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La ‘paz total’ colombiana, en cuidados intensivos. Una mujer, Vera Grabe, intenta persuadir al Ejército de Liberación Nacional

Vera Grabe

La paz total, ambiciosa política del presidente de Colombia, Gustavo Petro Urrego, permanece, según voces del propio Gobierno, en cuidados intensivos. El plan para poner fin a más de seis décadas de conflicto interno mediante el diálogo con diferentes organizaciones armadas se ha visto manchado por el recrudecimiento de la violencia en varias regiones del país. Estas condiciones han llevado al Gobierno a pasar de nueve mesas de diálogo, a hablar con el que se pueda. Las conversaciones con el Ejército de Liberación Nacional (ELN), fueron las primeras instauradas por el presidente tras llegar al Palacio de Nariño. Una negociación truncada, en la actualidad, por la ofensiva del grupo subversivo (y de las disidencias de las FARC) en el Catatumbo, que ha dejado más de 80 muertos y 50.000 desplazados en esa región fronteriza con Venezuela que, según Petro Urrego, el ELN mantiene como un enclave cocalero por instrucciones de carteles mexicanos. Sin embargo, las dificultades vienen de más atrás. El proceso estuvo congelado gran parte del año pasado por una serie de desentendimientos que impidieron acordar avances fundamentales, como la renovación del acuerdo de cese al fuego, que expiró el pasado 3 de agosto. Vera Grabe Loewenherz es la jefa negociadora del Gobierno con el Ejército de Liberación Nacional, el diálogo más avanzado con el que es el grupo guerrillero más antiguo del país y del continente americano, y durante el cual se han alcanzado acuerdos históricos como el cese al fuego (y sus mecanismos) y la firma del primer punto de la agenda de paz: un modelo de participación de la sociedad.

—A partir de un artículo leído en la prensa europea, ¿se puede decir que la paz en Colombia está bajo ataque?

—Uy, pues la paz no es un esfuerzo fácil en Colombia, porque es un país de violencias cruzadas, de múltiples actores, de una historia de disidencias; es decir, es un panorama complejo que implica también tratamientos complejos y caracterizaciones renovadas. Por supuesto, también nos estamos moviendo en un contexto político, entonces, también hay sectores a los que les interesa de alguna manera decir que esto no funciona. Incluso ha surgido o existe lo que llaman ahora una narrativa que, más o menos, le echa la culpa de la violencia a la paz. Pero eso es una interpretación errónea, porque la paz total y todos los esfuerzos buscan ayudar a superar esto, lo cual obviamente no es fácil. Como estamos viendo, esto no tiene un remedio fácil, implica mucha paciencia, implica mucha dedicación, implica estrategias y, sobre todo en este momento, estar también evaluando qué ha funcionado, qué no ha funcionado, qué se puede mejorar, hasta dónde se puede llegar bajo este Gobierno. Es decir, el momento actual plantea también una serie de preguntas.

—La paz total ha sido bandera del presidente Petro, y pese a los múltiples esfuerzos y a la buena voluntad de Gobierno parece que no ha dado resultado. ¿Cree usted que esa fórmula de diálogo y negociación con todos los grupos delincuenciales, por los menos los más importantes, funciona? ¿Se logrará la paz total en el año y medio que le queda a este Gobierno?

—Primero, yo no diría que no ha resultado; es decir, aquí hay un acumulado, aquí hay avances. Lo que pasa es que no son todos los deseables. Pero decir que no ha funcionado, yo creo que no es correcto. Por supuesto, las velocidades que se quieren tener para estos procesos no son tan fáciles, porque los actores son complejos, porque la realidad institucional del país es compleja, y una de las cosas más complejas son los enfrentamientos entre los diferentes grupos armados en territorio. Fíjese, lo que ha marcado mucho las últimas crisis es lo que pasa en los territorios y cómo se enfrentan los grupos y repercuten en la población. Eso es lo que finalmente hace tan grave y complejo todo este proceso, ¿no? Por supuesto, una de las grandes crisis y lo que estamos atravesando hoy es la operación y el ataque que hizo el ELN en el Catatumbo, que por supuesto puso en jaque este proceso. Ahí por más voluntad que haya se dificultan las cosas, lo cual no quiere decir que lo acumulado, lo hecho, lo que se ha avanzado en términos de participación de la sociedad civil no haya que rescatarlo. Yo creo que hay que valorar con mucho cuidado, y no se puede decir que esto no ha funcionado. Negar cualquier esfuerzo no le ayuda la paz. Yo creo que se trata de evaluar, mirar qué funciona, qué no funciona y por supuesto, sobre esa base, pues ver cómo se puede seguir.

—Sí, lo que pasa es que, por estos días la opinión pública, los medios de comunicación, sectores políticos, hablan de que la paz total no se logró. ¿Será solo pesimismo y esos procesos de paz si se están moviendo y se está verdaderamente logrando algo?

—Pues habría que evaluar cada uno de los procesos. Hay varias mesas andando, tienen desarrollos diferentes, y se han presentado situaciones complejas como la detención de uno de los negociadores en el caso de la mesa de la Segunda Marquetalia, que genera también la pregunta a los actores armados sobre qué garantías tenemos para sentarnos a negociar. Valdría la pena todo un balance de cada uno de los procesos y qué es podemos considerar avances, porque avances no son solamente el final de un proceso, sino también los logros parciales que se puedan obtener. Yo creo que en el caso del proceso en el que yo estoy, este tema de la participación ha sido muy importante. Ahora está detenido, pero yo creo que se puede retomar sobre nuevas bases; por lo menos ese es uno de los propósitos que tenemos en esta delegación de gobierno, a pesar de que el proceso está detenido y la mesa está suspendida. Consideramos que un actor central es la sociedad, que tiene que asumir también su responsabilidad en los procesos: no se puede quedar quieta, se puede mover, puede demandar, puede presionar, porque también hemos visto cómo ayuda cuando la sociedad se pronuncia, cuando la sociedad demanda que hay que volver a los procesos. Entonces, más que ser o no pesimistas, tenemos que ver cómo podemos actuar. Si queremos la paz, si insistimos en ella, si tenemos un sentido de responsabilidad con ella, buscar cómo seguir moviendo la paz. La paz es la paz de las mesas, por supuesto, pero también es la paz como participación de la sociedad. Es algo que no se puede olvidar y algo que no podemos descuidar. Por eso hacemos siempre un llamado a que la sociedad civil ocupe también su lugar en la responsabilidad con la paz.

—Y, ¿cree usted que, del otro lado, específicamente en el proceso que usted ha liderado, con el ELN, sí hay voluntad de paz?

—Pues yo creo siempre que hay que seguir apostando a la voluntad. Además, que la voluntad y las decisiones de paz también se construyen, ¿cierto? Esto no se puede dar por hecho; y depende también de los procesos que viven las organizaciones, las dinámicas que tienen. Eso todo hay que tenerlo en cuenta. En el caso del ELN ahora nos hemos encontrado con un hecho tan grave que hace dudar de su voluntad de paz, eso se cae de su peso. Sin embargo, siempre apuesto a que haya una reflexión, que haya una reconsideración, que se valore lo construido, porque finalmente el ELN también fue parte de todo ese proceso de participación y asumió también un compromiso con la población. Yo esperaría que valore, reconsidere, y sobre todo que sea consciente de la cruel afectación de esta confrontación en la gente. Y si tiene un compromiso con la población, si tiene un compromiso con el pueblo, se esperaría que se repiense, se reevalúe y que de verdad tenga conciencia que la única ruta que tenemos es la paz. La guerra no da resultado, ya estamos viendo el dolor que genera, ya sabemos lo que pasa. Finalmente, si el ELN se considera una organización que quiere cambios para el país tiene que pensarse la paz en serio.

—Sí, justamente, doctora Grabe, ¿en qué puntos considera usted que debería ceder el ELN?

—Yo creo que un tema elemental, principal, es el respeto a la población civil. Es decir, esto no puede funcionar, ningún proceso funciona si no hay respeto a la población civil. Y también asumir otra actitud frente a este gobierno, si quiere caminar hacia la paz con este gobierno, y si se ve en la transición de la paz. Pero lo primero es la población civil, lo primero es el respeto a la población civil y tener en cuenta todas las dinámicas territoriales, tener en cuenta la voz de la gente. Creo que eso es un punto de partida fundamental.

 

—Antonio García, máximo líder del ELN, aseguró esta semana que se ha construido una narrativa para atentar contra sus estructuras. Una narrativa de que la suya es una organización con fines armados, alimentada, incluso, por el Gobierno Petro, y a la que califica como “doctrina nazi”. García ha asegurado, en múltiples ocasiones, que el Gobierno ha incumplido los acuerdos pactados en las conversaciones iniciadas en noviembre de 2022 en Venezuela y, en una entrevista con la revista Semana, de Colombia, aseguró que las actitudes del presidente Petro hacia ellos son “mentirosas, manipuladoras y de ausencia total de verdad”. ¿Es verdad lo que dice Antonio García sobre la supuesta narrativa creada en su contra? ¿De verdad el ELN, todavía, tiene fines políticos y sociales?

—Yo no voy a polemizar con Antonio García, porque me parece que su manera de abordar los temas, la manera de plantear sus cosas no es un lenguaje de paz y diálogo. Sobre los fines políticos, pues uno esperaría que sí existan, aunque los métodos que usan no parecen coherentes con los fines, y surge la pregunta ¿cuál es su voluntad? Si uno no respeta a la población, si uno no tiene en cuenta a la gente, ¿cuál es su sentido político?

Grabe Loewenherz ha dedicado buena parte de su vida al trabajo por la paz. Nació en 1951. Es hija de inmigrantes alemanes que llegaron a Bogotá huyendo de la crisis de la Alemania posguerra. Estudió antropología, primero en la Universidad Nacional y luego en la de Los Andes. Fue en esa época, hacia 1972, y cuando tenía 21 años, cuando empezó su acercamiento a lecturas de izquierda que le proporcionaban amigos que ya militaban en Comuneros, el núcleo fundador del Movimiento 19 de abril, M-19, del que luego hizo parte. Militó –y ocupó altos cargos– durante 16 años en esa guerrilla que se desmovilizó en 1990, luego de un proceso de paz de dos años con el Gobierno de Virgilio Barco, presidente entre 1986 y 1990, tras el cual se convirtió en representante a la cámara, por el partido Alianza Democrática M-19, surgido con la firma de la paz. Pero su experiencia en este tipo de procesos va más allá. Es fundadora, junto con otras personas que formaban parte de negociaciones del mismo tipo en los años 90, del Observatorio para la Paz. Se graduó como doctora en Paz, Democracia y Conflicto en la Universidad de Granada, en España, y en 2014, formó parte de la comisión asesora del Gobierno de Colombia en el proceso de paz con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).

—Un informe de Naciones Unidas, publicado el año pasado, da cuenta de que, en 50 procesos de paz desarrollados en el planeta solo hubo un 9,6 % de participación femenina en los equipos negociadores. ¿Qué representa para usted ser la cabeza de una negociación tan importante?

—Primero, en nuestra delegación, además de una jefatura femenina, la mitad somos mujeres. Mujeres con muy diferentes trayectorias y experiencias, lo cual es muy importante. Por lo tanto, representa una enorme posibilidad, pero también un reto sobre cómo abordar todos los temas de género, propiciar la participación de las mujeres en la paz, recoger toda la experiencia que hay, que obviamente va mucho más allá de nuestra mesa. En el movimiento social por la paz la presencia femenina es muy alta y eso no se refleja siempre en las negociaciones, pero en el caso nuestro la alta presencia de mujeres hace una diferencia. Para mí ha significado personalmente un reto inmenso, porque no es tan fácil, porque los contextos de las negociaciones están cargados de lógicas patriarcales, pero finalmente se trata de hacer de esto una posibilidad, ver cómo se introduce una perspectiva de género en las negociaciones, cómo nos hacemos más visibles,  cómo mostramos que existe un abordaje de la paz como postura, cómo lógica que tenemos las mujeres, que contribuye a nuevas formas de dialogar y comprender estos procesos en clave de cultura de paz.

—Sobre las lógicas patriarcales, ¿ha sentido algún tipo de rechazo o resistimiento a que usted desempeñe ese rol?

—Ha habido acogida, pero igualmente, al tiempo que al comienzo mi presencia fue saludada, me sentía invisible inicialmente a la hora de las conversaciones porque ya existía una dinámica establecida, y mi manera de abordar, dialogar y presentar mi visión era algo distinta a la existente. Como siempre, las mujeres tenemos que demostrar que podemos, que somos capaces, y, en este caso, además, que la manera de abordar el proceso puede ser útil. No dejaban de existir recomendaciones en el sentido de decir que debía hablar suave, que no fuera tan emocional, que mi cara no debía expresar lo que sentía, que no debía manifestar mis emociones. Cosas por el estilo. De otra parte, hubo y ha habido apoyo de grupos y plataformas de mujeres de la sociedad civil, de comunidad internacional buscando cómo fortalecer no sólo nuestra presencia sino nuestro enfoque de paz como cultura a las negociaciones. Hemos pensado en desarrollar una política de paz feminista y trabajar el tema de la seguridad desde la perspectiva de las mujeres, pero con la suspensión de las negociaciones, por ahora es más una reflexión y elaboración propia que de la Mesa.

—¿Cree usted que sean más eficaces los procesos de paz liderados por mujeres?

—Uy, ojalá así fuera, ojalá sucediera. Si se entendiera así sería una maravilla. Creo que las mujeres sí aportamos una manera de ver que podría, si se entiende esa lógica, ser muy eficaz. Creo que la profundización de las lógicas de paz en las negociaciones sería un aporte: no es justificar ni aceptar, sino de comprender qué pasa del otro lado. El integrar y aceptar las emociones y no solo las razones, reconocimiento, la empatía, una mirada apreciativa, que no es exclusiva de las mujeres, es un presupuesto importante. Igualmente, creo que es importante superar los duelos verbales, y esa necesidad de tener la razón, porque a veces pareciera que, antes de lograr acuerdos y avanzar, se busca demostrar quién tiene la razón. Las mujeres también aportamos un diálogo directo, práctico, de buscar el encuentro en función de la paz. Y eso puede ser eficaz. Obviamente, esto solo es posible si del otro lado también haya interés en el diálogo, en encontrar caminos de paz. Sin eso no podemos ser eficaces.

—¿Usted cree que Colombia va a lograr algún día una paz con todos los grupos criminales existentes, una paz total?

—La paz es un camino y hay que entenderla así, como un proceso complejo imperfecto, pero no por eso menos necesario. Es la paz con los armados, pero también de la sociedad, es también un cambio cultural. Y, así por momento, pareciera que la paz se oculta, siempre volveremos sobre ella. No nos va a llegar, la tenemos que ganar, y eso significa valorar cada paso que damos, cada avance que tenemos, cada dificultad que superamos, porque finalmente estamos buscando dejar atrás una historia marcada por la violencia y transformarnos también culturalmente, porque detrás de las armas, los intereses, la codicia, hay toda una mentalidad que la respalda y legitima, y esa también hay que superarla: la de creer que la violencia es necesaria y que es poder. Vivimos mejor y más tranquilos si tramitamos nuestros conflictos en paz, si reconocemos nuestra diversidad, y somos conscientes que la guerra sólo genera dolor. La paz no es fácil, pero creo que finalmente todos la queremos y necesitamos. Cuanto tiempo tardemos para reconocerlo, no lo sé. Y depende de nosotros, nosotras.

Pese a los intentos porque prime el diálogo, el Gobierno de Petro ha tenido que volver a los enfrentamientos con el ELN, las disidencias de las FARC y los demás actores que se han levantado de la mesa. A finales de marzo, por ejemplo, nueve integrantes del Clan del Golfo fueron abatidos en un bombardeo del Ejército colombiano en el departamento de Antioquia. Se trata de los primeros resultados de la estrategia del recién llegado ministro de Defensa, el general Pedro Arnulfo Sánchez, para recuperar el control territorial, en la que neutralizar a los cabecillas de las estructuras criminales es uno de los principales retos. De hecho, desde principio de año, el Gobierno lanzó el cartel de los más buscados, en el que ofrece hasta tres mil millones de pesos colombianos (unos 670.000 euros) por los cabecillas del grupo armado, 500 millones de pesos colombianos (111.000 euros) por militantes que hayan participado de la oleada de violencia en la región del Catatumbo y hasta 100 millones de pesos (22.000 euros) por cualquier otro miembro. La Fiscalía General de la Nación reactivó las órdenes de captura contra 31 de los jefes y cabecillas de la organización. El presidente de la República presentó un plan de “transformación social y económica” en el Catatumbo, que contempla la inversión de 2,7 billones de pesos colombianos (600 millones de euros) para erradicar 25.000 hectáreas de cultivos de hoja de coca. Esa región fronteriza con Venezuela es clave para los negocios con los que se financia el ELN, como el narcotráfico y minería ilegal.

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