
No voy a contar la anécdota
entera, pero hoy he tenido una de esas situaciones tontas en las que
terminas sintiéndote avergonzado -tiene algo que ver con coger de la
cintura a alguien que no era quien yo pensaba que era…-
Eso me ha hecho pensar. Qué
desagradable es la vergüenza… y qué extraña. Nunca me había
parado a planteármelo, pero no sé muy bien qué sentido tiene, qué
propósito, a qué interés sirve. Te sube la sangre a la cara,
sonríes nervioso y actúas definitivamente como un bobo cuando en
realidad no pasa nada de nada. Hay personas a las que le da vergüenza
hablar delante de una audiencia, las hay que se avergüenzan de sus
rodillas, otras prefieren morir antes de dejarse ver en público sin
su peluca, o pueden llevarse un disgusto enorme porque llevan una
raja en el pantalón y no se han dado cuenta de que se les ve la ropa
interior… tonterías de estas miles. Imagino que no hay duda, la
vergüenza tiene mucho que ver con la idea de qué es lo que van a
pensar los demás. Como animales sociales que somos, lo que opine el
resto del grupo de nosotros como individuos parece fundamental a la
hora de poder optar a un puesto dentro la manada. Si tropiezas en la
calle y caes al suelo das sensación de torpe incapaz -lo cual es
ridículo porque todos los que puedan llegar a reírse también se
han caído alguna vez- y la incapacidad no es en absoluto atractiva
ni digna de admiración. Supongo entonces que la vergüenza es algún
tipo de mecanismo biológico que nos preserva de realizar acciones
que en nuestro grupo social no gustan. Si, probablemente sea algo
así. Cuando estás en un ascensor con una o dos personas y se te
escapa un eructo puedes vivir un momento verdaderamente incómodo -no
digamos si has tenido la suerte de que una de esas personas sea la
chica que te gusta y tu intención es impresionarla- Lo que cabe
preguntarse entonces es ¿por norma general realmente nos
avergonzamos de cosas que lo merecen? Quiero decir que tiene su
lógica sentirse así cuando, por ejemplo, tu madre descubre que la
has engañado porque puedes entender que ella perderá confianza en
ti y es una persona que de verdad te importa. Lo mismo ocurre si te
presentas a una entrevista de trabajo y no eres capaz de dar una
respuesta coherente a la persona que tiene en sus manos que entres o
no en la empresa que sea porque lo que te juegas ahí es importante,
pero ¿vergüenza porque estás cantando a grito pelao y no te habías
dado cuenta de que el vecino te escucha? No, eso no tiene lógica.
Estoy pensando que no tengo
razón. Una de las frases de las que más orgulloso me siento es “las
cosas no son como te gustaría que fueran, son como son” Esto es,
no tengo motivo para intentar engañarme a mi mismo deformando la
realidad para que parezca más “racional”. No importa si creo
que he tenido motivos o no para pasar vergüenza antes, la realidad
indiscutible es que la he pasado y todo lo demás son comidas de olla
estériles. De modo que -aunque prometo seguir pensando en este
asunto- a día de hoy tengo que decir que la vergüenza, útil o no,
es algo inherente al ser humano -o al menos a los de las sociedades
que conozco- y que condiciona de manera radical nuestras acciones.