Reyes no se quedó quieto y mientras preparaba nuevos proyectos  trabajaba en los que ya tenía delante. Dicho y hecho, además de un libro de poemas casi terminado procura finalizar una novela corta que empezó hace casi 20 años, «que es una de esas cosas que se te atraviesan y no sabes cómo resolver» (les cuento un secreto, está casi finalizada).

Ya está en las librerías su última novela, La conspiración de los conspiranoicos (Ed. Renacimiento), obra nacida al calor de las teorías negacionistas y conspiranoicas de esta pandemia, «que nos ha convertido a todos de repente en virólogos, en epidemiólogos y en inmunólogos. Si recopilásemos todo el conocimiento científico que hemos adquirido por ciencia infusa, el virus saldría por pies». Así, sirviéndose del humor y de la ironía, el autor lleva de la mano al lector que va reconociéndose y mezclándose por sitios maravillosos como esas calles, plazas y locales de Cádiz -el Liba, el Brim, el Café de Levante o el Casino- entre un batiburrillo de nombres protagonistas de esta época covidiana  desde George Soros, Bill Gates o Elon Musk, a artistas como Miguel Bosé o Bunbury o arrojados youtubers e influencers así como la tecnología 5G o los chemtrails tóxicos que han contribuido, entre otros factores como los discursos erróneos de políticos, a crear miedos y supersticiones. Benítez me resume el entramado de la novela, «las suposiciones conspiranoicas que circulan por ahí me dejaban boquiabierto, de modo que decidí meterme en la mente de unos conspiranoicos y procurar establecer una especie de discurso racionalizado a partir de la irracionalidad más desatada».

Si algo tenemos claro es que, vivimos permanentemente en la duda y «alguna huella psicológica nos quedará, porque no somos de piedra. Si te ves envuelto en un clima de pánico, de una manera o de otra el pánico te alcanza». Y afirma que «todo esto creo que ha potenciado más nuestra fragilidad que nuestra fortaleza». Las dudas no afectan a la seguridad con la que Benítez Reyes, entusiasta, pero sin alzar la voz, sabe que la vida es un don con luces, sombras y contradicciones. Y, como señalaba hace unos meses: «Me declaro devoto de las mentes conspiranoicas: a la vez que niegan la existencia del virus te revelan el origen sintético del virus. En conspiramisa, en fin, y conspirarrepicando, como si dijésemos».

Una conversación agradable sobre algunos espinosos temas de la actualidad que transcurre inquieta entre la amargura y la esperanza.

Vivimos aún días extraños desde la última vez que hablamos… 

Más que extraños, insólitos. Pero va uno acostumbrándose incluso a lo inimaginable.

Así lo canta también Kiko Veneno en su nuevo disco: «Son días raros / Nada está muy claro / Todo va a ir bien / Viajar en el tiempo / Me quedan tres intentos / Ya no sé qué hacer…». Lo que no sé es a cuántos intentos tocamos en total, a cuántos se refiere Veneno, lo digo por si nos encontramos en esa tesitura saber a qué atenernos…

En estos momentos, el curso de la realidad depende menos de nosotros que de ella misma. Me temo que sólo nos queda mantenernos expectantes, a la espera de no sabemos muy bien qué, como los personajes de El desierto de los tártaros, de Dino Buzzati.

El mundo está, ¿rematadamente enloquecido,  disparatado, a punto de caramelo, a la plancha, hecho un dolor…? ¿Cómo lo describiría?

No sé… Diría que en esencia está como siempre, aunque un poco peor.

Escribiendo esta novela, ¿ha logrado usted entender un poco al ser humano o con lo que ha visto ya lo da por imposible?

No estoy seguro de que un ser humano esté capacitado del todo para entender a otro ser humano, y menos aún a la Humanidad en pleno. Pertenecemos a una misma especie animal, pero casi todos somos animales peculiares, en el caso de que a menudo no parezca que venimos de planetas distintos.

Ante el desconcierto, el desconocimiento y la falta de información han surgido, por un lado, voces animistas (así se llaman) que culpan a fuerzas misteriosas que se están vengando por nuestro comportamiento: «Esto del coronavirus es una venganza de la Tierra», aseguran…

No acabo de ver clara esa atribución de cualidades y defectos humanos a la Tierra. La Tierra imagino que se rige por equilibrios medioambientales, no por pasiones. Lo que sí parece claro es que si alteramos esos equilibrios, el planeta se disloca, pero no porque tenga un temperamento, sino porque es un organismo.

Y, por otro lado, voces reivindicando el pensamiento mágico. Formas religiosas próximas a la superchería. Julián Marías decía que, precisamente, todo eso nace de la poca cultura religiosa. Recuerdo que Eugenio Trías planteó en Pensar la religión la importancia de la misma, pero en España este tema provoca todo tipo de incomprensiones, tanto que algunos le dijeron que si se había hecho budista, que si estaba financiado por el Vaticano…

La tendencia al pensamiento mágico está muy instalada en nuestra civilización, lo que tal vez reste un poco de credibilidad al concepto mismo de «civilización», porque ya hemos tenido tiempo de sobra para procurar que la razón prevalezca sobre lo irracional. Esta pandemia ha puesto en primer plano unas variantes muy pintorescas del pensamiento, en el caso de que hablar de pensamiento no sea una exageración. Si empieza a circular por ahí un virus y decides que todo se debe a una conspiración judeomasónica financiada por Bill Gates, con el apoyo del Papa de Roma y de los iluminatti, pues muy bien. ¿Qué debate cabe ahí?

Y de eso parte su novela…

Sí. Las suposiciones conspiranoicas que circulan por ahí me dejaban boquiabierto, de modo que decidí meterme en la mente de unos conspiranoicos y procurar establecer una especie de discurso racionalizado a partir de la irracionalidad más desatada. Ese es el entramado de la novela. Lo que me resultó más difícil fue no caricaturizar a quienes ya son caricaturas. Tenía que mantener una serie de equilibrios para no caer en la sal gorda ni en lo grotesco, ya que la materia era grotesca en sí misma.

Ernesto Sábato imprimía razón al tema de la religión, ya por aquella época, y decía, «pese al olor de la sangre, un tiempo espiritual está a las puertas, porque si no estaríamos irremediablemente perdidos»…

No sé, la verdad. Hoy hay mucha gente que entiende que la espiritualidad consiste en hacer a diario media hora de yoga y en encender unas velas aromáticas, en asistir a una novena o a una conferencia sobre los ovnis. El de espiritualidad es un concepto oscilante.

Eso sí, los dichos populares que nos han acompañado siempre son los más enternecedores, por ejemplo usted recordaba esa «bonita suposición popular de que la lluvia «arrastra» los virus. Esa idea de naufragio purificador»…

Sí, la gran ventaja de esta pandemia es que nos ha convertido a todos de repente en virólogos, en epidemiólogos y en inmunólogos. Si recopilásemos todo el conocimiento científico que hemos adquirido por ciencia infusa, el virus saldría por pies.

Es que desde marzo estamos viviendo un continuum de declaraciones contradictorias de nuestros políticos: discursos tan largos, ininteligibles, erróneos. ¿Nadie les aconseja que sobre todo sean cortos, directos y veraces? Pareciera que estuvieran hablando en glíglico (esa jerigonza creada por Cortázar en Rayuela jugando con las palabras…) ¿Qué sensación le queda tras cada aparición televisiva?

Si le digo la verdad, intuyo que los políticos de todo el mundo están en el fondo aterrados. En parte porque no saben casi nada de lo que está pasando ni sobre todo de lo que pueda pasar y en parte porque no tienen más remedio que aplicar aleatoriamente unas medidas para gestionar algo que no puede gestionarse del todo desde unos parámetros políticos. Se mueven en una fantasía reglamentista que, según vamos viendo, no sirve de mucho. Pero algo tienen que hacer, claro está. El problema no es sólo el virus. También lo somos nosotros.

Usted es muy activo en redes y cuando Fernando Simón y Salvador Illa dijeron aquello de recurrir a influencers no pudo evitar, con razón, tuitear: «¿Recurrir a los/as influencers para concienciar a la juventud sobre los riesgos de esta calamidad? Vale. Sin ir más lejos, pienso en una de tales influencers que recomienda el uso de antibióticos -y no estoy inventando nada- para mantener la tersura del cutis. Por ejemplo».

Es que suponer que los influencers pueden ser un vehículo de concienciación cívica es de una candidez que enternece, pero que también asusta. Un influencer está para otras cosas. No sé, para recomendarte una marca de ropa o un batido depurativo de alcachofa y cilantro, pero no para mucho más.

Sin ir más lejos, también querían contratar a youtubers y usted no pudo evitar escribir: «Argumento para Sófocles: Antígona tiene un hijo y le sale youtuber». Un dramón. Vamos, menos recurrir a gente preparada para sacar adelante a este país, echan mano de todo…

Insisto: si en medio de una pandemia se te ocurre que los youtubers pueden ser un factor de apoyo, o no sabes lo que es una pandemia o no sabes lo que es un youtuber. Prefiero inclinarme por lo segundo.

¿Es una faena esto de no tener demasiados buenos referentes en los que fijarnos…?

Creo que esos referentes los tenemos, y de sobra. Tal vez lo que pasa es que los políticos no quieren perder protagonismo frente a los científicos. Si un político habla, qué sé yo, de una reforma legislativa, me parece bien, porque está en su ámbito de gestión. Pero si habla de controlar un virus a golpe de decretos, no me quedo muy tranquilo, la verdad.

Tal vez ayudaría ver a nuestros gobernantes comportarse ejemplarmente ya que ellos nos piden tantos sacrificios…

Hay de todo. Mi impresión es que nuestros políticos intentan gestionar esto de la mejor manera posible, pero el problema es que no saben cuál es esa manera. Vaya en su descargo que no lo tienen fácil. Y nosotros tampoco es que simplifiquemos las cosas con nuestro comportamiento.

Pero nosotros acatamos todo: toques de queda, todo el mundo en casa a las 19:00h o a las 22:00h de la noche, según la comunidad autónoma. Es decir, que de complacientes y cándidos con los poderosos estamos en el top del ranking…

Lo que le decía: se trata de simular un control sobre lo de momento incontrolable. No creo, como muchos, que los políticos estén utilizando la pandemia para recortar nuestras libertades. ¿Qué ganarían ellos con eso? ¿A qué gobierno le interesa un escenario de ruina y de caos? La cosa es tal vez más sencilla: si una pandemia se origina por la conjunción de un virus y de la movilidad humana, la medida básica no es otra que la de inmovilizar a los reservorios potenciales, porque al virus no se le puede ordenar que no se mueva.

Me acuerdo de José Hierro cuando le preguntaron cómo lo llevaba: «Pues bien mal…», respondió. Hace poco tuiteaba usted con un ánimo algo parecido, «recordar «la vida» como algo abstracto: un fluir de gente por las calles, el rumor que salía de los bares, la despreocupación por nuestra corporeidad, sin temor a sus fragilidades. Y, de pronto, esta sensación de ausencia y de silencio»…

Bueno, son percepciones momentáneas. Estados de ánimo. Todo esto es raro. Y esa rareza está convirtiéndose en una rutina. Estamos en un momento en que no debemos fiarnos mucho de lo que pensamos, de lo que sentimos ni de lo que decimos.

Tampoco está mal un poco de silencio, es muy necesario en ocasiones. Más silencio y más darnos cuenta de lo que es esencial y de lo que es superficial…

Me gustaría ser optimista, pero no estoy seguro… Los cambios traumáticos no siempre son beneficiosos… Bueno, ni los cambios electivos tampoco.

Escribía usted en un artículo, recientemente: «De lo que no puede estar uno seguro es de que, una vez recuperada la economía, recuperemos también nuestros equilibrios emocionales, nuestro sentido de la sociabilidad o incluso nuestros antiguos temores». ¿Ya nada volverá a ser como antes, que cantaba aquel? ¿Algo muy fuerte se nos ha roto, realmente?

Cuando esto pase, creo que todo volverá a ser más o menos como era, tanto lo bueno como lo malo. Pero es posible que seamos, eso sí, un poco más neuróticos. Alguna huella psicológica nos quedará, porque no somos de piedra. Si te ves envuelto en un clima de pánico, de una manera o de otra el pánico te alcanza.

Se acaba de estrenar El arte de volver. En una escena del filme, la protagonista le dice a un taxista que no puede más. El taxista le responde: «Mi abuela solía decir que todos somos más fuertes de lo que pensamos»…

Es posible. Como también es posible que seamos más débiles de lo que pensamos. Tendemos a vernos como seres heroicos, pero hay ocasiones en que la realidad se encarga de bajarnos los humos. Todo esto creo que ha potenciado más nuestra fragilidad que nuestra fortaleza.

 ¿A qué se niega?

Me conformaría con no convertirme en un negacionista de lo evidente, a pesar de ser esa una de las corrientes filosóficas de moda.

¿Qué hace para no desesperarse?

De momento, he conseguido no desesperarme sin tener que hacer nada para no desesperarme. El fatalismo es un sentimiento muy triste, pero muy cómodo.

Regálenos, por favor, alguna receta para el alma…

Complicado… ¿No hacerle demasiado caso, como si no existiera, y dejar la cosa en suspenso hasta el Juicio Final?

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