Mes extraño. Mes nueve, mes cojo para completarse.
Apenas puedo decidir mis movimientos mientras todo sucede.
Una señora baja del taxi, viene del bingo, como hace años, ahora te dan 25 euros por un cartón, o cuarenta, no importa, pero ella mientras tanto se va arruinando y no puede dejar de ir cada noche, muy arreglada, bajos fondos del barrio de Salamanca, con el pelo cardado y pintado de azul.
En el bar del Rastro el yonqui desdentado habla con una joven (ya no lo es tanto) a la que sólo hemos visto pasear con sus perros. Les habla, dos enormes perros fofos y desgastados, con los lagrimales rojos, dados de sí de tanto mirar qué.
La hemos visto año tras año, hablando con los perros por la aceras, una chica que iba envejeciendo y que debe trabajar en algo. El mundo rueda, exige.
Ahora se ha hecho amiga del yonki desdentado, ríen en la taberna, se rascan los euros para pedir otro chupito de cualquier cosa, inventan un idioma propio en el que se burlan del resto, de nosotros. El mundo ya puede rodar, exigir.
En la acera oigo a dos inmigrantes, hablan entre sí en español aprendido, han venido desde distintas partes de África. Hablan sobre lo que está sucediendo en el Sahara, hoy, mortecino ya el eco de los periódicos y telediarios: «Creo que están teniendo problemas los saharahuis», dice uno de ellos, y el otro asiente preocupado, como si todavía no le hubiera sucedido a él, pero estuviera a punto de sucederle en cualquier momento, a ellos, cualquiera, los que no tienen lugar, sólo tiempo.