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Mi Seño


 

Uno de los días más importantes de mi vida amaneció como cualquier otro. Yo tenía once años. Me levanté pronto para ver el episodio de los “Transformers” que solían poner en Antena Tres, desayuné dos tostadas con mantequilla y, tras una ducha rápida, me vestí y salí para el cole.

  Era otoño y yo estaba empezando lo que entonces era el ciclo superior. Estar en sexto de E.G.B. suponía casi, casi hacerte mayor, a partir de ahí en lugar de tener un solo profesor para todas las asignaturas, tenía tres y todas las leyendas decían que eran como tres ogros comeniños. Evidentemente todos tenían los motes esos que se transmiten casi de generación en generación. Bien, era el primer día que tenía lenguaje con nuestra nueva tutora, se llamaba Felisa Carretero. Después de mandarnos callar nos invitó a sacar nuestros libros de texto. Nos explicó que lo que íbamos a hacer era leer entre todos un escrito para hacerse una idea de cómo leíamos cada uno de sus nuevos alumnos. Me dio un vuelco el corazón, yo me ponía muy, muy nervioso a la hora de leer en público, tanto que me atrancaba y no era capaz de leer más rápido que un niño de cinco años. Tenía que hacer algo. Levanté educadamente mi mano y cuando ella me preguntó qué quería le pedí poder acercarme a su mesa porque tenía algo importante que decirle, lógicamente accedió. Una vez cara a cara con esta extraña decidí poner mi mejor cara de pena: “Perdone seño, pero es que yo me pongo muy nervioso leyendo delante de la gente así que preferiría no leer mi trozo de texto”.

 

  Todavía recuerdo con absoluta claridad todo lo que ocurrió después. Felisa Carretero sonrió –hoy me atrevería a decir que tiernamente- y me dijo: “No deberías habérmelo dicho. Ahora te vas a poner detrás de la pizarra y te vas a tranquilizar, metalízate porque vas a leer el texto tú sólo de pie delante de todos, es más, lo harás todos los días que tengamos lengua hasta que pierdas el miedo”. Podrán imaginar mi absoluta sorpresa,  ¡No me lo podía creer! ¡Cómo podía hacerme eso! Como me dijo me puse detrás de la pizarra, la odiaba, entonces ella vino y me dijo algo que me obligó a escribir en la primera página de todos los cuadernos de lenguaje que tuve hasta el instituto: “No se puede pactar con las dificultades, o las vencemos o nos vencen”. Probablemente con una actitud tan radical como esa mi profesora nunca llegaría a ganar un premio a la docente del año, pero conmigo funcionó. Tardé mucho en entender qué significaba esa maldita frase que tenía que apuntar como si fuera un castigo cada vez que terminaba un cuaderno, pero se me quedó grabada a fuego, de hecho puede que sea la enseñanza que me quedó más clara de mis doce años de colegio.

 

  Desde estas líneas quiero agradecer a Felisa Carretero aquello, el «No se puede pactar con las dificultades, o las vencemos o nos vencen» me ha servido de apoyo cientos de veces. Ella sacó lo mejor de mí y de tener miedo al público pasé a ser un MC…

 

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