
Como sabéis recientemente se han cumplido diez años desde que las Torres Gemelas de Nueva York se desplomaran. Historiadores y sociólogos dicen que ese día marcó un cambio a nivel global, que el mundo nunca volvió a ser el mismo, que comenzó una nueva era… probablemente sea cierto. Sé que se ha escrito muchísimo sobre todo esto, que hay teorías conspirativas y millones de interpretaciones tanto de lo que ocurrió aquel once de septiembre, como de los sucesos que resultaron de aquello; todo muy interesante, todo muy relevante, sin duda, pero hoy no vengo a hablar sobre eso.
El miedo como instrumento de control, el miedo como justificación, el miedo como venda en los ojos y como narcótico social. El otro día oí en un telediario que existía “cierta polémica” con el uso de las cámaras de vigilancia colocadas en la vía pública, la presentadora decía que el debate estaba entre los que afirman que son una invasión de la intimidad de las personas y los que las consideran necesarias para cuidarnos de las incontables amenazas que representan nuestros vecinos -a los que por supuesto tenemos miedo-. Aquí entra en juego la manipulación del lenguaje. Las cámaras no nos cuidan, nos vigilan, de ahí que se llamen ”cámaras de vigilancia” y no “cámaras cuidadoras” sin embargo a alguien se le ocurrió que el nombre daba demasiadas pistas y decidió introducir el término “cámaras de seguridad” porque entendió que todo el mundo quiere estar seguro, o mejor, sentirse seguro lo esté o no.
Las preguntas que me surgen son muchas ¿Estoy más seguro sabiendo que alguien me está vigilando? ¿No sería más seguro que nadie grabara lo que hago para que después no se pueda usar indebidamente? ¿Me han pedido permiso? ¿Quién se arroga el derecho husmear en mis asuntos en nombre de mi propio bienestar? Los delitos son la excepción, no la norma ¿es la excepción la que debe regir nuestro día a día? ¿De verdad tenemos tanto miedo como para aceptar que cada vez que vamos a la Plaza Mayor de nuestra localidad quedemos registrados en unos discos duros misteriosos que no sabemos bien quién los gestiona? He oído a mucha gente -demasiada- aquello de que “si no estás haciendo nada malo ¿qué más te da que te graben?” Supongo que ese comentario viene de que no todos tenemos la misma concepción de intimidad. Antes de que me hagan una fotografía, yo exijo que me pregunten si quiero hacérmela ¿Qué motivo puedo tener para no querer? A lo mejor ninguno, pero aún así pregúntame. No acepto que nadie me meta la mano en los bolsillos, o que mire dentro de mi cartera ¿Es porque oculto algo? No, es porque defiendo mi intimidad, y me gustaría pensar que soy yo quien la gestiona, no una institución.
Algunas ciudades españolas -Torrejón, la mía, es un claro ejemplo- han decidido vallar sus parques públicos y cerrarlos por las noches. El motivo es que en esos lugares a ciertas horas pueden realizarse actos ilegales y que, además, algunos individuos se dedican a destrozar el mobiliario común. Mi lógica de persona de a pié no comprende este razonamiento… si alguien presuntametne incumple con la ley, según nuestras normas, ha de ser perseguido, capturado y puesto a disposición judicial para, en su caso, recibir el castigo oportuno. Si yo -persona real- quiero bajar a las dos de la mañana al parque público -y por tanto tan mío como de cualquier otro ciudadano- con mi chica a ver las estrellas, no puedo porque alguien ha decidido que existe la posibilidad de que una persona no definida haga algo, igual de indefinido, que aún no ha hecho… Nuestros representantes políticos no se fían de nosotros y, ante la presunción de que podemos hacer algo incívico, nos quitan el derecho a pasear por donde nos dé la gana a la hora que nos dé la gana. ¿Nuestra respuesta? Silencio y acatamiento.
Hablan de seguridad y nosotros tragamos, nos dejamos toquetear en los aeropuertos por extraños,vigilar por extraños a través de cámaras -en ocasiones ocultas-; permitimos que fotografíen la matrícula de nuestro coche cuando entramos en un túnel, o en un aparcamiento, recelamos del homosexual porque va a destrozar el concepto tradicional de familia, recelamos de inmigrante porque vienen a robar, recelamos de los musulmanes porque son terroristas radicales sanginarios, recelamos del profesor de nuestro hijo porque puede ser pederasta… recelamos de todos menos de aquellos que nos inculcan el recelo, el miedo.