
“Nuestra época disfruta del beneficio de la precedente –y a menudo conoce muchas cosas no por su propio ingenio, sino apoyándose en fuerzas ajenas– y de la opulenta doctrina de los Padres. Decía Bernardo de Chartres que somos como enanos sentados a hombros de gigantes, de tal modo que podamos ver más y más lejos que ellos, mas no, ciertamente, por la agudeza de nuestra vista o por la eminencia de nuestro cuerpo, sino porque somos llevados en alto y elevados por su gigantesca estatura.
(Iohannes Sarisberiensis, Metalogicon, III, 4)
El pasado 6 de marzo nos dejaba José Ignacio González Faus, Chalo, para los amigos. Sin duda fue uno de esos gigantes a los que Bernardo de Chartres hacía referencia. Quienes le hemos conocido, o quienes le hemos leído, hemos podido ver más y más lejos de lo que jamás hubiésemos imaginado.
Desde niño destacó por su capacidad de trabajo y asimilación de lo estudiado. Por influencia paterna se acostumbró a leer mucho, estudiar y a trabajar su escritura. Hasta el final de sus días mantuvo dicha estructura, dedicando tiempo a la lectura, al estudio y a plasmar sus ideas por escrito. Ideas que le gustaba compartir, tanto con los allegados como de manera pública.
Tras entrar en la compañía de Jesús, estudió filosofía y teología. Pero era uno de esos sabios capaces de hablar sobre casi todo. Le gustaba, y mucho, leer sobre economía, política, y todo aquello que tuviera relación con la vida en sociedad y la vida particular de las gentes. Así lo atestiguan sus más de treinta de libros, treinta y siete cuadernos de Cristianisme i Justicia e infinidad de artículos, breves textos en blogs y medios de comunicación. Se trata de uno de los autores más prolíficos del panorama actual.
Pronto destacó como uno de los teólogos más relevantes del panorama español y con mayor reconocimiento a nivel internacional tras el Concilio Vaticano II. Su teología se plasmó en sus clases como profesor en la Facultad de Teología de Cataluña, en la Universidad Centroamericana de San Salvador, y en otras facultades a las que asistió como profesor invitado. También en el centro Cristianisme y Justicia de Barcelona, como iniciador del mismo y coordinador del área teológica durante veinticuatro años, impulsando cursos y publicaciones diversas.
Su cristología, La humanidad nueva, pronto le dio a conocer convirtiéndose en uno de los textos más importantes sobre el tema a nivel europeo. Obra que mantiene su vigencia, en la que presenta la cristología como estructuradora de la realidad. En ella sitúa a Jesús en el centro de nuestro acceso a Dios y de nuestra manera de comprender al ser humano. Se trata de una obra que vio su luz en la década de los setenta, y que colaboró a la relectura y reestructuración del estudio de la Cristología.
Posteriormente elaboró también una antropología teológica que recogió en Proyecto de hermano: visión creyente del hombre, que ha ido revisando y actualizando continuamente, publicando hace poco la última adecuación en tres tomos. Se trata de La inhumanidad. Reflexiones sobre el mal moral (Sal Terrae, Santander, 2021); Plenitud humana. Reflexiones sobre la bondad (Sal Terrae, Santander, 2022) y Llegar a ser lo que somos: hermanos (Sal Terrae, Santander, 2023).
A lo largo de su obra ha sabido mirar al mundo, la realidad, y percibir las preocupaciones de las personas, sus gritos de dolor, a la par que no ha dejado de hablar de Dios. Un Dios marcado por el amor y la misericordia que se nos hace presente y nos acompaña. Un Dios que se nos hace especialmente presente y real en la vida de los pobres, uno de los temas centrales de su teología y que comparte con la Teología de la Liberación con la que colaboró estrechamente. Uno de sus escritos preferidos fue Vicarios de Cristo. Los pobres en la teología y espiritualidad cristianas, donde recoge y comenta textos importantes a lo largo de la historia de la Iglesia que tratan de la centralidad del pobre en la fe cristiana.
Fue un gigante de la teología, que nos ha permitido seguir pensando y avanzando. Ha sido un referente fundamental en las facultades de teología de España y Latinoamérica. Dominaba como pocos el pensamiento filosófico y su historia, los textos de los padres de la Iglesia y las diferentes corrientes teológicas, así como las novedades que se iban publicando. Pero por encima de todo fue un hombre de una fe profunda, una sonrisa siempre dispuesta y una mirada inquietante, que te cuestionaba y te invitaba a seguir pensando.
Descansa en paz, Chalo, pero que tu vida nos sirva de acicate para continuar pensando y creciendo, para ver más y más lejos en la construcción de otro mundo posible y necesario.