No. Nunca sabrás de dónde vino todo esto
Darío Jaramillo Agudelo
Pienso en todas las cosas que suceden a nuestro alrededor y que nos son desconocidas, algunas de las cuales nos atañen y, sin embargo, pasan inadvertidas a nuestra mirada, a nuestra sensibilidad, a nuestro entendimiento.
Escribe Darío Jaramillo Agudelo en su Libro de las mutaciones que “todo fue superponiéndose / con la misma promiscua ansia de los días”. Y así nos pasa, que hay aves rojas surcando nuestras páginas en blanco; y no las vemos.
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“Como el que adivina / en la ciudad / un trágico plan / oculto / donde se cumple / su destino” escribe Leónidas Lamborghini en su libro El jugador, el juego.
Esa ave roja que es nuestro destino y que nos zigzaguea enderredor mientras nos ocupamos de la compra, de ir a recoger a los niños a la escuela, de comprar los suplementos culturales.
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El ave roja son algo más que unas severas premoniciones, a las que se atiende pero de las que nada se sabe. El ave roja es más que eso. Es la certera daga que bambolea paralela a nuestros pies, es el puñal que alguien, varios, muchos llevan en la mano, dispuestos a clavarnos en el corazón al menor despiste, empujados por nuestro más leve traspiés.
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Lo increíble es la solitaria y mansa vida que el ave roja lleva junto a nosotros, acompañándonos en la calle Parlament, sentada -aun invisible- a nuestro lado en una terraza del Passeig Sant Joan, cediéndonos el paso en el autobús y en el ascensor.
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Lo que nos resulta(ría) incoherente -de saberlo- es la poca pericia de esa muerte amiga, que nos abriga a diario. La muerte del trabajo, el amor, los amigos, el alquiler, la cajetilla de cigarrillos.
Vivimos amenazados constantemente.
Y, sin embargo, cómo triunfa -de seguido- la felicidad, el jolgorio de la plácida monotonía: el alegre discurrir de tantas horas dichosas.
Nunca sabremos lo que nos cuesta esa felicidad cotidiana; y a la que tan poco crédito concedemos.