
Me felicité por existir.
Señora Alberti
Lean Misericordia, de Lídia Jorge. Este texto no es una reseña, ni una crítica literaria: es una orden. Tómenlo así, o arrepiéntanse. Esta novela que salió a la luz en Portugal en el 2022 y fue publicada en nuestro país por la editorial La umbría y la solana en el 2024 (con un magnífico trabajo de traducción de María Jesús Fernández) comienza así: «Aquí donde me encuentro, incluso durante la primavera, cuando los días suelen ser del tamaño de las noches, la noche es siempre más larga que el día. Sabiendo eso, precisamente a mitad de la noche, la noche viene a mi encuentro, dirigiéndome preguntas inimaginables como si fuese aquel gato oscuro, muy antiguo, que se llama esfinge». Y termina de esta manera: «¿Quién te crees que soy? Apártate de mí que me voy a librar, como tú bien sabes, pero finges no saberlo, está bien claro. Si te aproximas, aunque sea un milímetro más, vas a probar la resistencia de mis puños. Suéltame la mano, noche. Estoy llena de energía, quiero volver al patio de la escuela y saltar hasta que se me vuele el sombrero». Entre ese inicio y ese final, lo que se va expandiendo es el universo de la señora Alberti, la protagonista de la novela y la que pronuncia esas poéticas palabras.
Lídia Jorge nos introduce de ese modo en el interior de una residencia de ancianos, para presenciar los últimos meses de la señora Alberti, un personaje que se despliega ante el final de su vida con los atributos que solo los prejuicios pueden arrebatarle a una persona anciana: la dignidad, las ganas de vivir, la capacidad de resisitir, el estímulo diario de nuevas emociones, pero también la ira, los miedos, la soberbia…Todo cabe cuando la vida sigue cargada de futuro, en una narración en la que Lídia Jorge aposenta todos esos conceptos sobre los detalles de lo cotidiano, a través de los cuales, lo pequeño se transforma en universal para hacernos sentir de manera muy explícita el interior de sus páginas. Porque es este un libro que se puede mirar y escuchar, pero que también se puede oler y palpar, como si la escritora hubiera pretendido que al cerrarlo lo siguieramos llevando impregnado en nosotros mismos: «Eran tres […] Me pusieron debajo del chorro de agua. Me enjabonaron, me enjuagaron, me secaron, me perfumaron. Me llevaron de nuevo a la habitación. No me maltrataron, no me pegaron, no me robaron, no me dejaron desnuda, no me abandonaron sin ropa, al contrario, acercaron el calefactor a mi cuerpo. En medio de mi miseria, sucedía algo inesperado, me trataban bien, hacían las paces conmigo. Me acostaban en una cama lavada. Una de ellas pasó sus manos por mi cuerpo, dándome calor. Como si yo lo mereciese, tenían misericordia de mí. Yo la aceptaba.»
Ejemplar firmado de Misericordia publicado por La umbria y la solana, editorial independiente que, entre otras cosas, está haciendo una labor encomiable con la publicación de literatura de autores portugueses, como es la propia Lídia Jorge. En este editorial además han publicado otros cinco libros, todos ellos recomendables por sí mismos, aunque tengo especial predilección por La costa de los murmullos.
Tras leer el libro, acudí en marzo a la librería El rincón de Morla, en Valladolid, donde la autora fue a hablar de esta novela. Me sorprendió no sólo el conocimiento de los resortes de la literatura y cómo los había aplicado a esta obra; sino también cómo transmitía todo eso con cercanía y sencillez: quizá porque la humildad sea una forma de inteligencia y la sabiduría no se pueda alcanzar sino es con dicha humildad. Lídia Jorge contó que la había escrito como un encargo de su madre, que durante años le había pedido que escribiese una novela sobre su vida en la residencia que se llamase Misericordia. A la escritora, en un principio, le pareció que era una palabra demasiado pesada, con una carga simbólica que podría condicionar su texto. Por otro lado, pensó que lo que quería su madre era que denunciara las condiciones en las que vivía. Sin embargo, solo pretendía que reflejase su día a día, el mundo cotidiano en el que amanecían y veían atardecer. Cuando su madre murió en la pandemia, Jorge recibió una bolsa con las joyas y enseres de su madre. Hasta el último día de su vida (la autora no pudo despedirse de ella por el confinamiento) siguió arreglándose y esos presentes de su madre la removieron profundamente. Con su recuerdo fresco, decidió dejar atrás las dudas y aventurarse en el encargo. Y, según nos dijo, prefirió no hacer unas memorias desde su propia óptica (al modo de Diario de duelo, de Roland Barthes) sino que optó por darle voz a la Señora Alberti, para que desde su mundo interior nos pudiera exponer la riqueza de todo y todos los que la rodeaban en el Hotel Paraíso (así se llama su residencia, donde también encontraremos personajes entrañables como el señor Tó, la directora Noronha, Ali o Lilimunde, entre otros muchos). La misma riqueza tan llena de matices que posee la técnica de Jorge, y que desarrolla con naturalidad gracias a la madurez de una pluma en estado de gracia.
He de decir que hacía años que un libro no me atravesaba de esta manera, tan profundamente; un libro que además de estar lleno de literatura lo está de la vida tan real que emana de sus páginas, y que consigue llevarte a todos los estados del ser humano, desde la empatía y la crueldad, a la alegría o el sufrimiento; a la rabia o, cómo no, la misma misericordia. Un libro de los que hacen más cercano, comprensible y llevadero este mundo, dotándolo de sentido, de algún sentido. Hace unos días, en las tertulias literarias Café con letras, que mantenemos un grupo de gente desde hace casi 20 años, compartimos nuestras lecturas y puedo asegurar que esa percepción no fue sólo mía. Así que háganme caso, lean Misericordia, de Lídia Jorge.