

Junio de 2025 ya es, según los expertos, el mes junio más caluroso desde que existen registros. Pero esto no es una simple estadística más para adornar titulares. Es una señal de alarma, un grito ardiente del planeta que se está asfixiando por nuestra ceguera y negligencia. El mar Mediterráneo, cuna de civilizaciones, se ha convertido en un caldo tórrido que bate récords de temperatura. Las muertes por golpes de calor se multiplican. Los cuerpos caen, las urgencias se colapsan, y la sociedad empieza a reclamar refugios climáticos como si estuviéramos en medio de una guerra invisible. Y lo estamos.
Porque el cambio climático ya no es un problema del futuro. Es el presente que nos consume. Y sin embargo, ¿qué se está haciendo realmente para enfrentarlo?
Las respuestas que nos dan los gobiernos son cosméticas. Las cumbres del clima, las COP que se repiten como rituales vacíos año tras año, se han transformado en desfiles diplomáticos donde lo único que se concreta es la foto oficial. Mientras tanto, las emisiones de gases de efecto invernadero continúan en ascenso, la deforestación avanza, los océanos se llenan de plástico y la biodiversidad desaparece a un ritmo alarmante. Cada especie que se extingue es una puerta que se cierra, una alarma que ignoramos, una herida que dejamos sin curar.
Y lo más grave es que esta falta de acción no es ignorancia, es negligencia deliberada. En lugar de invertir en soluciones reales, seguimos invirtiendo en guerras, armamento, intereses geopolíticos que desangran a pueblos enteros. La humanidad está perdiendo su norte, su brújula ética, su conciencia de especie viva entre otras, todas igualmente importantes.
¿Dónde están las soluciones?
Existen. Y no son ciencia ficción.
- Transición energética real y urgente, apostando masivamente por la energía solar, la eólica, la geotérmica, y dejando de subvencionar a los combustibles fósiles.
- Inversión global en acumuladores de energía, que permitan a cada hogar, comunidad y país ser autosuficiente.
- Protección integral de la biodiversidad, respetando los derechos de los pueblos indígenas y reconociendo la importancia de los grandes corredores biológicos como escudos naturales ante el cambio climático.
- Educación ambiental obligatoria, que conecte desde la infancia con la naturaleza, con la tierra que pisamos, con el aire que respiramos.
- Reducción drástica de las emisiones del transporte aéreo, especialmente en los encuentros internacionales, que podrían ser virtuales o regionales. No necesitamos ver a miles de gobernantes volando en jets privados para hablar de sostenibilidad.
- Reforma profunda del sistema político, donde el bien común esté por encima de los intereses partidistas. Los políticos deben recordar que su sueldo sale de los bolsillos de la sociedad, no de una urna de poder.
Porque no tenemos ningún derecho, como humanidad, a dejar este mundo peor de como lo encontramos. Nuestros nietos, los hijos de nuestros hijos, no se merecen el abandono. No se merecen que les entreguemos un planeta con los mares contaminados, los cielos saturados, la tierra seca y los bosques muertos. No se merecen este silencio cómplice ni este pasotismo estructural.
El sistema político actual, dominado por élites que no ven más allá de su reelección, debe cambiar radicalmente. No podemos seguir permitiendo que los grandes congresos internacionales, como las COP, las cumbres de la OTAN o las asambleas de la ONU, se conviertan en espectáculos vacíos, con gastos millonarios mientras millones de personas carecen de agua potable, atención médica o un simple ventilador para resistir el calor.

La Tierra está ardiendo. Y no es una metáfora.
Las estadísticas actuales sobre mortalidad por calor, nos hablan que a nivel global, las olas de calor causan aproximadamente 500 000 muertes al año, superando en número a los fallecimientos por guerras o terrorismo. En Europa y Asia, entre 2000 y 2019 se registraron cerca de 489 000 muertes anuales por calor, de las cuales el 36 % ocurrieron en Europa y el 45 % en Asia. Solo entre el 19 y el 22 de junio de 2025, un reciente informe del Imperial College y LSHTM estima que murieron 570 personas extra en Inglaterra y Gales debido a la ola de calor. En España (según el Instituto Carlos III), ya se han registrado 114 muertes atribuibles al calor entre el 1 y el 21 de junio de 2025
Estas cifras revelan una emergencia humana constante: no solo por su magnitud anual (medio millón de muertes), sino también por la acumulación brutal en estas primeras semanas de junio—especialmente en territorios de Europa Occidental y España.
Cada grado que sube es un futuro que se derrite. Cada bosque que cae es una parte de nosotros que se extingue. Cada niño que nace hoy merece heredar un planeta habitable, no una promesa rota.
Ya no es tiempo de advertencias. Es tiempo de acción. Una acción debilitada por el desgarro del bienestar social en todos sus frentes. Se incita el miedo a una tercera guerra mundial para que gastemos en armamento, sin comprender que de ser así, los protagonistas serían las armas nucleares y el fin de la sociedad acabaría en cuestiones de minutos. La diplomacia política se ha hundido en la vergüenza de un genocidio como el de Palestina y las voces de los gobiernos quedan mudas y sumisas ante el poderío de los señores de la guerra.
La fatiga climática también hace estragos en la acción. El mundo mira hacia otro lado. Hay soluciones como hemos visto, pero la ceguera que alimenta los medios de comunicación, hacen desviar los problemas a los intereses propios de los partidos en el gobierno y en la oposición.
Estas olas de calor, esta crisis climática, este grito ahogado desesperado de una Tierra que grita coherencia, son respondidas por las olas del silencio de quienes tienen el poder, el deber y la obligación de solucionar lo que ellos mismos han permitido.