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AcordeónLa presencia de lo bíblico en la obra de José Jiménez Lozano

La presencia de lo bíblico en la obra de José Jiménez Lozano

José Jiménez Lozano en 2013. Virado a sepia de un fragmento de una foto original en color de Ángel Cantero en Wikipedia.

“Lo que yo pienso es que la presencia bíblica en mi escritura es de las cosas que más me han perjudicado como escritor, porque de este modo me he marginado o he sido marginado por mi temática y mi lenguaje y ciertos prejuicios ideológicos muy hispánicos”. Esta confesión de José Jiménez Lozano, recogida en el libro El viaje a Oxford que nunca tuvo lugar, de reciente publicación, invita a reflexión, ya que la Biblia, omnipresente en sus ensayos, novelas, cuentos y poesía, ha permeado el estilo y moldeado los contornos conceptuales de su obra, un hecho que le distingue entre todos los autores contemporáneos. En este breve espacio intentaremos esbozar en qué consiste la impronta bíblica en la temática y el lenguaje de la escritura de don José, y por qué ha sido objeto de prejuicios y causa de marginación.

La Biblia como libro

El escritor judío Stefan Zweig, en su Encuentros con libros, ha lamentado la desidia generalizada de las sociedades europeas hacia la Biblia en la época moderna, con palabras que bien podrían reflejar el pensamiento de José Jiménez Lozano: “Muchos dejan de lado la Biblia cuando comienzan a dudar de Dios, y como ya no les parece un libro sagrado, pierde incluso su condición de libro. Jamás vuelven a abrirla, prefieren leer cualquier otra cosa, olvidando que, además de tener un carácter religioso, es un texto sumamente bello y que, si lo consideramos sagrado, no es únicamente por la fe que inspira, sino por ser una de las obras de arte más nobles del mundo. En cierta ocasión preguntaron a Tolstói cual sería, en su opinión, el relato más hermoso de la historia de la literatura; respondió que la historia de José y sus hermanos. A cualquiera que no haya vuelto a leer la Biblia desde su niñez, le asombrará lo que puede disfrutar en el libro de Esther, de Job, o de Ruth, que pueden interpretarse como leyendas o, si se quiere, como cuentos que encierran profundas verdades acerca de la vida y las expresan con una belleza incomparable”.

Otro intelectual europeo, agnóstico y judío como Stefan Zweig, el políglota George Steiner, ha destacado la trascendencia cultural del texto bíblico en su Prefacio a la Biblia hebrea: “Lo que tienen ustedes en la mano no es un libro. Es el libro. Esto es, desde luego, lo que significa ‘Biblia’. Es el libro que define, y no solo en el ámbito occidental, la noción misma de texto. Todos nuestros demás libros, por diferentes que sean en materia o método, guardan relación, aunque sea indirectamente, con este libro de libros. Guardan relación con los hechos de un discurso articulado, de un texto dirigido al lector, con la confianza en unos medios léxicos, gramaticales y semánticos, que la Biblia origina y despliega en un nivel y con una prodigalidad no superados desde entonces. Todos los demás libros, ya sean historias, narraciones imaginarias, códigos legales, tratados morales, poemas líricos, diálogos dramáticos, meditaciones teológico-filosóficas, son como chispas, muchas veces desde luego lejanas, que un soplo incesante levanta de un fuego central. (…) No hay otro libro como éste; todos los demás están habitados por el murmullo de ese manantial lejano (hoy en día, los astrofísicos hablan del “ruido de fondo” de la creación)”.

Llama la atención la histórica marginación de la Biblia y el recelo ante las traducciones en lengua vulgar que ha prevalecido durante siglos en España, con consecuencias drásticas para la cultura y para la historia. Para buscar antecedentes para la obra de Jiménez Lozano hay que remontarse a Juan de Yepes, fray Luis de León, y Teresa de Ávila, antes de recalar en Miguel de Unamuno, el predecesor más reciente de la pasión por la Escritura de José Jiménez Lozano. En un texto escrito para acompañar la exposición de ‘Biblias españolas del exilio’ celebrada en Valladolid en el año 2000, don José escribió: “Lo que esto supone –el exilio de una cristiandad de la Escritura, y el exilio de una cultura como la española del mundo bíblico– es un enorme hándicap que tanto la cristiandad como la cultura española han pagado y siguen pagando muy caro. (…) Supone el haber sido privada de un enfrentamiento con el pensar histórico e historias de una radicalidad total, con los problemas más serios de la existencia, el ethos de la justicia, y el hontanar del narrar primigenio…”.

Tanto Stefan Zweig como George Steiner conocieron el trauma del exilio, y Jiménez Lozano no ha dudado en calificar como exilio la minoritaria cultura bíblica en España. En el texto para la exposición de Biblias españolas del exilio, escribió: “aunque ciertamente hay ‘otra cultura española’, siempre soterrada, incluso cuando se la pone en los cuernos de la luna, que sí recibió esa impronta bíblica, pero fue minoritaria, el triunfo fue para los juegos del barroco, y pocos recepcionaron el discurso místico, él mismo sospechoso y perseguido… La recepción de lo bíblico en la cultura española nunca fue, en verdad, sino para la minoría que digo: exiliada también ella siempre como las Biblias, aunque viviese dentro su exilio, es interior, pero exilio”.

Las historias bíblicas

En sus Conversaciones literarias con José Jiménez Lozano, publicadas bajo el título Las llagas y los colores del mundo, Guadalupe Arbona pregunta: “¿Qué es lo que le dice la Biblia?”, y don José contesta: “En ella se cuentan las más maravillosas o terribles historias del mundo, y ha hecho que me encontrara con personajes de esas historias de los que había oído hablar más o menos desde niño y que me venían intrigando, y que vuelva a contar alguna de ellas por mi parte. Y esto miles de años después de contadas, pero esperando que, al volver a contarlas, permanezcan frescas y vivas como la primera mañana del mundo. (…) Pero ya he dicho muchas veces que narrar, lo que se dice narrar, es un invento bíblico, y en tanto la Biblia fue durante siglos algo encerrado en el arca de lo cultual, en esa misma proporción y profundidad, el narrar como la poesía, han quedado frustrados en muy gran parte entre nosotros. Pero la narración principalmente”.

Las historias bíblicas ahondan en las llagas del mundo a la vez que celebran sus colores, y los relatos y poesías de Jiménez Lozano celebran tanto sus tragedias como sus triunfos, en un “reenvío de significaciones”, como explicó en conversación con Guadalupe, “un lenguaje simbólico y lleno de imágenes”, ajeno a “jueguecitos verbales o encubrimientos de realidades a veces terribles”, y sería difícil encontrar una descripción más exacta del arte narrativo de la Biblia. Entre la multitud de hombres y mujeres que Jiménez Lozano ha frecuentado en su obra, por limitaciones de espacio me detendré en tan solo dos: Qohélet, el “autor” del libro de Eclesiastés; y Ruth la moabita, al espigueo en los campos de Booz.

Doris Lessing, en su introducción a la traducción inglesa de la Biblia del Rey Jaime, ha escrito que el lenguaje de Eclesiastés “transporta al lector, desde el primer versículo, sobre una poderosa marea sonora, casi hipnotizadora, como un conjuro”. Hay frases enteras –dice– que son comparables al lenguaje excelso de Shakespeare por su calidad literaria y su ingenio conceptual. Su expresión más emblemática: “Vanidad de vanidades, vanidad de vanidades, todo es vanidad”, resume sucintamente la visión del mundo de José Jiménez Lozano: Humo de humo, todo es humo, traducía él, es decir, efímero, nada fiable, la gloria del mundo que es “sombra vana”, en palabras de Teresa de Jesús. “Lo que me gusta del libro es su cinismo, y el juego del autor sobre la autoría del libro que primero atribuye a Salomón, pero que resulta que es un tal Qohélet, que tampoco es un nombre sino el nombre de quien ejerce el oficio de profesor o maestro socrático, y en el texto se muestra la hartura de tantos libros escritos, pero esto lo dice en un libro”. Eclesiastés no cuenta una historia, desde luego, pero incluye en su discurso todas las historias del mundo, con sus llagas y sus colores, y por ello fascinó tanto a don José. Le dedicó un poema tan gracioso como profundo, que cito a continuación:

Sorprendí a Qohélet en el paso de peatones.
¡Cuidado, amigo! Dije.
No todo es humos, hay coches.
Pero miraba a una muchacha,
Y no debió de oírme.

Una de las historias predilectas de Jiménez Lozano es la de Ruth la moabita, que Goethe calificó como “el idilio breve más hermoso que nos ha transmitido la tradición”, un poema en prosa de belleza suprema. Las escenas del Ruth al espigueo y su encuentro con Booz de noche en la era figuran entre las más cautivadoras de la historia bíblica. Jiménez Lozano le dedicó también a ella uno de sus poemillas, como los llamaba él, que transmite la realidad de las llagas y los colores del mundo como ningún otro:

Yo he visto a Ruth muchas mañanas
de julio con relente, al espigueo;
y una vez me ofreció un hacecillo
dorado, y algunas amapolas.
Asustadas alondras, devastado
el corazón, las manos
ungidas.

El arte de la narrativa bíblica

Jiménez Lozano ha llamado la atención sobre el amor de los narradores hebreos por la concreción frente a la abstracción característica de los griegos. Jorge Luis Borges, en sus clases sobre literatura inglesa en la Universidad de Buenos Aires, ha señalado, citando a William Blake, que “el pensamiento de Cristo no se expresa nunca… en forma abstracta, sino que se expresa a sí mismo por parábolas, es decir por poemas. Cristo dice, por ejemplo, Yo no he venido a traer la paz sino…, y el entendimiento abstracto esperaría: Yo no he venido a traer la paz, sino la guerra. Pero Cristo, que es un poeta, dice: Yo no he venido a traer la paz, sino una espada”.

La concreción de los escritores bíblicos, la “carnalidad” de su lenguaje en frase de Jiménez Lozano, forma parte de una narrativa extremadamente escueta, que emplea la palabra suficiente sin adornos, sin concesiones a la descriptividad externa y  sin entrar en el análisis moral o psicológico de sus personajes, y la economía verbal de la Biblia ha sido espejo para la escritura de don José: “Se atiene uno a escribir con las menos palabras posibles, e incluso cuando, después de dormir los textos, se los vuelve a afeitar con la navaja de Ockham, por decirlo así”. El modelo bíblico se presenta como un milagro de concisión que, al igual que Jiménez Lozano, emplea lo concreto y material para descubrir un mundo espiritual, como William Blake, que hizo teología de este nexo en sus Auguries of Innocence:

Para ver el mundo en un grano de arena
Y un cielo en una flor silvestre,
Sostén el infinito en la palma de tu mano
Y la eternidad en una hora.

El genio de los narradores hebreos va más allá del mero arte de contar historias, claro está, y “las más maravillosas o terribles historias del mundo”, las del pueblo judío, perseguido y exiliado como Steiner, Stefan Zweig y tantos otros, persiguen un fin cristológico que culmina en la vida y muerte del Mesías, víctima de la injusticia más clamorosa, objeto de la envidia de las autoridades religiosas y de la veleidad del pueblo. Aquel evento trascendental, la “crisis de este mundo” en palabras de San Juan, proyecta su alargada sombra sobre todos los inquisidores y déspotas, sobre Auschwitz y el Gulag, sobre las cunetas y los cementerios civiles donde fueron arrojados los heterodoxos y herejes, y sobre toda persecución, política o religiosa perpetrada en cualquier tiempo o lugar. De ahí que Viernes Santo aparezca con frecuencia en los relatos y poesías de Jiménez Lozano, como recordatorio de la indignidad del mundo. Ahora bien, Jiménez Lozano no hace teologías al estilo de los poetas metafísicos ingleses como George Herbert, pero percibe como nadie el simbolismo espiritual inherente en el mundo natural. En Abandono, una pequeña elegía por un gorrioncillo que muere entre los envenenadores y nos mira con misericordia, su ¡Ecce passer! evoca el ¡Ecce Homo! de Cristo antes de ser entregado a sus verdugos.

A modo de conclusión

La marginación de la obra de Jiménez Lozano, que él mismo reconoció, se debe, en mi opinión, no solo a la indiferencia de la sociedad contemporánea hacia lo bíblico, o a la desconfianza de la que históricamente la Biblia ha sido objeto en España, sino porque Jiménez Lozano ha tomado el texto bíblico muy en serio, lo ha hecho parte de su percepción íntima de las cosas, y el fondo cristocéntrico de la Escritura ha hecho mella en su ser. La Biblia invita al lector a involucrarse en sus historias, y tan en serio las ha tomado que, desde su plena libertad como escritor, se ha permitido ironizar con las historias más solemnes, incluso darles la vuelta y hacer que ningún discípulo amase a Jesús más que Judas, y afirmar que un gorrión muerto pone en cuestión a Dios.

Jiménez Lozano no ha sido Predicador, como Qohélet, pero como aquel maestro escéptico, melancólico y amador de la vida que pasa tan de prisa, ha querido reivindicar el valor del hombre en el mundo, y forma parte de un elenco ilustre de hombres y mujeres que han vivido su exilio interior, con alegría, sin rencores, y sin mirar atrás. Y no habría renunciado a su vocación de escritor minoritario por todas las prebendas del mundo.

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Con este ensayo inauguramos una serie dedicada al autor de la Guía espiritual de Castilla, con la publicación de algunas de las más valiosas ponencias presentadas en el encuentro José Jiménez Lozano o la libertad de la escritura, que bajo los auspicios del Centro Internacional Antonio Machado y la Fundación Duques de Soria, entre otras entidades, y bajo la dirección de Guadalupe Arbona, Antonio Martínez Illán y J. Á. González Sainz, se celebró en el Convento de la Merced de Soria el 19, 20 y 21 de julio de 2021.

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