La galería Rayuela sigue apostando, contra el viento de moda y la marea del desánimo, por la pintura. Esta vez con obras de Gabriel Schmitz, nacido en Bonn en 1970, que a pesar de haber encontrado hace 15 años acomodo en España sigue mirando como un extranjero, desde fuera, y sigue persiguiendo sus propias sombras expresionistas, como relata a cámara ante sus obras. Lo cuenta muy bien María Palau en la propia web de la galería y en el catálogo: “Como en un juego de locos, a Gabriel Schmitz le persiguen un sueño y una pesadilla. Sabe, como sabía muy bien Giacometti, que la pintura calma las heridas y al mismo tiempo las exterioriza con toda su crudeza. Paradójico combate onírico para poder comprender y captar lo esencial del ser humano. Hay algo muy etéreo en su obra –casi todo en su obra es sutil y frágil– que lidia con uno de los grandes enigmas del arte contemporáneo: la supervivencia de la pintura en un mundo de tanta sofisticación tecnológica, de tanta imagen fusilada y de gustos estéticos tan artificiosos. Pintar hoy no es ni una rareza ni un privilegio –qué más quisieran algunos–, pero su sentido, su razón de ser, se ha acotado radicalmente: hoy ya sólo pertenece al territorio de lo humano. Y ahí es donde pisa fuerte Gabriel Schmitz, en esa reserva en la que el alma humana exige algo más auténtico y conmovedor que una pintura que la represente con edulcorantes y sensiblerías. Representar, qué ilusión más bárbara en nuestros enloquecidos tiempos en los que la realidad ya no es singular, es múltiple y a menudo virtual. No hay nada que representar cuando de lo que se trata es de implorar un modo de sentir y de hallar la verdad de las cosas”.
Cuándo: Hasta el 31 de marzo
Dónde:
Galería Rayuela, Madrid