
– De todas formas- dice Ismael, cambiando de tema-, si vuelven a disparar más cohetes le calcularé en un momento a qué distancia estamos de la plaza mayor
Tampoco está mal que se entretenga pensando en cosas que no tengan nada que ver con su mujer. La operación de los cohetes, por lo demás, es muy simple. Basta con multiplicar el número de segundos que transcurren entre el estampido del cohete por trescientos cuarenta, que es el número de metros por segundo que recorre el sonido por el aire.
Tal vez esta noche no sirvan los parámetros de siempre, pero Ismael espera en silencio y empieza a contar en voz alta apenas estalla el segundo cohete.
– Seis segundos- dice luego-. Si multiplicamos esos seis segundos por trescientos cuarenta metros nos dan dos mil cuarenta metros. Más o menos, dos kilómetros. ¿No le parecen demasiados para recorrer a la pata coja?
Esta bitácora aparece esta semana con vocación de servicio púbiico, queremos ofrecer herramientas para la vida cotidiana, sacar al McGyver que todos llevamos dentro a través de la Física recreativa. Hablábamos la semana pasada de que el sonido, como onda mecánica, necesita un medio para propagarse. Concretamente, cuando ese medio es el aire, lo hace a unos 340 m/s. La luz en cambio lo hace mucho más rápido, instantáneamente para las distancias a las que estamos habituados. Y de esta diferencia viene el método que comenta el texto y que suele usarse también en las tormentas, midiendo el tiempo que transcurre entre un relámpago y el trueno. Cada tres segundos por tanto el sonido recorre 1 km más o menos, luego son correctos los cálculos del texto de Javier Tomeo.