El pesimismo es una tendencia a pensar que todo va mal. Hay un escritor norteamericano, Arthur Herman, que ha relatado el origen de esta actitud contemporánea. Recorre la historia occidental buscando los culpables de esa filosofía de la decadencia. Se remonta a Homero, encuentra ese fatalismo en Gobineau, en el historiador Burckhardt y en su discípulo Nietzsche, en Sartre y en los pensadores críticos de la Escuela de Frankfurt. Para Herman, el común denominador de estos escritores es su pesimismo; ellos dicen, básicamente, que algo va mal en la historia. Beben del romanticismo y del buenismo roussoniano y se indignan con el curso de los acontecimientos.
La derecha europea de principios del XX bebió de las mismas fuentes. Autoritarios, dictadores y predicadores del fascismo desarrollaron una retórica tremendista para azuzar a las masas. Tras el desastre bélico y el auge del liberalismo económico, el pesimismo infectó también a la izquierda y al socialismo cultural. Según Herman, ese germen se manifestó en el multiculturalismo, en el ecologismo radical y en las teorías de la superpoblación.
Herman estudia el pensamiento decadentista porque lo considera preámbulo de las visiones deterministas y de las doctrinas totalitarias. No propone un optimismo inconsciente, pero sí plantea que cada uno es libre y que las cosas pueden hacerse bien. Occidente tiene capacidad de levantarse, de superarse y de acelerar el ritmo de la historia. Sin duda, pertenece a la escuela liberal.
Herman plasmó esa teoría en 1998 y sería interesante saber qué piensa tras el 11 de septiembre de 2001, el descalabro financiero internacional y el descontrol del mercado capitalista. Quizá habría que poner en cuarentena algunas de sus tesis. Sería ventajista tacharle de ingenuo, pero los agoreros tienen más razones para el pesimismo en 2011 que en 1998. Siguiendo su discurso, se podrían plantear algunas cuestiones: ¿La idea de la crisis de la prensa es una más de esas facetas tremendistas? ¿El alarmismo sobre la muerte del periodismo proviene de mentes infectadas por el pesimismo cultural? ¿La obsesión por el futuro de los medios nace de ese fatalismo histórico?
Desde los ochenta, la academia periodística tiene pensadores muy críticos con la prensa de su tiempo. Robert McChesney es uno de los más conocidos y, por el título de sus libros, se entenderá: Tragedia y farsa: cómo la prensa americana vende guerras, empaña elecciones y destruye la democracia (2004); El problema de los medios (2004), Nuestros medios, no suyos (2002), Prensa rica, pobre democracia (2000) y, el más brillante, ¿Apagará las luces el último periodista en la tierra? (2011).
La escuela crítica en los estudios de comunicación indica que los males de la prensa provienen del poder empresarial, de los accionistas, de las fuerzas del capital que oprimen su dimensión cultural y social. Los magnates de los medios (Murdoch, Polanco, Agnelli, Kirch) y los reguladores permisivos son las habituales dianas de estos críticos. Estos estudiosos se centran en tres grandes temas: la voraz concentración mediática, la americanización de la cultura popular, la homogeneidad informativa fruto del pensamiento único. Tres aristas del mismo fenómeno. Para ellos, la convergencia tecnológica y la globalización económica han sido el viento que ha propagado esos males endémicos en el sistema mediático.
La crítica al estado de las cosas es natural en el ámbito periodístico. Debe controlar al poder y señalar qué hace mal. No viene mal que esa actitud censora también la asuma el ámbito académico, especialmente el que estudia a los propios medios. Sin embargo, algunos académicos están más empeñados en mostrar la oscuridad del sistema que en descubrir las excepciones. Los ensayos sobre la crisis de la prensa pueblan las bibliotecas, virtuales y físicas. Internet está plagado de comentarios sobre la muerte del papel. No es noticia el desencanto de la ciudadanía con los medios tradicionales. Razones no faltan para el pesimismo.
Crónica de la crisis
La industria mediática encara una de las crisis más importantes de su historia (señalaba la Organización para el Desarrollo y la Cooperación Económica, OECD, en 2010). El bajón económico y la consolidación de otras plataformas digitales retan su clásico modelo. Sin buenas cifras de audiencia no hay ingresos publicitarios. La fragmentación del consumo de noticias y la multiplicación de soportes publicitarios dejan a los medios periodísticos con las manos vacías. No es un problema de audiencia (hay más que nunca), pero los ciudadanos consumen noticias por otros cauces, como las redes sociales. Y si acuden a los sitios online, no quieren pagar. Los periódicos, las radios y las televisiones pierden seguidores; por el contrario, los nuevos medios ganan. Los ingresos publicitarios en internet han superado por primera vez en la historia a los medios tradicionales en Estados Unidos (estudios de eMarketer en 2010 e IAB en 2011). El escenario ha cambiado y la prensa ya no es un negocio tan rentable como antes.
Ese negocio nació en un contexto que ya no existe. Antes la información era valiosa, un bien escaso. Durante décadas, los periódicos funcionaban como si tuvieran una licencia para imprimir dinero. El papel aguantaba el peso de redacciones con cientos de trabajadores y llenaba los bolsillos de los accionistas. Pero el mercado digital es otra cosa, evoluciona rápidamente y rompe la cintura de los editores. Los lectores pueden acceder a las noticias desde medios gratuitos, en nuevas plataformas (iPhone, iPad, Kindle) y al instante. Las noticias ya no son lo que eran, no valen nada. Mejor dicho, sí valen, pero el coste de conseguirlas y publicarlas hoy es ínfimo. La prensa debe ofrecer algo más: noticias únicas con fuentes exclusivas, noticias mejor explicadas, noticias mejor empaquetadas, noticias bajo una marca diferenciada, noticias personalizadas, noticias con ciudadanos, noticias contrastadas. Es fácil escribir recetas, pero difícil aplicarlas. Una plancha hace más arrugas si no se usa bien.
Como los editores no encuentran el modelo sostenible, no pueden financiar plantillas amplias y periodismo de calidad. Tampoco los ingresos digitales son suficientes para alimentar diarios con decenas de redactores. ¿Cómo compensaría eso uno de los magnates criticados por los pensadores pesimistas? Recortando costes. Deben mantener los márgenes de beneficio porque deben satisfacer a sus accionistas. Desgraciadamente, esos costes suelen ser los de personal y los de agencias. No se puede recortar innovación y desarrollo (I+D) porque no hay. La falta de esos recursos reduce la calidad del reporterismo. Se pierden enviados especiales, desaparecen corresponsalías clave y se abusa de la información de agencias (Starr, 2009). En el Reino Unido han acuñado el término churnalism (periotimo o periodismo web-on, como dice Ander Izagirre) para hablar de ese fenómeno tan popular en la prensa: publicar, tras un refrito, notas de prensa, comunicados y demás documentos sin pasar por la criba inteligente y el contraste de fuentes.
Medios sin periodismo
Los editores tienen ante sí dos caminos posibles: a) periodismo low-cost: captar audiencias masivas con información barata, proveniente de agregadores de noticias u obtenida casi a coste cero (redactores mal pagados o blogueros gratuitos); b) periodismo de calidad: atender nichos específicos, con información exclusiva y de acceso restringido. Los editores que optan por la primera opción no se preocupan por la calidad periodística. Piet Bakker, un profesor holandés, identifica tres tipos de periodismo low-cost:
—Agregadores de noticias. Sitios en internet que se limitan a rastrear noticias y publicarlas según relaciones, temas y semántica web. Este modelo deja poco futuro al periodista, que es reemplazado por la tecnología, los algoritmos y los motores de búsqueda. El paradigma es Google News.
—Granjas de contenido. Según los términos más buscados en la web, estos editores contratan mano de obra barata (12 euros por artículo de 500 palabras), para producir artículos que se coloquen rápido y bien en los primeros puestos de los resultados de búsquedas. Los casos más conocidos son Demand Media y Quora (Estados Unidos), pero cualquiera sabrá de qué se trata si escribe en Google una pregunta sobre salud, que le remite a un foro donde un grupo de personas responde si su picor de oreja es por alergia o por el veneno de un mosquito.
—Sitios mantenidos por blogueros comprometidos. Con la apariencia de diario digital, estos sitios, muy actualizados, distribuyen rápido su contenido en las redes sociales y generan eternos foros de debate político. The Hufftington Post es el más conocido, emplea a unos cinco mil blogueros que trabajan gratis. Se les retribuye en función de los clicks que generan. Así, la propuesta periodística de estos editores se reduce a la publicación de noticias sensacionalistas, al bipartidismo ideológico y a la polémica interminable.
Si algunos editores han optado por el periodismo low-cost, otros ofrecen periodismo de calidad, pero no todos saben cómo hacerlo más rentable. The Economist, la revista semanal británica, una institución periodística, es una excepción: ha incrementado sus beneficios durante los últimos cinco años. Sin embargo, The Guardian, The New York Times, El Mundo, El País y muchos otros clásicos de la prensa pierden dinero u obtienen menos beneficios. La opción del muro de pago (paywall) propuesta por el diario neoyorquino fue la gran noticia de comienzos de 2011. Tras medio año, nytimes.com ha perdido entre un 10% y un 20% de visitas. Es unánime la impresión de que The Guardian ofrece un periodismo de calidad e innovador (datos abiertos a los lectores, crowdsourcing, infografía online). Pues su compañía matriz ha perdido en 2011 unos 37 millones de euros, según The Economist. Este año el diario de Alan Rusbridger ha abierto sede en Nueva York, se consolida como diario de referencia mundial y casi alcanza al nytimes.com en visitas. Pero no despeja las dudas: la publicidad online no puede soportar el peso de la pérdida de los ingresos del papel.
Además estos diarios no desempeñan tampoco el papel que supuestamente deben. En septiembre de 2011 culminó el acuerdo entre cinco diarios internacionales y WikiLeaks, después de que Julian Assange decidiera divulgar una parte de los cables vulnerando el anonimato de algunos informadores. The Guardian condenó tal acción en un
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editorial que simbolizó el divorcio entre ambas partes. Los periódicos reclamaron su parte de mérito: sin nosotros, dijeron, las filtraciones son papel mojado. Los reporteros y los editores reivindicaron su labor de contexto y sentido. Pero Julian Assange destapó algunas de sus rutinas y también algunos de sus problemas.
El órdago WikiLeaks
La historia arrancó en junio de 2010. Bill Keller, editor de The New York Times, recibe una llamada confidencial de su homónimo en el diario británico The Guardian, Alan Rusbridger. Una organización secreta, liderada por un misterioso Julian Assange, ofrece documentación sobre las guerras de Afganistán e Irak, cientos de cables diplomáticos de los Estados Unidos y documentos sobre Guantánamo. WikiLeaks se conocía entonces por la difusión cuasi propagandística de un vídeo del ejército americano en el que se muestra el asesinato de dos periodistas de Reuters y varios ciudadanos iraquíes. En noviembre de 2011 se cumple un año de la publicación de los cables diplomáticos. Rotas las relaciones entre esos medios y Julian Assange, surge una pregunta: ¿Hicieron bien su trabajo los periódicos implicados? La respuesta no es fácil.
Durante 2010 y 2011, varios profesores de la Universidad Miguel Hernández estudiamos las estrategias editoriales de esos medios (The New York Times, The Guardian y El País) y concluimos que cada uno se implicó de una forma distinta. El periódico estadounidense actuó como mediador con el gobierno de los Estados Unidos y se esforzó en el control de la información más delicada. El diario británico, cabeza de la coalición, lideró la investigación y desarrolló estrategias más innovadoras. El País, como sus socios alemanes (Der Spiegel) y franceses (Le Monde), sin embargo, dependió de las coberturas y de la criba desarrollada por el equipo de periodistas situado en Londres. Es cierto que todos los medios tuvieron acceso al material, antes que nadie, pero también es cierto que desde The Guardian se determinó en mayor medida la agenda de temas.
Una profesora alemana hizo un estudio comparativo de los cinco medios europeos que informaron sobre los papeles filtrados por WikiLeaks. A pesar de las autoalabanzas, grandes lemas y publicitadas campañas, la cobertura de la filtración fue más escandalosa que analítica, más opinativa que profunda, más centrada en el espectáculo que en el control del poder político. La profesora alemana Andrea Czepek analizó más de 1.200 noticias en artículos y piezas televisivas en Francia, Alemania, España, Suecia y Reino Unido.
En lugar de investigar la información disponible gracias a WikiLeaks, los medios, en general, centraron sus coberturas en la caza a Julian Assange por las acusaciones de abuso sexual, mientras ignoraron la información publicada. Esta investigadora defiende que, a pesar de las diferentes culturas periodísticas de cada sistema mediático, hay una tendencia homogénea hacia lo superficial, al sensacionalismo y a las noticias de cotilleo.
El pesimismo ha calado tan hondo que los legisladores abren procesos consultivos sobre el futuro de la prensa (la Comisión Federal de Comunicaciones, en Estados Unidos; Sarkozy en Francia). El debate sobre los subsidios del Estado se ha convertido en un de esos temas frecuentes en congresos sobre el futuro del periodismo. Desde las páginas de The New York Times, dos economistas defendieron la necesidad de rescatar a la industria de los medios apelando a la salud democrática de Estados Unidos. Incluso Lee Bolinger, rector de la Universidad de Columbia, hizo una encendida defensa de la ayuda pública a la prensa en uno de los diarios más ortodoxos del liberalismo, The Wall Street Journal.
Durante los últimos cincos años surgen instituciones, universidades o familias multimillonarias que fundan medios sin ánimo de lucro. Desde 2000 el número de esos centros de investigación se ha más que duplicado (de 15 a 40). En Estados Unidos, las redacciones de periodistas investigadores enfocados en temas de interés público tuvieron su recompensa con el Pulitzer de ProPublica en 2010. Casi el 80% de los centros como el de la familia Sandler, han nacido durante los últimos cinco años.
Periodistas sin redacción
El crecimiento de esas opciones refleja la crisis de la industria, pero no del periodismo. Los medios tradicionales no pueden o no quieren financiar a los reporteros porque no entran los anuncios ni los lectores pagan por el acceso. Si la prensa dedica menos recursos al periodismo de investigación, los verdaderos periodistas (no aquellos del periodismo web-on) tienen menos opciones, salvo dos o tres grandes excepciones. Ahora, aparte de las fundaciones y de los centros financiados por familias adineradas, los periodistas sin redacción pueden acudir al crowdfunding. Este proceso ayuda a los reporteros a superar las limitaciones financieras mediante una plataforma donde obtiene donaciones económicas directamente de los usuarios. Los lectores pueden sugerir temas que merecen ser investigados y, de alguna forma, se reduce esa carencia del mercado.
En Estados Unidos este modelo ha cuajado, aunque algunos lo ridiculizan y consideran que no será suficiente para mantener a flote el Titanic de la prensa. España ya cuenta con dos plataformas de crowdfunding (Verkami.com, Lanzanos.com) y también con proyectos aislados de financiación en red de relativo éxito, como Panenka y Orsai. Ésta es una revista con cuatro números publicados que ha cobrado por los ejemplares antes de ser editados, imprimidos y distribuidos. El control de la demanda es perfecto, pues se imprime lo que se vende. Los editores apelan a la confianza de los lectores en el creador del proyecto (Hernán Casciari) y, como parece indicar, los lectores obtienen su recompensa al pertenecer al selecto club de lectores. Así funciona, básicamente, el crowdfunding: si los reporteros generan esa confianza en su trabajo obtienen financiación antes de desarrollarlo y los lectores que les apoyan reciben a cambio la recompensa simbólica de ver publicado ese tema.
El caso más famoso es el de la plataforma Spot.us, dedicada exclusivamente al periodismo financiado por la comunidad. David Cohn la fundó en 2006 y su fama ha generado otros proyectos similares en Canadá, Francia, Italia o Brasil, no todos con la misma suerte. Este concepto propio de la economía en red ha cuajado muy bien en otros sectores creativos, como la música, el cine, la ingeniería o la literatura: Kickstarter.com, Sellaband.com, Indiegogo.com, Mymajorcompany.com y otras tantas plataformas funcionan como lugar de encuentro entre creadores y financiadores. Las webs se quedan un porcentaje de la transacción (suele ser un 5%) para mantener su negocio. Se estima que este modelo ha generado unos 80 millones de dólares (60 en euros) gracias a las donaciones de casi un millón de personas. Kickstarter, desde Nueva York, es el líder de ese grupo: se han financiado exitosamente 12.000 proyectos que han obtenido unos 35 millones de dólares (25 millones si lo contabilizamos en euros). Este no es un modelo sustitutivo, por supuesto, pero sí puede ser sostenible.
No se sabe si Herman tenía razón en aquel libro de 1998. Es posible que Occidente se haya impregnado de la idea de la decadencia, también en lo que respecta al análisis sobre la industria de la prensa. Sin embargo, también hay motivos para el optimismo, incipientes, escasos, pero los hay. Parece que solo desde la sociedad, desde las generaciones emprendedoras, se podrá salir de esta.
Miguel Carvajal (Murcia, 1978) es profesor en la Universidad Miguel Hernández de Elche. Especializado en el ámbito de la economía de los medios, ha trabajado como investigador visitante en Fordham University (Nueva York). En la actualidad participa en varios proyectos de investigación sobre periodismo digital desde el punto de vista económico.
En Twitter: @sintomatico