Pequeño cuento sobre Dios

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Quiero apuntar aquí un pequeño cuento que se me ha ocurrido. Quizá haga algo alguna vez con él. Quizá no. Probablemente no. Cuando oigan de qué se trata, entenderán por qué. A mí se me ocurren cuentos continuamente, y la razón de que no los escriba es porque son todos tan raros como este.

 

El cuento trata de una familia que va en un coche, a través del campo, en Yugoslavia. Puede ser Yugoslavia entrando por Trieste en dirección a Austria, o una carretera a través del campo en el sur de la provincia de Ávila: en mi memoria, ambas zonas se parecen mucho. La familia advierte de pronto que en los campos verdes y salpicados de grupos de árboles que hay a ambos lados de la carretera hay muchos conejos. Es decir, de pronto contemplan que los campos están literalmente invadidos de conejos. Siguen avanzando, y los conejos se hacen cada vez más grandes. Son conejos apacibles y tímidos que se comportan como suelen hacerlo los conejos, pero a pesar de todo es inquietante que sean tan grandes. Entonces, uno de los del coche hace un comentario que es en realidad, el centro del cuento: que los conejos parecen cada vez más grandes, y que cuanto más grandes son los conejos, menos cantidad de conejos hay.

 

Claro que esto es lógico. Unos kilómetros más allá, los conejos ya no son millares, como al principio, sino centenares, y luego, decenas. A estas alturas, ya son tan gandes como vacas. Un poco más allá los conejos son tan grandes como elefantes. En el mismo territorio donde antes había, digamos, cien conejos, ahora sólo hay dos o tres. El fin del cuento es inevitable: la carretera termina por desembocar en un amplio valle cubierto de hierba, al fondo del cual se eleva un único conejo gigantesco cuyas orejas erguidas rozan las nubes.

 

Jamás escribiré este cuento, está claro. No estoy muy seguro de lo que significa. Quizá tenga que ver con Santo Tomás y las pruebas de la existencia de Dios. Si existen conejos pequeños, eso quiere decir que antes hubo conejos más grandes. En realidad, el coche no avanza por la carretera, sino que retrocede en el tiempo y también en la flecha de la entropía. El cuento habla, en realidad, del origen de todas las cosas y de Dios, y supone que si existe un Dios o una explicación trascendente de las cosas, estos han de ser terroríficos.

Madrid, 1961. Escritor. Estudió Filología Española en la Universidad Autónoma de Madrid y piano en el conservatorio. Fue pianista de jazz y profesor de español. Vivió en Nueva York durante unos cuantos años y en la actualidad reside en Madrid con su mujer y sus dos hijos. Es autor de las novelas La música del mundo, El mundo en la Era de Varick, La sombra del pajaro lira, El parque prohibido y Memorias de un hombre de madera y del libro de cuentos El perfume del cardamomo. Ganó el premio Bartolomé March por su labor como crítico literario. Ha sido además crítico de música clásica del diario ABC, en cuyo suplemento cultural escribe desde hace varios años su columna Comunicados de la tortuga celeste. Su ópera Dulcinea se estrenó en el Teatro Real en 2006. Acaba de terminar una novela titulada La lluvia de los inocentes.