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Mientras tantoLíderes y pastores

Líderes y pastores


No es intención mía ofender a nadie, pero hay pueblos que denominan a sus líderes utilizando la analogía, tan cristiana, del pastor y su rebaño. Hay una grey (de donde viene gregario, que es quien no se sale nunca del rebaño; y egregio, que es precisamente quien tiene tendencia a salirse de la manada) y un pastor. Nómada viene precisamente de ahí, del nómos, del pastor primordial que imponía su ley patriarcal sobre su rebaño y su familia (del verbo nomein, “pastorear”). Bruce Chatwin le dedicó con la brillantez y el garbo poético que lo caracterizaban páginas memorables a lo que él denominaba “la alternativa nómada”. Nómadas que buscan los ángulos de la tranquilidad, cantaba Battiato en Nomadi.
Los griegos eran un poco más sutiles y llamaban a sus líderes (del inglés to lead, “guiar”) strategos, “el que guía al ejército”, y kybernetes, “timonel”, al “que gobierna o pilota una nave” (de ahí viene el origen de la palabra cibernética, pues en francés cybernetique era “el arte de gobernar”). Esta última palabra (kybernetes) pasó al latín como gubernare, “dirigir, gobernar, guiar”, a partir de un préstamo del lenguaje marítimo, “gobernar una nave”, que les llegó, como muchas otras palabras, a través de los etruscos, que de navegación sabían algo más que los habitantes del Lacio.
Los romanos, y más tarde los venecianos y los genoveses, llamaron Dux al comandante de un ejército. En veneciano la palabra acabo siendo dogo (no me queda claro qué vino antes, si el nombre de la raza canina o el título de primer hombre de la república veneciana.); en italiano, duce, el título que se arrogó Benito Mussolini tras la Marcha sobre Roma, puesto que, en Italia, aunque nominalmente, seguía habiendo un Re. Ya en la Italia de la Baja Edad Media y del Renacimiento se llamó condottieri a los comandantes de los ejércitos de mercenarios que regían el tupido juego de alianzas y diplomacia de los múltiples estados de la península itálica. La palabra que se auto confirió el dictador de los rumanos, Antonescu, fue muy parecida: conducator. Siempre presente la acepción de guía, de conductor, de pastor de grey o rebaño, en definitiva.
Los alemanes no podían ser menos y acuñaron su propio término para nombrar a su líder por antonomasia, un líder de una naturaleza muy diferente de la de otros miembros de la estirpe germánica que habían guiado a su pueblo, como Carlomagno, Federico II, Federico el Grande de Prusia o el Canciller Bismarck. San Adolfo de Braunau en religión, en la vida civil conocido como Adolf Hitler, fue reconocido unánimemente hasta su muerte, e incluso post mortem, como canciller y Führer de la nación alemana. ¿Quién es el Führer? Pues el que conduce, el que guía a la nación. No en vano aún se sigue llamando en Alemania al permiso de conducir Führerschein, del verbo führen que lo mismo sirve para el roto de conducir un coche que para el descosido de regir los destinos, zum bitteres Ende (“hasta el amargo final”, hasta el Ragnarök o Crepúsculo de los Dioses) de todo un pueblo.
En castellano no nos vamos de rositas, pues tenemos la castiza y medievalizante caudillo, pero esta palabra contiene la noción de cabeza, ya que es un diminutivo de caput (“cabeza” en latín. Por eso al jefe del estado italiano se lo llama Capo dello Stato. Y los líderes de otras organizaciones más oscuras reciben como todos sabemos el título de capi o incluso capi di tutti capi). Y la misma metáfora está en el árabe rais, “cabeza”, con el que las naciones árabes suelen denominar a sus líderes carismáticos. Como Nasser, o los malhadados Sadat, Sadam Hussein, Arafat, Mubarak y Gaddafi. Y es que parece que a todo rais le acaba llegando su San Martín. Y del rais o comandante de una nave viene nuestro arráez.
Sí, hay otros eufemismos, como presidente, es decir, el que se sienta “delante” (proedros en griego). Pero no está en ellos la noción de guiar, de conducir, de pastorear. Mas ahí está, en esta vieja piel de toro, el título del líder del milenario pueblo vasco, del pastor del pueblo vasco que se arrodilla ante Dios delante del Roble centenario de Guernica para hacer el juramento en la lengua de sus mayores (aunque Patxi López cambió un poco el protocolo, todo hay que decirlo). No jura o promete su cargo como un presidente, como un jefe de un estado, sino como pastor o guía de un pueblo. Como Lehendakari del pueblo vasco, en la II República Lendakari, “el que guía”. Como su Moisés. El buen pastor.

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