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Mientras tantoLa educación del estoico

La educación del estoico


 

El lunes pasado, después de celebrar a San Expedito, me quedé pensando en que ahí está la trampa: en ese anhelo de un camino sin obstáculos. El deseo de facilidad es el preludio de la ineficacia. Recordé esta reflexión de Alain en su libro sobre Spinoza:

 

El error de los errores consiste en querer ser libre al margen del obstáculo, lo cual hace que nos lamentemos de las dificultades que, por el contrario, nos fortalecen tan pronto como uno acepta extenderse sobre ellas y en cierto modo fiarse a ellas por completo.

 

Y me acordé también de la paloma kantiana que, según Juan de Mairena, “al sentir en las alas la resistencia que le opone el aire, sueña que podría volar mejor en el vacío”. Es decir: «ignora la ley de su propio vuelo». De igual modo, el devoto de San Expedito quizá sueñe con un almanaque blanco, en que todos los días sean el día cero. Es una pulsión claramente nihilista, como la que alienta al pessoano Barón de Teive en La educación del estoico. He leído recientemente el librito y no se me ha quitado esta frase magnífica:

 

Lo que me llevará al suicidio es un impulso como el que nos lleva a acostarnos pronto.

 

Acostarnos pronto y liquidar la jornada. Así Noodles en Érase una vez en América, cuando, a la pregunta de qué ha hecho todos los años que ha pasado fuera de Nueva York, resume su vacío con esta frase: «Acostarme pronto». Como Proust al principio de su Recherche: “Mucho tiempo he estado acostándome temprano”. Yo he pasado muchos años con la cabeza fuera del tiempo. Sintiendo sólo las rugosidades, las asperezas –en un ámbito cortado, en el que no se puede hacer nada, o se hace dificultosamente. Como el bañista con medio cuerpo fuera, o con la cabeza fuera, al que le azotan las olas. Sólo si se sumerge fluye –hay que meterse en el mar del tiempo.   

 

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