
(Intro. Música de «El hombre y la tierra»)
No se trata de un ave zancuda migratoria, ni viene de París, aunque en muchos casos traiga un pan bajo el brazo. Los pedigüeños suelen anidar en la buena fe de los demás y, si bien parece que les ha hecho la boca un cura, lo suyo es un piquito de oro.
(Sin música)
En su fase de polluelos puedes verles revolotear en bandada cerca de las iglesias. No obstante no hace falta mirar al campanario a pesar de que tengan la cabeza en las nubes, más bien les oirás acercarse con el carraspeo metálico de la hucha para el Domund ¡Benditos sean! ¡Qué haríamos sin estos niños que limpian conciencias pasando el cepillo!
Un poco más creciditos y con el ‘síndrome del nido vacío’ a la espalda van pidiendo rollo sin respetar nigún espacio aéreo. Si todo sale bien, acabará en anillo de pedida (nada que ver con el cerco del mal olor que produce un cuesco). De lo contrario, acaban o pidiendo la penúltima o a dos velas y sin tarta pensando un deseo.
Y los que más piden son los de mayor ‘pedirgrí’.
Lo suyo es puro vicio. Cuando entran en las tiendas siempre piden la vez y no hacen más que darle al pico, en un partido de fútbol acabarán pidiendo la hora y en un restaurante serán los primeros en pedir la cuenta, pero los últimos en sacar la cartera.
Por eso, aunque en ocasiones lo que están pidiendo es una bofetada, a estos solo te los sacas de encima con unos buenos ‘pedirgonazos’.
Si en algo coinciden con el resto es que cuando les llega la hora siempre piden un poco más de tiempo.