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Mientras tanto"Metarmofosis", cuentos que nos cuentan

«Metarmofosis», cuentos que nos cuentan


“Los mitos son las primeras formas de la ciencia. Se ha dicho que los mitos son sueños públicos y los sueños mitos privados. Desgraciadamente, hoy le prestamos poca atención a nuestro lado mítico. Y como resultado de esto hay una gran parte de nosotros mismos y de nuestras acciones que no terminamos de comprender. Por lo tanto, sigue siendo importante y saludable hablar no solo de lo racional y fácil de entender, sino también de lo enigmático, de lo irracional y de lo ambiguo”. Estas frases de la terapeuta que trata a Faetón –una de las divertidas y certeras lecturas de un mito que contiene Metamorfosis– encierran el secreto de este espectáculo e ilumina alguna de esas zonas oscuras agazapadas en la trastienda de nuestra mente. 

Mary Zimmerman (Lincoln, Nebraska, EE.UU., 1960) estrenó en 1996, en la Northwestern University, una primera versión de Metamorphoses, su aproximación actualizada, desinhibida y aparentemente ligera a algunos episodios de la obra que Ovidio concluyó en el año 8 de nuestra era (más la historia de Eros y Psique tomada de Apuleyo, porque a la autora y directora le gusta mucho). Tras un recorrido de éxito, en octubre de 2001, poco después del atentado contra las Torres Gemelas, llegó al off Broadway y en febrero de 2002 aterrizó en el Circle in the Square Theatre de Broadway propiamente dicho. Ese mismo año Zimmerman fue galardonada con el Tony a la mejor dirección por su puesta en escena de esa obra, que la revista Time consideró la mejor del año 2001 en la cartelera neoyorquina. 

Alfonso Armada, a la sazón corresponsal de ABC en la ciudad de los rascacielos, escribió en la columna semanal que publicaba en el rotativo madrileño bajo el rótulo general de Sombras de Nueva York: “Mary Zimmerman tuvo su particular encuentro con la verdad del teatro a la edad de cinco o seis años, cuando en los bosques cercanos a la casa de Londres donde jugaba se dio de bruces con una compañía que ensayaba El sueño de una noche de verano, y lo que desde un primer momento le fascinó fue ver adultos haciendo como si fuera otros. Esta estadounidense de Nebraska ha vuelto una y otra vez sobre ese instante de su infancia, que de alguna manera ha recreado en sus muchas aproximaciones al mundo clásico y que esta temporada ha cuajado en el off Broadway uno de esos espectáculos que a uno le reconcilian no sólo con el teatro como el arte más emocionante sino acaso una de las llaves maestras capaces de darle sentido a la existencia tan atribulada y escasa de sentido que arrastramos” (ABC, 29 de diciembre de 2001).

De izquierda a derecha, Ángela Cremonte, Pilar Castro, Belén Cuesta y Concha Velasco al comienzo de «Metamorfosis»

En esa columna, titulada “Transformación del alma” y que suscribo de cabo a rabo, mi amigo Alfonso subrayaba que a partir de una serie de mitos reconocibles unos y más oscuros otros, Zimmerman –“a quien le gusta llegar a los ensayos sin texto y escribir después en casa las escenas, a partir de las improvisaciones de los actores”– “sazona con elegancia y humor ingredientes tales que parecen fabricar un sueño ante los ojos perplejos de los espectadores, que se vuelven niños en la inocencia de ver por primera vez y adultos en la capacidad de comprender que lo que ven es ficción y sin embargo verdadero, es decir, teatro que maneja soplos de vida”.

Porque ese ramillete de mitos, esas historias legendarias cuyos ecos perduran desde la antigüedad, son cuentos que nos cuentan. La verdad es que no hemos cambiado tanto desde que Ovidio escribiera los quince libros que componen su obra magna, una de las que sustentan los cimientos de nuestra cultura. En palabras de la propia Zimmerman, “estos mitos tienen un poder redentor porque son tan antiguos. Y consuelan por su familiaridad con la condición humana”. La espina dorsal de Las metamorfosis ovidianas es la idea de cambio, de transformación a través del amor, de la desgracia, la locura, la codicia o de cualquier pasión; y esa capacidad cambiante queda simbolizada por el agua, elemento presente de manera decisiva en el montaje original y también en la estupenda adaptación presentada por David Serrano en la 65 edición el Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida.

Adrián Lastra como Narciso

Alguien, a la salida de la función, se preguntaba que dónde estaba Ovidio en este espectáculo. Y la verdad es que, en mi opinión, la presencia del poeta latino y su intención reparadora e iluminadora de nuestros rincones sombríos está probablemente más viva en esta síntesis de Zimmerman, liviana si se quiere, pero no insustancial, que lo estaría en una aproximación ortodoxa y fiel hasta la última coma al texto de hace veinte siglos y pico. A partir de la Cosmogonía inicial, que se reparten entre la narradora encarnada por Concha Velasco y una científica –”Antes de que existieran el agua y la arena, antes incluso de la aparición del cielo y la tierra, la naturaleza era una sola: lo que llamamos caos, una masa tosca y desordenada, sin un sol, que derramara su luz, sin una luna que menguara o creciera”–, desfilan sobre el escenario, perfectamente hilados y con sugestiva fluidez dramática, los mitos de Midas, Alcíone y Ceix, Erisictón y el hambre insaciable con que lo castigó Ceres, Orfeo y Eurídice, según Ovidio y luego según concibió la historia Rainer Maria Rilke en 1908, Eco y Narciso, Pomona y Vertumno, condenados a entenderse pese a la indiferencia de la frutal ninfa de huertos y jardines por los desvelos del rendido dios de los ciclos de la naturaleza, Mirra y su pasión incestuosa por su padre Cíniras, Faetón, y los hospitalarios Baucis y Filemón (interpretado por Pepe Viyuela, lo que no deja de tener su gracia, pues encarnó en el cine al personaje del mismo nombre compañero de Mortadelo, las memorables criaturas creadas por Francisco Ibáñez). 

Metamorfosis es una selección de mitos de las muchas que se podrían hacer; visto el resultado, parece que Zimmerman eligió con buen tino y sentido de la linealidad escénica. Como la vida, visita la tragedia y la comedia, se detiene en la sentimentalidad e hilvana con puntadas contemporáneas algunos detalles que otorgan frescura al espectáculo. En su adaptación, David Serrano maneja a la perfección las idas y venidas de los actores, armoniza hábilmente las transiciones y sabe utilizar con sabiduría, naturalidad y eficacia el amplio y difícil espacio del Teatro Romano, ocupado por la bonita escenografía de Monica Boromello, que ha concebido un pasillo de islas verdes que flotan sobre el agua de una gran piscina que va de lado a lado del escenario. En solo los dos días de que ha dispuesto para diseñarla, Juan Gómez Cornejo plantea una soberbia iluminación que juega con el ondular de las aguas sobre el frontis del teatro y mima con igual solvencia lo particular y lo general. Precioso también el vestuario de Yaiza Pinillos, con guiños particulares a El nacimiento de Venus de Botticelli en la indumentaria de Pomona o, en otros casos, a las galas de aquellas estrellas de las variedades del principios del siglo XX, como Tórtola Valencia o Eugenia Zuffoli, retratadas por Antonio Calvache y otros artistas de la fotografía que nos dejaron impagables testimonios de la época. Aplausos para la partitura de Luis Miguel Cobo, evocadora, subrayadora, un gran tapiz melódico.

Vista general de la escenografía de Monica Boromello

El amplio y popular reparto está sembrado. Los actores, muy conocidos por su multiactividad en cine, teatro y televisión, interpretan tanto personajes principales como auxiliares o ejercen de narradores cuando es preciso en un alarde de versatilidad. Todos tiene su momento: el gran Viyuela borda una apuesta múltiple como Midas, Febo y Filemón; Edu Soto es un divertido Faetón que devana su síndrome de ausencia del padre en el diván de una psicoanalista (un sillón hinchable de playa, idea que también se utilizó en Broadway); Belén Cuesta da a su Pomona un desternillante tonillo naif; Secun de la Rosa está tan divertido en el beodo Sileno como en el enamorado Vertumno; María Hervás es una atorrante hija de Midas, una atormentada Mirra y encarna el hambre que hace que se autofagocite Eriscitón, interpretado acertadamente por Pepe Ocio, al igual que Cíniras; una espléndida Pilar Castro ejerce de Baucis y Venus, entre otros cometidos; Adrián Lastra luce palmito y talento como Ceix y Narciso; Ángela Cremonte enciende muy bien los matices sensibles de Alcíone y Eco, y, por supuesto, la formidable Concha Velasco, que es una maternal narradora principal.

El espectáculo había despertado tanta expectación que se agotaron todas las localidades para los diez días programados y la organización ha añadido una función más. Los tres mil espectadores que llenaban el recinto emeritense la noche del estreno aplaudieron larga y calurosamente, puestos en pie y evidentemente muy satisfechos después de algo más de dos horas de representación, a todo el elenco. Como es su costumbre, la Velasco, lista como ella sola, pronunció unas emocionadas palabras de agradecimiento por la buena acogida del montaje entre los piropos del respetable, y cuando anunció que probablemente esta será la última vez que actúe en Merida, arreciaron los gritos pidiendo que no se retire nunca. Magistral.

Título: Metamorfosis. Autora: Mary Zimmerman a partir de la obra de Ovidio. Dirección y adaptación: David Serrano. Productor: Jesús Cimarro. Iluminación: Juan Gómez Cornejo. Escenografía: Monica Boromello. Vestuario: Yaiza Pinillos. Música original: Luis Miguel Cobo. Coreografía: Carla Diego Duque. Intérpretes: Concha Velasco, Pepe Viyuela, Edu Soto, Adrián Lastra, Pilar Castro, Belén Cuesta, Secun de la Rosa, María Hervás, Ángela Cremonte y Pepe Ocio. Teatro Romano. 65 Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida. 31 de julio de 2019.

(Fotos: Jero Morales / Festival de Mérida)

 

 

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